«Hay algo muy especial en Cristina, y hacer un retrato de esa persona singular y maravillosa no es nada sencillo. Su voz, su risa sonora, su elocuencia, sobre todo su verdad… son únicas. Me conquistó muy pronto. Con la fuerza de su poesía, la intensidad con que decía sus versos y el silencio que provocaba su voz diciéndolos. Su vida ha sido dura, pero ella no es frágil. Tiene una terapia infalible: la risa. Y esa valentía suya, esa capacidad que tiene de no cortarse nunca, es una lección que espero que siga repitiéndome mucho tiempo.» Gemma Nierga.
Alamedas y Psicotrópicos
Hay un frío, un viento,
una locura concedida,
la tierra ha puesto nombre a mis manos
dejando que tus palabras me surquen,
como equilibrista al borde del hilo
escucho mi temblor de adolescencia mal construida,
hay gente que nació sin nombre
y le pusieron la estaca
en un corazón de niño adormecido,
gente que caminamos soñando verdades,
calculando lagos en los que pudimos ser felices,
cales que siempre se llamarían
unas aire, otras nunca,
gente que balancea el cuerpo sin retorno
al par de miedos, fuegos, lagunas blanquiazules.
Hay ojos que son ciegos viéndolo todo,
luego existen ojos que lo ven todo y acaban cegándose.
Princesa Inca (Cristina Martin): "La Mujer-Precipicio". Libros del Silencio, 2011, Barcelona.
Prólogo de Gemma Nierga (arriba no está completo) e Ilustraciones de Mercè López.
ISBN: 978-84-938531-1-2
Nota de Rodrigo Córdoba Sanz: Este poema es verdaderamente bueno, elocuente y preciso como una diana que da en el blanco de aquello que ha herido a la Princesa y a tant@s otr@s. Habla de "gente que nació sin nombre y le pusieron la estaca en un corazón de niño adormecido". Hay un célebre cuento que explica cómo un elefante de un circo permanece atado, enrte función y función, a una estaca con una cadena. Pasa el tiempo con éxito en sus representaciones circenses y se hace grande, poderoso y fuerte. Sin embargo, sigue con la cadena en el cuello, atado a la estaca. Es un cuento hermoso que se dirige al hemisferio derecho. No se puede resolver como un Sudoku, como cualquier cuestión relacionada con la Naturaleza Humana. Cada persona que sienta lo que siente el elfante podrá vivirlo, y así es, necesariamente, de una manera distinta, atribuirlo a razones y motivos diferentes. Pero, simplificando un poco, la "metáfora" es que el elefante no se puede liberar porque se ha acostumbrado a vivir con esas cadenas. Siente que no puede liberarse, quizá no quiere liberarse. Esas cadenas pueden ser liberadas por la potencia del elefante crecido, pero el elefante se siente como cuando era niño. Y en ese caso, "sin nombre", es decir, sin identidad, sigue atado y revolviéndose, de modo que se autodestruye y salpica su sufrimiento a los que le rodean, dejándoles atónitos. Esto en una planta de psiquiatría lleva a la inmovilización y el pinchazo de "psicotrópicos". El elefante sigue ahí, con el montón de kilogramos de peso y tan pocos miligramos de autoestima.
Cabe la posibilidad de que intente liberarse, se asome a la realidad y palpite su corazón con una taquicardia, que le conduzca a la cama por negar la realidad y no pensar.
Hay ojos que son ciegos viéndolo todo,
luego existen ojos que lo ven todo y acaban cegándose.
Rodrigo Córdoba Sanz: Esta dicotomía o polaridad es tal y como lo siente la Princesa Inca. Ahora bien, es posible lo que escribe, como también es posible que en la misma persona se cultven los dos aspectos, la ceguera que lo ve todo y los que ven todo y se ciegan.
La realidad juega estas malas pasadas. Puede conducir a lo que escribió nuestro querido Saramago en "Ensayo sobre la Ceguera". Una sociedad, una cultura que no quiere ver y acaban todos sin la posibilidad de ver, probablemente de ver a los otros y de ver(se), reconocerser. En las palabras de La Princesa Inca hay una condensación que hace difícil interpretar
con tenue acierto lo que siente. Mi experiencia clínica me da estas pistas que comparto contigo.
Por cierto, como guiño y expresión de mi cariño a Cristina, Gemma Nierga, Víctor, Dolors y toda la gente de Radio Nikosia voy a poner la dedicatoria de La Princesa Inca: "Dedicado a mi padre, Francisco Martín González, a la memoria de us serenos ojos verdes".
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