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Paz y Ciencia

martes, 13 de septiembre de 2016

La (In)Volución


Constantemente sobrecargados por el trabajo, las distancias, las prisas, dejamos de ver a los otros y nos vamos convirtiendo en animales gregarios, que pierden sus habilidades sociales y olvidan sus necesidades de contacto. No nos convierte eso en seres más agresivos, pero sí menos amorosos, ya que la inhibición de la necesidad de amor y contacto forma parte de las reglas del nuevo juego. Hasta los médicos, cuya misión indudable y elegida es cuidar la vida de otros seres humanos, se comportan a menudo con una innecesaria crueldad ante otros seres humanos que necesiten tanto que los curen como que los cuiden.
La necesidad de defenderse ante el dolor del otro lleva a perder el tacto y a no ocuparse de decir lo que ocurre aportando, al mismo tiempo, algún consuelo.
Por otra parte, la tarea compensadora de la moral, tan necesaria en estos momentos para la consecución de un nuevo equilibrio, sabemos que no puede hacerse solo desde lo racional, ya que necesitamos que la emocionalidad se halle implicada.
La empatía emocional es más fuerte que la justicia racional a la hora de asumir y defender el valor de la solidaridad, del respeto a los demás, del compromiso social. No parece que, hasta ahora, hayamos encontrado un equilibrio entre razón y emoción. Confiemos en que podamos dar este paso y que logremos establecer unas normas y tabúes, como los que implica la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se conviertan en el transcurso de los años en fuerzas motivadoras tan potentes como los instintos.
Y todo ello sin perder de vista la característica ambivalencia de nuestra naturaleza, que nos puede llevar a defender a la muerte "ideas salvadoras" que queramos imponer el resto de la humanidad. Sin olvidar, en definitiva, eso que Lorenz llama el "Jano Bifronte", ese hombre que es capaz de consagrar su vida al servicio de valores supremos, pero cuya organización fisiológica se constituye sobre propiedades animales, que conllevan un peligro de muerte para sus congéneres.

Y el hombre comete el fratricidio convencido de haberse visto obligado a hacerlo en servicio de esos mismos valores supremos. Ecce Homo.


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