Niños con agendas de ministro por el horario lectivo abusivo, extraescolares, clases de refuerzo; el producto de lo que Eva Millet denomina "Hiperpaternidad". Las agendas frenéticas, sin embargo, no son su única característica. La hiperpaternidad tiene otros ingredientes. Como la precocidad y la sobreprotección de los padres, mezclada con la presión para que el hijo triunfe y... ¡la ansiedad! Que es debidamente transmitida a la prole.
En un mundo cada vez más polarizado, la crianza también se está colocando en dos extremos, ambos generadores de ansiedad. Por un lado, encontramos a más niños y adolescentes desamparados, olvidados por sus familias y con una protección social más precaria. Por otro, a niños y adolescentes cada vez más supervisados, sobreprotegidos y consentidos. En las sociedades más ricas del siglo XXI hay niños que no les importan a casi nadie y otros con unos progenitores dispuestos a allanarles el camino en la vida cueste lo que cueste.
En paralelo a una desigualdad social cada vez más pronunciada, la hiperpaternidad avanza a pasos de gigante, dominada por el miedo y las ansiedades que los padres respecto a su prole. Los padres actuales tienen pavor a que los hijos se equivoquen, y a que se frustren (el "que no se traumatice" es un mantra de los progenitores de este siglo). Sin olvidar el miedo a no hacerlo bien como padres, a no llegar a las expectativas impuestas por no sé muy bien qué panel de expertos.
Y, entre tanta inseguridad, la ansiedad campa a sus anchas. Ansiedad por llegar a todo y por dárselo todo. Para conseguir a esos niños perfectos que parece que el mundo demande. Por llegar a ser los padres perfectos, de revista.
De este modo, los bienintencionados padres ejercen tanto de guardaespaldas (y evitan así entrenar una habilidad básica en la vida: enfrentarse a nuestros miedos) como de solícitos secretarios o asistentes personales. Unos secretarios tan buenos que hasta anticipan los posibles contratiempos de los hijos. Que hasta actúan de mediadores entre los pequeños conflictos con sus amigos. Que hasta les hacen ellos mismos los deberes -¡para que no se equivoquen!-. Que los acompañarán, en el útimo año de la escuela, al examen de la Selectividad, cargados de bolígrafos de repuesto y de bocadillos. Padres y madres que ejercerán una vigilancia constante sobre su prole que produce una lógica ansiedad: la de sentirse permanentemente observado.
Y, de esta forma, cual fieles servidores, los hiperpadres no permiten que sus hijos se enfrenten a sus obstáculos cotidianos y adquieran algo también tan fundamental en la vida como es la capacidad de autonomía.
"Sí, la hiperpaternidad implica mucha sobreprotección y lo que están haciendo los padres sobreprotectores es decirles a sus hijos que hay peligros por todas partes, que, si ellos no están interviniendo o supervisando, los niños están en riesgo. Y eso genera mucha ansiedad", resume Stella O´Malley.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Nº Col.: A-1324 Zaragoza
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