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Paz y Ciencia

sábado, 15 de febrero de 2020

La Amígdala: Un arma de doble filo



"El problema es que la amígdala no le importa las veces que te hayas equivocado al evaluar un peligro. No le importa si reaccionas de forma exagerada y la realidad es que el niño está perfectamente seguro", ilustra Stella O'Malley. No, la amígdala trabaja como un "piloto automático" cuya función es preguntarse, sin descanso, si estamos seguros. Su tarea es mantenernos con vida y, por defecto, reacciona ante lo que percibe como una amenaza. El problema es que no sabe distinguir entre las reales y las falsas. No le importa provocarte constantemente reacciones exageradas ante situaciones de peligro que no lo son. No le importa que uno se ponga ansioso por su culpa y que, en consecuencia: "Te estés convirtiendo en una carga para ti y los que te rodean", observa la psicóloga.

Es nuestro "cerebro pensante" el que tiene que ser capaz de distinguir entre las amenazas falsas y reales. El que tiene que darse cuenta de que esa forma que, de primeras, has confundido con una araña y te ha acelerado el corazón es, en realidad, una madeja de lana negra. O que ese ruido que te llena de inquietud en medio de la noche no es más que un portazo causado por el viento.

Esa regulación de las emociones, ese pensamiento consciente, tiene lugar en los lóbulos frontales, ubicados en el neocórtex de nuestro cerebro; su parte más evolucionada. Son asistidos por el hipocampo, un órgano asociado a la memoria a largo plazo. Y es esa parte racional la que debemos entrenar para dominar a nuestra amígdala desatada, gobernada por el instinto básico de supervivencia. Y para, de este modo, poder controlar nuestros miedos y ansiedades.

"La capacidad de distinguir entre las amenazas falsas y reales es la que nos permitirá tener una existencia ansiosa e infeliz o una existencia tranquila y feliz", resume Stella O´Malley.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Nº Col.: A-1324
Instagram: @psicoletrazaragoza
Página Web: www.rcordobasanz.es



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