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Paz y Ciencia

jueves, 22 de diciembre de 2011

El amor en Calcuta



Cuentan que un día una mujer de mediana edad se fue en busca del amor. Viajó por los continentes y un buen día conoció a un apuesto caballero. Él era un buen señor, rico y con exquisitos modales. Ella era de una familia trabajadora, pobre y acostumbrada a que las relaciones no salieran como ella quisiera. Este hombre le deslumbró, se llamaba Will, ella Irene. Era una mujer con aire servicial, acostumbrada a vivir con su madre de niña en un hogar para cuidar a los "señoritos". Tras vivir con un hombre mayor durante unos años, él murió y ella heredó el dinero. Con ese dinero se fue a descubrir el amor en el mundo y en Calcuta, ayudando a unos niños enfermos encontró a este señor que quería aportar una gran suma de dinero a la causa. Eso le deslumbró a Irene y se conocieron en una pequeña y humilde tasca dos calles más abajo donde se explicaron cuáles eran sus propósitos en la vida.
Ambos coincidieron en que habían estado con varias personas conviviendo pero ninguna de ellas les había hecho ese "tilín" que encoge el corazón y el alma. Por ello quedaron en seguir hablando, poco a poco se fraguó una interesante, cálida y profunda amistad que hizo desaparecer los fantasmas que ambos tenían de dolorosas separaciones anteriores. Era un nuevo comienzo. Juntos se hicieron fuertes y se dedicaron a ayudar en esas calles llenas de pobreza y enfermedad a ayudar a los demás. Se apoyaban el uno en el otro y así íncluso, llegaban a esbozar una dulce sonrisa cuando llegaban al fin de su jornada como ayudantes de los médicos. Prácticamente parecían enfermeros en muchas ocasiones. Atendiendo operaciones, curas, etc. Lo que más le gustaba a Irene era hablar con los niños enfermos y a veces les hacía un dibujo muy bonito de recuerdo o les llevaba frutas y caramelos. La verdad es que eran muy felices viviendo esa vida. Allí surgió un verdadero amor, amor que era apasionado en el poquito tiempo que disponían para estar juntos, ya que la jornada era larga. El señor rico renunció a vivir rodeado de lujos y les cedieron un pequeño cuchitril que adornaron con mucho esmero y se convirtió en su hogar más preciado. Un hogar donde rezumaba el amor y la solidaridad. Allí la navidad era diferente, la gente se dedicaba a los otros con cariño y multiplicaban sus esfuerzos. Durante esa temporada algunos niños mejoraban, otros se ponían más malitos al echar de menos a sus familiares. No obstante, la dedicación y el cariño de parejas como esta hizo que ese hospital improvisado fuera un hogar y un punto de anclaje para muchas personas, entre ellos nuestros queridos aventureros, que decidieron establecerse definitivamente en esas calles.
Allí no tenían equipos deportivos ni papá noel, pero tenían esperanza e ilusión, cimientos desde los que se construyó un cierto bienestar en la comunidad.
Rodrigo Córdoba Sanz

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito, y quienes eran?

Psicoletra dijo...

Podría ser cualquiera, solo hay que cerrar los ojos y desearlo un instante.