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Paz y Ciencia

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Pedro de Casso: Terapia Gestalt



La Terapia Gestalt nace como una plasmación tardía de la experiencia personal y profesional terapéutica de su creador, Fritz Perls. Médico psiquiatra judío alemán, desde el principio unió a una sólida formación en psicoanálisis el influjo decisivo de dos disidentes como Karen Horney y Wilhelm Reich que le abrieron perspectivas más amplias que las estrictamente freudianas. El interés de la terapia se desplazaba ahora de la indagación del inconsciente y las vicisitudes tempranas del complejo de Edipo, a tener en cuenta la importancia de la interacción con el entorno y los bloqueos energéticos presentes en el cuerpo. Fritz aportaba, por su parte, un profundo interés por el cuerpo, derivado de su temprana formación con un genial e innovador director teatral de la época, Max Reinhardt, que ponía el acento en la autoconciencia corporal del actor al servicio de una mayor autenticidad en su actuación. Añadamos la penetrante inteligencia práctica de Fritz, capaz de captar las coincidencias más nucleares y revolucionarias de las corrientes filosóficas y teorías científicas de su tiempo (existencialismo, fenomenología, ecología, holismo, relatividad, física cuántica…) y aplicarlas al campo psicológico de la relación del hombre consigo mismo y con los demás.
Un último y decisivo jalón para llegar a esbozar en un todo coherente su nueva concepción terapéutica fue su contacto en Frankfurt con la llamada Escuela de la Psicología de la Gestalt, que centraba sus investigaciones en el hecho de que toda percepción de un ser vivo es fruto de una configuración (‘Gestalt’) de la situación en que se encuentra, en base a una “interacción” entre el organismo o sujeto, con sus deseos y necesidades, y los elementos objetivos presentes en la misma: del conjunto indiferenciado de esos elementos objetivos (‘fondo’), el sujeto destaca o percibe (como ‘figura’) sólo aquellos que le resultan significativos en orden a la satisfacción de sus deseos o necesidades en la situación. Pero en los seres humanos la capacidad de reconocer sus necesidades de diverso orden y la capacidad de darles satisfacción quedó frecuentemente impedida o distorsionada por sus propias experiencias emocionales infantiles y su ulterior interacción con el entorno. En palabras de Perls, ha aprendido a no saber distinguir, en su relación consigo mismo y con los demás, entre cuándo lo que siente como necesidad en esta o aquella situación conflictiva es su ‘verdadera’ necesidad, y cuándo es sólo una necesidad ‘neurótica’ producto de sus mecanismos aprendidos.

A la vista de lo dicho se entiende que la T.G. sea una terapia centrada en la necesidad del paciente de ‘darse cuenta’ de su propio funcionamiento en las diferentes situaciones que vive como conflictivas, con el fin de ir pudiendo reconocer los comportamientos automáticos neuróticos que aplica en las mismas e irlos sustituyendo por otras formas de interacción consigo mismo y con la realidad más en consonancia con las verdaderas necesidades, propias y ajenas, presentes en cada situación. La T.G. es, en este sentido, una terapia ‘integradora’, en cuanto que apunta a que la persona pueda irse completando, pueda ir superando sus propios condicionamientos limitadores. No en vano la T.G. es la forma de terapia que mejor sirve a las perspectivas de la Psicología Humanística o del Desarrollo de las Potencialidades Humanas. Es una forma de terapia sumamente práctica, centrada en el presente, en el ‘aquí y ahora’ del paciente y de la relación terapéutica. No interesan las especulaciones abstractas, sino lo experiencial, lo fenomenológico concreto. Cuando se precisa trabajar situaciones pasadas, sean  recientes o remotas, se traen al presente. Básicamente no se trata de contar, sino de vivenciar lo pasado como presente, y ahí se agudiza el darse cuenta y surgen alternativas antes ignoradas. Se confía en la capacidad de autorregulación de todo organismo, y de ahí en la capacidad del paciente para distinguir en el fondo, en base a sus sensaciones, sus comportamientos funcionales de los disfuncionales. Pero esa autoconciencia corporal y emocional necesita, por lo general, ser despertada y reeducada. El terapeuta gestáltico, que cuenta con su propia experiencia como principal instrumento, se apoya en todo momento en su propio darse cuenta de ‘lo obvio’ del paciente, de su cuerpo, y sus modos de expresión y comportamiento, para hacer las observaciones y propuestas que entiende conducen a desarrollar la conciencia integral del sujeto respecto de sí mismo y de la situación. Por lo demás, los principios de la T.G., que considera holísticamente al ser humano como una unidad en relación, son aplicables a las diferentes dimensiones que lo constituyen: mental, corporal, emocional, social, y espiritual. De hecho, Perls no dejó de estar hasta el final de su vida abierto a absorber e integrar personalmente y en su concepción terapéutica nuevas experiencias de todo tipo, terapias corporales, emocionales, e incluso meditativas, de espiritualidad oriental, Zen, taoísmo, etc., que ensanchaban su persona y su terapia a una dimensión diríamos universal.

La T.G. fue concebida en principio por su creador como un perfeccionamiento del método psicoanalítico, y como éste, diseñada para un encuadre de terapia individual. Perls lo practicó así durante muchos años, si bien al final de su vida lo que le llevó a hacerse famoso fueron las demostraciones que hacía de la eficacia de su terapia en situaciones grupales, y muy especialmente en base a su forma particular de trabajar los sueños.  Hoy en día el encuadre individual sigue teniendo toda su vigencia en la práctica de la T.G., y a la vez ésta es reconocida como herramienta eficacísima en diversas modalidades de terapia de grupo. El objetivo fundamental de la T.G., en cualquiera de sus modalidades, consiste en ayudar al paciente a descubrir en sí mismo los recursos que necesita para contribuir a su propio desarrollo. “La terapia –decía Perls- consiste en pasar de la necesidad de apoyarse en otro a la capacidad de apoyarse en sí mismo”. Y ésta sigue siendo la mira de quienes seguimos la huella de Fritz Perls en la práctica del arte terapéutico que nos dejó como legado.
Pedro de Casso

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