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Paz y Ciencia

domingo, 14 de diciembre de 2014

Amor en la Psicoterapia


El Amor en la Psicoterapia responde a un nuevo paradigma en la relación terapéutica y nos habla de la importancia de cultivar la presencia amorosa en la práctica del psicoterapeuta, permitiendo así devenir el potencial sanador de este espacio construido de a dos. Reconocer las cualidades esenciales del amor, tales como la benevolencia, la compasión, la alegría y la libertad, así como la capacidad del silencio interno y la neutralidad resultan claves para potenciar “la Presencia” en la relación terapéutica.
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Y es esta Presencia amorosa, incondicional y plena, la que pretende reubicar a la figura del terapeuta en un espacio de mayor conciencia, sin más intervención ni omnipotencia, sino más bien con más interacción y compasión.
La práctica constante de la meditación y la atención plena, marcan el compromiso con el autoconocimiento constante y la intención sagrada de permanecer con el corazón abierto como camino. Es que es el origen del Amor, en su estado expansivo y puro original, lo que representa para todo Ser Humano una búsqueda permanente de reconectar y fluir desde esa vibración amorosa, palpitante, única y totalizadora. Al comprender que los problemas psicológicos tienen un origen claro en el dolor sentido por la separación del Ser desde el nacimiento de nuestro Ego, entonces retornar a esta esencia parece ser lo que universalmente moviliza a todo ser humano en su búsqueda.
Es en este aspecto, donde el amor en la psicoterapia representa un camino de retorno a este estado original. Significa una posibilidad de reexperienciar en un espacio protegido y seguro, el flujo natural del corazón, permitiéndonos ser y estar tal cual somos, y más aún permitiéndonos esto, en presencia y compañía de un otro.
Representa entonces, para el psicoterapeuta, una posibilidad clave para el proceso de sanación de quien acompaña, permitirse sentir y observar su propio flujo amoroso, sanar sus bloqueos y observar cómo éste se manifiesta.
Ser como psicoterapeutas partícipes de este viaje, si bien es cierto es un acto de amor, implica además un desafío mayor: ser capaces de acompañar, mantener una actitud no especulativa, no enjuiciadora, relacionarnos desde la experiencia, entendiendo a esta como única en un estado de apertura constante.Parece tarea difícil en un escenario en el que como terapeutas se nos ha formado precisamente para lo contrario. Es decir, el énfasis ha estado puesto en los contenidos y la forma, en las técnicas y estrategias, descuidando el vínculo como eje central de un espacio genuinamente terapéutico.
Resulta entonces más complejo aún, si observamos la proyección del rol del psicoterapeuta en lo social, las expectativas y constructos ligados a la omnipotencia, el control, la categorización y resolución de los conflictos que aluden a lo psicológico como un segmento desconectado y funcionalmente independiente del resto de la integridad humana; por supuesto, herencia de un modelo biomédico imperante hasta hoy. Se espera entonces del psicoterapeuta, una capacidad resolutiva tal que le permita ser capaz de identificar y etiquetar problemas, para luego ser resueltos de manera unilateral eficientemente.
Podemos observar hoy, que estas estructuras descritas resultan limitadas para los nuevos tiempos; siendo el concepto de Amor en la Psicoterapia un paradigma que alude a un estado de conciencia mayor y en sintonía con los cambios en todo orden, (educacional, social, político, económico, y otros); en los cuales se va interiorizando el lenguaje del corazón y sus propósitos.
En este sentido, la época actual descrita como “la era dulce de la psicoterapia”, responde a una nueva visión en la cual no prevalecen los diagnósticos y el análisis, sino que el crecimiento y el proceso de cambio se encuentra potencialmente en las propias manos de las personas.
Es en este proceso de cambio en la psicoterapia donde es posible vislumbrar que la “Presencia” del amor, yace en el centro mismo del Ser Humano, por lo que mantiene un rol principal en el proceso curativo. En éste, el psicoterapeuta promueve una capacidad de conmover y ser conmovido desde el corazón, lo cual no significa, mantenerse en una actitud pasiva frente a las posibles distorsiones de la personalidad del otro, como vimos con anterioridad; si no más bien implica estar presentes, en “presencia”, asumiendo el compromiso y la voluntad de permanecer abiertos y permeables a la experiencia.
Esta presencia amorosa, este estado de permanecer con el corazón abierto, esel que produce un efecto poderoso en el proceso de sanación. Es aquí donde la figura del psicoterapeuta como un acompañante en el proceso, como el personaje que “va detrás con la antorcha”, se vuelve trascendente en sí misma y en la relación.
En este escenario, ya no existe la intervención sino que la interacción y su trabajo consiste en simplemente estar en lugar de hacer. Sin embargo, lo que parece simple (y en esencia lo es) resulta para nuestra estructura mental complejo; por tanto, comprender el ejercicio terapéutico desde esta visión, implica aventurarse en una disciplina de alto rendimiento donde el camino del autoconocimiento, la práctica de la atención plena y la meditación resultan indispensables.
En su práctica meditativa constante, el psicoterapeuta podrá ir poco a poco profundizando en su capacidad de estar presente en el mundo, ampliando su capacidad perceptiva y sensorial, neutralizando su actividad mental y contenidos de pensamiento, experimentando de manera novedosa y con sorpresa cada momento vital; lo que impactará positivamente en su ejercicio terapéutico y por supuesto en su experiencia total.
Ser capaz de sostener este compromiso desde el amor, ejercitando las cualidades esenciales en sí mismo, implica además para el psicoterapeuta como persona, una oportunidad de ser benevolente, compasivo, alegre y libre para con sus propios procesos, ritmos y expectativas; ser capaz de tolerar la incertidumbre, el fracaso y las exigencias propias del compromiso en su rol, es también un acto de amor propio; proceso básico que permitirá replicarlo en todas sus relaciones.
Ser psicoterapeutas en esta era puede ser entendido entonces, como una oportunidad personal y de servicio para permitirse experimentar el flujo amoroso en sí mismo y en sus relaciones más allá de lo terapéutico, comprendiendo que es este acto de abrir el corazón lo que define el compromiso de Ser Humanos, en su integridad espiritual viviendo una experiencia terrenal.
Por tanto y finalmente, reconocer las cualidades esenciales del amor nos ayuda a observar su presencia infinita, siendo el Amor en la Psicoterapia un paradigma más consciente de la relación terapéutica y sus alcances. Reconocer la Presencia en este terreno, es clave para que la relación terapéutica tenga lugar, favoreciendo los procesos de sanación y cambio en donde la figura del psicoterapeuta, es en estos tiempos, un posibilidad válida y genuina de integrar la espiritualidad en el camino de retorno a lo esencial por la vía del corazón.

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