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Paz y Ciencia

sábado, 27 de diciembre de 2014

Gula. Eneatipo 7



Si nos acusaran de ser golosos, probablemente no nos sentiríamos tan heridos como si nos dijeran que somos, por ejemplo, orgullosos, avaros, cobardes o lujuriosos. Y ésta es precisamente una de las dificultades de reconocer la patología de este carácter que el sistema del eneagrama llama "eneatipo 7" y que, según los diferentes autores, podría llamársele narcisista, epicúreo o hedonista, generalista, entusiasta, diletante o charlatán, planificador y soñador, en función del aspecto de la personalidad que consideren predominante. En cualquier caso, todas estas características le parecen al que las reúne "pecados veniales" odefectillos sin importancia, en comparación con el resto de los caracteres. Por ello, no es de extrañar el tipo Siete se tenga en alta estima y suela caer bien por el encanto que despliega. Sin embargo, como Narciso, que se ahoga en el agua enamorado de su imagen, el encantador acaba enredado en su propio encanto, convirtiéndose en un encantador encantado.
Estoy seguro de que todo el mundo conoce a alguien que siempre tiene soluciones para cualquier problema, al que ninguna situación le parece excesivamente grave, que puede explicarlo todo: el tipo de persona que racionalizará, explicará, pondrá una etiqueta o elaborará una generalización brillante con tal de no entrar en una emoción profunda, de no sufrir con el sentimiento del interlocutor. Nuestro personaje corresponde claramente a la tríada mental pero, mientras que el Cinco (avaro) reflexiona, calla y acumula su energía para tenerlo todo controlado, el Seis (miedoso) duda e imagina lo peor para estar preparado, el Siete envuelve a los demás con sus palabras y fantasea siempre un futuro mejor para huir de su angustia, del aburrimiento y del compromiso con cualquier cosa que considere monótona, limitadora y vulgar; es decir, casi todo lo que suponga esfuerzo constante, disciplina y limitación de opciones.
Quienes se hayan dominados por la pasión de la gula no son forzosamente comedores compulsivos o glotones de alimentos -aunque puede que en un bufé piquen un poco de todo para no perderse ningún sabor-, sino consumidores compulsivos de experiencias, amistades, libros, cursos, viajes, deportes..., aunque generalmente sin demasiada continuidad. Es difícil que un paciente con estas características dure mucho en una terapia. Normalmente acuden a ella como una vivencia más dentro de su largo currículo de terapeutas y recursos de desarrollo personal, que suelen degustar como aperitivos, pero que muchas veces no les alimenta, porque no se quedan el tiempo necesario para digerir. Para ellos, planificar, explicar, generalizar y soñar suelen ser los sustitutos del actuar, sentir, centrarse y, en definitiva, vivir el presente.
Con todos estos mecanismos de defensa bien pertrechados, es difícil que sufran conflictos frecuentes y suelen dar una apariencia de autosatisfacción y felicidad contagiosa, aunque, a veces, un tanto pretenciosa y superficial. Por ello, lo que a muchos encanta puede resultar insoportable para otros. Recuerdo, como si fuera ayer, la primera vez que me encontré con un grupo de "sietes" que intentaba cumplir una tarea terapéutica: la impresión era la de un corral con varios gallos que competían por la atención y el espacio verbal; pocas emociones manifiestas; mucho desacuerdo; bastante rebeldía que conducía a la desorganización y al caos; cierta agresividad contenida para evitar el desencadenamiento del conflicto latente; casi ninguna implicación existencial. Al final, pérdida de tiempo y frustración encubierta con la broma, el juego o la actitud compensatoria de "la próxima reunión saldrá mejor".
Vista la situación desde afuera y con el poso de lucidez que deja el tiempo transcurrido, la primera imagen que me viene es la de una reunión de niños grandes o adultos que no han querido crecer del todo. Una especie de reunión de muchos "Peter Pan", sin una Wendy que les dijera que ya habían pasado treinta o cuarenta años desde que jugaban a enfrentarse al Capitán Garfio y a volar con Campanilla. Los "golosos" siguen estancados en una infancia que, a pesar de las carencias y limitaciones de toda niñez, siempre recuerdan como una infancia fundamentalmente feliz y sin problemas mayores. Tal vez sea éste uno de sus principales encantos: su jovialidad, su eterna juventud y entusiasmo por todo lo nuevo, que encubre un gran concepto de sí y una cierta rebeldía ante todo lo establecido.
De ella no se libran ni los maestros espirituales, pues, aunque se pueda llegar a trascender el carácter básico, siempre quedan rasgos que delatan de dónde se partió. Es fácil comprobarlo, por ejemplo, en "Vislumbres de una infancia dorada" (Gaia, 1996), autobiografía de Rajneesh, conocido por Osho, uno de los guías más brillantes y controvertidos de este siglo. Él la dictó a lo largo de sus sesiones con su dentista como un juego lúdico. No tiene desperdicio desde la óptica del eneagrama: "He renunciado incluso a la iluminación, a la que no había renunciado nadie antes que yo... No tengo religión, ni país ni casa. Todo el mundo es mío. Seguiré siendo un rebelde hasta que me quede el último aliento... Aunque no tenga un cuerpo, tendré los cuerpos de miles de mis amantes. Puedo provocarles; sabéis que soy un seductor y puedo meterles ideas en la cabeza para los siglos venideros. Es exactamente lo que voy a hacer. Mi rebelión no morirá con la muerte de este cuerpo. Mi revolución continuará más intensamente, porque entonces tendrá muchos más cuerpos, muchas más voces, muchas más manos para continuarla".

Jung, en sus "Tipos psicológicos" (Edhasa, 1991), lo calificaría de "intuitivo" que "no se encuentra nunca en el mundo de los valores aceptados de la realidad, sino que tiene un olfato agudizado para todo lo que es nuevo o está surgiendo... Ninguna razón o sentimiento puede refrenarle o asustarle como para hacerle perder una nueva posibilidad, aun cuando vaya en contra de todas sus convicciones anteriores... [pues] tiene su propia moral característica, que consiste en... someterse voluntariamente a su propia autoridad".
Otro Maestro contemporáneo, Ram Das, personifica también este eneatipo en la cantidad de actividades desarrolladas a lo largo de su vida. Antes de dedicarse a la búsqueda espiritual, Richard Alpert -su nombre de nacimiento- fue uno de los científicos pioneros en la investigación del LSD. En la India fue discípulo que siguió una vía devocional. Empresario de éxito, escritor de libros espirituales que marcaron un hito en su época, presidente de varias Fundaciones humanitarias, conferenciante, gurú aclamado por toda una generación, hace unos años decidió dedicarse fundamentalmente a cuidar a su padre enfermo y declaró públicamente su homosexualidad. Esta versatilidad es paradigmática en el "goloso", pero, mientras que en una persona con un gran trabajo interior cada etapa es auténtica, en alguien estancado en su afán de escapar de todo lo que le haga sufrir o le exija esfuerzo, cada cambio puede suponer sólo un mariposeo de flor en flor, sin libar hasta el final su néctar ni elaborar nunca la miel fantaseada.
Cuando el SIETE se queda sin estrategias por algún golpe duro de la vida, cae en un profundo pozo que puede manifestarse como una depresión aguda, de la que siempre huyó, pero cuya posibilidad latente intuía o temía. Lo que se vive como un auténtico mazazo, una pérdida de identidad y de control, una auténtica desgracia, puede ser en realidad una bendición: una de las pocas oportunidades de madurar, de avanzar y de cambiar la gula -como intento de llenar el vacío- por la introspección, el silencio y la aceptación de las luces y sombras de la vida.
El mejor ejemplo publicado de este tipo de procesos, tal vez sea el de Paco Peñarrubia, Director de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt: "Lo más importante que sucedió por entonces [en plena crisis] es que Claudio me habló del sufrimiento consciente... Para mí fue algo revelador. Nunca me había dado esa oportunidad de sufrir sin pelearme, sin evitar, respetándome esos sentimientos legítimos... Lo más desalentador era sentir que Dios no me escuchaba. Y luego ir viendo que el silencio de Dios era proporcional a mi ruido... Algunas veces me elevo, otras siento un profundo peso en la base del tronco: pura tierra, nada de volar... Soy un niño sentado a la puerta del corazón. Espero con paciencia, sin ansiedad. Puede abrirse en cualquier momento. Sé que Dios pasa por mi calle de vez en cuando. Y espero tranquilo, por si viene".

Gula-Hedonismo-Capitalismo

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