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Paz y Ciencia

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Erickson: su trabajo en un esbozo


Erickson nació en 1901 en Aurum, una pequeña ciudad -ya desaparecida- de Nevada. Su familia, conformada por sus padres, siete hermanas y un hermano, emigró a Wisconsin, donde sus padres tenían una granja y toda la familia participaba en los trabajos.
Erickson acumulaba una serie de déficits físicos: era daltoniano, no distinguía los colores (el único color que podía reconocer como tal y que, por tanto, apreciaba desmesuradamente era el púrpura; le hubiera gustado rodearse de objetos de este color: teléfono, paredes del cuarto de baño, pijamas, etc.) y padecía sordera tonal. A esto hay que añadir que cuando Erickson cumplió los dieciséis años, sufrió su primer ataque de polio. Según los médicos, el joven  no sobreviviría y en el mejor de lo casos, no podría caminar nunca más.
Permaneció en cama, incapaz de mover el menor músculo y sin sensación corporal alguna; lo único que podía mover todavía eran los ojos y, felizmente, el oído no se había visto afectado. Ya que el joven Erickson no podía determinar dónde estaban sus brazos o sus piernas en la cama, se dedicó durante horas a tratar de localizar sus extremidades, acechando la menor sensación de una mano, un pie o un dedo, por lo cual se volvió particularmente atento a los movimientos. Para matar el aburrimiento postrado en la cama, empezó a observar cuidadosamente a la gente y su entorno, comprendiendo la importancia del lenguaje no verbal y corporal de sus hermanas. Entendió que sus hermanas podrían decir “no” cuando pensaban “sí” y viceversa.
Se volvió, así, muy atento a los movimientos, incluso pequeñísimos, de su propio cuerpo, movimientos que intentaba entonces amplificar. Observaba a los bebés que aprenden a caminar para descubrir el encadenamiento de sus movimientos, la coordinación de sus esfuerzos, el modo cómo el peso del cuerpo se reparte sobre miembros, etc. Y de ahí sacó lecciones tanto para su propia reeducación como para su trabajo en psicoterapia.
Con lo que había aprendido, desarrolló un manejo adecuado de los músculos que la polio le había dejado servibles y aprendió a caminar cojeando con la mínima tensión posible. Pero esto también le hizo consciente de los movimientos físicos y de cómo la gente utiliza pequeños indicadores o movimientos de adaptación, que se vuelven reveladores para quien los observa. Dentro de nuestra comunicación es fundamental el movimiento corporal.
Debido a su sordera tonal, centró su atención en los elementos relacionales más que en el contenido del discurso verbal. Como él mismo aseguraba, muchos patrones del comportamiento en una persona están reflejados en el modo como la persona dice algo, más que por lo que dice.
En menos de un año fue capaz de caminar con muletas. Empezó entonces sus estudios de medicina. Sus primeros contactos con la hipnosis tuvieron lugar en sus cursos en la Universidad de Wisconsin, donde el doctor Clark L. Hull acudió para hacer una demostración. Milton quedó fascinado y se ejercitó en las técnicas hipnóticas con todo el que se prestó a servir de cobaya: sus condiscípulos, sus amigos, los miembros de su familia, etc. Al año siguiente, asistió a un seminario con Hull, durante el cual la mayor parte del tiempo estuvo dedicada a analizar las experiencias del joven Erickson.
Después de su primer año de universidad, un médico le aconsejó hacer la mayor cantidad de ejercicio físico posible, al aire libre y sin cansar demasiado las piernas. Erickson decidió entonces hacer un viaje en canoa durante las vacaciones del verano (Wittezaele y García, 1994). Este viaje, sin lugar a dudas, reflejó la personalidad de Erickson. Se procuró una canoa de cinco metros de largo y vestido solamente con un traje de baño, un mono y un pañuelo anudado en la cabeza a guisa de sombrero, se lanzó a la aventura.
Por provisiones disponía de un saquito de judías, otro de arroz y algunos utensilios de cocina, además de dos dólares y treinta y dos centavos para comprarse productos suplementarios. Con estas provisiones pasó de junio a septiembre viajando en el lago de Madison, descendiendo el Yahara, el río Rock, el Mississippi, hasta unos pocos kilómetros de San Luís, y después volvió al río Illinois, luego hacia el río Rock y hasta Madison. Así que, para el final del verano, había recorrido casi dos mil kilómetros prácticamente sin dinero ni alimentos, sin tener en las piernas la fuerza suficiente para transportar su canoa alrededor de las presas que le bloqueaban el camino y tan débil al principio que sólo podía remar unos pocos kilómetros en el sentido de la corriente para no quedar completamente agotado. Pero su periplo lo transformó físicamente: su pecho aumentó en quince centímetros, era capaz de nadar sin respiro durante más de un kilómetro y medio y de remar a contracorriente desde el amanecer hasta el crepúsculo. Al final, también conseguía transportar su canoa por sí mismo para pasar las presas.
Sin embargo, en 1952 sufrió un nuevo ataque de polio que le dejó parcialmente paralizados el brazo y el lado derechos. Como, además, padecía numerosas alergias, le aconsejaron que se instalara en un lugar desértico, por lo que se fue a vivir a Phoenix, Arizona. Allí crió a los tres hijos que había tenido de un primer matrimonio, así como los otros cinco que tuvo con su segunda esposa, Elizabeth.
Erickson nunca vivió en la opulencia, a pesar de tener una reputación cada vez mayor en los medios de la hipnosis clínica. Desde los años cuarenta, la revista Life se interesó por sus trabajos y cuando Margaret Mead buscó un experto que pudiera explicarle las convergencias entre los trances de los balineses y los trances hipnóticos, se dirigió a él. En los años cincuenta, participó en una de las conferencias Macy y le confiaron la redacción del artículo sobre la hipnosis para la Encyclopaedia Britannica. Colaboró también con Aldous Huxley quien, por medio de la hipnosis intentó descubrir algunos recuerdos precoces, así como explorar los mecanismos de la creatividad.
En 1953, Jay Haley y John Weakland comenzaron sus visitas semanales a Phoenix, dentro de su investigación sobre las paradojas en la comunicación. Haley fue el primer gran difusor de las técnicas brillantes de Erickson. Como consecuencia de estas numerosas publicaciones, Erickson fue cada vez más célebre, hasta terminar su vida como el “gurú de Phoenix”.
En esa época, Milton Erickson vivía en una casa modesta y recibió a sus pacientes en un minúsculo despacho. Su salón le sirvió de sala de espera y sus pacientes se mezclaban con la vida familiar y con los numerosos niños, todavía de corta edad, que circulan por toda la casa. Erickson no buscaba ni la gloria ni el dinero; cobró una módica suma tanto a sus alumnos como a sus pacientes. Casi no estableció diferencia entre la terapia, la supervisión y la enseñanza: utilizó las mismas técnicas de influencia. Para él, un cambio era un cambio y la terapia era sólo un aprendizaje, como los otros.
Jeffrey Zeig, uno de sus alumnos, fue testigo de las dificultades físicas y de los sufrimientos que marcaron el final de la vida de Erickson. Tenía que pasar por largas horas de autohipnosis cada mañana para poder continuar con su trabajo por la tarde. Después de una nueva crisis, incluso tuvo que volver a aprender a hablar; el maestro de las entonaciones de voz difícilmente conseguía comunicarse. En 1980, Zeig decidió rendir un homenaje a Erickson organizando el Primer Encuentro Internacional de Hipnosis Ericksoniana. Sin embargo, Erickson nunca asistió a esta consagración de su larga carrera, pues falleció ese mismo año.
La terapia según Milton Erickson II
Como hemos visto, los hechos vitales que marcaron la existencia de Erickson fueron muy especiales y, por ello, definieron su especial acción terapéutica: un ejercicio clínico novedoso y diferente de todo lo que existía en su momento (la terapia psicoanalítica o la terapia conductual), que no se encuadraba ni limitaba a modelo teórico alguno y que estaba basada en la novedad, la creatividad, la comprensión del otro y, sobre todo, la importancia del cambio.
Su excéntrica forma de hacer terapia le llenó de magia y misterio. Llegó a ser llamado “gurú”, “genio loco”, un “brujo de la hipnosis” y demás apelativos que trataban de describir el desconcierto ante su particular forma de manejar los casos.
Pero, para situarnos en contexto, es necesario narrar algunos conocidos procesos terapéuticos de Erickson y pasar posteriormente a la disección de su estrategia terapéutica.
El primer caso tiene que ver con un joven (Wittezaele y García, 1994) que, al  presentarse en la consulta, expuso sus dos problemas al terapeuta. Aunque se quejaba de una pérdida de peso constante, su preocupación se fundamentaba, sobre todo, en el segundo: su esposa y él no habían podido todavía consumar su matrimonio celebrado nueve meses antes. De hecho, su esposa le prometía cada noche que aceptaría las relaciones sexuales, pero, al primer movimiento de su marido para acercarse a ella, entraba en un estado de pánico y le rogaba esperar hasta el día siguiente. Él acababa por preguntarse si conseguiría él mismo tener una erección a pesar de su deseo desbordante. ¿Cómo podría el terapeuta ayudarles?
Se concertó una cita para ella. Debía presentarse en casa del terapeuta sabiendo que había de estar dispuesta a hablar, sobre todo de su desarrollo sexual desde la pubertad. La esposa acudió a la entrevista y, a pesar de su gran turbación, contó su historia. Explicó su comportamiento por “un terror incontrolable” que la superaba completamente. Relacionó vagamente su miedo con su educación moral y religiosa. Durante la conversación sacó una libreta de notas en la que estaba anotado cuidadosamente el día y la hora del comienzo de cada período menstrual. Examinando la libreta, se observaba que durante los diez últimos años, había tenido sus reglas cada treinta y tres días entre las 10 y las 11 de la mañana; ni una sola vez había tenido la regla prematuramente (a veces, un pequeño retraso). Su próxima regla estaba prevista para diecisiete días más tarde. A la pregunta: “¿Quiere recibir ayuda para su problema conyugal?”, respondió: “Sí”, apresurándose a añadir, en un estado de pánico evidente: “¿Podemos esperar hasta mañana?”; Erickson la tranquilizó afirmando varias veces que la decisión sólo le correspondía a ella.
Después de esta conversación, Erickson indujo un trance hipnótico durante el cual le hizo varias sugestiones encubiertas en una larga perorata. Le dijo, substancialmente: “Con asombro por su parte, podría encontrarse, e incluso es probable que se encuentre frente a la desaparición súbita de su miedo y, sin que pueda sospecharlo, esto le permitirá cumplir su promesa antes de lo previsto”.
Se hizo entonces entrar al marido, a quien se le aseguró que en la noche siguiente tendría relaciones sexuales con su esposa. El marido telefoneó al día siguiente para decir que su esposa, al regresar de la entrevista, había tenido la regla: ¡con un adelanto de diecisiete días! El terapeuta lo tranquilizó diciéndole que esto era muestra del deseo sexual que su esposa sentía por él y citó a la pareja para una entrevista inmediatamente después de la regla.
El día de la consulta, Erickson recibió primero a la esposa y le indujo un trance. Le dijo que la consumación del matrimonio debía tener lugar -y que tendría lugar- dentro de los diez días siguientes. Esto sucedería la noche del sábado, o la noche del domingo, pero él prefería que fuera el viernes por la noche. Continuó entonces pasando revista incansablemente a los diferentes días en que podría tener lugar la consumación, señalando siempre su clara preferencia por el viernes por la noche. La despertó entonces y le repitió sus palabras. Recibió entonces al marido, a quien le pidió que permaneciera pasivo, que no hiciera ningún intento y que incluso evitara responder demasiado rápidamente a los de su esposa.
El viernes siguiente, el marido estaba al teléfono: “Ella me ha pedido que le diga lo que sucedió ayer por la noche. Ocurrió tan pronto que ni siquiera me di cuenta de lo que me caía encima. Prácticamente me violó. Y me despertó antes de la medianoche para repetirlo. Esta mañana, se reía. Cuando le he preguntado: “¿Por qué?”, ella ha insistido en que le telefonee para decirle que no era viernes. Le he dicho que precisamente hoy es viernes. Pero ella simplemente se ha reído y ha añadido que usted comprendería eso de que no era viernes”.
Otro ejemplo (Haley, 1997) es el caso de un doctor ya mayor, un hombre extremadamente rígido en sus comportamientos, que acudió a Erickson para recuperarse de un miedo a los ascensores. Este médico trabajaba en un hospital en el quinto piso. Siempre había subido por las escaleras, a pesar de que los ascensores eran maneados por una competente mujer joven y eran lugares seguros. Se estaba volviendo viejo y frágil, y no podía continuar subiendo por las escaleras.
Erickson fue al hospital con el anciano médico y observó los ascensores con él. Dado que el doctor podía entrar y salir de los ascensores, Erickson eligió un ascensor y le pidió a la joven ascensorista que lo mantuviese en ese piso. Hizo que el doctor entrase y saliese del ascensor, y el doctor demostró que podía hacerlo. Erickson pidió al doctor que entrase y saliese una vez más. Esta vez, cuando el doctor entró la ascensorista cerró la puerta. Ella le dijo. “No puedo controlarme, siento un irrefrenable deseo de besarle“. El mojigato médico le contestó. “Aléjese de mí, compórtese“. La joven mujer dijo, “Siento impulsos de besarle”. El doctor contestó, “¡Abra este ascensor ahora mismo!” Ella pulsó la palanca y el ascensor comenzó a subir. Entre los pisos ella volvió a parar el ascensor y le dijo. “Estamos entre dos pisos, nadie puede verme besarle”. “Ponga en marcha este ascensor replicó el doctor”, y ella lo hizo. El miedo del doctor a tomar un ascensor terminó con una sola intervención.
Un tercer ejemplo es un caso muy conocido que cita Haley (1997). Una madre acudió a Erickson y le dijo que su hija adolescente se había retirado del mundo y que no podía dejar la casa ni ir a la escuela ni a ningún sitio. Tenía la idea de que sus pies eran demasiado grandes y que no debía mostrarlos en ningún lugar. En aquella época, un terapeuta estaba incapacitado por la regla de que solamente deben verse los clientes en la consulta. Algo típico de Erickson era que siempre hacía lo que tenía que hacer dentro de los límites de su fortaleza. Acudió a la casa por dos razones obvias: una, que la chica no iría a su despacho, y dos, Erickson quería ver el tamaño de sus pies. Erickson observó que los pies de la niña eran de un tamaño normal. Usó la excusa de que su madre no se encontraba bien y que como médico le hacía una visita a domicilio. Examinó a la madre y entonces le pidió a la hija que le ayudase estando detrás de él sosteniendo toallas, o cualquier cosa que pudiese necesitar, hasta que la niña estaba justo detrás de él, y dando un paso hacia atrás la pisó tan fuerte como pudo, hasta que la niña gritó de dolor. Erickson se giró y le dijo agriamente “si tus pies fueran lo suficientemente grandes como para que un hombre pudiera verlos, no te hubiera pisado”. Continuó examinando a la madre mientras la hija parecía pensativa. Más tarde, la madre le llamó a Erickson y le dijo que su hija le había preguntado si podía salir a ver una película y posteriormente salió. Al día siguiente fue al colegio. El problema estaba superado.
Para finalizar, vamos a narrar el caso de una joven inhibida que era fóbica a la relación sexual. La hipótesis era que la madre la había asustado con discursos para prevenirla contra el sexo; siendo todavía niña la madre murió. Erickson hizo regresar a la mujer a su infancia, a un tiempo donde la madre le había dado las advertencias que la habían asustado. Entonces le habló de cómo las madres advierten de tal forma que sólo  cubren partes de un problema y ellas mismas, más tarde, ofrecen una enseñanza más completa cuando saben que sus hijas están lo suficientemente maduras para recibirlas y entenderlas. Cuando Erickson llevó a la joven atrás en el tiempo, cuando su madre le asustaba con aquellas advertencias, primero demostró estar de acuerdo con lo que la madre le había dicho. Entonces, discutió con la joven lo que su madre le hubiese dicho acerca del sexo en el futuro, si hubiese vivido. La hija entonces hubiese sido lo suficientemente madura como para hacer juicios correctos en relación con el sexo y su madre le hubiese hablado de aspectos positivos del mismo. Su desafortunada muerte le impidió a la madre poder completar la educación de su hija. Ahora la joven mujer estaba preparada para aceptar lo que Erickson podía darle: una visión más positiva del sexo que la madre le hubiera dado si la mujer hubiera vivido.
Como podemos darnos cuenta, estas estrategias terapéuticas no son nada ortodoxas, nada “esperables” ni tradicionales a ninguna línea de acción clínica, ni a ningún modelo psicológico aplicado por la época en que Erickson empezó a ser terapeuta.
Modelo terapéutico
¿Cómo podemos definir, clasificar o entender este estilo terapéutico? Para entender el modelo terapéutico bajo el cual actuaba Erickson, es necesario partir de una conclusión fundamental: la estrategia terapéutica de Erickson era totalmente original para su época.
Con esto quiero decir que Erickson no partía de influencias reconocibles de otros autores, al estilo de mentores o maestros, ni había deducido su manera de actuar de alguna escuela psicológica o terapéutica. Cuando Erickson inició su recorrido por la terapia, la gran escuela que influyó en la terapia fue el psicoanálisis y, obviamente, él no hacía parte de sus filas, como tampoco lo hizo del posterior movimiento  conductista. Para Erickson, el pasado no era la clave para solucionar el conflicto. El pasado, según sus palabras, no se puede cambiar, y aunque se pueda explicar, lo que se vive es el hoy, el mañana, la próxima semana, y eso es lo que cuenta.
Digamos que fue lo suficientemente intuitivo, observador, disciplinado e independiente como para crear su propia estrategia de acción a partir de la hipnosis. Sin embargo, no podemos reducir su accionar terapéutico a la hipnosis, pues a medida que pasaba el tiempo disminuyó cada vez más su utilización, dándole más relevancia a la metáfora y al lenguaje imperativo.
Para Erickson, aprender la hipnosis era ante todo aprender a observar al otro, a comprender su visión del mundo, a seguirlo paso a paso de manera que se puedan utilizar todas estas informaciones para ayudar al paciente a comportarse de otro modo (Wittezaele y García, 1994). Por lo tanto, podemos entender que en la visión de Erickson, la hipnosis no es el punto clave, es una herramienta más para llegar al punto clave: el cambio a través de la influencia interpersonal.
Su gran capacidad de observación y estudio del lenguaje no verbal de las personas, a partir de la inmovilidad que le produjo su enfermedad, el conocimiento que le brindó el aprendizaje de la hipnosis para influir en el comportamiento del paciente, y su autonomía como creador de un proceso terapéutico no influenciado por escuela de pensamiento alguno, produjo lo que ya hemos visto, como excepcional e incluso “milagroso”, en cuanto a la curación de algunos problemas de sus pacientes.
¿Cómo podemos configurar el enfoque ericksoniano? Tal vez debamos partir de entender que gracias a su capacidad de observación, su imperiosa premisa era resolver el problema, pero sin recurrir a recetas, por lo cual contaba con la paciencia y minuciosidad como para enfrentar cada problema de forma diferente; era tan original en la forma de abordar sus casos, que esto hacia tremendamente difícil transmitir lo que sabía, crear escuela, si se quiere.
Si quisiéramos reconocer los pilares de su estrategia terapéutica, tal vez deberíamos seguir a Jeffrey Zeig (1985, en Wittezaele y García, 1994), quien propone los siguientes puntos:
- No tener ideas preconcebidas sobre el paciente
Este punto subraya la importancia de la observación y, sobre todo, de la no clasificación clínica. Esto implica una compresión más certera de la problemática y permite huir de la estrechez de la clasificación para centrarse únicamente en el universo del paciente.
- Pretender un cambio progresivo
Su meta era lograr objetivos concretos para futuros próximos. El terapeuta no puede aspirar a controlar todo el proceso de cambio del paciente, solo lo inicia, posteriormente éste sigue su camino, es como una bola de nieve que rueda por una montaña convirtiéndose en una avalancha que, sin embargo, se adapta a la forma de la montaña. Para Erickson, la tarea del terapeuta no consistía en definir una patología, ni en permitir una toma de conciencia, ni en dirigir la vida de una persona.
- Establecer el contacto con el paciente en su propio terreno
Esta idea no sólo tiene que ver con la manera cómo Erickson salía de la consulta e intervenía en la calle o en la casa del paciente, tiene que ver también con el modo cómo el terapeuta debe entrar en contacto con el paciente, la forma de establecer una relación con él. Desarrollar la escucha y dejar a un lado las interpretaciones, con el fin de poder comprender las particularidades de cada paciente. Escuchar al paciente implica no encasillarlo en un diagnóstico ni en una categoría teórica, implica entender su mundo para entrar en él. Esto supone  un trabajo intenso, largas horas de reflexión y paciencia, y Erickson lo demostró tajantemente cuando empezó a hablar el idioma incoherente del paciente esquizofrénico y a comunicarse con él en sus mismos términos. Hablar el lenguaje del paciente implica no sólo las palabras o su sintaxis, sino entender su esquema de valores, la imagen que tiene de sí misma y del mundo que le rodea, sus miedos y cómo enfrenta los conflictos, entendiendo lo que dicen y también lo que quieren decir.
Si la persona estaba acostumbrada a que le trataran de una forma dura, Erickson trataba al paciente de tal forma, era su manera de llegar a contactar con él, era necesario para la comunicación.
- Crear situaciones en las que las personas puedan darse cuenta de su propia capacidad para modificar su manera de pensar
Para Erickson era fundamental permitir al paciente reconocer sus capacidades situándolo en un marco en el que éstas puedan manifestarse. Por lo tanto, había que dejarle control al paciente de la situación y motivarle para que ejerciera el cambio. Algo que hizo magistralmente en el caso de la pareja que no podía tener relaciones sexuales.
También era típico de Erickson salir del contexto de la consulta y utilizar personal auxiliar cercano o no al paciente para ayudarle a implementar su acción terapéutica.
Erickson utilizaba el insight aunque de forma diferente al enfoque psicodinámico.  Erickson nunca ayudaría a un chico enclenque a darse cuenta de que estaba celoso de su hermano, pero sí le ayudaría a descubrir que era rápido y mucho más ágil que su grande y musculoso hermano. El enfoque educacional de Erickson enfatizaba el descubrimiento del lado positivo (más que del negativo) para producir el insight en el paciente.
Erickson no se concentraba en traumas pasados, se concentraba en un cambio mediante una acción en el presente. Se centraba detalladamente en los síntomas; ofrecía cambios en sus pacientes sin su conciencia. Influir sobre la persona sin que ella supiera que se le estaba influyendo. Por ello, utilizaba muchas sugestiones fuera de la conciencia del sujeto. Lo hipnotizaba, le daba sugestiones y les provocaba amnesia para que el efecto se desarrollara sin la conciencia del paciente.
Erickson utilizaba el moldeamiento de la conducta y usaba técnicas que ahora se pueden interpretar como conductuales, y mucho antes de que se descubriesen las terapias del aprendizaje, pero no era conductista en el sentido estricto de la palabra, según Haley no utilizaba el refuerzo positivo como se suele hacer en terapia.
Erickson nunca se definió a sí mismo como un terapeuta familiar, gestáltico, grupal, psicodinámico, Rogeriano o existencial. Al parecer no quería ser clasificado, pues deseaba maximizar su libertad de acción: ver pacientes con una amplia gama de recursos y enfoques diferentes.
No basaba sus ideas en la teoría psicodinámica ni usaba la herramienta básica de ese enfoque, la interpretación inconsciente. Tampoco de la terapia de la conducta, ni usaba su herramienta principal, el refuerzo positivo explícito. No aceptaba la teoría sistémica familiar y su idea básica de que el comportamiento de cualquier miembro en un sistema es el producto del comportamiento de otro miembro.

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