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Paz y Ciencia

miércoles, 15 de agosto de 2012

Manuel Acuña: Un Mito Mexicano



MANUEL ACUÑA

Ante un Cadáver


¡Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha

donde el gran horizonte de la ciencia

la extensión de sus límites ensancha.



Aquí, donde la rígida experiencia

viene a dictar las leyes superiores

a que está sometida la existencia.



Aquí, donde derrama sus fulgores

ese astro a cuya luz desaparece

la distinción de esclavos y señores.



Aquí, donde la fábula enmudece

y la voz de los hechos se levanta

y la superstición se desvanece.



Aquí, donde la ciencia se adelanta

a leer la solución de ese problema

que solo al anunciarse nos espanta.



Ella, que tiene la razón por lema,

y que en tus labios escuchar ansía

la augusta voz de la verdad suprema.



Aquí está ya... tras de la lucha impía

en que romper al cabo conseguiste

la cárcel que al dolor te retenía.



La luz de tus pupilas ya no existe,

tu máquina vital descansa inerte

y a cumplir con su objeto se resiste.



¡Miseria y nada más!, dirán al verte

los que creen que el imperio de la vida

acaba donde empieza el de la muerte.



Y suponiendo tu misión cumplida

se acercarán a ti, y en su mirada

te mandarán la eterna despedida.



¡Pero no!..., tu misión no está acabada,

que ni es la nada el punto en que nacemos,

ni el punto en que morimos es la nada.



Círculo es la existencia, y mal hacemos

cuando al querer medirla le asignamos

la cuna y el sepulcro por extremos.



La madre es solo el molde en que tomamos

nuestra forma, la forma pasajera

con que la ingrata vida atravesamos.



Pero ni es esa forma la primera

que nuestro ser reviste, ni tampoco

será su última forma cuando muera.



Tú sin aliento ya, dentro de poco

volverás a la tierra y a su seno

que es de la vida universal el foco.



Y allí, a la vida, en apariencia ajeno,

el poder de la lluvia y del verano

fecundará de gérmenes tu cieno.



Y al ascender de la raíz al grano,

irás del vergel a ser testigo

en el laboratorio soberano.



Tal vez para volver cambiado en trigo

al triste hogar, donde la triste esposa,

sin encontrar un pan sueña contigo.



En tanto que las grietas de tu fosa

verán alzarse de su fondo abierto

la larva convertida en mariposa,



que en los ensayos de su vuelo incierto

irá al lecho infeliz de tus amores

a llevarle tus ósculos de muerto.



Y en medio de esos cambios interiores

tu cráneo, lleno de una nueva vida,

en vez de pensamientos dará flores,



en cuyo cáliz brillará escondida

la lágrima tal vez con que tu amada

acompañó el adiós de tu partida.



La tumba es el final de la jornada,

porque en la tumba es donde queda muerta

la llama en nuestro espíritu encerrada.



Pero en esa mansión a cuya puerta

se extingue nuestro aliento, hay otro aliento

que de nuevo a la vida nos despierta.



Allí acaban la fuerza y el talento,

allí acaban los goces y los males

allí acaban la fe y el sentimiento.



Allí acaban los lazos terrenales,

y mezclados el sabio y el idiota

se hunden en la región de los iguales.



Pero allí donde el ánimo se agota

y perece la máquina, allí mismo

el ser que muere es otro ser que brota.



El poderoso y fecundante abismo

del antiguo organismo se apodera

y forma y hace de él otro organismo.



Abandona a la historia justiciera

un nombre sin cuidarse, indiferente,

de que ese nombre se eternice o muera.



Él recoge la masa únicamente,

y cambiando las formas y el objeto

se encarga de que viva eternamente.



La tumba sólo guarda un esqueleto

mas la vida en su bóveda mortuoria

prosigue alimentándose en secreto.



Que al fin de esta existencia transitoria

a la que tanto nuestro afán se adhiere,

la materia, inmortal como la gloria,

cambia de formas; pero nunca muere.



Historia del Pensamiento

Cuando a su nido vuela el ave pasajera

A quien amparo disteis, abrigo y amistad

Es justo que os dirija su cántiga postrera,

Antes que triste deje, vuestra natal ciudad.



Al pájaro viajero que abandonó su nido

Le disteis un abrigo, calmando su inquietud;

¡Oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido

durable cual mi vida será mi gratitud.



En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,

Mis versos, siempre tristes, pero los dejo así;

Porque pienso, a veces que entre sus letras quedo,

Porque al leerlos creo que os acordáis de mí.



Voy, pues, a referiros una sencilla historia,

Que en mi alma desolada, honda impresión dejó;

Me la contaron... ¿Dónde?... es frágil mi memoria...

Acaso el héroe de ella... o bien, la soñé yo.



Era una linda rosa, brillante enredadera,

Tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil.

Que era el mejor adorno de la feliz pradera,

La joya más valiosa del floreciente abril.



Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,

Pequeño, solitario, sin gracia ni color;

Pero miró a la rosa y respiró su aliento

Y concibió por ella el más profundo amor.



Mirando a su querida pasaba noche y día.

Mil veces ¡ay! le quiso su pena declarar;

Pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,

Que devoraba a solas su pena y su pesar.



A veces le mandaba sus tímidos olores,

Pensando que llegaba hasta su amada flor;

Pero la brisa, al columpiar las flores,

Llevábase muy lejos la pena de su amor.



El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,

Desoladoras lágrimas, de acíbar y de hiel,

Mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,

Y mientras más crecía, más se alejaba de él.



Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,

También él a la rosa al punto que la vio;

Pero él fue mas dichoso, pudo llegar hasta ella,

Le declaró su pena, y al fin la rosa amó...



¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,

Al ver correspondido a su feliz rival?

¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento

Al verse condenado a suerte tan fatal?



Después lo transplantaron; vivió en otras praderas

Indiferiencia, olvido y hasta placer fingió:

Miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,

Pero su amor constante y fiel compareció.



Por fin una mañana, estando muy distante,

El céfiro contóle las bodas del jazmín;

Él escuchó sonriente, y ciego y delirante,

loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.



Pero al siguiente día con lágrimas le vieron

las flores, e ignorando su oculto padecer,

«Tú lloras, pensamiento, tú lloras», le dijeron:

«No es nada, contestóles, es llanto de placer».



...................................................

Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,

acaso os entristezca pero la dejo así;

adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros

que la leáis a solas y os acordéis de mí.




Manuel Acuña (Saltillo, Coahuila, 27 de agosto de 1849 - Ciudad de México, 6 de diciembre de 1873) fue un poeta mexicano que se desarrolló en el estilizado ambiente romántico del intelectualismo mexicano de la época.






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