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Paz y Ciencia

sábado, 15 de mayo de 2010

Los sentimientos son siempre provocados

Los sentimientos son, en efecto, una provocación de un tipo particular que los objetos suscitan en el sujeto cuando éste entra en relación con ellos. No hay sentimientos en el vacío. Todos los sentimientos son "estimulados" por los objetos. Incluso el aburrimiento es un penoso sentimiento inherente a la incapacidad que el sujeto se reconoce en sí mismo para ser provocado, despertado sentimental y emocionalmente por los objetos. En el aburrimiento duradero, llamémosle crónico, es justamente la conciencia que el sujeto adquiere de la "desilusión" frente al mundo la que se constituye en el objeto provocador, y hace sufrir a veces hasta la desesperación, que es la manera como se experimenta a menudo el aburrimiento. El aburrimiento no aburre, sino que se siente como una forma de pesar (lo vemos en muchos depresivos, que nos aseguran que nada les interesa, que nada les ilusiona). La acedia, de que se hablaba en el medievo, era una especie de aburrimiento que acaecía entre los monjes a enclaustrados, y que se interpretaba como una singular apatía respecto del sentimiento religioso, como la incapacidad del monje para sentir en su relación con Dios. Ese apagamiento de la fe y esa incapacidad para provocársela eran los rasgos de la acedia (una de las acepciones de "acedar" es "disgustar", aunque ya en desuso).
Cada sentimiento supone, pues, una modificación del sujeto y del organismo en general, tras la relación con el objeto que lo estimula: en el organismo las modificaciones se traducen en alteraciones en la respiración, el ritmo cardiaco, la sequedad o humedad de las mucosas, la retención urinaria, etc; en el sujeto, por la manera en que experimenta (como vivencia) el sentimiento (a tristeza como desvalimiento,; la alegría como exaltación del sí mismo; el odio como deseo de destrucción del objeto odiado; el amor como ansia de posesión del objeto amado, etcétera). Los objetos, cuando los hacemos nuestros, no nos dejan indiferentes, nos provocan sentimientos de aceptación o de rechazo, pero un sentimiento al fin, de mayor o menor intensidadm y, por tanto una postura -la modulación a que hacía referencia- ante ellos. Advirtamos que tales objetos son, o bien objetos de la realidad empírica (entre los cuales se incluye el cuerpo del propio sujeto: el cuerpo propio es un objeto externo, y sobre él todos tenemos un sentimiento de placer o displacer, según lo aceptemos o lo repudiemos desde el punto de vista que sea, estético o fisiológico), o bien objetos de la realidad interior del sujeto, de su espacio íntimo (sus deseos, sus fantasías, sus actuaciones, la consideración acerca de su modo de ser, es decir, la imagen que el sujeto tiene de alguna parte o del conjunto de sí mismo).
Pero ¿cómo se constituyen los objetos en provocadores de tales sentimientos? Los objetos percibidos o representados son, para el sujeto, señales, sistemas emisores, que además de denotarnos qué son, nos sugieren inmediatas y mediatas connotaciones, están preñadas de significaciones (a partir de los recuerdos que deparan, de las asociaciones de los mismos a situaciones). Los objetos son sistemas semióticos muy complejos en cuanto son interiorizados por el sujeto. Ahora bien, ¿connotan os objetos o las connotaciones son nuestras? No puedo entrar en la discusión de este punto, pero recordaré que Aristóteles se preguntaba, y fue el primero a este respecto, si los objetos nos suscitan odio porque son odiosos, o son odiosos porque nos sucitan odio. Es la eterna cuestión de su los valores son objetivos o subjetivos. Es de suponer que se trata de lo segundo y que -concretados en el sentimiento de odio- lo que nos hace odioso un objeto es nuestro odio hacia él, las connotaciones que nos inspira. Sólo así se explica el hecho al que aludiré más adelante, a saber: un objeto antes amado es bruscamente convertido en objeto odiado. Los objetos son en sí mismos neutros: simplemente están. Por lo que el objeto denotado nos connota, procesamos un tipo de información merced a la cual reconocemos e interpretamos su sentido, su significación, y le proyectamos la cualidad, bien positiva (de simpatía, de aceptación, de amor) o negativa (de antipatía, repulsión, odio) que nos suscita. Todo ser humano tiene una organización sentimental que depende de dos factores fundamentalmente: 1.º De los tipos de sentimientos que pueden sernos provocados, es decir, del repertorio de sentimientos que posee (hay quien no cuenta en su organización con algunos sentimientos, por ejemplo, la envidia, el odio, el resentimiento; otros que no experimentan algunos sentimientos estéticos o éticos); 2.º En el supuesto de que se ame o se odie, de los objetos capaces de provocarlos: no todos amamos u odiamos las mismas "cosas".

Págs. 240-243. Carlos Castilla del Pino. "Conductas y Actitudes". Tusquets.

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