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Paz y Ciencia

martes, 23 de marzo de 2010

Sentimentalismo y niños díscolos


Decía Winnicott sobre el sentimentalismo. Se trata de una forma de cercenar la agresividad del infans, el niño necesita expresar su agresividad, Winnicott consideraba que la agresividad daba paso al gesto creador. La metapsicología de Winnicott cambió los cimientos de las escuelas de Melanie Klein y Anna Freud. La agresividad desempeña un papel significante. Cada niño tiene un temperamento y un carácter, esto es, una dotación biológica (temperamental) y un bagaje histórico y narrativo de su biografía. Algunos niños necesitan expresar la ira, si esto es penalizado en lugar de comprendido se está cerrando la posibilidad de entender qué lleva a ese chico a la frustración. La agresividad es un grito de denuncia, un gesto significante de desagrado, es una reacción ante un desajuste del environment. Los niños expresan difícilmente sus problemas en palabras y lo transmiten con el pasaje al acto (acting out). El sentimentalismo del que habla Freud es esa posición de moral recta según la cual no cabe la posibilidad en una familia de bien de expresar conatos de ira. No es propio de un muchacho sano o decente.
Sin embargo estos recorridos no siempre son apropiados, la agresividad es una vía de comunicación lícita. Estoy hablando de una agresividad en la que no se subyuguen derechos de otro, en ese caso estamos hablando de una tendencia antisocial que Winnicott derivaba como deprivación afectiva. Y es que cada muchacho necesita una cuota de afecto determinada, un sostén y una mirada de confianza de la madre.
En niños y adolescentes díscolos se da con relativa frecuencia el hecho de que los padres, generalmente la madre, transmite cierta desconfianza o al menos escepticismo en la evolución del hijo, quien ha sido controlado y vigilado mediante distintos elementos propios del sentido común pero bien ajenos al objetivo propuesto.
En ocasiones nos encontramos con adolescentes con problemas para expresar su tristeza, su agresividad, su frustración que actúan con lo que se llama "trastornos de conducta" o problemas académicos. Jose Antonio Marina, desde la filosofía y la educación escribió "La inteligencia fracasada" donde se expone con lucidez divulgadora que la inteligencia ejecutiva va en función de los "módulos afectivos".
En realidad, como comenta Emilce Dio Bleichmar, los padres no entienden que sus propios sentimientos, aquello que proyectan en el muchacho influye en los sentimientos de su hijo y en su propia conducta, por esto la desconfianza, el control y otras medidas de vigilar y castigar son vividas por el muchacho como una falta de "fe" en ellos y esto es absolutamente lacerante para una persona que tiene una dependencia relativa de sus padres y tantas esperanzas de que ellos le transmitan un cariño y una confianza incondicional.

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