Desde hace algunas décadas, la investigación en nuevos fármacos (en particular, desde el descubrimiento de la imipramina) ha cambiado el referente fundamental de la clínica psiquiátrica.
En realidad, en vez de estudiar los cuadros patológicos en sí mismos, se tiende a dar un lugar cada vez más decisivo en el diagnóstico a las respuestas obtenidas tras la administración de distintas substancias. Esto se hace a veces inconscientemente, otras veces de forma totalmente consciente. Así, el descubrimiento acerca de que determinados fármacos tienen efectos significativos en cuadros que anteriormente pertenecían a categorías clínicas distintas puede llevar, siguiendo una lógica bastante natural, a poner en cuestión los límites que separan a dichas categorías, o al menos a relativizarlos.
Desde el psicoanálisis, tanto para la indagación de las causas como para encauzar el tratamiento se da prioridad al síntoma, fenómeno más estructurado que el estado de ánimo que puede acompañarlo.
La "medicalización" de la sociedad, la reabsorción de la psiquiatría como una rama más de la medicina, la equiparación entre enfermedad orgánica y trastorno mental y entre los diferentes trastornos mentales entre sí, la negación de la frontera cualitativa entre estructuras desde supuestos antisegregacionistas, son algunos de los factores que están influyendo en la difuminación de las diferencias fundamentales entre los grandes dominios de la clínica mental clásica.
Ahora bien, hay que advertir que el propio Freud fue avanzando a medida que se lo permitía, y a la vez se lo exigía, la experiencia concreta con sus pacientes. Freud conocía de entrada, a la perfección, la nosología psiquiátrica, por lo que la distinción entre neurosis y psicosis le era familiar y constituía para él un punto de referencia. Sin embargo, dado que se encontraba inmerso en el proceso de construir (o reconstruir) desde cero el edificio de la clínica a partir de una nueva experiencia, la del inconsciente, no dio por sentado el alcance exacto de la mencionada distinción, a la espera del momento de poder fundarla en razón. Dicho de otra manera, Freud conocía muy bien la diferencia entre una neurosis y una psicosis, pero lo que le importaba verdaderamente era conocer cuál era el mecanismo en virtud del cual un neurótico tenía síntomas neuróticos y un psicótico, síntomas psicóticos, es decir el mecanismo inconsciente capaz de justificar las diferencias entre ambos tipos de síntomas. Y, de entrada, no consideraba obvio a qué nivel se podían situar las diferencias en los mecanismos causales respectivos. De ahí que, en una primera etapa de su obra, se aprecie la tendencia a poner en serie neurosis y psicosis, como se ve por el término mixto que acuñó, el de "psiconeurosis".
La clínica estructural parte de tres grandes ámbitos de trastornos, fenómenos o síntomas que se definen como estructuras clínicas y que corresponden a las neurosis, las psicosis y las perversiones, dominios que contienen, a su vez, una variedad de diferenciaciones internas.
Entre Neurosis y Psicosis la diferenciación estructural es neta: el neurótico dispone de una serie de referencias simbólicas, leyes suficientemente reguladas como para poder orientarse en un mundo compartido y que le permiten dar un sentido a la vida y a las relaciones con los demás; el psicótico, cuando delira, habita ese delirio propio, único, y que ha tenido que organizarse para reconstruir un mundo desmoronado.
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