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Paz y Ciencia

domingo, 21 de marzo de 2010

Carlos Nemirovsky

Pongo algunos fragmentos de especial interés de su artículo citado abajo.


Las perspectivas de Winnicott y de Kohut en el psicoanálisis
Publicado en la revista nº007
Autor: Nemirovski, Carlos



Resumen

Es este un trabajo acerca de las perspectivas derivadas de las ideas fundamentales de D. Winnicott y H. Kohut. No analiza en forma sistemática los aportes, sólo intenta señalar lo medular de sus contribuciones al psicoanálisis, así como algunas de sus semejanzas y de sus diferencias.

Las patologías que nos interrogan en nuestros días (especialmente los esquizoides y los borderlines) se gestan en los desencuentros y en las separaciones -se nutren de ausencias- quitándole a la histeria el privilegio que había adquirido en el siglo pasado. Muchos sufrimientos psicológicos del hombre a partir de la postguerra, son como consecuencia de no poder hallar con facilidad la presencia o la disponibilidad de un semejante, la comprensión, el encuentro, la cooperación intergeneracional, el respeto a la intimidad, que en plena sociedad posindustrial rehuyen tanto más que en la época de la modernidad freudiana.

Los autores precitados y algunos de sus contemporáneos, comienzan a preocuparse por el individuo que produce el medio urbano de hoy y ello se refleja en las búsquedas que los orientan.

Conocer distintos esquemas referenciales teóricos permitirá sin duda intentar ir más lejos en los planteos de buscar nuevos modelos, más abarcativos, sin reducir, en lo esencial, las propuestas originales de cada autor. No sólo será de utilidad evitar reduccionismo dentro del campo del psicoanálisis, sino establecer (como parece hacerlo necesario la clínica de los pacientes que hoy vemos, cada vez más complejos) lazos respetuosos y productivos con la psiquiatría, las neurociencias, con otras psicologías, la antropología y la sociología con las que tendremos que dialogar y enriquecernos.


"El futuro no es lo que era".

(Anónimo norteamericano, 1977)

"Sería agradable poder aceptar en análisis solamente a aquellos pacientes cuyas madres, al comienzo y durante los primeros meses de vida, hubiesen sido capaces de aportar condiciones suficientemente buenas. Pero esta era del psicoanálisis se está acercando irremisiblemente a su fin".

Winnicott (1955)

"...en contraste con la estructura de personalidad de los pacientes de fin de siglo, cuyo examen llevó a Freud a concebir una psique dicotomizada y más tarde a hablar del conflicto estructural, la organización de la personalidad prevaleciente en nuestro tiempo no está tipificada por la simple escisión horizontal que provoca la represión. La psique del hombre moderno, aquella que describieron Kafka, Proust y Joyce, está debilitada, fragmentada en múltiples partes (escindida verticalmente) y carente de armonía. De ello se desprende que no podremos comprender en forma adecuada a nuestros pacientes y explicarnos lo que a ellos les ocurre, si pretendemos hacerlo con la ayuda de un modelo de conflictos inconscientes no apto para ello"

Kohut (1984)

Conceptos históricos, conceptos recientes




“El orden que imagina nuestra mente -nuestras teorías- es como una escalera, que se utiliza para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido.”

U. Eco, “El nombre de la rosa”




Freud define en 1922 los “pilares básicos de la teoría psicoanalítica”, señalando que ellos son:


“El supuesto de que existen procesos anímicos inconscientes; la admisión de la doctrina de la resistencia y de la represión; la apreciación de la sexualidad y del complejo de Edipo: he aquí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases de su teoría, y quien no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los psicoanalistas”.


Tantos años después, y desde el extendido psicoanálisis actual, difícilmente podamos coincidir con estas palabras sin necesitar agregarle aditamentos y especialmente, aclaraciones. Hoy, seguramente, no admitiríamos una única definición. Quizá, no debiéramos empeñarnos en buscarla. Podremos sólo intentar establecer aquello que compartimos, lo que define nuestro quehacer y nos diferencia de otros profesionales. Pensamos que este estado “deliberativo” de nuestra disciplina nos puede llevar a aceptar aquella aporía tan inespecífica, aunque a veces necesaria: “psicoanálisis es aquello que hace un psicoanalista”. Obviamente no se satisface así nuestra preocupación por conseguir delimitar el amplio espectro psicoanalítico, así es que pacientemente debemos seguir trabajando conceptos básicos.

Encontraremos entonces, que sexualidad infantil, transferencia y represión no son términos unívocos, y seguramente agregaríamos otros términos, otros conceptos, que solicitan nuestra dedicación y esclarecimiento: quizá hoy podríamos definir la disociación, las transferencias psicóticas, las transferencias narcisistas, y así sucesivamente, amén de discutir conceptos como el de sexualidad (¿restringida o ampliada?, ¿primaria o secundaria a ciertas necesidades?) o polemizar acerca del hasta entonces central Complejo de Edipo (¿temprano, tardío o tomaremos la propuesta de Kohut de “fase edípica”, por la que transita el self en desarrollo cuando todo marcha bien?).

El replanteo también podría provenir desde el vértice de las neurociencias y desde allí, podríamos revisar los trastornos hipocondríacos y algunas órgano-neurosis de las que solíamos decir que “no reconocen lesión orgánica alguna”, mientras en la actualidad no estaríamos tan seguros de afirmarlo.

En fin, frente a la complejidad de los diversos desarrollos científicos, pareciera que definiciones acerca de las nociones básicas del psicoanálisis resultan escasamente abarcativas o podrían ser cuestionadas desde varios ángulos. Más que definir nuestra disciplina desde las diversas teorías, necesitamos y quizá con cierta urgencia, conceptualizaciones que abarquen los nuevos fenómenos clínicos derivados de los pacientes que hoy asistimos. En frecuentes charlas de colegas nos preguntamos con qué conceptos teóricos nos podríamos explicar fenómenos tan inefables (como asimismo tan corrientes, en nuestra post-modernidad) como los que nos cuentan nuestros pacientes entre perplejos y angustiados, que se perciben “anestesiados”, “irreales”, “vacíos”, “extrañados”, “inexistentes”, “transparentes”, etc. Quizá con atenta escucha empática podríamos comprenderlos, pero no parece factible todavía, que alguna de las metapsicologías conocidas sea lo suficientemente abarcativa, sin hacerle perder al fenómeno clínico toda su riqueza, sin forzar los observables comprimiéndolos dentro de una horma estrecha.

Los observadores sociales como Lipovetsky, lúcido ensayista, dice en 1986: "Don Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue: Narciso, subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal". Y luego: "Los pacientes ya no sufren síntomas fijos sino de trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a la ley de la época que tiende a la reducción de rigideces así como a la licuefacción de las relevancias estables: la crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo, aquí la desubstancialización ha llegado a su término, explicitando la verdad del proceso narcisista, como estrategia del vacío".

J. McDougall (1980) seguramente tiene en cuenta esta perspectiva social cuando sintetiza: “La búsqueda del otro no tiene tanto que ver con el deseo como con la economía psíquica de la necesidad sobre la que se asienta la conducta adictiva y las organizaciones de sexualidad perversa, en las que la sexualidad se utiliza como una droga.”

Nos preguntamos si estos aportes, a partir de los paradigmas “sociales” como los que proponen observadores de los movimientos culturales, contribuirán a satisfacer nuestra necesidad de contar con metapsicologías integradoras, con las que podamos comprender los complejos fenómenos clínicos que se nos presentan.

Teniendo en cuenta estas dificultades, podemos inferir que uno de los factores que hacen de la nuestra una profesión imposible es que cuando llegamos a un aceptable nivel de conocimiento respecto de la patología con la que tenemos que lidiar, se producen cambios tanto en nuestro objeto de estudio, como en nuestro trabajo clínico y por ende en nuestras teorías

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