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Paz y Ciencia

viernes, 19 de marzo de 2021

Fernando Colina. La revolución delirante

 


FERNANDO COLINA. LA REVOLUCIÓN DELIRANTE 

Rodrigo Córdoba Sanz.                  Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. Tfno: +34 653 379 269                           Página Web: www.rcordobasanz.es

Fernando Colina Pérez (Valladolid, 1947) es docente, ensayista, investigador y psiquiatra emérito del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, donde fue director del área de Psiquiatría. Anteriormente, dirigió el Hospital Psiquiátrico Doctor Villacián de la misma ciudad hasta el cierre de dicha institución como resultado de la reforma psiquiátrica.

Fue colaborador y director de publicaciones en la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN), dirigiendo durante un tiempo su colección de Historia, encargada de la traducción y la edición de obras clásicas. Actualmente, es colaborador semanal en el periódico El Norte de Castilla, donde publica artículos de opinión.

Tanto en su trabajo investigador como en la clínica sostiene una postura ecléctica, tomando elementos del psicoanálisis, de la fenomenología clásica y de la psiquiatría crítica. Sus publicaciones más recientes son Sobre la locura. El arte de no intervenir (2020), Foucaultiana (2019), Manual de Psicopatología (2018), Sobre la locura (2014) y Melancolía y paranoia (2011).

Colabora con el colectivo La Revolución Delirante, en cuya editorial ha salido publicado su libro Foucaultiana (2019).

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-Marina Aguilar:¿Qué es lo que más te gustaba de tu trabajo en la clínica?

Fernando Colina: De todo lo que he hecho, lo que más me ha gustado ha sido el trabajo con los psicóticos en el manicomio. La vida con el psicótico, su tratamiento, su abordaje, su acompañamiento. Es lo que más me ha atraído y lo que he procurado hacer durante toda la vida.

Cuando se cerró el psiquiátrico cambió mucho mi marco clínico, fui a un centro de salud mental y allí cambiaron los pacientes.

-Marina Aguilar: Había una diferencia brutal, ¿no?

Fernando Colina: Sí, es muy distinto ver solo psicóticos o trastornos muy graves –la unidad de agudos de Valladolid estaba en el hospital psiquiátrico– a ver pacientes en el ambulatorio donde son más frecuentes los trastornos de otra índole: depresivos, ansiosos, de dependencia a sustancias, etc.

-Marina Aguilar: A veces es complicado diferenciar entre depresión profunda y psicosis, ¿no? ¿Cómo se aborda en la experiencia clínica?

Fernando Colina: Nosotros somos más partidarios de considerar una psicosis única que engloba formas de esquizofrenia, paranoia y melancolía, y en esta última incluimos los trastornos depresivos profundos. Aunque distintos, no los distinguimos como trastornos nuclearmente diferentes.

-Marina Aguilar: ¿Y cuál es el límite entre la depresión profunda o melancolía y la depresión neurótica, digamos?

Fernando Colina: La tristeza es un sentimiento transversal que atraviesa toda la experiencia humana. Desde lo más psicótico o profundo a nuestro desánimo cotidiano como neuróticos y ciudadanos. Nadie está exento de tristeza.

-Marina Aguilar: ¿La diferencia entre estructuras es cualitativa?

Fernando Colina: Procuramos no hablar de “estructura” porque su uso ha adquirido un valor excesivo como diagnóstico, y somos enemigos de los diagnósticos. Remiten en excesos a enfermedades médicas. Preferimos hablar de configuraciones. Para hacer un estudio de la configuración (que es complicado) nos fijamos en cuatro cosas: el tipo de angustia, los síntomas que aparecen (no es lo mismo tener alucinaciones que tener una fobia), qué tipo de relaciones personales se mantienen y también cómo está construida la identidad. Con esas cuatro valoraciones agrupamos a la gente y la clasificamos (para conocer hay que clasificar). Pero clasificamos evitando que se transforme en un diagnóstico. El diagnosticado es el peor instrumento de la psiquiatría biológica, y a menudo también del psicoanálisis.

-Marina Aguilar: ¿Por qué?

Fernando Colina: Porque el diagnóstico es como el encierro de la actualidad. Un encierro simbólico, pero encierro al fin y al cabo. La reforma psiquiátrica cambió la prisión de los muros, las tapias de los manicomios, por una cárcel conceptual y otra química. El diagnóstico es un instrumento de poder. Es estigmatizante, reduce a las personas a una categoría.

-Marina Aguilar: Y sin embargo, tiene un uso clínico.

Fernando Colina: Tiene un uso permanente. La psiquiatría necesita legitimarse como una especialidad médica y diagnostica como tal. Todo el sistema colabora en ese sentido. Si trabajas en un hospital y abres una historia o reflejas una consulta, no la puedes cerrar si no pones un diagnóstico. El aparato médico-psiquiátrico está construido para imponer ese modelo.

-Marina Aguilar: Volviendo al tema de la identidad, mencionabas que era uno de los criterios de clasificación.

Fernando Colina: Sí, observar cómo es la identidad resulta imprescindible. Entendiendo por identidad neurótica la sana o menos loca, la que parece que está bien cerrada o construida.

-Marina Aguilar: Pero no lo está, ¿no?

Fernando Colina: Nadie está entero del todo. Pero entre esa limitación a estar como pensamos que está un psicótico, que está más escindido y con riesgo de un desencadenamiento, pues es distinto. Por otro lado, la configuración del límite englobaría a personas a las que les falta algo, un “como sí”, que diría cierto psicoanálisis, que tiene huecos, que está poroso.

-Marina Aguilar: El “como sí” suena a la psicosis ordinaria.

Fernando Colina: Nosotros no manejamos ese concepto. Lo vemos simplemente como un intento de dar cuenta de una configuración psicótica que no se ha desencadenado. Nos parece un concepto demasiado sofisticado y que implica un diagnóstico. Tiene esos dos peligros: la sofisticación, el narcisismo intelectual, y el riesgo del diagnóstico. Procuramos evitarlo.

-Marina Aguilar: ¿Qué puede tener la escritura de terapéutico?

Fernando Colina: Escribir es recogerse en la intimidad y desarrollar o poner orden en las ideas. Muchas veces pensamos de manera más profunda y detallada cuando escribimos. Luego está el artista, el escritor, que lo usa como hallazgo y como trabajo creativo.

El psicótico también escribe muchas veces. La escritura, al ser lineal y diacrónica, obliga a ordenar las palabras para darles sentido. Hay, primero, un orden significante y sintáctico sin el cual la frase no se entiende. Y luego hay un orden espiritual o semántico, donde los contenidos se van superponiendo a las palabras para vehiculizar el sentido. Cuando se desencadena la psicosis, de repente se rompe el lenguaje. El significante y el significado van cada uno por su lado. A eso lo llamamos automatismo mental o desencadenamiento propiamente esquizofrénico.

Con un taller de escritura ayudas a poner una cosa tras otra. El psicótico a veces emplea lo que los lacanianos llaman holofrase, que alude a la capacidad de decir en una o pocas palabras todo un universo de sentido. Dice de golpe lo que en condiciones normales exige un discurso diacrónico, un uso narrativo.

-Marina Aguilar: ¿El habla no tiene el mismo efecto?

Fernando Colina: Sí, lo puede tener. Las personas disociadas hablan poco, pues sienten que su pensamiento es caótico. Pero a lo mejor pueden conseguir escribirlo. No es que la psicosis te conduzca a la escritura, pero puedes encontrar en la escritura un impulso de narración, de biografía, de construcción de esa novela familiar de la que hablaba Freud. Esto, naturalmente, referido a los casos graves.

-Marina Aguilar:¿Y tu propia relación con la escritura, tu trabajo de escritura?

Fernando Colina: Yo escribo mal. Con el tiempo he aprendido a corregir mejor. A través de esa corrección, el texto puede quedar más comprensible. Pero no soy una persona de fácil escritura. El trabajo de corrección es lo que me distrae. Sería el lado artístico de un trabajo que no es literario, sino ensayístico. Conseguir una frase elegante me atrae mucho. Eso me ha gustado siempre, me ha entretenido. Es mi distracción fundamental.

-Marina Aguilar: ¿Qué tomaron los alienistas del Pisuerga de la antipsiquiatría, o del tratamiento moral? ¿Cómo sería la otra psiquiatría?

Fernando Colina: De eso hay mucho que decir. Yo he estado muchos años como jefe de servicio y director de un psiquiátrico. Aunque tuviera mis ideas, una cosa son las ideas que tienes y otra compartirlas con el equipo y con la estructura asistencial y administrativa. Ahí tienes que ser prudente, respetar otras orientaciones, otras miradas, y convivir con ellas. Ahora que estoy retirado puedo volver a la psiquiatría de cuando empecé a trabajar. Soy más partidario de la psiquiatría crítica, que mira el aspecto asistencial y político de la disciplina.

Eso no habría que confundirlo con el movimiento de La Otra Psiquiatría, con el que he podido estar de acuerdo en sus inicios. Hoy el movimiento de La Otra Psiquiatría en Valladolid es un movimiento de la escuela lacaniana y pertenece a la institución lacaniana. Allí no hay nadie que no sea lacaniano. Algunas veces estoy yo, que no soy ni psicoanalista ni lacaniano, pero estoy ya solo como invitado. La ideología inicial era más crítica, asistencial y comunitaria.

Al fin y al cabo, hay psicoanalistas de izquierdas, pero el psicoanálisis como institución es de derechas siempre. Ésta es una idea de Robert Castel y creo que sigue vigente. El psicoanálisis como instrumento de conocimiento me parece imprescindible, pero como instrumento terapéutico es más dudoso, aunque puede ser muy útil. Y como instrumento institucional es siempre de derechas y colaborador de la psiquiatría biológica. La institución, ya digo, es de derechas siempre.

-Marina Aguilar: ¿Y como terapia individual?

Fernando Colina: Como terapia individual no se puede definir fácilmente. Hay terapeutas de todo tipo. La terapia es un juego de poder. Yo encuentro gente que ejerce la clínica casi exclusivamente como un efecto de poder. Y otros ejercen la clínica de un modo muy abierto, procurando desvestirse del poder todo lo que pueden. Cediendo mucho el poder. El mal psicoanálisis es un psicoanálisis de dirección de conciencia y abuso de la transferencia. La supuesta neutralidad no existe.

-Marina Aguilar: Bueno, ‘Foucaultiana’ es tu último libro.

Fernando Colina: Sí, en ese libro he querido aclarar su influencia en la psiquiatría pues, aunque todo el mundo lo cita, creo que no siempre se le cita bien. Me propuse estudiar la influencia de Foucault en la clínica, la sexualidad y la subjetividad. No sé si lo he logrado, pero he conseguido escribir lo que quería decir. Con esa satisfacción estoy indicando a la vez los límites del libro. Cuando estás contento con el libro que has hecho, es señal de que no puede ser muy bueno. Implica que te costará ir más allá. Las puertas se te cierran.

-Marina Aguilar: En ‘Voces de la locura’ hablas de conceptos que no se someten tanto al devenir histórico, como el de alma. Te quería preguntar por el miedo, si crees que es más histórico o intemporal. Como has hablado de tristeza, quería retomar palabras un poco generales.

Fernando Colina: Es fácil hacer historia de la tristeza y estudiar o comparar cómo eran los conceptos de la antigua melancolía y los de ahora. Pero el modo de deprimirte o de estar triste no ha cambiado mucho. Ahora decimos a menudo que la depresión es una enfermedad de la modernidad, pero ha sido un malestar permanente. Vemos a Séneca y a los estoicos luchando siempre contra la tristeza. Al propio Cicerón, refugiado en Túsculo, lo vemos tratando de luchar contra la tristeza que le producían la aparición de la dictadura en Roma y la muerte de su hija Julia. La consolación contra la tristeza estaba muy presente en las clases aristocráticas que vivían de las rentas. Ya se sabe que la persona que tiene que trabajar de inmediato para comer no tiene tiempo de deprimirse. Otra cuestión es la profundidad que pueda presentar esa tristeza entre los modernos o entre los antiguos. La melancolía está llena de historias de la melancolía, de cómo la trataron o sintieron en distintas épocas. De algunas se dice que son más melancólicas que otras, como sucede en el barroco español.

Con el miedo pasa algo parecido, pero es más difícil percibir los cambios exteriores e interiores. De hecho, su abordaje histórico es mucho menos frecuente. La historia que propone Le Goff, sobre el miedo en Occidente, es muy interesante, pero se centra más en los objetos o motivos del miedo que en el miedo en sí mismo. No creo que se pueda hacer una historia del miedo con facilidad. Es inherente a nuestra fragilidad, a nuestra dependencia y al desamparo en el que vivimos, que son elementos constantes y cotidianos. En realidad, la historia de la subjetividad, que comprendería estas otras historias, está por hacer.

-Marina Aguilar: ¿En qué medida es posible analizar el fenómeno del síntoma sin dejarse aplastar por la teoría o por la institución? ¿Qué relación habría entre el peso de la institución y el diagnóstico?

Fernando Colina: Uno está siempre ubicado en el interior de un contexto histórico y un círculo político. Los dispositivos sociopolíticos han estado siempre presentes. La psiquiatría nace como una vocación de libertad y a la vez como un ejercicio de poder. Desde los comienzos de la psiquiatría se conjugan los dos. Se desencadenó a los locos de las cadenas de hierro, pero se los encadenó en el tratamiento moral. Ahora decimos que se los liberó de las tapias, pero se los ha encadenado en los grilletes simbólicos, en los diagnósticos y en las concepciones actuales de la psiquiatría. Esta es la lectura de Foucault y de la psiquiatría crítica.

-Marina Aguilar: En una de tus entrevistas, citabas a Pascal diciendo que «todos estamos tan necesariamente locos que no estarlo sería otra forma de locura». ¿Si todos estamos necesariamente locos, las configuraciones son distintos tipos de locura?

Fernando Colina: Todos estamos locos y algunos lo siguen siendo toda la vida, decía Beckett. Esa sería la diferencia. En la primera edición del ‘Manual de psicopatología’, que escribí con Laura Martín, se dice que con los mismos instrumentos con que yo trato de conocerte a ti tengo que poder conocer a un esquizofrénico. Un esquizofrénico sufre, en principio, de los mismos problemas que nosotros. No difiere mucho. Lo que pasa es que no ha conseguido neurotizarse suficientemente. Pero yo no tengo que utilizar sistemas conceptuales distintos para comprenderle. Solo tengo al alcance el deseo y la palabra como herramientas comunes. Ahora bien, como no puedo evitar clasificar, porque sin clasificación, según Aristóteles, no hay conocimiento, tengo que separar a las personas que están más locas de las que están más cuerdas. Entonces hago una distinción, establezco una discontinuidad. Pero eso solo no constituye la clínica. La clínica también debe poseer un esfuerzo de continuidad y decir que entre un loco y otro más cuerdo hay muchas cosas comunes. Solamente hay momentos distintos, defensas diferentes, diversas maneras de enfocar las dificultades, la fragilidad o la vulnerabilidad.

-Marina Aguilar: Entonces no se podría hablar de falta en la psicosis con respecto a la neurosis. A veces la psicosis se considera como algo que no ha llegado a completar algún tipo de fase…

Fernando Colina: Es inevitable hacerlo. Si no lo haces, te conviertes en un defensor de la locura, idealizas la locura. Yo creo que hay gente que vive con dificultades especiales. No te puedo decir que sean mayores o menores, son distintas. En muchos casos, tienen un rendimiento peor. Todos hemos sido psicóticos y gracias a esta suplencia que es la neurosis, salimos adelante. El psicótico no lo ha hecho bien.

No olvidemos que los síntomas tienen, como decía Freud, un lado deficitario y un lado creativo de trabajo del sentido. Es mejor no delirar. No creo que pensar que te están persiguiendo sea un modo de pensar elevado. Pero, al mismo tiempo, hay que respetar ese delirio porque puede ser una defensa ante una vulnerabilidad mayor. Si quiero corregir ese déficit, me estoy metiendo en un territorio peligroso de normalización, de querer atender a la gente para curarla. Pero esa no es mi función; mi función es acompañar a las personas y tratar de ayudarlas, no hacerlas normales. Tengo que respetar al loco en su locura, ofrecerle mi ayuda si la necesita o si la sociedad le obliga a que se ponga “bajo mis órdenes”.

-Marina Aguilar: ¿En tu experiencia en la clínica has tenido la sensación de que los “pacientes”…

Fernando Colina: Es difícil evitar las palabras, ¿no? Hablar de psicología y de psiquiatría sin mencionar “enfermedad”, “paciente” o “diagnóstico” es complicado. Yo lo intento, pero no lo consigo siempre. Cada vez lo hago mejor. Nunca es tarde.

-Marina Aguilar: ¿En tu experiencia has tenido la sensación de que les has llevado ese mensaje de ayuda?

Fernando Colina: Sí. Los locos saben muy bien lo que están haciendo con ellos. Distinguen muy bien a las personas. El loco te está midiendo continuamente y está sacando sus conclusiones. Capta con gran sensibilidad las manifestaciones de poder y de narcisismo que ejercemos sobre ellos. Otra cosa son las falsas ayudas. Por ejemplo, es un abuso alienador capturarlos en el sistema y aplicarles eso que llamamos «psicoeducación», donde se les lleva a una reunión y se les “convence” de que son esquizofrénicos y de que se tienen que poner un tratamiento para toda la vida. Cuando vemos a un loco de estos, ya es un loco alienado, con una alienación añadida. Tiene la suya y le hemos puesto otra más, puramente iatrogénica. Desde el punto de vista de la psiquiatría crítica, esa segunda alienación es lo que tenemos que evitar. «Primero no dañar», decía Hipócrates. Lo primero que tiene que hacer el psiquiatra es no dañar y no aplicar más poder del que ya tiene.

-Marina Aguilar: Es complicado eso, ¿no?

Fernando Colina: Es tan complicado que si lo sostienes despiertas mucho rechazo entre los profesionales. La psiquiatría se divide entre, por un lado, profesionales que intentan la independencia y la autonomía de verdad de las personas, fomentando que se salgan del sistema si pueden, y, por otro lado, aquellos que si tienes una crisis con veinte años, te dicen que eres un esquizofrénico y tienes que hacer tratamiento, porque eso es como la diabetes, que si no te pones la insulina estás mal. La psiquiatría crítica dice: «no des medicinas y, si no tienes más remedio, dalas el menor tiempo posible, la menor dosis que puedas y la más barata».

-Marina Aguilar: ¿Y hay muchos compañeros…?

Fernando Colina: Los compañeros con los que puedes compartir esta orientación se cuentan en cada Servicio con los dedos de una mano. En general, compartes más el trabajo con profesionales de orientación más biológica.

-Marina Aguilar: ¿Ha cambiado eso en los últimos años?

Fernando Colina: Ahora es peor. El electroshock, por ejemplo, se aplica en casi todos los servicios. El modelo biologicista sigue creciendo entre las nuevas generaciones, animados por sus tutores, que son biologicistas también.

-Marina Aguilar: ¿En todo el mundo?

Fernando Colina: Yo creo que eso es general. En Francia, que había un ambiente muy psicoanalítico, ahora la queja es que el modelo biologicista ha invadido todo. Aun así, sigue habiendo más psicoanálisis que en otros países europeos.

-Marina Aguilar: También hay mucha neurociencia y neuropsicología.

Fernando Colina: Muchísima. Aquí todo el que viene de la psicología académica es de orientación cognitivo-conductual y neurocientífica. De vez en cuando se descuelga alguno de la rama psicoanalítica, pero es escasísimo. Y en toda la formación de las carreras no se habla de Freud. No existe, es histórico, dicen con desprecio.

-Marina Aguilar: Pero el electroshock nunca se fue, ¿no?

Fernando Colina: Se dio mucho. Luego se denunció, aunque se siguió dando. Ahora se ha generalizado de nuevo.

-Marina Aguilar: ¿Qué opinas del neurofeedback?

Fernando Colina: Todas las épocas tienen un pseudo-descubrimiento nuevo. Yo empecé con el descubrimiento de una sustancia en la orina. Ahora es todo más sofisticado. Como no hay discurso suficiente se reduce todo al falso y manipulado criterio de evidencia. Abres la guía del trastorno bipolar y te dice: «Como todo el mundo sabe, el trastorno bipolar es un trastorno genético». ¿Quién lo sabe? Luego, en la página 20 te dice: «No está comprobado». Pero ya ha inculcado el axioma del origen genético.

-Marina Aguilar: ¿Qué consejos le darías a alguien que empieza a trabajar en la clínica como trabajador social, psicólogo, psiquiatra…?

Fernando Colina: Es una disciplina que se tarda en aprender. No es que tengas que aprender muchos conceptos, sino que conocer a la gente es muy complicado. De eso solo se puede tener experiencia directa. La psiquiatría se aprende en la calle. En la formación MIR de ahora o en el PIR no los dejan solos, los ponen con un tutor al lado. Nosotros hemos sido siempre contrarios a eso. Cuando llega uno nuevo, lo mejor es que empiece a pasar consulta y decirle: «Me vas contando. Si te ves muy desbordado, entonces le das una excusa y me lo pasas». Además, cuando alguien en formación tiene una idea que se supone liberal o despejada, o algún calificativo que suene a crítico con lo que ve, le van a parar los pies. Los dispositivos institucionales son aplastantes. En cuanto surge una forma de independencia, una novedad, una iniciativa, la frenan.

-Marina Aguilar: ¿Y a una persona que lleva muchos años trabajando ya?

Fernando Colina: Es más libre, pero yo no he visto cambiar a nadie. Se puede haber estropeado en el camino. Algunos se recuperan también pero apenas cambian. Cuando llega gente nueva, preguntamos: «¿Qué tal Fulanito? ¿Tiene herida?» Si está herido, puede valer para esto. Se va a resistir más a que le cierren con la “verdad”.

-Marina Aguilar: ¿La vocación tiene que ver con una herida?

Fernando Colina: Con una herida que esté abierta. Si la has tapado mucho, acabas hablando de Dios en la consulta o de la bondad humana y lo acabas curando todo. Hace falta una sensibilidad que te dé ternura en la escucha.

-Marina Aguilar: Que esté abierta, pero no demasiado, ¿no?

Fernando Colina: Hay que procurar abrirse, pero ante un loco hay que tener siempre una distancia apropiada. Te arrastran a un territorio donde no estás acostumbrado a manejarte. Por eso la psiquiatría, que es muy temerosa, está construida para que no tengas que hablar con los locos. El sistema actual procura que el contacto sea mínimo, para protegerse. Cuando te empiezas a notar inseguro, acabas haciendo una cosa fea, sucia, una cosa opresiva. Por ejemplo, un electrochoque. Un electrochoque es la demostración de la rendición del profesional que se resiste a seguir hablando con un loco. Cuando no puedo seguir hablando con él, en vez de retirarme, le curo, le trato, le doy el medicamento que necesita. Ese es el horror de la profesión.

-Marina Aguilar: ¿Cómo piensas que puede estar afectando o afectará a la clínica el COVID-19? ¿Y a la relación con la presencialidad, con la presencia del cuerpo?

Fernando Colina: Algunos profesionales enseguida se adaptan a entrevistarse por video o teléfono. Si había dificultades para el seguimiento de los locos, ahora aumentarán, pues los recursos son menores.

Por otra parte, en muchos casos, se demuestra que los locos pueden vivir su vida sin necesitarnos. Con sus ansiedades y no ansiedades, pero siguen viviendo a su modo. Hay gente que habla más sin estar presente. Otros se notan más alejados. Pero la transferencia y la erotización del asunto cambian completamente. Ahí hay un punto de artificialidad. Si decimos que el amor de transferencia es verdadero, el amor por carta es como las cartas de Kafka a Felice. Puede ser maravilloso, pero es literatura. No digamos la pantalla.

-Marina Aguilar: Las redes sociales, Tinder, tienen mucho que ver con esto. Ahora está cambiado todo mucho en ese sentido.

Fernando Colina: La subjetividad va cambiando. Si en Tinder encuentras relaciones sexuales sin tener que recurrir al pago, es más provechoso, pues hay más igualdad, simetría e intercambio. Aunque si eso es un sustituto obligatorio –no circunstancial– de otro tipo de relaciones menos ocasionales y fugaces, nos metemos en un territorio peligroso. ¿Y el poliamor es amor? Desde luego, un amor romántico al estilo antiguo pasional no es, porque el amor antiguo es exclusivo y celoso por definición. ¿Esos amores compartidos son iguales que el amor pasional occidental? Yo no puedo pronunciarme mucho más porque mi inconsciente también es hijo de mi momento histórico. Puedo intelectualmente tratar de salir de mi época, pero a lo mejor estoy incluyendo unos condicionamientos históricos que ni capto ni puedo evitar, aunque esté haciendo un esfuerzo de apertura.

-Marina Aguilar: Las generaciones jóvenes también tienen problemas de amor pasional celoso y romántico…

Fernando Colina: Es una minoría la que defiende el poliamor, pero no deja de ser una pregunta inquietante cuando la hacen. ¿A cuántas personas se puede amar a la vez? ¿Está más cerca de la amistad que del amor pasional exclusivista? ¿Es más sano estar en un amor poliamoroso? ¿Es hijo de las nuevas simetrías y de la desaparición de tanto binarismo?

-Marina Aguilar: ¿No es una nostalgia de una especie de tiempo utópico, de un tipo de relación utópica?

Fernando Colina: Esa búsqueda ha existido en todas las épocas de mayor libertad. En mi juventud era el amor libre de los hippies, aunque en general la gente se cansaba y se iba a relaciones más exclusivas. Es un tema complicado y muy ideológico y es ahí precisamente donde el psicoanálisis está limitado. Le cuesta mucho tener en cuenta lo sociopolítico.

-Marina Aguilar: Ahí volvemos a la cuestión del síntoma como algo social.

Fernando Colina: Freud plantea que el problema es «intrapsíquico». Pero resulta que no solo están tus padres y tus abuelos, sino que está todo el sistema social presente. Y el sistema no figura solo como un exterior que encorseta al sujeto, sino que está metido en el inconsciente, desde donde opera.

-Marina Aguilar: Ahí está lo interesante: el inconsciente social.

Fernando Colina: Yo creo que ese es el futuro. Se necesita ampliar el estudio del inconsciente por otros caminos.

-Marina Aguilar: Recordando a Deleuze y Guattari, ¿no iba por ahí su crítica?

Fernando Colina:Sí, aunque la crítica de Preciado es más clara: combina la psiquiatría crítica, el feminismo y los cambios de nuevas identidades y sexualidades. Ahí hay un núcleo vivo tremendamente poderoso con vistas a los cambios futuros.

-Marina Aguilar: ¿Qué piensas del sobrediagnóstico de enfermedades como la depresión?

Fernando Colina: Se ha creado un universo de diagnóstico sobre el trastorno bipolar, porque hay una gran demanda. Si tiene tanto auge es por un hábito social, entre otras cosas. La dinámica actual del deseo es más rápida y excitante que la antigua. No hay tiempo para el reposo, para el aburrimiento. Si uno está triste, parece que está deprimido. Pero no es así; si estás triste, estás bien, porque la salud es depresiva. Lo decía Winnicott. El estado sub-depresivo es el estado que garantiza la salud psíquica. Si tú quieres estar siempre contento y no haces duelos, te vas a deprimir. La gente no aguanta mucho sus sufrimientos. Esto se combina con la agilidad de la psiquiatría para transformarlo todo en enfermedad y la facilidad de las personas para pedir ayuda al psicólogo. Si le dices a alguien que estás triste, estás invitando a que pregunte por tu vida. Pero si dices: «Me he cogido una depresión», te preguntará: «¿Pero estás en tratamiento?». La conversación se va a otro sitio y tú evitas abrirte un poco. Si la depresión es una enfermedad que coges como una gripe, no tiene nada que ver contigo y no eres responsable de tu subjetividad. Si un niño está ansioso por algo, el diagnóstico de TDH o cualquier otro tapa el motivo. Ese tapón es la clínica de hoy.

-Marina Aguilar: ¿Cómo se aborda el caso de alguien que no quiere tomar las pastillas en la institución?

Fernando Colina: La psiquiatría se divide entre unos pocos que respetan esa petición y una mayoría que no la admite. Hay dos opciones: o entender las medicinas y los neurolépticos como curativos y un fin en sí mismo, o como un medio de facilitación de contacto con el loco. Si quiero una medicina para curarle, voy por mal camino, porque no tengo que curar a nadie. En cambio, si le doy por favorecer el diálogo es distinto. Si lo hago así, sigo los principios: si puedo, no dar medicina, si la doy, a la dosis mínima, el menor tiempo posible y la más barata posible. Eso me obliga a tener que pasar por la prueba de reducir la medicación y ver cómo puede vivir sin medicación para intentar llegar al diálogo. Intentar la desescalada es obligatorio.

Hay que tener en cuenta que la calle está llena de configuraciones psicóticas no desencadenadas y que no se van a desencadenar nunca. Esas personas hacen su vida y no necesitan que los importunemos.

Un loco es una persona que en un momento de su historia no ha resistido las tensiones personales o sociales y se ha resquebrajado. Mi deseo es que vuelva a su estado inicial o, si no queda más remedio, que siga delirando, pero que el delirio le cause el menor problema posible. Es decir, potenciar el aspecto autocurativo que tiene todo sujeto.

-Marina Aguilar: ¿Y una persona que tiene brotes cada cierto tiempo, que se van repitiendo, y en esos brotes deja de tomar la medicación?

Fernando Colina: Hay que llegar a un acuerdo con la persona. Yo tengo que tratar de convencerle, pero no le puedo obligar. Siempre y cuando no altere la convivencia y las leyes sociales. Mientras él respete al otro, no tengo derecho a meterme en su vida ni hacerle normal según mi criterio de normalidad. No hay que normalizar ni conducir a la fuerza. Ese es el arte de no intervenir. Cómo estarse quieto. Es lo más difícil de la psiquiatría. Muchas veces te preguntan: «¿Y tú qué dices en la consulta?». Mi ideal es no decir casi nada sin que se note.

-Marina Aguilar: Lo que decía Lacan del ‘secretario del alienado’.

Fernando Colina: Esa es una imagen muy buena. Aunque me parece que es muy difícil llevarlo a cabo, porque ser secretario es complicado. Cuando estás con un loco, el que dirige es el loco. Cuando estás con un neurótico eres tú el que dirige al neurótico. Pero con el loco estás tomando notas y aprendiendo del loco. Favorece su autocuración.

-Marina Aguilar: ¿Por qué no se puede ser secretario de un neurótico?

Fernando Colina: Porque el neurótico va a consultar con una persona a la que en principio reconoce su saber. Le busca por eso. El loco, en cambio, y generalizando, no busca una persona que sabe, porque él es el que sabe, él tiene el conocimiento. Tú tienes que buscar por dónde va ese pensamiento para apoyarle, ayudarle a que ese pensamiento sea innecesario. Una persona no deja de delirar porque llegue al convencimiento de que tiene delirios y está equivocado, sino porque ya no te cuenta el delirio, ya no lo necesita. Lo sigue teniendo, pero retirado, muy al fondo. Se queda debajo de la alfombra, como decía John Forbes Nash, por si lo vuelves a necesitar. Se queda ahí escondido y, si lo vuelves a necesitar, lo sacas a colación.

-Marina Aguilar: Como algunos síntomas neuróticos, ¿no?

Fernando Colina: Claro. Yo no tengo la fobia ahora porque estoy muy tranquilo, pero cuando me angustie, ya empiezo otra vez con que no cruzo el puente. El psicótico hace lo mismo: si está tranquilo, nadie lo persigue, pero como se angustie te vuelve a contar otra vez la historia de la persecución. Por eso no hay tanta diferencia entre el modo de usar sus recursos y el nuestro.

-Marina Aguilar: ¿Qué insuficiencias ves en la clínica del psicoanálisis hoy?

Fernando Colina: El instrumento psicoanalítico es básico para nuestro trabajo. Es una herramienta de comprensión y su mayor problema es que no tiene alternativa. Su alternativa es la biología y, en psicología, el campo cognitivo-conductual, que es muy pobre en la comprensión del trastorno. La mayoría de las propuestas humanistas y subjetivistas son deudoras del psicoanálisis y han integrado sus principales conceptos. Para conocer a un loco, además de los conocimientos biológicos o neurológicos, solo tienes la fenomenología del pasado, las descripciones antiguas de la psiquiatría y las aportaciones psicoanalíticas. Usar conceptos de Lacan, de Freud, de Winnicott y de Klein, nos parece fundamental. Si nuestra función está dirigida a entender a esas personas y ayudarlas mejor, sin las herramientas y principios psicoanalíticos no podemos entender bien a nadie desde un punto de vista profesional.

-Marina Aguilar: ¿Y desde un punto de vista terapéutico o clínico actual, ves alguna deficiencia por parte del psicoanálisis?

Fernando Colina: El encuentro de un neurótico y su psicoanalista es el de dos personas libres y conscientes que pactan una ayuda. El que va a un psicoanalista sabe adónde va. Incluso con psicóticos este pacto funciona. Conozco a psicoanalistas que trabajan con gente muy loca en las consultas y se aprende mucho con ellos, de su finura y sutileza. En los hospitales es más complicado porque te debes a otra patología más grave y no tan dócil. La patología de la consulta es más obediente, admite regulación, va a las citas. En la atención pública te puedes encontrar a personas que no acuden a las consultas y tu obligación es ir a ver qué pasa y valorar tu ayuda. O sencillamente eres un mandatario de las normas de la sociedad y te solicitan que normalices y tranquilices a la persona. Entonces debes tener cuidado con el ejercicio de poder que practicas, porque te puedes dejar arrastrar por el dispositivo social y te lanzas a la normalización. Muchas veces tienes que ser una barrera entre el loco y las fuerzas normalizadoras de la sociedad. Un psicoanalista en lo público puede ser buen psicoterapeuta o consultor, pero es una consulta muy distinta. En lo público, con locos, el psicoanálisis como técnica no aporta nada, aporta conocimiento, pero no técnica.

-Marina Aguilar: ¿Por qué Robert Castel decía que el psicoanálisis es de derechas?

Fernando Colina: Es una institución de orden, de poder, jerarquizada. Las escuelas son escuelas normalizadoras, dogmáticas. Con una ideología precisa. La institución obliga a un ejercicio de derechas. Por eso, hay que distinguir la institución de derechas y el ideario de algunos psicoanalistas, que pueden ser muy progresistas. Si además trasladas la escuela al hospital, ya estás perdido. Porque te conviertes en un instrumento de aplicación de los modelos psicoanalíticos en el lugar donde no corresponde.

Para ejercer una psiquiatría crítica no basta con decir que vas a hacer otra psiquiatría. Puedes decir que haces otra psiquiatría siendo tremendamente de derechas y pro sistema. Las palabras a veces no dicen nada. Es muy difícil encontrar la doblez en este trabajo. Es muy sutil. Es muy delicado hacer esa denuncia y además no prospera. La gente lo entiende generalmente mal. Se entiende mejor al que desde un sistema se pronuncia con contundencia que al que se ve obligado a merodear un poco en las fragilidades del sistema.

Basaglia representaría una psiquiatría muy precaria desde el punto de vista psicopatológico pero muy eficaz desde el punto de vista comunitario y social. Si hay que elegir, elijo el segundo, desde luego. Pero una buena psicopatología puede estar al servicio de una clínica igualitaria y respetuosa con los derechos de las personas.

-Marina Aguilar: ¿Los centros donde se procura la no intervención?

Fernando Colina: Cuando visitas los dispositivos, ves las deficiencias que puede haber debajo de los discursos, si allí se promueve la libertad de las personas, su autonomía y su serenidad, o si se practica más la comodidad y la ideología reaccionaria. Hay sitios donde, por ejemplo, te cuentan que las unidades de agudos funcionan con las puertas abiertas. Cuando vas, descubres que en la puerta hay vigilante y que un agitado está en la habitación encerrado. Si abro la puerta de la unidad y cierro las puertas particulares, está tirado.

Si yo estoy trabajando con psicóticos y, cuando llego a un límite de dificultades, recurro al psiquiatra autoritario y represor, eso es muy cómodo. Hay que llevar las cosas hasta el final y si hay que encerrar o ingresar a alguien, lo ingresas tú y te la juegas con esa persona y se lo dices a la cara, que es tu obligación. Pero es complicado. Está lleno de matices, de argumentos, de justificaciones, de trampas que es muy difícil describir. Y lo que ves no deja de ser tu colorido, no es la verdad la que se va a desprender de eso.

Hay sitios donde nada más entrar dices: aquí no se puede funcionar bien. Ves a locos amodorrados, atontados, dormidos, hipermedicados. O vas a otros lugares donde entras y los ves despiertos, vitales, donde no sabes quién es el psicólogo, el psiquiatra y el loco, y entonces piensas: «Aquí se trabaja». Suele ser un sitio donde no se quiere disciplinar a la gente ni normalizarla, sino simplemente acompañarla.

-Marina Aguilar: Es más arriesgado.

Fernando Colina: Claro. Estás más desnudo, más solo. Eso no lo quiere nadie. Todos tenemos nuestro sistema para protegernos.

-Marina Aguilar: En ‘Foucaultiana’ mencionabas el «orgullo loco».

Fernando Colina: Son movimientos de usuarios que se reúnen bajo ese término. Se califican así, como hicieron en su momento los homosexuales. Quieren ser locos con todos los derechos del mundo y defender su libertad. Quieren librarse de la psiquiatría y de su furor curativo. Esas personas entran dentro de los llamados «diagnosticados» y se reúnen bajo el denominador común de haber pasado por esa experiencia y luchar contra el mal trago que les ha causado. De este modo intentan ayudar a otras personas. Dentro de esos movimientos los hay más adaptativos y otros más radicales. Son, si se quiere, de izquierda y de extrema izquierda. Unos, por ejemplo, pueden aceptar la ayuda económica o social que les ofrece la sociedad, y otros solo ven en ello otra servidumbre más de la sociedad capitalista, un modo distinto de cronificar, y lo rechazan.

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