Rodrigo Córdoba. Psicólogo Zaragoza. Psicoterapeuta. Presencial (Gran Vía) / Online Contacto: +34 653 379 269. rcordobasanz@gmail.com. Instagram: @psicoletrazaragoza. Twitter: @psicoletra
El duelo
La depresión
La depresión se manifiesta con los mismos signos que el duelo ––en este caso los llamamos síntomas depresivos–– sólo que la persona deprimida no tiene consciencia de lo que ha perdido, aunque sienta la falta de vitalidad y motivación.
La persona deprimida no comprende porque se siente como se siente; le sucede algo ––aparentemente sin razón, o sin razón suficiente para justificar la intensidad del sufrimiento–– que le invade la mente, y frente al cual se siente impotente. La persona siente que no hay ninguna “lógica” a su depresión.
La depresión es tan poco linear como los duelos: puede aparecer y desaparecer sin razón evidente. Lo que diferencia una persona deprimida de alguien en duelo es que la depresión no se desvanece con el tiempo. El individuo deprimido, como no tiene consciencia de lo que está causando la depresión, no puede emprender el largo trabajo de elaboración de los sentimientos que termina por resolver los duelos; por lo tanto, las depresiones tienden a cronificarse si no son tratadas.
Las razones inconscientes que llevan un individuo a deprimirse son tan numerosas que no podemos hablar realmente de una etiología común a todas las depresiones. Nombremos, no obstante, algunas de las más frecuentes: un sentimiento de impotencia interna, autoestima herida, sentido moral punitivo, falta de interacción social, y comportamientos auto-destructivos a menudo subyacen en una depresión. Cada una de estas situaciones está apuntalada por unos complejos escenarios inconscientes que las inmovilizan en bucles cerrados que se retroalimentan.
La experiencia demuestra que es poco común que la depresión se cure sola sin tratamiento; los individuos deprimidos pueden desarrollar todo tipo de estrategias para huir de sus sentimientos depresivos ––comportamientos adictivos, huidas hacia delante, cambios compulsivos de vida, entre otros–– pero tarde o temprano los síntomas depresivos reaparecen.
Para poder resolver trastornos depresivos a largo plazo es necesario emprender un trabajo psicoanalítico o psicoterapéutico que le permitirá al individuo desterrar los conflictos inconscientes, elaborarlos, y liberarse de la carga que llevaba sin darse cuenta.
En el caso en el que los síntomas depresivos son tan incapacitantes que no le permiten al individuo mantener una mínima calidad de vida (estar incapaz de salir de casa, trabajar, ocuparse de las personas a su cargo) se le recetará algo de medicación hasta que la persona se recupere suficientemente, y luego será progresivamente reducida. Es importante notar que la medicación sólo ofrece alivio sintomático y no da soluciones a largo plazo.
La melancolía
La melancolía es un tipo severo de depresión, que comparte con ella lo que hemos descrito antes, pero se distingue de ella por la presencia de auto-reproches violentos e injustificados que son mayormente ausentes en depresiones no-melancólicas.
El individuo que sufre de melancolía se martiriza con pensamientos críticos, insultantes y denigrantes, que no tienen razón de ser, y que tienen un efecto devastador sobre su autoestima.
Este último punto es importante porque, además de los sentimientos depresivos también presentes en las otras formas de depresión, en la melancolía existe además el factor agravante de la destrucción de la autoestima, lo cual intensifica la experiencia depresiva. De allí que el riesgo de suicidio es mayor en la melancolía, y debe de ser cuidadosamente evaluado cuando la persona busca ayuda.
A diferencia de las depresiones no-melancólicas, cuyos orígenes pueden ser extremadamente variadas, sí que tenemos algunos indicadores respecto a cuál podría ser la etiología de la melancolía. No es infrecuente que, durante el tratamiento de pacientes melancólicos, lleguemos a tener la impresión de que la crítica violenta que el paciente dirige hacia sí mismo podría, en realidad, aplicarse a lo que sentía hacia otra persona que ha sido importante en su vida –– alguien a quien ha querido y odiado intensamente. Esto sugiere que, a nivel inconsciente, hay una fusión-confusión entre el paciente y la persona de su pasado con la que ha mantenido una relación tan ambivalente. De esto podemos entender que el odio dirigido hacia sí mismo está en realidad dirigido a otra persona confundida con sí mismo.
Con respecto al tratamiento de la melancolía, es parecido al tratamiento de la depresión. El trabajo psicoterapéutico procurará ayudar al paciente a ser consciente del vínculo intensamente ambivalente que mantiene con esa persona amada-odiada, y le asistirá ––por medio de la comprensión emocional profunda–– a separarse de esa persona en su mente. Esto implica un largo trabajo de elaboración de la separación-diferenciación a la vez que encontrar vías más beneficiosas para la agresión inconsciente. De la misma manera que en el tratamiento de depresiones graves, se puede utilizar la medicación durante un periodo limitado de tiempo para controlar síntomas incapacitantes.
La manía
La manía es el opuesto de la depresión. Se caracteriza por un estado de ánimo eufórico, grandioso, exaltado, un exceso de confianza en uno mismo, y una actividad imparable a menudo acompañada de verborrea. El insomnio y la irritabilidad están también frecuentemente presentes.
En sus manifestaciones más graves, psicóticas, la manía entraña una pérdida del sentimiento de realidad que se expresa en delirios de grandeza que pueden llevar al paciente a emprender proyectos imposibles o gastar sumas enormes de dinero. Existen también formas más leves de manía, llamadas estados hipomaníacos, donde se preserva el sentido de la realidad.
La manía, en el sentido clínico del término, no tiene nada que ver con su uso en el lenguaje cotidiano cuando se dice que alguien es “maniático” o que “tiene manías”. Estos tienen más que ver con rasgos obsesivos de la persona en cuestión.
La manía nunca se presenta como un síntoma aislado, siempre se acompaña, tarde o temprano, de un episodio depresivo o melancólico. Incluso aquellos estados hipomaníacos, que no parecen tener fin, tienen un anverso depresivo que no siempre es observable desde el exterior. Pero, ¿si existen depresiones sin manía porque no existen manías sin depresión?
Porque la manía es una defensa contra la depresión, una defensa muy costosa en términos energéticos, y no es posible sostenerlo a largo plazo. Es una manera de protegerse de sentimientos depresivos transformándolos en su opuesto ––una estrategia defensiva muy común, por otro lado–– pero es una defensa que sólo funciona durante un cierto periodo de tiempo antes de que el organismo se agote y la realidad se imponga de nuevo. A esto sigue el movimiento pendular hacia la depresión, agravado por el contraste con el estado maníaco previo y el agotamiento que ha causado.
Los individuos que están sufriendo un episodio maníaco no suelen consultar un profesional de la salud mental durante el episodio –– la grandiosidad que viene con la manía les protege de sentir una necesidad de ayuda alguna. Es cuando la manía balancea hacia la depresión que toman consciencia de la necesidad de ayuda.
En casos menos severos, como la hipomanía, es posible que psicoterapia intensiva sea suficiente. En los casos en los que hay una pérdida psicótica de la realidad es altamente recomendable que se complemente la psicoterapia con un medicamento regulador del estado de ánimo hasta que el paciente pueda regularse a sí mismo suficientemente.
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