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Paz y Ciencia

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Confidencias

 
 
La gente que nos hace confidencias cree automáticamente que tiene derecho a oír las nuestras. Su conclusión es falsa, el regalo no confiere ningún derecho.

Es bien sabido por la profesión periodística que la información es poder. Por eso mismo es importante calibrar lo que decimos y sobre todo a quién lo decimos.
A veces nos encontramos con personas que rompen enseguida el protocolo y nos hacen partícipes de su vida. Lo que puede entenderse como un acto de confianza también implica peligros: al hacernos su confidente, la persona nos incluye en su círculo íntimo y nos hace cargar con la responsabilidad de seguir en adelante su evolución personal. Dicho de otro modo, no convertimos en espectadores a la fuerza de un mundo individual que hasta entonces nos era ajeno.
Al estrés que genera atender a las confidencias se le suma el peligro del que nos previene Nietzsche: el otro puede esperar una actitud de igual confianza por nuestro lado, con lo que el círculo creado por una de las partes se habría cerrado.
Por todo esto, conviene ser cautos al escuchar, reservando el entusiasmo para los íntimos, y aún más al hablar.

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