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Paz y Ciencia

martes, 6 de agosto de 2013

Trastorno Borderline desde la perspectiva de la Gestalt



Trastorno Borderline desde la perspectiva de la Gestalt

El trastorno límite de la personalidad (limítrofe o borderline) se reconoció oficialmente como un diagnóstico en 1980. Se calcula que ocurre entre el tres y cinco por ciento de la población en general (Frances y Widiger, 1986). Alrededor de dos terceras partes de las personas con este trastorno son mujeres. 


Manifestaciones Clínicas
Millon define el Trastorno Límite de la personalidad de la siguiente manera: “Conducta aparentemente caprichosa y labilidad del estado de ánimo. Se aparece impulsivo, con crisis inesperadas y espontáneas. Conducta errática. Se experimenta conflicto entre las propias necesidades de dependencia y la gran capacidad de individualismo. Trastorno de identidad.” (Manual de Psicopatología, p. 587).


La descripción que nos da del Trastorno el DSM-IV consiste en:
“Un patrón general de inestabilidad de las relaciones interpersonales, de la imagen de sí mismo y de los afectos, con una marcada impulsividad, que aparece al comienzo de la edad adulta y está presente en diversos contextos, con al menos cinco (o más) de las siguientes manifestaciones”: 

(1) Realizan esfuerzos desesperados por evitar un abandono real o imaginado.
(2) Modo de relaciones interpersonales inestables e intensas, caracterizadas por la alternancia entre posiciones extremas de idealización y de desvaloración (piensan que no les prestan suficiente atención, menosprecian las fortalezas e importancia personal de los demás).
(3) Marcada y persistente alteración de la identidad: incertidumbre acerca de la imagen de sí mismos, identidad sexual, valores a adoptar, lealtades y objetivos a largo plazo.
(4) Impulsividad en al menos dos áreas, que son potencialmente autodestructivas (p. ej., gastos, relaciones sexuales promiscuas, abuso de sustancias psicoactivas, conducción temeraria, robos en tiendas, atracones de comida…) sin poder llegar a la satisfacción de su propia necesidad.
(5) Comportamientos intensos o amenazas suicidas recurrentes, o de automutilación.
(6) Inestabilidad afectiva debida a una excesiva reactividad del estado de ánimo (grandes cambios del estado de ánimo, que pueden llevar a la depresión, la irritabilidad o la ansiedad. Pueden durar sólo unas horas y raras veces varios días). 
(7) Sentimientos crónicos de vacío.
(8) Ira intensa e inapropiada, dificultades para controlar la ira (p. ej., manifestaciones frecuentes de mal genio, enfado constante, peleas físicas repetidas).
(9) En situaciones de estrés, aparición transitoria, de ideas persecutorias o de síntomas disociativos graves.

 Para que se pueda diagnosticar este trastorno, todas éstas características descritas deben ser de larga duración (años), persistentes e intensas.
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Los pacientes limítrofes establecen con frecuencia vínculos intensos. Son dependientes, exigentes y parece que desean una relación exclusiva. Su fuerte necesidad de relaciones está unida a un constante temor de que las personas de las que dependen, los abandonen. Cualquier separación puede generar en ellos un fuerte sentimiento de amenaza de abandono. No soportan la soledad, ya sea por periodos de tiempo muy cortos, y como defensa contra ese temor socializan de manera compulsiva.


Pero, a pesar de esta necesidad de interacción social, muchos de sus comportamientos alejan a la gente, siendo imposible que mantengan relaciones duraderas con los demás. Estas conductas incluyen ira intensa y exigencias, suspicacia e impulsividad.
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La reacción emocional al abandono es frecuentemente de ira o rabia. Les cuesta salir de las emociones negativas.  “Me enfadaré mucho si intentas dejarme”
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Reaccionan de manera excesiva, pueden estallar en cólera al percibir un desaire o una crítica.
Cuando en una relación personal, el otro establece límites para la misma, o cuando está a punto de ocurrir una separación, ellos tienden a enojarse de forma extrema.

Las amenazas, los gestos o las conductas suicidas, así como otras conductas automutilantes, son habituales en las formas más graves del trastorno. Estas conductas las pueden utilizar como una manera de manipular a los demás, también pueden ser el resultado de una ira intensa o una forma de buscar alivio a los sentimientos de vacío y despersonalización que surgen durante los periodos de estrés.

Culpan a los demás de sus conflictos, no asumen su responsabilidad. Desean ser salvados, que alguien se preocupe por ellos y, cuando aparece un salvador, lo alaban con la esperanza de que esa persona les solucione gran parte de sus problemas. Pero, cuando esa misma persona, se convierte en una desilusión, el limítrofe pasa al extremo opuesto, lo quiere dañar, castigar y humillar.

 La rabia y la venganza funcionan para mantener el statu quo. Su actitud se basa en: “No estoy bien como estoy… y ellos (o tú) son culpables… si pudieran sentir la humillación que yo siento, me sentiría mejor"
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Cuando se enojan, la otra persona deja de ser alguien con sentimientos, se convierte en el enemigo, piensan que el otro le quiere hacer daño, entonces se preparan para demostrar que tienen el control sobre él; no pueden recordar haber sentido nunca algo positivo hacia esa persona. Aunque también sucede al contrario; cuando sienten cariño hacia otra persona, ya no recuerdan nada negativo de ella.


Esto es debido a que tienen dificultad para formar una gestalt y mantener una imagen precisa del todo, en la que se incluyen contradicciones y polaridades. Evitan continuamente darse cuenta de los opuestos, y cuando lo hacen, sienten pánico y angustia. Esta forma de dicotomizar se llama ‘división’: donde una mitad de la polaridad queda reprimida y la otra disponible. Cuando son presionados, pueden recordar el otro polo, pero se pierde su significado emocional.


Kernberg (1975) define la ‘división’ como “el fracaso para integrar las experiencias positivas y negativas que ocurren en el individuo y otras personas. En lugar de percibir al otro como una persona amorosa que en ocasiones acepta y otras rechaza (p. ej., una madre que unas veces lo abraza y otras aplica la disciplina a su hijo), el individuo limítrofe se mueve entre estas imágenes contradictorias”. (Psicología Anormal. p. 267)


Se sienten insatisfechos y envidiosos, desean lo que otros tienen, en especial la prosperidad que ellos creen imaginar en el otro. Se sienten intensamente insatisfechos, su envidia es amarga, llena de malicia, con un fuerte deseo de herir a la persona con éxito.

En definitiva, las personas que comparten su intimidad, tarde o temprano, acaban por ser heridas por él, y no llegan a entender qué ha podido ocurrir, sienten que tienen que estar en un continuo estado de alerta para no ser herido y para no quedarse atrapado en la maraña de su inestabilidad afectiva. Como consecuencia de ello, a la larga, van a tener una gran dificultad de mantener una red social que sea adecuada y le apoye.

Etiología
 
El trastorno limite de la personalidad es cinco veces más frecuente en los familiares de primer grado.


Autores como Masterson piensan que la etiología de la condición limítrofe se encuentra en la etapa evolutiva de los 18 a 36 meses de edad, y que se debe enteramente a una madre que no se encuentra emocionalmente presente, no apoya a su hijo, incluso lo frustra intensamente. Todo esto ocurre principalmente en la época donde el niño comienza a dar sus primeros pasos hacia la autonomía. Esto le obliga al niño a ser completamente independiente o a fusionarse con la madre.


Según Yontef, Masterson ha podido captar la esencia de la dinámica limítrofe, pero sostiene que:
“…su atribución de todo el problema a la conducta de la madre y nada a la genética, a la conducta del niño o a condiciones sociales generales, son contrarias a la teoría de la terapia gestáltica [...] los antecedentes de pacientes limítrofes, [...] se caracterizan por una historia familiar de independencia castigadora, o bien dicotomizada, de manera que la independencia significaba independencia total y sin motivación para regresar [...] esta interacción es mutua, anterior al periodo evolutivo de los 18 meses y continúa por muchos años después de los 18 meses”. (Proceso y Diálogo en Psicoterapia gestáltica, p. 435)

Ciclo de la experiencia 
Gilles Delisle (2005) describe el ciclo de la experiencia de la persona con Trastorno Límite de Personalidad:
  • Sensaciones: Registran mal sus sensaciones. Pueden sentirlas como una expresión de sus necesidades o como una reacción a una amenaza, real o imaginaria. Dificultad en tolerar la estimulación que sobrepase los niveles mínimos, como consecuencia se da un bloqueo entre la sensación y el darse cuenta.
  • Toma de Conciencia: Experimentan incertidumbre y confusión. No confían en sus sensaciones, pueden tener dificultad para poner nombre a lo que sienten.
  • Movilización de su energía: Pueden estar muy movilizados o inactivos, depende de las situaciones.
  • Acción: Es precipitada, lo que expresa un bajo control pulsional y emocional. El paso al acto es frecuente y pueden ser violentos o autopunitivos.
  • Contacto: Se aferran al contacto y si lo sueltan se sienten mal. En la relación terapéutica, pueden formular exigencias infantiles. Necesitan mucha atención.
  • Retirada: Les genera ansiedad, por su connotación de abandono. Se quedan en la confluencia, sin embargo, pueden vivir intensos períodos de aislamiento regresivo.




¿Cómo utilizan los mecanismos de defensa? 
La identidad personal incierta da lugar a episodios de confluencia fusional seguidos de episodios de autonomía transitoria y reaccionaria. Buscan y al mismo tiempo temen la confluencia. Les atrae la fantasía de poder fusionarse y que se preocupen de ellos. Desean la confluencia y evitan la separación, pero para ellos el contacto cercano lo pueden vivir como peligroso ya que equivale a fusión, regresión, pérdida de todo sentido autónomo de sí mismo.

Tienen dificultad para introyectar, en algunos momentos parece que introyecta ávidamente y a continuación expulsa la introyección.

Tendencia a proyectar el lado complementario de sus experiencias más que su verdadera experiencia. P. ej., si se sienten mal, proyectan que el otro desea humillarles.

Respecto a la retroflexión, ésta puede ser muy dañina, con comportamientos autodestructores.
En períodos de tensión, la deflexión es extensiva, los acontecimientos y las personas apenas son reconocidos. Presentan una marcada inadecuación entre sus emociones y lo que pasa a su alrededor, en el aquí y ahora. 


Relación Terapéutica 

El limítrofe inicia la terapia con un deseo de ser salvado, que el terapeuta se haga cargo de él y resuelva sus problemas.

Al comienzo de la terapia, es importante destacar con él, el darse cuenta de su responsabilidad por el proceso terapéutico.

Este proceso ha de ir encaminado a mantener claros los límites, ser preciso, conciso y centrado.

El terapeuta ha de enfatizar el contacto verbal y no verbal, centrado en el presente, y en el cual se confirme la realidad de la persona limítrofe, del terapeuta y de otras personas presentes.

Traer al campo fenomenológico, para su atención, aquello que han excluido en su estado dividido y egocéntrico. Se recomienda que el terapeuta exprese ambos lados de las polaridades, para que la persona limítrofe construya constantemente un sentido del “y”, la unión holística de sí mismo y otro, igual y diferente, amado y odiado, un darse cuenta de las diferencias.

Aprender que pueden tomar en cuenta tanto sus necesidades como las de los otros, así como los límites, recursos y necesidades de la situación presente. Ofrecer la posibilidad de experimentar nuevos comportamientos, para que puedan aprender otras maneras de satisfacer sus necesidades, siempre en un entorno que les apoye y les de seguridad, y sentir el permiso de separarse e individualizarse, con el fin de reactivar su proceso de crecimiento.

Trabajar para afianzar el vínculo entre uno mismo y sus afectos.

Durante el proceso, el terapeuta ha de servir de apoyo y favorecer la estabilidad. Reducir al mínimo las exploraciones intrapsiquicas. En los periodos de estrés agudo, contener sus sentimientos intolerables, recordarle que sus dificultades son temporales, y que una vez superada la crisis, cambiará su modo de ver las cosas, sin necesidad de hacerse daño.

Las técnicas que incrementan las sensaciones (silla vacía, confrontación) no son aconsejables, ya que tienden a producir mayores o ambigüas entradas sensoriales. Mejor utilizar la empatía.

La sobre-estimulación puede ser minimizada con una presencia terapéutica de “contacto suave y limpio”. En el caso de que aparezca la sobre-estimulación, el trabajo terapéutico consistirá en enseñarle a evacuar la energía, de una forma no destructiva.

Es importante establecer una relación interpersonal intensa que le permita ser reconocido y apreciado, como persona única y digna de amor.

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