viernes, 8 de febrero de 2013
Susceptible o hipersensible
La sensibilidad exacerbada se manifiesta como una falta de control sobre el sistema nervioso. La idea de haber sido ofendido recorre la mente, y los nervios se rebelan ante esta situación. Al reaccionar, el enfado o los sentimientos heridos hacen que algunas personas ardan de cólera en su interior, sin mostrar exteriormente irritación alguna. Otras expresan sus emociones con una reacción obvia e instantánea en los músculos de los ojos y del rostro... con frecuencia, acompañada de una venenosa respuesta verbal. En cualquier caso, ser susceptible equivale a forjarse una vida desgraciada y a crear una vibración negativa que, además, afecta al entorno. Poder emitir siempre un aura de bondad y paz debe ser la intención que anime nuestra vida. Aun cuando exista una razón justificada para hallarse alterado debido al maltrato, quien se controla en tal situación es dueño de sí mismo.
Nada se logra con obsesionarse silenciosamente por alguna posible ofensa. Es preferible ejercer el dominio propio y eliminar así la causa que produce tal sensibilidad desmesurada.
Cuando algún suceso te perturbe, y con independencia de cómo justifiques tu infelicidad, has de saber que estás sucumbiendo a una sensibilidad indebida, y que no debes entregarte a ella. La susceptibilidad no es un hábito espiritual, es un hábito nervioso que destruye la paz, te arrebata el control sobre ti mismo y te roba la felicidad. Cuando un estado de ánimo de excesiva sensibilidad se filtre en tu corazón, su estática impedirá que oigas la divina canción de paz sanadora que suena en tu interior a través de la radio del alma. Cuando aparezca la susceptibilidad, trata de dominar inmediatamente esa emoción.
Si adoptas la firme determinación de no perder jamás tu paz, y perseveras en este propósito, podrás alcanzar la santidad. Mantén una cámara secreta de silencio en tu interior, en donde no permitas la entrada de los estados de ánimo negativos, los problemas, los conflictos o las desarmonías. Desecha el odio, la venganza y los deseos. En esa cámara de paz, Dios te visitará.
El rostro es como un reflector de tu ser interno; el corazón -la fuente de los sentimientos- es el origen de ese fulgor. Tu semblante debe traslucir un estado de ánimo inspirador. Tu faz debe ser una luz que los demás sigan, un faro que guíe a las almas que han naufragado, para que puedan encontrar el camino hacia la seguridad en el puerto de la paz.
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