La antigua visión del mundo ya no vale y las personas se desesperan porque no saben realmente por qué viven.
[...] A esa fuerza la puedo llamar vida de Dios. También se le puede llamar, como hace Charón, "amor", pero por supuesto no el amor personal sino amor en el sentido de una apertura absoluta hacia todo y todos, pues en este sentido el amor es el principio estructural de la evolución: la disposición del átomo a unirse a otro átomo para convertirse en molécula, la disposición de esta, a su vez, a formar una célula y la disposición de las células a convertirse en un organismo mayor. En el cosmos entero se encuentra esta disposición a la autotrascendencia. Constituye la fuerza impulsora de la vida y de la evolución. En el proceso de la evolución, tal solo tiene la posibilidad de sobrevivir quien sea capaz de mantener su propia identidad y, al mismo tiempo, ir más allá de sí mismo.
[...] Hoy en día sabemos que en la evolución no solamente cuenta la fuerza sino también la capacidad de adaptación y cooperación. No solamente se han impuesto los que estaban provistos de la dentadura más grande o del aguijón más venenoso, sino también los biotopos, o sea, los sistemas vivos que se armonizan perfectamente entre sí y son capaces al mismo tiempo de apertura y autotrascendencia. En cambio, los sistemas cerrados en sí mismos perecen, como se desprende de la enfermedad del cáncer y de los grupos endogámicos.
[...] Dios es inseparable de la evolución. Dios es el ir y venir. Dios es el nacer y morir. Es el bailarín que danza la evolución. No tiene sentido un bailarín sin danza, y tampoco se puede pensar en una danza sin bailarín. De esa manera, Dios y evolución forman un conjunto; lo uno es impensable sin lo otro. O tomemos el ejemplo de la sinfonía: el cosmos es una sinfonía y lo que llamamos Dios suena como sinfonía. Todo lugar, todo momento, todo ser es una nota muy concreta que es imprescindible para el todo, aunque será sustituida por otra nota diferente en el instante siguiente. Todas las notas forman el todo, todas las notas son el todo, y lo que constiuye la integridad del todo es Dios, que suena como esa totalidad.
Dios se encarna en el cosmos. Este y sus encarnaciones están inseparablemente unidos. El no está en su encarnación, sino que se manifiesta como encarnación. En el árbol se revela como árbol, en el animal como animal, en el ser humano como ser humano y en el ángel como ángel. Estos no son, pues, seres a cuyo lado existe un Dios que se introduce, por así decir, en ellos sino que es cada uno de estos seres y, al mismo tiempo, no lo es, puesto que jamás se agota en uno de ellos, ya que siempre es también todos los demás. Precisamente en esto radica la experiencia de la persona mística: cae en la cuenta de que el cosmos es la manifestación llena de sentido de Dios. En cambio, algunas personas se comportan frente al cosmos como analfabetos frente a un poema: contemplan los diferentes signos y palabras que lo componen, pero son incapaces de entender el sentido que da forma al poema.
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