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Paz y Ciencia

jueves, 15 de diciembre de 2016

Integración Primaria. Winnicott



Hablar de un proceso de integración hace suponer que, al comienzo existe un estado de no integración primaria, a partir del cual, el individuo, todavía no diferenciado de su entorno, tiende a organizarse en un ser único, reuniendo sus experiencias múltiples y fragmentadas. 
Esas primeras experiencias son en principio sensoriales y motrices: lo que llegará a ser un yo, en ese momento no es más que una suma de sensaciones dispersas, no ligadas entre sí. Al término del proceso de integración, cuya complejidad va creciendo, aparece lo que Winnicott cuya complejidad va creciendo, aparece lo que Winnicott considera el establecimiento de un self unitario: el sujeto tiene el sentimiento de existir como individualidad. Entre la no-integración primaria y la integración satisfactoria, hay una buena madre y dos tipos de experiencias que favorecen activamente la integración: los cuidados infantiles ("el hecho de que el niño sea abrigado, manipulado, bañado, mecido y llamado por su nombre") y las agudas experiencias instintiva "que, desde el interior, reúnen los elementos de la personalidad haciendo de ellos un todo". Ese proceso tiene su ritmo y sus oscilaciones, el movimiento hacia la integración alterna con algunas fases de regreso a la no-integración.
"Hay largos períodos en la vida de un niño pequeño normal durante los cuales le importa poco estar fragmentado o entero, o vivir en el rostro de la madre o dentro de su propio cuerpo, a condición de que de cuando en cuando se ponga en orden y sienta alguna cosa".
Paradójicamente, Winnicott asocia la creatividad del adulto a su capacidad de permanecer en contacto con ese self primitivo, no integrado, de donde emanan los sentimientos más intensos y las sensaciones más vivas de la existencia. En el contacto con la experiencia artística cotejamos cierta forma de no integración y el terror que ello provoca.
Asímismo, en la experiencia analítica, hay un espacio para la no integración, que Winnicott expresa como "una suerte de crédito abierto a la personalidad a la personalidad no integrada". El paciente, en el diván, por tanto está como un niño con sus juguetes en un estado donde no hay objetivos: sus palabras, sus ideas, sus sensaciones forman una secuencia una secuencia sin vínculos, sin hilo conductor, que el analista debe aceptar así, sin intentar ponerle orden o encontrarles un sentido.
La no integración es entonces una experiencia positiva, característica de ir a una locura sin angustia. Por el contrario, la desintegración es una simple regresión. El esquizoide, por ejemplo, siente un temor a una angustia inimaginable e impensable que resulta del holding maternal. El temor al derrumbamiento domina en este tipo de cuadros.
Winnicott vuelve insistentemente sobre una locura que no es desintegración. O bien, "una disposición muy elaborada de defensas cuyo objeto es prevenir la repetición de la desintegración" (1977).
Esa angustia inimaginable se asocia con cuadros borderline y psicóticos.
La expresión de primitiva agonía que utiliza Winnicott a veces para hablar de ella sugiere que entraña un carácter de desamparo extremo, en los límites de lo que un ser es capaz de soportar.





Claude Geets Winnicott Pediatría y Psicoanálisis
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta

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