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Paz y Ciencia

jueves, 5 de marzo de 2015

Angustia y Ansiedad


Angustia y ansiedad

Todos, en algún momento, estamos angustiado ante algo. El estudiante en la época de exámenes, por miedo a suspender. El sufriente deudor de una hipoteca, ante el temor de no poder pagar. El enamorado, frente a la amenaza muda de perder el amor de su pareja. Cualquiera que se encuentre ante una decisión importante, por miedo a elegir la opción incorrecta. Son situaciones en las que uno está angustiado, sin por ello padecer un trastorno de ansiedad, en los que la angustia desaparecerá cuando desaparezca el motivo real que la generó. Pero en otros momentos uno está angustiado y no sabe por qué. Si el temor o el miedo está en la realidad puedo huir de él, pero ¿cómo escapar de la angustia que proviene de mí mismo? No puedo escapar de mí mismo.
La angustia se parece al miedo, pero aparentemente no tiene objeto, no se ajusta a ningún fin. La angustia, al parecer, no sirve para nada, es como un miedo a nada y que puede durar mucho tiempo. A menudo, para no hablar de angustia, se habla de ansiedad. ¿Qué es la ansiedad? ¿Una enfermedad, una emoción, un afecto? El término ansiedad está extraído del manual que emplean psiquiatras y psicólogos clínicos para diagnosticar (DSM-IV) . En él aparecen reseñadas las crisis de pánico y los trastornos de ansiedad, dos cuadros clínicos diferenciados. En uno la angustia sobreviene de manera inminente, como sería en un ataque de pánico, y en el otro la angustia aparece de manera continua, como una angustia flotante. De hecho, la angustia está presente en la mayoría de los trastornos mentales.
La ansiedad se descubre siempre en el cuerpo: palpitaciones, dificultades respiratorias, sudoración, trastornos intestinales, picores o alteraciones en la piel, problemas para dormir, constantes ganas de ir al baño… Los síntomas corporales son los que puede tratar la medicina a través de psicofármacos como, por ejemplo, los ansiolíticos, que son , junto a los antidepresivos, los más recetados en todo el mundo. Los síntomas en el cuerpo remiten con estos fármacos o con técnicas menos agresivas, como las de respiración, yoga, taichi, etc.
Pero, ¿qué ocurre con los síntomas mentales? ¿De dónde provienen esos temores, esas ideas de que me puedo volver loco, me puedo morir, ese no sé lo que me pasa ? El cuerpo, con sus síntomas, canta, le pone letra, a la música de la angustia, y lo hace como un modo de paliar lo que no podemos poner en palabras. Interpretar esa música es tarea del psicoanalista .
Porque si no se tramita adecuadamente la angustia interior, que no sabemos de dónde procede, hacemos un intento de ponerla fuera. Así, sustituimos la angustia por un elemento exterior, por ejemplo en el caso de la fobia. Antes sentía angustia, ahora siento miedo a montarme en ascensores, por ejemplo, y entonces me dedico a evitar los ascensores, que considero la fuente de mi angustia. Muchas veces en la fobia se va armando esta operación, lo que se llama el parapeto fóbico, que también se erige por la vía de las adicciones.
La angustia es una señal, una brújula para la vida psíquica. Si no nos cuestionamos nada sobre ella, esa señal se abre paso no sólo hasta el cuerpo en forma de síntomas, sino también hasta los objetos que nos rodean, hasta el mundo que habitamos. Uno, para no sentir angustia, es capaz de ponerse enfermo. Enfermo de neurosis. O generar una fobia. O una neurosis obsesiva. Y este hecho es muy corriente, porque el ser humano tiende a escapar de la angustia, y en esa tendencia estropea cosas, empezando por su cabeza y siguiendo por el mundo que le rodea.
Un síntoma, en el mundo de la medicina, tiene un significado que se trata con la medicación adecuada. Un síntoma, para el psicoanálisis, es una transacción entre deseos inconscientes y la conciencia, son apaños mal hechos entre ideas que no podemos tolerar y lo que concientemente nos parece tolerable. De ese choque de fuerzas nace el síntoma, como paliativo.
La angustia no es algo patológico, que se debe curar o aplacar sea como sea. La angustia es un afecto estructural del ser humano, la padecemos todos, y tan sólo aparece como patológica cuando traspasa un determinado umbral, unos niveles. La angustia es inherente al ser humano, porque remite a la completud mítica de la primera infancia, cuando el lactante encontraba todo lo necesario en el amor y los cuidados maternos. Esto, que parece tan teórico, se vivencia a diario, cada vez que una situación nos decepciona: ese trabajo que creía que me colmaría y ahora no es como me lo imaginé, esa mujer a la que deseé durante tanto tiempo y ahora resulta que también tiene defectos, esos objetos (la televisión de plasma, el coche, lo que sea) que anhelé durante meses y que tampoco me satisfacen… Todas esas vivencias de frustración, de búsqueda infructuosa de aquella completud, generan angustia: ocurre cada vez que algo que yo pensaba que sería perfecto se rompe.
En resumen, que la angustia es lo que media entre el goce (que es siempre el goce de la madre, aquella completud narcisista del bebé) y el deseo, situación que se nos plantea varias veces al día, cada día, todos los días de nuestra vida. Cuando siento angustia puedo dejarme caer en los brazos del goce, que es un goce imposible, o movilizarme a través del deseo. Una persona orientada hacia el deseo tendrá una gran capacidad de trabajo, para las relaciones sociales, para la vida de pareja o las relaciones amorosas, es decir, una persona capaz de trabajar, gozar y amar.
El psicoanálisis ofrece una herramienta para que aflore lo inconsciente, para que el sujeto sepa por qué está angustiado y, por el hecho de poder ponerle palabras a su angustia, deje de experimentarla como algo displacentero. Es decir: el psicoanálisis coloca esa brújula que es la angustia en las manos del paciente, como un instrumento de navegación para que sea él, y no su inconsciente, quien decida qué dirección quiere darle a su vida, si la del goce imposible o la del deseo.
Un factor distintivo de la angustia es que cuando alguien dice que la siente, lo que siente ya es otra cosa. Porque decir tengo angustia ya es empezar a hablar, y lo correcto sería decir que uno no tiene angustia, sino que es la angustia la que lo tiene a uno.

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