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Paz y Ciencia

viernes, 6 de marzo de 2015

Dos fuentes de ansiedad desde el nacimiento


Melanie Klein señala que al comienzo de la vida hay dos fuentes de ansiedad: la
interna estaría dada por el instinto de muerte que fundamenta el temor a la
aniquilación y la externa, que estaría dada por la experiencia al nacer en forma de la
primera castración y sería la base de las angustias posteriores.
La primera relación objetal que realiza el niño es la alimentación y se realiza con el
pezón de la madre, tanto para los instintos de vida como para los de muerte,
impulsos que estarían en equilibrio cuando el bebé está libre de hambre y tensión
interna. El equilibrio se puede perturbar tanto por pulsiones internas como por
elementos del medio, desencadenando la avidez.
Cualquier aumento de la avidez fortalece la sensación de frustración y
paralelamente aumenta la intensidad de la agresión, lo que simultáneamente
incrementa la ansiedad persecutoria y esta aumenta, a su vez la avidez, formando un
círculo cerrado. Por otro lado, a medida que aumenta la gratificación, disminuye la
envidia, la disminución de la envidia permite mayor gratificación y esto a su vez,
estimula la disminución de la envidia.
Plantea Melanie Klein que la base constitucional de la intensidad de la avidez es
provocada por la fuerza de los impulsos destructores en su interacción con los
impulsos libidinosos.
 En algunos casos, la ansiedad persecutoria incrementa la
avidez y en otros, produce tempranas inhibiciones de la alimentación.
Las experiencias que tiene el niño de ser alimentado y de ser frustrado constituyen
internamente las imágenes de dos pechos: un pecho vinculado con la frustración, el
bueno, y un pecho vinculado con la satisfacción, el malo. Esta división se produce
por la inmadurez del yo, la falta de integración del yo y el proceso de división del
objeto. A las experiencias de frustración y satisfacción se suman los procesos de
introyección y proyección, que contribuyen a hacer más ambivalente la relación
objetal, de este modo quedan estructurados los prototipos que forman el núcleo del
superyó.
El yo inmaduro del bebé está expuesto desde el nacimiento a la ansiedad provocada
por la innata polaridad de los instintos y cuando se ve enfrentado con la ansiedad
que le produce el instinto de muerte
, el yo lo deflexiona. Así, la gratificación no sólo
satisface la necesidad de bienestar, amor y nutrición; también se la necesita para
mantener a raya la aterradora persecución.
De la proyección original del instinto de muerte surge otro mecanismo de defensa,
la identificación proyectiva, en la que se escinden y apartan partes del yo y objetos
internos y se los proyecta en el objeto externo, que queda entonces poseído y
controlado por las partes proyectadas e identificado con ellas.
La ansiedad predominante de la posición esquizoparanoide (0 a 4 meses) es que el
objeto u objetos persecutorios se introduzcan en el yo y avasallen y aniquilen tanto
al objeto como al yo.
Para contrarrestar el nivel de ansiedad, el yo desarrolla varios mecanismos de
defensa
, donde, en algunas situaciones, se proyecta lo bueno para mantenerlo a
salvo de lo que se siente como maldad interna y situaciones en que se introyectan
los perseguidoras, hace una identificación con ellos o incluso, recurre a la
desintegración del yo, en un intento de controlarlos. Sin embargo, los mecanismos
de defensa no sólo protegen al yo de ansiedades inmediatas, sino también tienen
funciones de etapas progresivas del desarrollo como la escisión, que constituye la
base de la represión y la atención, y la proyección, que posibilita la empatía.
Cuanto menor es la ansiedad persecutoria, la tendencia hacia la división es menor y
el yo tiende más hacia la integración. La síntesis de amor y odio hacia un objeto
total de origen al comienzo de la posición depresiva alrededor de los cuatro meses.
En la faz depresiva encontramos: el comienzo de una emoción dolorosa de culpa y
necesidad de reparación; que la agresión está mitigada por la libido, de donde la
ansiedad persecutoria se encuentra disminuida y que la ansiedad relacionada con el
destino del objeto interno y externo que está en peligro lleva al yo a efectuar una
reparación e inhibir los impulsos agresivos. Al mismo tiempo la organización
sexual va progresando, los impulsos anales y uretrales aumentan, pero de cualquier
modo siguen predominando los orales.
El bebé tolera mejor el instinto de muerte dentro de sí y decrecen sus temores
paranoides, disminuyen la escisión y la proyección y gradualmente puede
predominar el impulso a la integración del yo y del objeto. La relación ya no es con
objetos parciales sino que se transforma en una relación objetal total: reconocer a la
madre como tal también significa reconocerla como individuo con una vida propia y
con sus propias relaciones con otras personas; el bebé descubre cuán desamparado
está, como depende totalmente de ella y cuántos celos le provocan los demás, puede
recordar gratificaciones anteriores en momentos en que está siendo frustrado,
enfrentándose a conflictos vinculados con la ambivalencia.
El motivo principal de la ansiedad del bebé es que sus impulsos destructivos hayan
destruido o lleguen a destruir al objeto amado de quien depende totalmente,
 lo que
aumenta la necesidad de poseer este objeto, guardándolo dentro de sí y
protegiéndolo de su propia destructividad. La omnipotencia de los mecanismos de
introyección oral hace surgir ansiedad ante la perspectiva que los poderosos
impulsos destructivos destruyan no sólo al objeto bueno externo, sino también al
objeto bueno introyectado.
La experiencia de la depresión moviliza en el bebé el deseo de reparar a su objeto u
objetos destruidos. Como cree que la destrucción de su objeto se debe a sus propios
ataques destructivos, cree también que su propio amor y cuidados podrán deshacer
los efectos de su agresión.
Cambia el carácter del superyó: el objeto persecutorio es vivenciado como autor de
castigos crueles y el objeto ideal, con quien el yo anhela identificarse, se convierte
en la perte del superyó correspondiente al ideal del yo, que también resulta
persecutorio por sus elevadas exigencias de perfección. A medida que se aproximan
entre sí el objeto ideal y el persecutorio en la posición depresiva, el superyó se
integra más y es vivenciado como un objeto interno total, amado con ambivalencia.
La reparación propiamente dicha apenas puede considerarse una defensa, ya que se
basa en el reconocimiento de la realidad psíquica, en la vivencia del dolor que esta
realidad causa y en la adopción de una acción adecuada para remediarla en la
fantasía o en la realidad. La reparación maníaca es una defensa en la medida que su
fin es reparar al objeto sin que aparezcan sentimientos de culpa o pérdida: no se
dirige nunca a los objetos originales o a internos, siempre a objetos más remotos; es
necesario no sentir que uno mismo dañó al objeto destinatario de la reparación; se
siente al objeto como inferior, dependiente y despreciable; no puede completarse
nunca porque si lo hiciera, el objeto sería merecedor de amor y aprecio y, por
último, este tipo de reparación no alivia la culpa subyacente ni proporciona una
satisfacción duradera.

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