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Paz y Ciencia

martes, 17 de marzo de 2015

Antipsiquiatría: El Amanecer

Reconozcamos y reivindicamos la(s) locura “intrínseca” –a la cual este texto se refiere- por su resistencia en el campo filosófico y social a la Razón hegemónica, pensamos en(a) otras formas de locuras como producciones de determinados estados de las cosas, estas últimas que en el capitalismo han tenido una amplia notoriedad atribuible a las condiciones políticas y económicas que el capital mismo genera en la sociedad. A pesar de que la locura se intente –y posiblemente con éxito social- objetivar como “enfermedad mental” con fundamentos e intenciones propias de las sociedades de control de Gilles Deleuze, no así científicos, sigue siendo –la locura- uno de los temores intraducibles de los tiempos modernos; el loco es un grieta molesta para el supuesto orden de las cosas que las instituciones del higiene pública defienden, especialmente la psiquiatría.
Pensemos en el loco como la reapropiación política de lo que mediáticamente pueda sonar en términos despectivos, algo parecido a lo que hacen las putas y maricas del movimiento “Queer”, pero no configuremos de la locura: el loco una identidad o condición, lo primero porque las identidades son asignaciones y a la vez construcciones de violencia simbólica fundamentadas en régimen políticos, además una identidad funciona como soporte de traducciones normativas y políticas para su control y regulación, lo cual por supuesto no se aleja tanto del ideario médico del “enfermo mental”, solo que en este caso los aparatos de verificación son de tipo normativo-social. La conquista del reconocimiento de “identidad” de parte de movimientos que se presentan como antagonistas es fácilmente codificable y absorbible por los despliegues del poder dominante justamente porque la identidad es funcional y tiene cabida en el paradigma de la diversidad, desde donde se busca homogenizar todas las diferencias y puntos de fuga a la Norma bajo este telón occidental y servil al status quo de lo “diverso”, se convierte la diferencia o disidencia en diversidad para controlarla, mediatizarla y regularla. Como comprendemos al loco como un agente simbólico de la resistencia a la Razón, no queremos convertir al loco en una identidad funcional a los soportes de esa Razón misma, en otras palabras no queremos la normalización mediática y social de la locura, justamente porque su simbolismo critico es su propia diferencia irracional. Tampoco animamos a pensar en la “locura” como una condición, partiendo de la primicia de que la “enfermedad mental” con sus falacias asociadas y como patología biopolitica ya se comprende desde la discursiva psiquiátrica como una condición clínica, de hecho a causa de eso mismo se sustenta que las alteraciones de la subjetividad son afecciones y que como tales requieren soluciones clínicas. Sí la locura se entendiera como una condición social atraería una serie de cuestiones que sirvan para objetivarla.
La locura “intrínseca” no debe ser identidad ni menos condición, sino debe ser armada, politizada y acogida como productora de subjetividad, como un saber enigmático ajeno a la Razón y a la Norma, el loco no será un afectado por una enfermedad inventada por razones política: la mental. El loco no posee afecciones, sino se le producen al convertirlo en “enfermo mental”, esclavo de su propia estigmatización y no mucho menos social, se le implantan miedos, actúan sobre él dispositivos de biopoder químicos: los fármacos, que traen resacas y otros efectos sociales. Al convertir en la subjetividad dominante la locura y la diferencia en patología, como consecuencia tiene afecciones sociales, pero la locura por sí misma no es una afección.

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