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Paz y Ciencia

viernes, 13 de marzo de 2015

Carl Gustav Jung



El problema que aquí nos convoca es tan antiguo como el nacimiento de la consciencia de sí en el hombre, pues conjuntamente con la capacidad de autopercatación deviene –como ya lo señala el Génesis– la consciencia del bien y del mal como posibilidades de representación simbólica. Incluso en la psique primitiva, sumergida mayormente en el magma difuso de la inconsciencia (Jung, 1931b), emerge la noción de lo maligno. Es por tanto necesario un grado de diferenciación de la consciencia bien básico para que ya aparezca en la psique la distinción religiosa entre las entidades luminosas y benéficas de las demoniacas y oscuras. No hay cultura sobre el planeta, ni época alguna en que un pueblo humano no se haya enfrentado a la noción del mal y lo demoniaco. Por más primitiva que sea la cultura, en la medida que ya exista algún grado de reflexión consciente, se instala indefectiblemente en el corazón del hombre la intuición sobre el lado oscuro de la naturaleza y la divinidad, emerge la pregunta por las entidades de la noche, del mundo de los muertos, de los dioses y demonios que encarnan una cualidad oscura y malévola (Hillman, 1979). ¿Cuántas generaciones y generaciones de hombres han sido ya atrapados por la quemante reflexión?: ¿Que es el mal?, ¿de dónde proviene?, ¿cuál es su naturaleza?, ¿existe la posibilidad de vencerlo?, ¿qué relación tiene con la divinidad? Paradójicamente, y pese a la universalidad de estas preguntas, encontramos que el tema, misterioso y abismal como es, no termina de agotarse ni comprenderse nunca satisfactoriamente. En ese sentido sea ésta una confesión de entrada de la propia incapacidad y limitación personal, pues pretender poder dar cuenta a cabalidad de la realidad del mal es ya, como quedará claro en el transcurso del presente trabajo, por la naturaleza de tal pretensión, una ambición satánica. Al mal no podemos acercarnos sino dando círculos, iluminando por aquí algún aspecto, mostrando por allá este otro; pero el demonio, como figura anímica que mejor encarna el mal en nuestra cultura, es imposible de apresar, comprender y someter por completo, como se intuye en el motivo onírico que hace las veces de prefacio. Sin embargo, como Jung (1961) ya lo hacía notar, este intento de acercamiento reflexivo se ve sorpresivamente obstaculizado por una de las consecuencias principales que sufre la consciencia al tratar de relacionarse con el mal: la capacidad de reflexión y entendimiento consciente se ven notoriamente disminuidos por él. ¿No nos es acaso natural dicha experiencia ante el desfile brutal y despiadado de la cotidianidad del noticiario? ¿No nos quedamos pasmados ante el crimen grotesco, ante la irracionalidad de la demoniaca guerra nuestra de cada día, ante la tortura y la violencia desatada? Desde este lugar se va irguiendo de a poco la necesidad y relevancia de este estudio, pues, como enfáticamente afirmaba Jung (1961) respecto al estado actual de nuestra sociedad ante este problema: Estamos frente al mal y no sólo ignoramos lo que se halla ante nosotros sino que tampoco tenemos la menor idea de cómo debemos reaccionar […] Efectivamente, no tenemos imaginación para el mal porque es el mal el que nos tiene a nosotros. Unos quieren permanecer ignorantes mientras otros están identificados con el mal. Esta es la situación psicológica del mundo actual. (pp. 244-245, cursiva del original) El camino que emprenderemos en este trabajo para intentar dar cuenta del presente intento de acercamiento reflexivo tomará la vía simbólica, pues, como postula la psicología analítica, el símbolo es uno de los medios más eficaces y apropiados para hablar sobre las realidades del alma (Jung, 1964). El símbolo, por definición, es algo vago, desconocido y misterioso, que muestra y oculta a la vez, y que se constituye como una notable forma de expresión de realidades anímicas parcialmente intuidas (Jung, 1921). En ese sentido, el símbolo cultural y religioso de mayor impacto y trascendencia para nosotros, occidentales, para referirnos al problema del mal es, sin duda, Satanás, el demonio. La premisa que sustenta el presente trabajo es que a través de seguirle la pista evolutivamente al concepto mitológico de Satanás en la tradición judeocristiana nos estaremos acercando de forma más significativa al problema del mal que si lo hiciéramos desde una perspectiva meramente racional conceptual e incluso exclusivamente teológica. Esto presupone el hecho que tales mitologemas deben ser concebidos como expresión directa de una realidad espiritual; cómo símbolos que son capaces de expresar adecuadamente lo que no se puede captar racionalmente. Todas las opiniones sobre dicha figura mitológica [Satanás] permiten reconocer su estructura en su conjunto y con ella el contenido espiritual, del cual es la expresión simbólica. Esta forma de entender los mitologemas plantea, como otra hipótesis más, el que el alma del hombre, conforme a su modo de ser, no puede ser considerada como algo distinto de lo “sobrehumano” (y con ello también de lo “infrahumano”), sino como un órgano que corresponde a estas esferas y que encierra en sí estos poderes no humanos, sobrehumanos e infrahumanos. No es cuestión de hablar aquí simplemente de Dios y del diablo, ni de su esencia en sí, ya que esto sería especulación metafísica, sino de aquellos contenidos espirituales y de aquellas experiencias de lo sobrehumano en una época de creación religiosa, de la cual aparecen como manifestación. No son entidades metafísicas, por tanto, el objeto de estas consideraciones sino su imagen en el alma del hombre -Dios y el diablo como imágenes originales. (Schärf, 1951, p. 113, cursivas son nuestras) Coincidiendo con este punto de vista metodológico sostendremos, por tanto, una perspectiva investigativa en la que nos interesará interrogar e interpretar a Satanás como expresión simbólica de una vivencia psíquica determinada. Como acabamos de señalar, mantendremos la hipótesis que a través de su estudio y comprensión nos podremos acercar a un contenido del alma que ha sido expresado en occidente hace más de dos mil años de historia a través de su figura. Aunque Satanás en nuestra época ha sufrido grandes embates teológicos y un notable cambio de mentalidad religiosa, no deja de llamar la atención que para un número importante de contemporáneos aún se mantiene con vigencia como símbolo vivo que expresa ciertas realidades del devenir del alma humana. Desde éste contexto investigativo plantearemos los objetivos generales que guían la presente investigación y que se constituyen paralelamente como los tres capítulos principales en que dividiremos nuestro recorrido, ellos son: 1. Elaborar una interpretación comprensiva de la forma de manifestarse evolutivamente de la figura de Satanás, tal y como aparece en la tradición judeocristiana, de la mano de los escritos bíblicos pertinentes. 2. Reconocer los planteamientos generales de la psicología junguiana respecto al problema del mal, a través del concepto estructural de “sombra” en los niveles personal, colectivo y arquetípico. 3. Establecer puentes interpretativos, desde el particular punto de vista de la psicología analítica, sobre la fenomenología anímica de la figura de Satanás, y esbozar una perspectiva comprensiva sobre el problema del rol de Satanás en el contexto del proceso de revelación divina. Como se aprecia, este trabajo pretende establecer puentes entre las comprensiones teológicas doctrinales católicas sobre Satanás y los postulados junguianos acerca del problema de la sombra, entre deux que pensamos puede ser fructífero al momento de pensar simbólicamente sobre la realidad anímica del mal y su particular forma de manifestarse en el hombre. La elección de las escrituras judeocristianas (antiguo y nuevo testamento, además de algunos textos apócrifos donde se menciona a Satanás) como los textos de base sobre los que construiremos nuestro análisis e interpretación simbólica psicológica, se justifica por la relevancia que ellos han tenido para la vida espiritual occidental. En cierta medida, toda reflexión teológica sistemática y rigurosa se cimienta desde sus contenidos. Sin embargo, consideramos que es pertinente especificar y aclarar que en este trabajo no hablaremos ni como exégetas ni como teólogos, pese a que trataremos contenidos que dichos estudiosos abordan, ya que no contamos ni con la formación ni con la preparación adecuada para ello. Sea éste otro reconocimiento de las propias limitaciones al respecto antes de emprender esta tarea, pues abordaremos el presente trabajo desde la condición de “lego interesado en materias de índole religioso”. En cambio, nuestra perspectiva de investigación teórica se mantendrá siempre en el campo de competencias de la reflexión psicológica, desde la particular mirada de la psicología analítica junguiana arquetipal, campo en el cuál sí contamos con las competencias mínimas necesarias para abordar este proyecto. La relevancia y justificación de esta investigación encuentra una directa relación con los objetivos recién enunciados. En cierta medida ella se condice con los distintos niveles de implicancia del análisis de este problema. En un primer momento, consideramos que ya desde la perspectiva meramente teórica un estudio de estas características encuentra una importante razón de ser. Como señalábamos un poco más arriba, el generar perspectivas reflexivas y comprensivas sobre la experiencia humana del mal parece ser un primer paso necesario para su abordaje. Desde esta perspectiva la condición mínima para poder entablar algún tipo de relación con el mal es la de nombrarlo, conocerlo e iluminarlo. Teóricamente, por tanto, resulta necesario elaborar propuestas comprensivas que nos permitan imaginarnos el mal. Más específicamente, desde la perspectiva de la co-construcción del conocimiento en el campo de la psicología analítica, dada la abundancia y profundidad con la que Jung se dedicó a elaborar la pregunta por la figura de Satanás y la realidad del mal, profundizar sobre éste aspecto teórico resulta fundamental y significativo. Al mismo tiempo, la temática del mal desde el punto de vista clínico se constituye como una de las mayores encrucijadas para el psicoterapeuta en su trabajo cotidiano (Goldberg, 1999). El caso de las psicopatías y los trastornos narcisistas graves, por poner un ejemplo, sorprende al psicoterapeuta en el ejercicio clínico, más cuando estas se insertan en contextos psicosociales que facilitan que personas y grupos humanos completos se identifiquen con valores oscuros y sombríos, como, por ejemplo, suele suceder en los complejos carcelarios y en ciertos grupos delincuenciales (independientemente del estrato socioeconómico al que correspondan). El problema del mal encarnado y constelado es una situación clínica límite que muchas veces dificulta y paraliza el proceso psicoterapéutico. Sabido es que este tipo de pacientes parecen ser particularmente refractarios a todo tipo de tratamiento psicoterapéutico y tenazmente resistentes al cambio; siendo que, paradójicamente, son uno de los casos clínicos que más urgentemente necesitarían transformarse, por el alto nivel de sufrimiento que pueden llegar a provocar en el ámbito relacional (Goldberg, 1999). La identificación con el mal de determinadas personas, a la que Jung se refiere en la cita reciente al comentar el estado espiritual de nuestras sociedades contemporáneas, es un fenómeno que para la mayoría, incluidos los terapeutas, resulta un verdadero enigma que fascina y aterra a la vez (basta dar una breve mirada por las manifestaciones artístico-culturales literarias y cinematográficas para tomar consciencia de ello), dada la radicalidad con que parecen ser portavoces del mal. Aunque este estudio no pretende abordar el problema desde la perspectiva de las repercusiones prácticas clínicas, sostenemos que la posibilidad de establecer una lectura simbólica del mal puede ayudar a generar reflexiones comprensivas que sirvan como trasfondo interpretativo para el abordaje clínico de situaciones terapéuticas en que el problema del mal aparezca como figura. Otra vertiente respecto de la relevancia del presente estudio se relaciona con la dimensión social-política. Si bien hemos nombrado recién la psicopatía como entidad paradigmática del problema del mal, no es menos cierto que dicho problema nos concierne a todos en tantos sujetos con una potencialidad inherente de quedar presos bajo su influencia. Con no poca frecuencia, ha sido el mismo Jung (1936) el que levantó su voz respecto de las repercusiones políticas y sociales que conlleva la falta de reconocimiento de la propia sombra y de la potencialidad destructiva que habita en cada ser humano. Esto es particularmente evidente en determinados contextos anímicos sociales de intensa agitación psicológica colectiva, como lo son los ambientes de revolución, protesta social, regímenes totalitarios y guerras. La constelación colectiva de arquetipos de fuerte carga oscura destructiva es un fenómeno anímico social que cíclicamente nos ha dejado pasmados como civilización ante la consciencia de nuestra propia potencialidad para el mal (Jung, 1946d). Coincidiendo con el diagnóstico cultural de Jung al que acabamos de hacer referencia, Schärf (1951) sostuvo al respecto: En esta época, en la que el mal ha oscurecido el mundo, y ha sido capaz de manifestarse con un poder inimaginable; con una dinámica, que evoca el cuadro apocalíptico pintado por San Juan (XX, 2, 3, 7, 8) sobre el demonio liberado de sus cadenas después de mil años de prisión, y lo transforma en expresión adecuada de una realidad directamente vívida, la cuestión sobre la esencia y el origen de este poder adquiere una actualidad evidente. En una época como ésta, no resulta carente de sentido insistir en los orígenes de esta imagen del diablo. (p. 113). Bajo este escenario contemporáneo tenemos, entonces, la responsabilidad de hacer frente e integrar dialógicamente este tipo de fuerzas anímicas inconscientes y primitivas, no sólo desde la importancia de “mi” particular forma de relación con el mal individual, sino desde la responsabilidad sociopolítica ante la constelación comunitaria de este tipo de fuerzas anímicas. Ya que es justamente a través de la posibilidad de reflexión y análisis racional (entre otras) que el proceso de fortalecimiento de la consciencia se lleva a cabo, que la presente discusión cobra especial relevancia. Nuevamente insistimos, necesitamos de mayor imaginación para el mal. De esta forma, existe la posibilidad de que si generamos mayor comprensión sobre la dirección que apunta el mito cristiano de Satanás, de forma tal que éste se resignifique y nos facilite vincularlo con los contenidos anímicos que encarna, podamos, quizás, aprender algo respecto a la fenomenología del alma y sus conflictos. Finalmente mencionemos al respecto los grandes vacíos reflexivos que en las ciencias sociales e incluso en la teología contemporánea existen en torno a este problema. Vacío que no se condice con la dramática vigencia operativa del lado oscuro del alma en nuestra situación cultural y sociopolítica. No es necesario insistir más entonces en lo vital que resulta generar mayores comprensiones y reflexiones al respecto. Esperamos que este trabajo sea un pequeño grano de arena que vaya en esa dirección. Antes de cerrar la presente introducción vaya una especie de advertencia y aclaración que guarda relación con el corazón teórico que guiará los derroteros venideros. Sirva ésta como faro y norte, que se mantenga implícita a través de la lectura de las páginas subsiguientes para hacer de este recorrido una experiencia de sentido. Pues la columna vertebral de este trabajo se refiere a la intuición o hipótesis, que se comienza a elaborar ya desde el primer capítulo, de que existe un proceso de revelación de la imagen divina que establece una dialéctica precisa con la forma de manifestarse de Satanás. Pues la divinidad (o más exactamente la imagen de la divinidad que emerge en el hombre) en la tradición judeocristiana claramente presenta un devenir y trasformación progresivo, que en estos años de historia religiosa occidental, desde el temprano despertar religioso del pueblo de Israel hasta nuestros días, se ha ido revelando paulatinamente. Dicho en lenguaje psicológico podríamos afirmar que la imago dei ha sufrido un proceso de transformación sistemática desde el viejo Yahveh veterotestamentario y su ambivalente actitud hacia la humanidad, al Dios misericordioso y compasivo que a través de Cristo opta definitivamente por hacerse hombre y sellar un pacto de salvación, hasta que, de ahí en más, a través del paráclito prometa revelarse y encarnar nuevamente en el corazón de cada hombre. Postularemos la hipótesis que este proceso de revelación divina en curso no se ha desarrollado sin que afecte la forma de concebirse la personificación del mal, y, como veremos, Satanás mismo ha cambiado desde sus tempranas apariciones en los primeros escritos veterotestamentarios hasta nuestros días. Intentaremos por tanto comentar y tratar de hacer inteligible en algún grado dicha relación misteriosa y profunda que vive en el corazón de la espiritualidad occidental cristiana y que justifica el sendero que aquí emprendemos.
http://www.tesis.uchile.cl/handle/2250/113411

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