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Paz y Ciencia

domingo, 15 de marzo de 2015

Homenaje a Ernesto Sábato

En el principio fue el verbo. Y la palabra, la acción y la angustia. No es posible entender a Ernesto Sabato sin estos elementos originales. “Yo fui un chico solitario, apartado de los juegos y de las travesuras que alegran la vida de los niños. Encerrado en mi cuarto, como detrás de una ventana, por las tardes veía pasar la vida. Y ya desde entonces mi salvación provino del arte. ¡Qué hubiese sido de mí sin los libros!”, escribió en 1999.

Sabato nació en Rojas, una pequeña ciudad de provincias en la pampa húmeda. Décimo hijo de una familia de clase media acomodada de inmigrantes calabreses, el sino trágico que envolvería su existencia se manifestó ya en forma temprana: el escritor debe su nombre a su hermano Ernesto (Ernestito), que murió poco antes que él naciera. Su madre lo sobreprotege, traumatizada por la muerte de su otro hijo, “mi madre se había aferrado a mí y yo a ella de manera patológica”, y cuando nació su hermano menor Ernesto sufrió tal ataque de celos que hasta intentó matarlo. Tenía apenas trece años cuando su padre decidió enviarlo a estudiar al prestigioso Colegio Nacional de La Plata, la capital de la provincia, y por aquellos años un hervidero de ideas revolucionarias que no tardarán en hacer eco en el ávido lector adolescente.

En 1929 se inscribió en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; al año siguiente se sumó al Partido Comunista, luego de un breve coqueteo con el anarquismo radical. “Abandoné estudios, familia y mis comodidades burguesas. Viví con nombre supuesto en La Plata, en cuyos suburbios estaban los dos frigoríficos más grandes del país, donde se explotaba despiadadamente a toda clase de inmigrantes, que vivían amontonados en tugurios de zinc, rodeados de pantanos de aguas podridas. Repartíamos manifiestos, participábamos de la organización de huelgas”, recordará años más tarde.

Aunque el idilio con las ideas ?de Marx y Lenin habrá de durarle poco. En 1933 lo designan Secretario General de la Federación Juvenil del Partido, pero Ernesto es un espíritu rebelde y no tarda en comenzar a cuestionar la política de Stalin, por lo que la organización decidió enviarlo a Moscú, para que estudie durante dos años en las escuelas leninistas. “Me mandaron a purificarme” dijo con sorna. Antes de llegar a la capital rusa hizo escala en Bruselas donde se entera de los “procesos de Moscú” contra los disidentes. Temiendo terminar atrapado en un gulag ruso, se escapó a París, donde pasa “un invierno muy duro en una piecita de un compañero disidente mientras el partido me buscaba”.

Matilde y las crisis

Antes de marcharse a Europa Sabato había conocido a quien luego habría de transformarse en la mujer de su vida: Matilde Kusminsky Richter. Cuan-?do regresó a La Plata, se casó con ella en 1936, al tiempo que decidió culminar sus estudios, doctorándose al año siguiente. El primer texto que de él se conoce lo publicó en una revista de astronomía y lleva por improbable título: “Cómo construí un telescopio de 8 pulgadas de abertura”. La ciencia, todavía no sabía muy bien por qué, comenzó a agobiarlo con su racionalismo angustioso.

En 1938 obtuvo una beca para trabajar en el instituto Curie de París, y se trasladó a la capital francesa en compañía de su mujer y su primer hijo, Jorge, que nació meses atrás. En París, Sabato comenzó a transformarse en Sabato. Se codea con la crema y nata del surrealismo —André Breton, Roberto Matta, Oscar Domínguez, Wilfredo Lam—, y comenzó a escribir su primera novela La fuente muda, un título que extrae de unos versos de Antonio Machado. La obra fue luego devorada por el fuego, y de ella apenas si se conservan algunos fragmentos.

A medida que se acercaba más al arte, más crujió su relación con la ciencia. “En el laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba” contará muchos años después en Antes del fin, uno de sus libros póstumos. “En París, asistí a la ruptura del átomo de uranio, que se disputaban tres laboratorios: ganó la carrera un alemán. Pensé que era el comienzo del Apocalipsis. Viví en una confusión horrible, mientras escribía mi primera novela y cometí la infamia de dejar que Matilde se volviera a la Argentina con nuestro primer hijo, de pocos meses, mientras yo tenía una amante rusa”.

Un día, “un día de invierno”, mientras regresaba con Oscar Domínguez del mercado de pulgas parisino hacia el estudio que el pintor tenía en Montparnasse, este le hizo una propuesta insólita: “¿qué te parece si esta noche nos suicidamos juntos?” Domínguez se suicidó finalmente en 1957. Pero Ernesto rechazó esa noche la oferta y poco tiempo después retornó a Buenos Aires con el firme propósito de abandonar la ciencia para dedicarse exclusivamente a la literatura.

En 1940 su situación financiera no era la mejor, por lo cual continuó realizando proyectos científicos, mientras incursionó en el mundo literario argentino, que por aquel entonces estaba en plena efervescencia. En 1941 publicó su primera colaboración en la prestigiosa revista Sur, que dirigía Victoria Ocampo, y comenzó a acercarse al grupo de escritores que se concentra en torno a la publicación, entre ellos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

En 1943 se produjo su ruptura definitiva con la ciencia. Abandonó su cátedra en la Universidad y se marchó a vivir al campo, a una casa “que no tenía ni siquiera luz eléctrica”, con el objetivo de escribir su primer libro. “Allá en lo alto de aquella montaña cordobesa —recordará más tarde— en el silencio sideral de noches profundas y meditativas, discutiendo con mis amigos sobre ideas, oyendo a Bach o Vivaldi, mirando las estrellas, por última vez sufrí la casi invencible tentación de la paz estelar y del orden matemático”.

En 1945 publicó Uno y el universo, su primer libro de ensayos, que mereció una excelente acogida y no tardó en comenzar a cosechar premios. Mientras tanto, su mente afiebrada, sus antiguas culpas y su inquieta conciencia se topan con una filosofía de moda que le produjo un profundo impacto: el existencialismo.

El túnel

Las penurias económicas no cesan, en 1945 ha nacido su segundo hijo, Mario, y en ese contexto agobiante Ernesto comenzó a madurar la que será su primera novela: El túnel, la historia de un asesinato narrado por su autor, un pintor atormentado y obsesivo que termina por matar a la única mujer en el mundo que comprende las razones más profundas de su oscura existencia. En 1948 el libro estaba listo, pero las editoriales a las que lo presentó se lo rechazaron, por lo que decidió pedir un préstamo y publicarlo por su cuenta. La novela, en la que se percibe la influencia de las ideas de Jean Paul Sartre, llegó, gracias a una amiga, a manos del crítico literario francés Roger Callois, que se la recomendó a su vez a Albert Camus. Al año siguiente Camus le escribió a Ernesto: “me ha gustado mucha la sequedad y la intensidad [del texto]. He aconsejado a Gallimard que la editen, espero que El túnel encuentre en Francia el éxito que se merece”.

Semejante espaldarazo despertó la atención mundial sobre la obra. Luego de su publicación por la prestigiosa editorial parisina, la novela llegó a Nueva York donde, en 1950, la editó Alfred Knopf, uno de los más importantes editores norteamericanos.

En 1951 publicó Hombres y engranajes, libro en el que expone sus ideas más pesimistas sobre el futuro de la humanidad y que le granjea las críticas “de los famosos progresistas que, durante diez años, me quitaron los deseos de publicar. Muchos de los que entonces me atacaron y ridiculizaron, acusándome de oscurantista, recién están comprendiendo el mundo atroz que hemos engendrado”, afirmará varias décadas más tarde en Antes del fin.

La polémica en torno a Hom-bres y engranajes y sus cruces con el Gobierno de Juan Domingo Perón (1946-55) lo llevaron a un relativo silencio literario, que se rompió en 1961 con la publicación de su obra cumbre, Sobre héroe y tumbas, pieza fundamental de la literatura argentina del siglo XX. En este libro, Sabato repasa desde conocidos episodios de la historia nacional hasta sus obsesiones más íntimas, entre las que destaca el famoso Informe sobre ciegos, uno de los episodios más escalofriantes de la novela que se ha publicado incluso por separado y que mereció una adaptación al cine años más tarde, de la mano de su propio hijo Mario, devenido cineasta. La obra comenzó su andadura internacional en 1967 con su traducción al francés y al alemán, con prólogo del escritor polaco exilado en Argentina Witold Gombrowicz.

En 1963 publicó El escritor y sus fantasmas, uno de sus más célebres libros de ensayos y ese mismo año se conoció Tango, discusión y clave, dedicado a Jorge Luis Borges. Su actividad ensayística no cesó en todos estos años, pero sus ficciones son escasas. De hecho habrá que esperar hasta 1974 para conocer la que será su última novela: Abaddón, el exterminador, una especie de fresco autobiográfico y apocalíptico en el que se puede encontrar desde un abordaje literario de la muerte del Che Guevara hasta referencias la guerra de Vietnam o la bomba atómica. Protagonizada por un Ernesto Sabato ficticio, la novela es la más experimental de toda su obra, y en ella es posible toparse con solapadas críticas literarias o con elaborados argumentos filosóficos, siempre en tono vital y pesimista a la vez, algo que ha sido la marca de agua de toda su narrativa.

Pero Abaddón es también una premonición de la oscuridad que está a punto de abatirse sobre Argentina. En 1976, dos años después de su publicación, comenzó la dictadura del general Jorge Rafael Videla, y Sabato cometió el error de darle un espaldarazo al régimen participando el 19 de mayo de ese año de un almuerzo junto a Jorge Luis Borges y otros intelectuales con el dictador, que fue utilizado por el régimen para lavar su cara ensangrentada. A pesar de que luego pidió perdón por lo sucedido, sus detractores no dejarán nunca de recordarle este oprobio.

La consagración definitiva

En 1983, con el retorno de la democracia, Sabato recibió el encargo más terrorífico de su vida. El gobierno del radical Raúl Alfonsín lo nombra al frente de la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (Conadep) que investiga las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura. Viaje directo al horror de una época, entrega en septiembre de 1984 sus conclusiones al Gobierno que luego fueron publicadas como libro bajo el título Nunca más. El texto se transforma en la base para juzgar a las Juntas Militares en 1985 y produjo un profundo impacto en la sociedad argentina por sus sobrecogedores testimonios recogidos entre los sobrevivientes de los campos de concentración.

En 1984, mientras su obra no cesaba de ser traducida en todo el mundo, recibió el premio Cervantes, el más alto galardón al que puede aspirar un escritor en lengua hispana. Pero Sabato no volvió a transitar el terreno de la ficción. En 1995 murió su hijo mayor, Jorge, en un accidente automovilístico y en 1998, luego de una larga enfermedad, falleció su amada Matilde. En 1999 publicó Antes del fin, su esperada autobiografía, y en el 2000 se dirigió a las nuevas generaciones en un ensayo conmovedor titulado La resistencia, que se publicó gratuitamente en Internet, en el portal del diario Clarín. Eterno candidato al premio Nobel, en el 2005 sus condiciones de salud se agravaron y deja de aparecer en público luego de la publicación, en el 2004 de España en los diarios de mi vejez, su texto póstumo.

En el 2010, su hijo Mario estrenó el documental Ernesto Sabato, mi padre en el que da a conocer momentos íntimos de la tormentosa vida del escritor, siempre signada por el pesimismo y la depresión. En uno de los momentos del filme se lo oye decir: “me gustaría ser eterno, o al menos vivir una cantidad razonable de años, digamos mil, dos mil años”. En este extraordinario documento, Sabato aparece en toda su verdadera dimensión: su inmensa vitalidad, su amor incondicional por Matilde, su extraño sentido del humor, su fragilidad ante la opinión de los otros —esos perennes anteojos negros ocultan al hombre de la mirada inquisidora— y su deseo de perdurar para siempre en la memoria de su gente. “El escritor —afirmó en una de las entrevistas del documental— realiza una especie de sueño de la comunidad, sueña por la comunidad entera”. No hay dudas de que Ernesto Sabato soñó y lo hizo por todos nosotros a la vez.

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