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Paz y Ciencia
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viernes, 11 de diciembre de 2020

Hasta cuándo la mascarilla



Los expertos vaticinan hasta cuándo será necesario el uso de las mascarillas

Algunos médicos apuntan a la posibilidad de que haya que llevarlas para siempre, mientras el ministro de Sanidad, Salvador Illa, cree que es posible que tengamos que convivir con ellas un tiempo más. 

Noam Chomsky. La responsabilidad de los intelectuales

 


¿Cuál es la responsabilidad de los intelectuales?

En su nuevo libro, Noam Chomsky reúne dos ensayos distintos: el que escribió en 1967, al calor de la guerra de Vietnam, y el que firmó en 2011, tras el asesinato de Bin Laden. Los dos tratan, como explica en este texto inédito, del papel social que deben tener los expertos.

He aquí una pregunta que fue abordada de un modo muy instructivo en un ensayo clásico que Dwight Macdonald escribió en 1945, titulado La responsabilidad de los intelectuales. Ese texto es una sarcástica e implacable crítica a aquellos pensadores distinguidos que pontificaban sobre la “culpa colectiva” de los refugiados alemanes cuando éstos sobrevivían a duras penas entre las ruinas catastróficas de la guerra. Macdonald comparaba allí el desprecio farisaico que tan distinguidas plumas manifestaban hacia los desdichados supervivientes con la reacción de muchos soldados del ejército vencedor, que, reconocedores de la humanidad de las víctimas, se compadecían del sufrimiento de éstas. Y, sin embargo, los primeros son los intelectuales, no los segundos.

Macdonald concluía su ensayo con unas sencillas palabras: “Qué maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante”.

¿Cuál es, entonces, la responsabilidad de los intelectuales? Quienes entran en esa categoría disfrutan de ese relativo grado de privilegio que tal posición les confiere, lo que les brinda oportunidades superiores a las normales. Las oportunidades conllevan una responsabilidad, la cual, a su vez, implica tener que decidir entre opciones alternativas, algo que, a veces, puede entrañar una gran dificultad.

Así, una posible opción es seguir la senda de la integridad, lleve adonde lleve. Otra es aparcar esas preocupaciones y adoptar pasivamente las convenciones instituidas por las estructuras de autoridad. La tarea, en este segundo caso, se limita a seguir con fidelidad las instrucciones de quienes tienen las riendas del poder, a ser servidores leales y fieles, no como resultado de un juicio reflexivo, sino por una respuesta refleja de conformismo. Ésta es una forma muy sutil de eludir las complejidades morales e intelectuales inherentes a una actitud de cuestionamiento, y de rehuir las potenciales consecuencias dolorosas de esforzarse por que la bóveda del firmamento moral termine curvándose hacia la causa de la justicia.

Estamos familiarizados con esa clase de alternativas. Por eso distinguimos a los comisarios y los apparátchiki de los disidentes que asumen ese desafío y afrontan las consecuencias (unas consecuencias que varían en función de la naturaleza de la sociedad en cuestión). Muchos disidentes alcanzan la fama y un merecido reconocimiento, y el duro trato que reciben o recibieron es debidamente denunciado con fervor e indignación: ahí están Václav HavelAi WeiweiShirin Ebadi y otras figuras que componen una larga y distinguida lista. También es justo que condenemos a los apologistas de la sociedad mala, aquellos que no pasan de la ocasional crítica tibia a los “errores” de unos gobernantes cuyas intenciones califican global y sistemáticamente de benignas.

Hay otros nombres, sin embargo, que se echan en falta en la lista de los disidentes reconocidos: por ejemplo, los de los seis destacados intelectuales latinoamericanos, sacerdotes jesuitas, que fueron brutalmente asesinados por fuerzas salvadoreñas que acababan de recibir instrucción militar del Ejército estadounidense y actuaron siguiendo órdenes concretas de su Gobierno, satélite de Estados Unidos. De hecho, apenas si se les recuerda. Muy pocos conocen siquiera cómo se llamaban o guardan el menor recuerdo de aquellos sucesos. Las órdenes oficiales de asesinarlos no han llegado aún a aparecer en ninguno de los grandes medios de comunicación en Estados Unidos, y no porque fueran secretas: se publicaron con total visibilidad en los principales rotativos de la prensa española, por ejemplo.

No estoy hablando de algo excepcional. Se trata, más bien, de la norma. Aquellos hechos no tienen nada de inextricables. Son de sobra conocidos para los activistas que protestaron contra los horrendos crímenes promovidos por Estados Unidos en América Central, y también para los expertos que han estudiado el tema. En una de las entradas de The Cambridge History of the Cold War, John Coatsworth escribe que, desde 1960 hasta “la caída soviética en 1990, las cifras de presos políticos, de víctimas de torturas y de disidentes políticos no violentos ejecutados en América Latina superaron con mucho a las registradas en la Unión Soviética y sus satélites del este de Europa”.

Sin embargo, ese mismo panorama se dibuja justamente a la inversa según aparece tratado en los medios de comunicación y en las revistas de los intelectuales. Por poner sólo un ejemplo llamativo de los muchos posibles, diré que Edward Herman y yo mismo comparamos la cobertura que The New York Times había realizado del asesinato de un sacerdote polaco –cuyos asesinos fueron prontamente localizados y castigados– con la de los asesinatos de cien mártires religiosos en El Salvador –incluyendo al arzobispo Óscar Romero y a cuatro religiosas estadounidenses–, cuyos perpetradores permanecieron mucho tiempo ocultos a la justicia mientras las autoridades de Estados Unidos negaban los crímenes y las víctimas no recibían de su Gobierno más que el desprecio oficial. La cobertura informativa del caso del sacerdote asesinado en un Estado enemigo fue inmensamente más amplia que la dispensada al centenar de mártires religiosos asesinados en un Estado satélite de Estados Unidos, y también su estilo fue radicalmente diferente, muy en sintonía con las predicciones del llamado “modelo de propaganda” de explicación del funcionamiento de los medios de comunicación. Y ésta sólo es una ilustración entre muchas posibles de lo que ha sido un patrón constante a lo largo de muchos años.

También dentro del propio país hay diferencias terminológicas. Hubo, por ejemplo, intelectuales que protestaron contra la guerra de Vietnam por razones diversas. Por citar un par de destacados ejemplos que ilustran lo limitado que es el espectro de visión de la élite, el periodista Joseph Alsop se quejó en su día de que la intervención estadounidense estaba siendo demasiado contenida, mientras que Arthur Schlesinger replicó que una escalada probablemente no funcionaría y terminaría siendo demasiado costosa para nosotros. No obstante, añadió, “todos rezamos” por que Alsop tenga razón al considerar que la fuerza de Estados Unidos tal vez se imponga, y si lo hace, “puede que entonces todos reconozcamos la prudencia y el sentido de Estado del Gobierno estadounidense” para conseguir la victoria, aun a costa de dejar a aquel “desdichado país destruido y devastado por las bombas, calcinado por el napalm, convertido en un erial por los defoliantes químicos, reducido a ruinas y escombros”, y con un “tejido político e institucional” reducido a cenizas.

Y, sin embargo, a Alsop y a Schlesinger no se los llama “disidentes”. Más bien, se les considera un “halcón” y una “paloma”, respectivamente: dos figuras que marcan los extremos opuestos del espectro de lo que se entiende que es la crítica legítima a las guerras de Estados Unidos.

Por supuesto, también hay voces que caen fuera del espectro por completo, pero a ésas tampoco se las considera “disidentes”. McGeorge Bundy, consejero de Seguridad Nacional de Kennedy y de Johnson, dijo en un artículo para Foreign Affairs, una revista del establishment, que se trataba de “salvajes entre bastidores” que se oponen por principio a las agresiones estadounidenses, más allá de las cuestiones tácticas sobre su viabilidad y su coste.

Bundy escribió esas palabras en 1967, en un momento en que el implacablemente anticomunista historiador militar y especialista en Vietnam Bernard Fall, muy respetado por el Gobierno estadounidense y los círculos de opinión dominantes, temía que “Vietnam como entidad cultural e histórica […] esté corriendo peligro de extinción […] [ahora que] el campo se está muriendo literalmente bajo los impactos de la mayor maquinaria militar jamás desplegada contra un territorio de esa extensión”. Pero sólo los “salvajes entre bastidores” tenían la desfachatez de cuestionar la justicia de la causa estadounidense.

Al término de la guerra en 1975, intelectuales de todo el espectro de opinión dominante dieron sus interpretaciones de lo sucedido. Abarcaban todas las franjas del espectro Alsop-Schlesinger. Desde el extremo de las “palomas”, Anthony Lewis escribió que la intervención comenzó con una serie de “torpes esfuerzos bienintencionados” (“torpes” porque fracasaron, y “bienintencionados” por principio doctrinal, sin necesidad de demostración), pero hacia 1969 ya era obvio que la intervención era un error porque Estados Unidos “no podía imponer una solución sino a un precio demasiado costoso para sí mismo”.

Al mismo tiempo, los sondeos mostraban que en torno a un 70% de la población no consideraba que la guerra fuera “un error”, sino “intrínsecamente injusta e inmoral”. Pero, claro, como aquellos soldados de 1945 que empatizaban con el sufrimiento de los desdichados refugiados alemanes, los encuestados no son intelectuales.

Los ejemplos son los típicos. La oposición a la guerra alcanzó su pico máximo en 1970, después de la invasión de Camboya orquestada por el dúo Nixon-Kissinger. Justo entonces, el politólogo Charles Kadushin llevó a cabo un extenso estudio de las actitudes de los “intelectuales de la élite”. Y descubrió que, a propósito de Vietnam, éstos adoptaron una postura “pragmática” de crítica a la guerra por considerarla un error que acabó saliendo demasiado caro. Los “salvajes entre bastidores” ni siquiera contaban, perdidos entre el margen de error estadístico.

Puede que la mera servidumbre al poder no lo explique todo, desde luego. En ocasiones –muy escasas–, sí llegan a consignarse los hechos, aunque acompañados de un esfuerzo por justificarlos. En el caso de los mártires religiosos, el distinguido periodista estadounidense Nicholas Lemann, corresponsal de nacional de The Atlantic Monthly, revista de línea editorial “liberal” (de centroizquierda), aportó una explicación alternativa en una respuesta pretendidamente sarcástica a nuestro trabajo: “Esa discrepancia puede explicarse diciendo que la prensa tiende a concentrarse sólo en unas pocas cosas en cada momento concreto”, escribió Lemann, y “la prensa estadounidense estaba entonces centrada sobre todo en Polonia”.

La tesis de Lemann es fácil de contrastar examinando el índice de The New York Times, donde se puede ver que la duración de la cobertura informativa dispensada a los dos países fue prácticamente idéntica en ambos casos, e incluso un poco mayor en el de El Salvador. Pero, claro, en un contexto intelectual donde tienen cabida los “hechos alternativos”, detalles como ése poco parecen importar.

En la práctica, el término honorífico “disidente” está reservado a quienes son disidentes en Estados enemigos. A los seis intelectuales latinoamericanos asesinados, al arzobispo y a los otros muchos que, como ellos, protestan contra los crímenes de Estado en países satélites de Estados Unidos y son asesinados, torturados o encarcelados por ello, no se les llama “disidentes” (si es que llegan a ser mencionados siquiera).


Las guerras de Washington en Indochina fueron el peor crimen de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. El peor crimen del actual milenio es la invasión británico-estadounidense de Irak, con horrendas consecuencias en toda la región que aún distan mucho de llegar a un final. La élite intelectual también ha estado a su acostumbrada altura en esta ocasión. Barack fue muy elogiado por los intelectuales liberales de centroizquierda por posicionarse con las “palomas”. Según las palabras del presidente, “durante la última década, las tropas estadounidenses han realizado extraordinarios sacrificios para brindar a los iraquíes la oportunidad de reclamar para sí su futuro”, pero “la dura realidad es que todavía no hemos asistido al final del sacrificio americano en Irak”. La guerra fue un “grave error”, una “metedura de pata estratégica” con un coste más que excesivo para nosotros, una valoración que bien podría equipararse a la que muchos generales rusos hicieron en su día sobre la decisión soviética de intervenir en Afganistán.

Se trata de un patrón generalizado. No hace falta citar ningún ejemplo, pues hay sobrados estudios publicados al respecto, aunque éstos no parecen haber tenido el menor efecto en la doctrina de la élite intelectual.

De fronteras para dentro, no hay disidentes, ni tampoco comisarios ni apparátchiki. Sólo salvajes entre bastidores, por un lado, e intelectuales responsables –los considerados como los verdaderos expertos–, por el otro. La responsabilidad de los expertos la ha detallado uno de los más eminentes y distinguidos de todos ellos. Alguien es un “experto”, según Henry Kissinger, cuando “elabora y define” el consenso de su público “a un alto nivel” (entendiéndose como “público” aquellas personas que establecen el marco de referencia dentro del que los expertos ejecutan las tareas a ellos encomendadas).

Las categorías son bastante convencionales y se remontan al uso más temprano del concepto de “intelectual” en su sentido contemporáneo, durante la polémica del caso Dreyfus en Francia. La figura más destacada de los dreyfusards, Émile Zola, fue condenado a un año de cárcel por haber cometido la infamia de pedir justicia para el acusado en falso Alfred Dreyfus, y huyó a Inglaterra para evitar una pena mayor. Fue entonces duramente reprobado por los “inmortales” de la Academia Francesa. Los  dreyfusards eran auténticos “salvajes entre bastidores”. Eran culpables de “una de las excentricidades más ridículas de nuestro tiempo”, por decirlo con las palabras del académico Ferdinand Brunetière: “la pretensión de alzar a escritores, científicos, profesores y filólogos a la categoría de superhombres” que se atreven a “tratar de idiotas a nuestros generales, de absurdas a nuestras instituciones sociales, y de insanas a nuestras tradiciones”. Osaban entrometerse en asuntos que debían dejarse a los “expertos”, a “hombres responsables”, “intelectuales tecnocráticos y políticamente pragmáticos”, según reza la terminología contemporánea del discurso liberal de centroizquierda.

Pues bien, ¿cuál es, entonces, la responsabilidad de los intelectuales? Siempre pueden elegir. En los Estados enemigos, pueden optar por ser comisarios o por ser disidentes. En los Estados satélites de la política exterior estadounidense, en el período moderno, esa elección puede tener consecuencias indescriptiblemente trágicas para esas personas. En nuestro propio país, pueden elegir entre ser expertos responsables o ser salvajes entre bastidores.

Pero siempre existe la opción de seguir el buen consejo de Macdonald: “Qué maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante”, y tener simplemente la honradez de contarlo tal como es.

Rodrigo Córdoba Psicólogo Clínico Zaragoza. Psicoterapeuta. N° Col.:A1324    Teléfono: 653 379 269 Gran Vía 32. 3° izd.  Instagram: @psicoletrazaragoza                   Página Web: www.rcordobasanz.es

lunes, 9 de noviembre de 2020

Noam Chomsky



  • Noam Chomsky: el cambio climático y las armas nucleares ponen en riesgo la supervivencia de la vida humana tal y como la conocemos.


    En California han muerto al menos ocho personas por los incendios forestales alimentados por el cambio climático en todo el estado. Los bomberos están combatiendo en total diecisiete incendios forestales en California, que están destruyendo más de 80.000 hectáreas de bosque y provocando evacuaciones masivas de población, que afectan incluso al Parque Nacional de Yosemite. Estos incendios se están produciendo en un contexto de eventos climáticos extremos que están causando muertes en todo el mundo. En India más de 500 personas han muerto a causa de las inundaciones y fuertes tormentas de las últimas semanas. Los científicos vinculan el aumento en las lluvias y las inundaciones al cambio climático.

    Para profundizar en este tema, hablamos con Noam Chomsky, disidente político, escritor y lingüista reconocido mundialmente. Chomsky es profesor laureado del Departamento de Lingüística de la Universidad de Arizona y profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde enseña hace más de 50 años.

    NOAM CHOMSKY: No podemos dejar de recalcar el hecho de que estamos en un momento único de la historia humana. De hecho, lo hemos estado desde 1945. En 1945, la historia humana cambió dramáticamente. En agosto de 1945, los humanos demostraron que su alardeada inteligencia había creado un medio para destruir la vida en la Tierra. Todavía no lo tenían en ese momento, pero era obvio que este medio iba a extenderse y expandirse, como de hecho lo hizo. Un par de años después, en 1947, el Boletín de Científicos Atómicos estableció su famoso Reloj del Juicio Final. ¿Qué tan lejos estamos de la medianoche y del desastre final? El reloj se fijó siete minutos antes de medianoche. Llegó a los dos minutos antes de la medianoche en 1953, cuando Estados Unidos y luego la Unión Soviética detonaron armas termonucleares, que esencialmente tenían la capacidad de destruir la vida. Desde entonces este reloj ha oscilado de diversas maneras. Ahora ha vuelto a los dos minutos antes de la medianoche, con algo añadido. En 1945 no se sabía que no solo estábamos entrando en la era nuclear, sino que estábamos entrando en una nueva época geológica, que los geólogos llaman el Antropoceno, una época en la que la actividad humana está teniendo graves y nocivos efectos en el medio ambiente en el que la vida humana y otros tipos de vida pueden sobrevivir. También hemos entrado en lo que hoy en día se llama la sexta extinción, una extinción rápida de especies, que es comparable a la quinta extinción, ocurrida hace 65 millones de años cuando un asteroide, un enorme asteroide, golpeó la Tierra. La Sociedad Geológica Mundial finalmente se estableció al final de la Segunda Guerra Mundial, al inicio de la escalada aguda del Antropoceno y destrucción del medio ambiente, no solo debido al calentamiento global, el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, sino también debido a cosas tales como los plásticos en el océano, que se predice que serán mayores que el peso de los peces en el océano, en un futuro no muy lejano. 

    domingo, 16 de febrero de 2020

    Circunstancias de la Ansiedad Infantil




    FUENTES DE ANSIEDAD INFANTIL


    La vida y sus muchas circunstancias pueden ser o no ser un motivo de ansiedad. Ya se ha señalado que la ansiedad es muy personal, singular, no hay dos iguales. Como describe Stefania Andreoli: "La ansiedad nos trae un mensaje dirigido exclusivamente a nosotros".

    En consecuencia, los distintos y variados acontecimientos y experiencias de la vida -como el colegio, la familia, la separación de los padres, los amigos, un accidente, las películas... -pueden ser o no ser fuentes de ansiedad infantil. Todo depende de un abanico de factores, tanto de la naturaleza de la persona como de su entorno y circunstancias. Sin embargo, es importante recalcar que los principios generadores de ansiedad del ser humano serían esencialmente dos: "La posibilidad de equivocarse (el error y el fracaso) y la posibilidad de ser abandonado, de perder el amor de los que nos quieren", detalla la psicóloga Mireia Trias Folch.

    Pero también ella, como todos los expertos, considera que dentro de las nuevas fuentes de ansiedad en la infancia está el ritmo de vida acelerado que llevan los niños en la actualidad. Una aceleración impuesta por los adultos y que, recalca, está directamente vinculada a ese miedo a equivocarse. "Pocos padres hoy cuestionan un estilo de vida que implica que sus hijos hagan cuatro extraescolares a la semana, por ejemplo. Lo hacen "porque es lo que hay que hacer" y punto. Hay una obsesión con el éxito del hijo que está muy vinculada a este miedo al fracaso que mencionaba. A que el hijo no haga lo que hacen los demás. Que lo rechacen, que no llegue...".

    Como corolario, decir lo siguiente; Francisco Pascual Pastor: "Tenemos niños que van al colegio todo el día y, por la tarde, tenemos padres que los han de colocar en actividades extraescolares. Y, si los niños tienen deberes para el día siguiente, acaban agotados por una mala distribución del tiempo: no sólo por el estrés, sino porque les es muy difícil sacar adelante todo lo que quieren hacer ellos y lo que sus padres les dicen que hagan".

    Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. Nº Col.: A-1324
    Tfno.: (+34) 653 379 269
    Página Web: www.rcordobasanz.es







    viernes, 6 de marzo de 2015

    Posición Depresiva


    Depresiva (posición). Diccionario Roudinesco

    Concepto creado por Melanie Klein desde sus primeros trabajos, «la posición depresiva infantil es la posición central del desarrollo. El desarrollo normal de un niño y su aptitud para amar parecen depender, en gran medida, de la elaboración de esta posición decisiva» (1935).

    Durante los primeros meses, una parte esencial de la vida emocional del bebé está determinada por la lactancia. Sea cual fuere la calidad de los cuidados, ella se caracteriza por la sucesión y repetición de experiencias de pérdida y reencuentro. Así nace en el niño el sentimiento de que existe un objeto «bueno» (pecho, madre) que gratifica y es amado, y un objeto «malo », perseguidor, que frustra y es odiado. Paralelamente a estas experiencias que implican factores externos, los procesos intrapsíquicos (sobre todo la proyección y la introyección) contribuyen a reforzar el clivaje del objeto primitivo: «El bebé proyecta sus mociones amorosas y las atribuye al pecho gratificador ("bueno"), así como proyecta al exterior sus mociones destructivas y las atribuye al pecho frustrante ("malo"). Al mismo tiempo, por introyección, se constituyen en su interior un pecho "bueno" y un pecho "malo"» (1943). Este clivaje es un mecanismo de defensa característico de la posición esquizo-paranoide: consiste en mantener al objeto perseguidor y terrorífico separado del objeto amado y protector, posibilitando así al yo una relativa seguridad; en este sentido, es la « ... condición previa a la instauración de un objeto bueno» interno (1957), a la cual llegará el yo una vez elaborada la posición depresiva.

    Si bien Klein modificó un poco la ubicación cronológica de esta posición, siempre tuvo la preocupación de hacerla comenzar más precozmente (en los primerísimos meses), y sostuvo al mismo tiempo que ella representa un proceso con respecto a la posición esquizo-paranoide. «Inmediatamente antes, durante y después del destete» (1940), « ... llevado a comprender que el objeto de amor es el mismo que el objeto de odio» (1934), el yo comienza a efectuar la síntesis entre esos sentimientos de amor y sus mociones destructivas. Entonces surge la angustia depresiva. Su aparición significa que el yo está accediendo a la posición depresiva, proceso que se inscribe en una duración ligada a la complejidad y a la diversidad de los mecanismos en juego: conciliación de los aspectos bueno y malo de un mismo objeto conciliación del amor y el odio, introyección progresiva de la madre como objeto total, etcétera.

    La introyección de la madre como objeto total genera « ... inquietud y dolor ante la destrucción posible de ese objeto» (1940). En adelante, el pequeño experimenta el sentimiento de una «pérdida del objeto del amor», a la vez temor de perder el objeto amado y de no ser capaz de proteger su objeto bueno interno. Se alcanza la posición depresiva cuando la angustia por la posible pérdida del objeto amado toma el relevo (sin reemplazarla nunca totalmente) de la angustia de ser perseguido por el objeto terrorífico. Pero, mientras que la angustia de persecución de la posición esquizo-paranoide se relacionaba con los peligros que amenazaban aniquilar al yo, «la angustia depresiva se relaciona con los peligros que son experimentados como amenazando al objeto amado interno, y esto principalmente por la agresividad del sujeto» (1949). Temiendo que el objeto amado sea dañado o destruido por su odio, el niño experimenta «.. un sentimiento de culpa y la necesidad imperiosa de reparar» (1957). La «tendencia a la reparación» característica de la posición depresiva, es la consecuencia de ese sentimiento de culpa.

    Para tratar de huir de los sentimientos ligados a las angustias específicas de la posición depresiva, el yo puede utilizar tanto defensas maníacas (idealización, negación) como obsesivas, o regresar a la posición esquizo-paranoide, reactivando los procesos de clivaje.

    La posición depresiva se considera «elaborada» cuando el pequeño se ha identificado con su objeto de amor. Esta elaboración implica que « ... se atenúa el temor de haber destruido al objeto en el pasado y de que pueda ser destruido en el futuro» (1957). Implica también « ... una confianza más grande en el objeto bueno interno», la cual genera un sentimiento de seguridad interior. Por ello aparece como « ... una de las condiciones previas a la existencia de un yo estable e integrado y de buenas relaciones de objeto» (1955). No obstante, nunca es posible la integración completa y definitiva del yo; «ese duelo precoz es revivido cada vez que, más tarde, se experimenta una pena» (1940): entonces se reactiva la posición depresiva, pero si ella ha sido elaborada en el curso del desarrollo precoz, el sujeto puede hacer frente a esa resurgencia y reconstruir su mundo interior.

    La comparación así planteada entre la elaboración de la posición depresiva y el trabajo del duelo tiene una implicación triple.

    -Por una parte, la evolución de un duelo y su salida, normal o patológica, están determinadas en el adulto por la manera en que el recién nacido ha superado la pérdida de su primer objeto de amor, es decir, en que ha elaborado o no su posición depresiva: «el duelo incluye la repetición de la situación emocional que el bebé experimenta en el curso de la posición depresiva». Confrontado a un duelo, el adulto se vuelve a encontrar frente a una tarea semejante a la que enfrentó en el curso de su desarrollo precoz. Para cumplirla, utilizará mecanismos idénticos, por su naturaleza y eficacia, a los que puso en obra en aquel momento. Dicho de otro modo, el trabajo consecutivo a las pérdidas ulteriores se realizará, tanto en su éxito como en su fracaso, siguiendo el modelo de la primera elaboración.

    -Por otro lado, y como consecuencia, «la posición depresiva comprende los puntos de fijación de los trastornos maníaco-depresivos» (1959). El fracaso en la elaboración de la posición depresiva, vinculado sobre todo al predominio de la defensa maníaca, es una causa determinante de la instauración de esos trastornos: el enfermo maníaco-depresivo nunca «ha superado verdaderamente la posición depresiva infantil» (1940).

    -Finalmente, esta comparación pone en perspectiva las razones por las cuales para la comprensión de la problemática depresiva es indispensable tomar en cuenta el concepto de posición depresiva.

    Esta triple implicación justifica por sí misma el lugar central otorgado por Klein a la posición depresiva en el desarrollo del funcionamiento psíquico. Ella aclara además la elección del término «posición», destinado a indicar que las angustias y las defensas que aparecen desde los primeros meses pueden reaparecer a lo largo de toda la vida, en función de las circunstancias ( 1943).

    jueves, 5 de marzo de 2015

    Angustia y Ansiedad


    Angustia y ansiedad

    Todos, en algún momento, estamos angustiado ante algo. El estudiante en la época de exámenes, por miedo a suspender. El sufriente deudor de una hipoteca, ante el temor de no poder pagar. El enamorado, frente a la amenaza muda de perder el amor de su pareja. Cualquiera que se encuentre ante una decisión importante, por miedo a elegir la opción incorrecta. Son situaciones en las que uno está angustiado, sin por ello padecer un trastorno de ansiedad, en los que la angustia desaparecerá cuando desaparezca el motivo real que la generó. Pero en otros momentos uno está angustiado y no sabe por qué. Si el temor o el miedo está en la realidad puedo huir de él, pero ¿cómo escapar de la angustia que proviene de mí mismo? No puedo escapar de mí mismo.
    La angustia se parece al miedo, pero aparentemente no tiene objeto, no se ajusta a ningún fin. La angustia, al parecer, no sirve para nada, es como un miedo a nada y que puede durar mucho tiempo. A menudo, para no hablar de angustia, se habla de ansiedad. ¿Qué es la ansiedad? ¿Una enfermedad, una emoción, un afecto? El término ansiedad está extraído del manual que emplean psiquiatras y psicólogos clínicos para diagnosticar (DSM-IV) . En él aparecen reseñadas las crisis de pánico y los trastornos de ansiedad, dos cuadros clínicos diferenciados. En uno la angustia sobreviene de manera inminente, como sería en un ataque de pánico, y en el otro la angustia aparece de manera continua, como una angustia flotante. De hecho, la angustia está presente en la mayoría de los trastornos mentales.
    La ansiedad se descubre siempre en el cuerpo: palpitaciones, dificultades respiratorias, sudoración, trastornos intestinales, picores o alteraciones en la piel, problemas para dormir, constantes ganas de ir al baño… Los síntomas corporales son los que puede tratar la medicina a través de psicofármacos como, por ejemplo, los ansiolíticos, que son , junto a los antidepresivos, los más recetados en todo el mundo. Los síntomas en el cuerpo remiten con estos fármacos o con técnicas menos agresivas, como las de respiración, yoga, taichi, etc.
    Pero, ¿qué ocurre con los síntomas mentales? ¿De dónde provienen esos temores, esas ideas de que me puedo volver loco, me puedo morir, ese no sé lo que me pasa ? El cuerpo, con sus síntomas, canta, le pone letra, a la música de la angustia, y lo hace como un modo de paliar lo que no podemos poner en palabras. Interpretar esa música es tarea del psicoanalista .
    Porque si no se tramita adecuadamente la angustia interior, que no sabemos de dónde procede, hacemos un intento de ponerla fuera. Así, sustituimos la angustia por un elemento exterior, por ejemplo en el caso de la fobia. Antes sentía angustia, ahora siento miedo a montarme en ascensores, por ejemplo, y entonces me dedico a evitar los ascensores, que considero la fuente de mi angustia. Muchas veces en la fobia se va armando esta operación, lo que se llama el parapeto fóbico, que también se erige por la vía de las adicciones.
    La angustia es una señal, una brújula para la vida psíquica. Si no nos cuestionamos nada sobre ella, esa señal se abre paso no sólo hasta el cuerpo en forma de síntomas, sino también hasta los objetos que nos rodean, hasta el mundo que habitamos. Uno, para no sentir angustia, es capaz de ponerse enfermo. Enfermo de neurosis. O generar una fobia. O una neurosis obsesiva. Y este hecho es muy corriente, porque el ser humano tiende a escapar de la angustia, y en esa tendencia estropea cosas, empezando por su cabeza y siguiendo por el mundo que le rodea.
    Un síntoma, en el mundo de la medicina, tiene un significado que se trata con la medicación adecuada. Un síntoma, para el psicoanálisis, es una transacción entre deseos inconscientes y la conciencia, son apaños mal hechos entre ideas que no podemos tolerar y lo que concientemente nos parece tolerable. De ese choque de fuerzas nace el síntoma, como paliativo.
    La angustia no es algo patológico, que se debe curar o aplacar sea como sea. La angustia es un afecto estructural del ser humano, la padecemos todos, y tan sólo aparece como patológica cuando traspasa un determinado umbral, unos niveles. La angustia es inherente al ser humano, porque remite a la completud mítica de la primera infancia, cuando el lactante encontraba todo lo necesario en el amor y los cuidados maternos. Esto, que parece tan teórico, se vivencia a diario, cada vez que una situación nos decepciona: ese trabajo que creía que me colmaría y ahora no es como me lo imaginé, esa mujer a la que deseé durante tanto tiempo y ahora resulta que también tiene defectos, esos objetos (la televisión de plasma, el coche, lo que sea) que anhelé durante meses y que tampoco me satisfacen… Todas esas vivencias de frustración, de búsqueda infructuosa de aquella completud, generan angustia: ocurre cada vez que algo que yo pensaba que sería perfecto se rompe.
    En resumen, que la angustia es lo que media entre el goce (que es siempre el goce de la madre, aquella completud narcisista del bebé) y el deseo, situación que se nos plantea varias veces al día, cada día, todos los días de nuestra vida. Cuando siento angustia puedo dejarme caer en los brazos del goce, que es un goce imposible, o movilizarme a través del deseo. Una persona orientada hacia el deseo tendrá una gran capacidad de trabajo, para las relaciones sociales, para la vida de pareja o las relaciones amorosas, es decir, una persona capaz de trabajar, gozar y amar.
    El psicoanálisis ofrece una herramienta para que aflore lo inconsciente, para que el sujeto sepa por qué está angustiado y, por el hecho de poder ponerle palabras a su angustia, deje de experimentarla como algo displacentero. Es decir: el psicoanálisis coloca esa brújula que es la angustia en las manos del paciente, como un instrumento de navegación para que sea él, y no su inconsciente, quien decida qué dirección quiere darle a su vida, si la del goce imposible o la del deseo.
    Un factor distintivo de la angustia es que cuando alguien dice que la siente, lo que siente ya es otra cosa. Porque decir tengo angustia ya es empezar a hablar, y lo correcto sería decir que uno no tiene angustia, sino que es la angustia la que lo tiene a uno.

    martes, 2 de diciembre de 2014

    Declaración de Claudio Naranjo sobre el patriarcado y el amor



    “Creo que el hundimiento es nuestra esperanza. Vamos en el barco patriarcal con nuestra parte instintiva eclipsada e implícitamente criminalizada. Parece obvio pensar que buscamos la felicidad pero lo hacemos por mal camino y tal vez nos engañemos y queramos otra cosa, quizás la comodidad. Hay muchas cosas a las que llamamos felicidad pero no tenemos ni la más mínima idea de lo que es la plenitud. El amor lo tenemos muy idealizado, pero no es una prioridad. No educamos para el amor. No se puede usar la palabra amor ni en el mundo académico, ni en el mundo burocrático, ni en los negocios. Está fuera del vocabulario. Se considera algo sentimental o un residuo de una religiosidad arcaica”
    Pudiera pensarse que es la bondad la más humana de las manifestaciones del amor, pero no sería exacto. Aunque es humana la generalización mayor o menor de la benevolencia, en sus orígenes el amor-bondad está íntimamente unido al amor maternal, siendo una extensión natural de lo siente la madre por las crías, (y hablo de “crías” más bien que de hijos para aludir a algo no es propio solamente del hombre, sino de todos los mamíferos).