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Paz y Ciencia

miércoles, 2 de octubre de 2013

Mirada holista de la Disociación

DISOCIACIÓN





  • Disociación es una palabra que se utiliza para describir la desconexión entre cosas generalmente asociadas entre sí. Las experiencias disociativas no se integran en el sentido del yo, dando por resultado discontinuidades en el conocimiento consciente. En la disociación se da una falta de conexión en los pensamientos, memoria y sentido de identidad de una persona. Por ejemplo, alguien puede pensar en un acontecimiento que le trastornaba enormemente y aún así no experimentar ninguna emoción en absoluto. Es lo que se llama embotamiento emocional, uno de los aspectos principales del trastorno de estrés postraumático. La disociación es un proceso psicológico que se encuentra comúnmente en personas que buscan un tratamiento por problemas psicológicos .
    La disociación cae dentro de una línea continua de severidad. Por ejemplo, una disociación leve sería quedarse absorto leyendo un libro y no darse cuenta de lo que sucede alrededor, o cuando estás conduciendo por una carretera familiar y te das cuenta de que no recuerdas los últimos kilómetros porque tu mente estaba "en otra parte" mientras tu cuerpo se encargaba de conducir. Estos síntomas no se consideran patológicos y caen dentro de la normalidad. Reciben el nombre de abstracción hipnótica. Una forma más severa y crónica de disociación puede verse en el trastorno de identidad disociativo, antes llamado trastorno de personalidad múltiple, y otros trastornos disociativos.
    La disociación puede afectar a la subjetividad de una persona en forma de pensamientos, sentimientos y acciones que parecen no provenir de ninguna parte, o se ve a sí misma llevando a cabo una acción como si estuviera controlada por una fuerza externa. Por lo general, una persona se siente "controlada" por una emoción que no parece tener en ese momento. Por ejemplo, puede sentir repentinamente una tristeza insoportable, sin una razón evidente, y después esa emoción desaparece de la misma manera que llegó. O bien, una persona puede encontrarse a sí misma haciendo algo que no haría normalmente pero incapaz de detenerse, como si alguien le estuviera obligando a hacerlo. Esto se describe a veces como la experiencia de ser un "pasajero" en su propio cuerpo, más que el conductor.
    Hay cinco maneras principales mediante las cuales la disociación de procesos psicológicos cambia la manera en que una persona experimenta la vida: despersonalización, desrealización, amnesia, confusión de la identidad, y alteración de la identidad. Se sospecha de la existencia de un trastorno disociativo cuando se da cualquiera de las cinco características.
    Despersonalización es la sensación de estar separado, o fuera del propio cuerpo. Sin embargo, algunas personas hablan de una profunda alienación de sus cuerpos, la sensación de que no se reconocen en el espejo, no reconocen su cara, o simplemente, no se sienten "conectados" con sus cuerpos de maneras que son difíciles de expresar con palabras.
    La disociación se ha identificado siempre con el trastorno de estrés postraumático, en el que la persona tiene experiencias disociadas, como obsesiones, flashbacks y experiencias somatosensoriales, mientras que por otro lado está vigilante para evitar todo recuerdo del trauma.
    El trauma en un sentido estadístico es normal, y así lo es también la disociación. Además, la disociación no sólo procede del trauma, sino también de entornos familiares caóticos, abusivos o negligentes, de dilemas de apego y de ansiedad severa producida por relaciones interpersonales.
    La disociación se puede definir como la separación de contenidos experienciales y mentales que normalmente están conectados, pero la autora tiene el objetivo de delimitar los significados del término porque son muchos y crean confusión conceptual.
    ¿Es la disociación siempre patológica? No siempre, por ejemplo se encuentra disociación en la concentración o ensimismamiento ante una tarea en que se excluye de la conciencia cualquier otro contenido, así como en la meditación.
    lo que diferencia la disociación patológica de la adaptativa es que esta última está bajo control voluntario y además promueve la integración, mientras que la primera la impide. Sostiene que, en general, un exceso de disociación, aunque se realice con fines adaptativos en principio (como estrategia para afrontar un trauma), acaba haciéndose involuntaria y, por tanto, convirtiéndose en patológica.
    La habilidad para disociar es mayor en la infancia y decrece con la edad, excepto el periodo de la adolescencia. Así, aunque puede hablarse de un continuo de disociación, según un modelo taxonómico la disociación es identificada con un extremo, en el cual es severa y crónica, y por tanto patológica.
    Según el concepto de disociación estructural hay una división de partes experienciales de la personalidad, sistemas de ideas y funciones, cada uno de los cuales produce un “sentido del self”. Van der Hart es un autor que aboga por este concepto, sosteniendo que una cosa es tener experiencias de despersonalización y desrealización, que pueden producirse por estrés, enfermedad, sueño, abuso de sustancias o deprivación sensorial, y otra la “despersonalización patológica”, que implica separación entre el yo observador y el observado, que suele ocurrir en los casos de abuso sexual infantil, violación, combate y accidentes, y que son disociaciones estructurales que, por su parte, pueden tener distintos grados de severidad en un continuo.
    La siguiente cuestión es si considerar la disociación como un proceso o como un efecto. El proceso disociativo puede o no dar lugar a un efecto estructural, entendiéndose éste como una división organizada y perdurable de los contenidos experienciales del self.
    La disociación es una respuesta adaptativa frente al trauma, permitiendo que el individuo sobreviva a aquél. Protege de dolor y conocimiento insoportables y preserva un sentido de seguridad y control. Es, por tanto, un legado biológico por el que el organismo responde cuando se siente abrumado, y que le permite separarse de la experiencia del trauma. Cuando el trauma se produce por la relación con una persona de quien se depende, la disociación permite a la persona continuar relacionándose de una manera doble con su figura significativa, sin notar las contradicciones inherentes, como el niño que es sujeto de abuso sexual en casa y que puede “olvidar” los hechos nocturnos y ser como una persona normal durante el día, pero no ha reprimido el abuso, porque durante la noche “recuerda” de nuevo y sabe cómo debe tratar a su figura traumatizante. Pero, si se mantiene demasiado tiempo, la disociación se vuelve maladaptativa. Por ejemplo, cuando el trauma es repetido y ocurre en edad temprana, la respuesta disociativa se vuelve automática y contribuye al desarrollo del trastorno de personalidad.
    Un concepto útil es el de estado. Frente al concepto de rasgo, que implica una tendencia continua y consistente en la persona a sentir, pensar y comportarse de una cierta manera, los estados mentales son bloques que se construyen en el comportamiento y la conciencia, rompiéndose el sentido de continuidad del sujeto. Esta ruptura, puede ocurrir de dos modos: el primero es interrumpiendo y retardando la conexión entre los estados en el curso del desarrollo, como cuando estados de miedo intenso son disociados de otros estados, o afectos negativos hacia una figura de apego no son integrados en el conjunto de la relación. El segundo modo es creándose estados alterados específicos, como en los casos de niños tramatizados que desarrollan estados en los que crean fantasías que cambian la realidad insoportable. Pero, en general, como consecuencia del trauma se incrementa el número de estados discretos de conciencia de la persona, fragmentándose la identidad.
    Otro concepto es la disociación somatoforme, que en el DSM en sí mismo se ha “disociado” la personalidad en mente por un lado y cuerpo por otro, de modo que los síntomas somatoformes se consideran somáticos, diferentes de los aspectos afectivos y cognitivos de la disociación. Por otro lado, desde el psicoanálisis lo común ha sido considerarlos como formaciones de compromiso en las que las pulsiones reprimidas se expresan de un modo motor. Ahora bien, se sostiene que esto nos impide ver que lo síntomas somatoformes pueden ser producto de experiencias reales, como violaciones, que implican daño al cuerpo, formando parte de fragmentos de recuerdo que no están integrados con otras modalidades de memoria de dichos eventos históricos de la vida del sujeto.
    Hay autores han relacionado las respuestas de los animales al terror con las reacciones humanas. Se han destacado dos respuestas primarias al trauma que alteran los procesos de desarrollo neural, son la hipoactivación e hiperactivación. El patrón de hipoactivación implica comportamientos como fuga, adormecimiento, fantasía, analgesia, desrealización, desmayo, con comportamientos de conformidad robótica y pasividad. El patrón de hiperactivación implica reacciones de lucha o escape, consiste en elevación de ritmo cardíaco, vigilancia, irritación, aumento de la locomoción y de estado de alerta, con tendencia a percibir en exceso las claves amenazadoras y por tanto a responder con agresión.
    Estas respuestas relacionadas con el trauma alteran los patrones neurobiológicos del cerebro, llevando a expresiones genéticas maladaptativas y a conexiones sinápticas que acaban en déficit neurológicos. El trauma abruma el sistema nervioso autónomo con hormonas de estrés, sobreactiva la amígdala y empequeñece el hipocampo, que está relacionado con el procesamiento de la información. Después de un tratamiento exitoso, los pacientes con trastorno disociativo de la personalidad recobraron volumen del hipocampo.
    Hay otros efectos, como la disminución de la capacidad reflexiva, la creación de rasgos estables a partir de comportamientos específicos al trauma, de manera que se crean patrones temáticos en el cerebro, activaciones neuronales repetitivas. Y en tercer lugar está el problema de que esta clase de información alcanza la amígdala, que capta el mensaje antes de que éste llegue al córtex, por lo cual el estado de excitación puede no conllevar la activación de recuerdos cognitivos asociados que aporten el conocimiento de por qué uno está ansioso o alterado.
    hay consenso entre muchos teóricos en cuanto a que la disociación está presente en la mayor parte de la psicopatología no orgánica. De modo opuesto a los trastornos disociativos, en los que la disociación es considerada el problema, la disociación está en la base de todos los trastornos de la personalidad, pero es egosintónica. En cuanto a la psicosis, la autora plantea que cuadros como el trastorno disociativo del pensamiento, que puede presentar percepciones bizarras, flashbacks y alucinaciones auditivas y visuales de las que el sujeto no siente que ocurran “fuera de su cabeza”, se puede describir como un fenómeno cuasipsicótico, aunque no sea indicativo de esquizofrenia. Todos ellos serían síntomas de recuerdos disociados de la conciencia. Del mismo modo, muchos síntomas antes considerados propios de la esquizofrenia -voces discutiendo, inserción o robo del pensamiento- pueden ahora considerarse propios de trastornos disociativos, en los que las voces se entienden como actividades de otro-una parte disociada del self.
    la disociación en forma de estados mentales alterados se puede entender como deseable. Ejemplos de esto son los fenómenos de trance, el chamanismo o las habilidades disociativas de los médium. A lo largo de la historia, la hoy llamada personalidad múltiple puede haberse manifestado como trances de posesión.
    REPRESIÓN
    La idea central de la represión es la exclusión completa de información a la conciencia. Freud no fue consistente en cuanto a lo que él pensaba que se reprimía, al principio eran recuerdos traumáticos, después deseos y fantasías. Pero los dos casos, tanto los recuerdos dolorosos como lo deseos, corresponden a los dos principales usos de la represión de hoy día.
    Sin embargo, Howell expone que la represión como defensa inconsciente plantea un problema lógico, del mismo modo que antes lo ha expuesto con la identificación proyectiva, el problema de que requiere saber y no saber al mismo tiempo. ¿Cómo es que la parte represora del yo debe reprimir que está reprimiendo? La respuesta puede requerir un número infinito de homúnculos internos que ejecuten la represión. La solución de Freud fue poner una censura interna, pero el problema sigue siendo que el censor sabe y no sabe a la vez.
    Ante este problema se han dado varias soluciones. Una viene de la psicología cognitiva e implica la idea de que la represión no siempre tiene que ser inconsciente, que empieza como un procedimiento consciente, declarativo, de supresión que con la práctica se vuelve procedimental e inconsciente. La segunda solución es la que da el disociacionismo de Stern, autor que dice que nosotros no “sabemos” porque evitamos formular una experiencia que nunca ha sido formulada. Como sostuvo Sullivan, selectivamente no atendemos a lo que nos podría producir ansiedad, porque tenemos el presentimiento de aquello que es mejor evitar percibir. Una tercera solución es la del disociacionismo de Janet, en el que las diferentes partes o estados del self saben distintas cosas.
    Antes de ofrecer su propia respuesta, Howell hace un análisis del significado de los conceptos de represión y de disociación, y clasifica cuatro diferencias importantes:
    - La represión es motivada y defensiva, mientras la disociación puede entenderse como un proceso activo, defensivo, motivado, pero también como un proceso psicológicamente pasivo, automático. La represión, dice la autora, es siempre algo que uno hace, pero la disociación puede ocurrirle a uno. La disociación pasiva se refiere a la psique abrumada por eventos que son más de lo que la estructura mental puede procesar. Para la autora, ambas disociaciones activa y pasiva están implicadas en el fenómeno disociativo.
    - Experiencia formulada versus no formulada. Se considera que la represión trata de conocimiento declarativo que una vez fue sabido y entonces olvidado. Contrariamente, la disociación se refiere a la experiencia no formulada.
    - Saber y no saber en diferentes momentos versus saber y no saber al mismo tiempo. La represión se refiere a un trozo de información que una vez fue accesible pero después no, mientras la disociación normalmente se refiere a la división de la experiencia en la que las partes permanecen una junto a la otra. En la disociación, las organizaciones de la experiencia compiten y se mantienen apartadas, como es el caso en la “personalidad emocional” y la “personalidad aparentemente normal”, o cuando una persona tiene un estado del self durante el día que no quiere saber del que tiene cuando durante la noche es abusada. La autora relaciona esto con la visión de la represión como escisión horizontal y la disociación como escisión vertical, en cuyo caso el material escindido está continuamente a la vista, solo que reaparece en distintos momentos. A este respecto, sostiene que el afecto no puede ser enterrado o reprimido, sino sólo colocado en diferentes significados cognitivos; sin embargo los estados afectivos sí pueden ser disociados y lo son frecuentemente, y los estados del self se organizan alrededor del afecto.
    - Los recuerdos disociados son contexto-dependientes. Howell muestra con una viñeta clínica que un determinado estado del self, organizado en torno a un estado afectivo, vivencial, está relacionado con claves contextuales que ayudan a que este estado se manifieste.
    ACTUACIONES
    Para la autora, la actuación es un concepto puente entre lo interpersonal y lo intrapsíquico. Las actuaciones interpersonales son dependientes de la disociación interpersonal.
    A través de la actuación se puede expresar un conflicto entre un estado del self y otro. Siguiendo a Millar, Howell piensa que el conflicto en las relaciones de poder está encubierto, porque son relaciones de dominante-subordinado, los subordinados no hablan porque tienen miedo, y si intentan articular un conflicto los dominadores equivocan el conflicto encubierto por ausencia de conflicto y acusan a los subordinados de crear conflicto. Eso es lo que ocurre en la relación entre el niño y el abusador, en que el conflicto es subyacente y se vuelve parte de la estructura psíquica del niño. De manera que para la autora hay correspondencia entre los conflictos interpersonales y los intrapsíquicos o interestados, en ambos casos es un conflicto cubierto que no ha sido articulado y las partes separadas pero en connivencia no han sido diferenciadas.
    Lo que sostiene Howell es que para que el conflicto cubierto se vuelva abierto, las partes de la organización interna del sistema necesitan estar en una relación significativa e influenciable con alguien fuera del sistema. Porque la relación entre las partes, cuando éstas están disociadas, sólo puede verse desde fuera del sistema. En este caso, el conflicto no es renegado, porque nunca ha sido reconocido. Las partes del sujeto han de estar en una relación significativa con alguien de fuera antes de que se pueda articular y poner a descubierto el conflicto entre estados. El observador externo -o terapeuta- debe reconocer la subjetividad de cada parte, porque si toma la parte como un todo no podrá entenderla. Y eso es lo que muestra con una conmovedora historia clínica de un caso de trastorno disociativo. La conexión con el afuera es lo que Bromberg llama “puente relacional”. Pero para Howell no es suficiente el puente relacional para sanar la disociación, sino que es necesario que el sujeto internalice la relación de las partes con el conocedor de fuera. Cuando Howell pudo entender las razones y empatizar con las diferentes personalidades parciales de su paciente, entonces la paciente pudo saber más de sí misma. Howell aclara que ella no sugiere que haya un isomorfismo absoluto entre el trastorno de identidad disociativo y los problemas de personalidad menos severos basados en la disociación, sin embargo, sí cree que el modelo básico es el mismo.
    Howell también trata las actuaciones interpersonales, cuya diferencia de las actuaciones interestados es que, en las primeras, el conflicto está localizado en los individuos, mientras que, en las segundas, el conflicto es entre los estados del self. En la segunda, la persona no siente conflicto sino desconcierto, pero en las actuaciones interpersonales hay una experiencia de conflicto entre dos personas, y uno de los individuos debe estar dispuesto a servir como puente relacional para los estados del self disociados del otro, entonces la nueva interacción puede ser internalizada.
    Howell explica la observación de Stern sobre que la experiencia que no es formulada porque no se la ha atendido debe necesariamente ser actuada en una actuación que compromete a dos partes, es coconstruida. Cada una de las partes representa un polo del conflicto, y las dos partes están empatadas hasta que una de ellas pueda formular una versión amplia que incluya lo que la otra está comunicando desde su perspectiva. Pero en la actuación interpersonal ninguna de las partes experimenta intrapsíquicamente este conflicto.
    Howell plantea que las actuaciones pueden ser disociadas -pero no tienen porqué serlo necesariamente- y son inconscientes, pero no necesariamente dinámicamente inconscientes. Las actuaciones tienen su origen en procesos relacionales de cognición, afecto y conducta con los cuidadores que se aprenden implícitamente en el desarrollo. Ryle conceptualiza esos procesos como procedimientos de rol recíprocos que se generalizan, y que no sólo incorporan las respuestas del otro, sino que la buscan y la predicen. El problema, según Howell,
    surge cuando ciertos patrones de estados del self se vuelven rígida y crónicamente disociados. El problema no es la separación del contexto en sí misma, lo que es muy necesario para separar la figura del fondo. El problema es cuando no podemos movernos desde una configuración figura-fondo a otra y mantenerlas juntas en la conciencia.”
    Creo que podemos ejemplificar esto con una persona que puede sentir en un momento intenso enfado y rabia hacia alguien (la figura), pero saber a la vez que lo que le ha provocado esa rabia es fruto de un contexto determinado, y que tiene otros vínculos importantes con esa persona (el fondo) que le inspiran sentimientos diferentes.
    En este sentido, Howell plantea que en la literatura del trastorno disociativo la palabra cambio se usa para referirse al cambio desde una parte disociada del self a otra, pero esto puede aplicarse a disociaciones de pequeña escala, cuando hay un cambio desde un “modo de estar con el otro” a otro, sin mucha capacidad para hacer un comentario interno sobre este cambio. Y, para la autora, la tarea del terapeuta con las actuaciones es animar y ampliar este comentario, y la base del cambio en el tratamiento es el trabajo con las actuaciones.
    Aquí puede surgir el problema: experiencias que son terroríficas, espantosas, difíciles de ser pensadas, y por tanto sólo son actuadas. Entonces el terapeuta puede tener dificultades para funcionar como puente relacional. Si un sentimiento en el terapeuta, como el de vergüenza, lo motiva a mantener distancia afectiva de las partes llenas de vergüenza de la experiencia del paciente, se darán como resultado actuaciones dolorosas que no existirían si la vergüenza del terapeuta no le impidiera captar al paciente y a él mismo. En las actuaciones, dice Howell, las partes del analista resuenan, pero no se comunican, con las del paciente.
    Frente al dilema de que si la disociación es experiencia no formulada, el trastorno disociativo puede ser difícil de entender, porque se manifiesta como diferentes estados del self que aparentan ser muy consistentes en sí mismos. La respuesta de la autora es que eso sólo es así para el observador externo, porque los estados disociados no están formulados por ninguno de los otros estados del self. Cuanto más disociados están los estados del self, menos formulados están unos para otros. Los flashbacks, o los recuerdos sensoriales, por ejemplo, son para la autora actuaciones interestados.
    ESCISIÓN
    Howell ve la escisión como una clase particular de actuación en la que los contenidos del self escindido contienen mitades opuestas de experiencia dominadas por afectos opuestos. La diferencia de la escisión con la disociación es que en la primera las partes están siempre en lucha, con visiones opuestas de la realidad, pero al mismo tiempo se necesitan desesperadamente una a la otra porque cada una representa el antídoto de la otra, como por ejemplo puede ser la necesidad de apego en una parte y la agresividad o la vigilancia en otra.

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