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Paz y Ciencia

domingo, 27 de octubre de 2013

Afecto



AFECTO Y PIERA AULAGNIER

“Afecto, sentido, cultura, están copresentes y son responsables del gusto de estas primeras moléculas de leche que toma el infans.” (Aulagnier, Piera. La Violencia de la Interpretación: del pictograma al enunciado. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1977)
El afecto ha sido y es materia de debate para los psicoanalistas. Sería imposible referirnos al sujeto sin tomar en consideración la cuestión del afecto; y sin embargo su ubicación metapsicológica es muy diversa entre los autores que se han ocupado del tema.
Piera Aulagnier no sólo privilegia la temática del afecto sino que la desarrolla de un modo original, proponiendo cauces interesantes para la teoría y para una clínica nunca ausente en sus contribuciones teóricas.
Situemos a esta autora, quien ha dejado una producción insoslayable dentro del psicoanálisis contemporáneo. Conocedora profunda de la obra freudiana y apoyada en la misma, incorporó ideas de autores fundamentales como Lacan, de quien se distanció luego, y de Castoriadis, cuyas ideas son perceptibles en muchos de sus desarrollos.

En 1964 fundó el Cuarto Grupo junto con Perrier, Valabrega y otros psicoanalistas. Su trayectoria se fue nutriendo de aportes teóricos centrales del psicoanálisis que retrabajó y enriqueció, lo que hizo de su obra una contribución singular y de enorme relevancia. Autores como Cornelius Castoriadis y René Kaés, entre otros, han tomado algunas de sus conceptualizaciones para sus propios desarrollos teóricos.

Autora de los libros La Violencia de la Interpretación, Los Destinos del Placer y El Aprendiz de Historiador y el Maestro Brujo, así como de numerosos artículos, desplegó una producción en la cual confluyeron un riguroso desarrollo teórico y una práctica clínica siempre presente en sus conceptualizaciones.

Situada en el seno de debates nodulares dentro del psicoanálisis postfreudiano, Aulagnier evitó las dicotomías reduccionistas y los fundamentalismos teóricos, así como las alienaciones institucionales; problemáticas que por otra parte abordó en algunos de sus escritos. Las adhesiones acríticas a teorías o maestros y los riesgos del dogmatismo dentro de las instituciones psicoanalíticas, pero también sus efectos en la escena clínica, la inducción inconsciente de alienaciones y de pasiones transferenciales, fueron temáticas que ocuparon y preocuparon a la autora. Propuso una posición epistemológica abierta que evitara tanto las simplificaciones reduccionistas como las oposiciones binarias, a menudo subsidiarias de los entramados entre saber y poder presentes en los debates científicos. Su posicionamiento teórico albergó continuidades y rupturas, contradicciones y diferencias, concibiendo un pensamiento complejo en que la paradoja y la multidimensionalidad se sitúan como aspectos inherentes al acceso a lo real.

Un eje central que recorre la obra de esta psicoanalista es la importancia de la dimensión relacional; la trama indisociable entre la subjetividad, los encuentros y el lazo social. Sujeto, vínculo e histórico-social resultan coétanos e indiscernibles. No es posible pensar la subjetividad por fuera del encuentro con el otro y con el otro social.

Pero también el cuerpo, el afecto y la representación conforman una urdimbre inseparable, que se despliega a lo largo de la vida en lo relacional.

Cuerpo, afecto y representación: una perspectiva relacional.
Cuerpo, afecto, representación y lenguaje constituyen un tejido indisoluble desde los comienzos de la vida. Desde su llegada al mundo el recién nacido recibe y metaboliza un enorme montante de información a partir de las características del encuentro con quienes lo alojan.

¿De qué información se trata? De una información en que las sensaciones, el mundo de las significaciones, las palabras y todo aquello que hace a un universo de estímulos múltiples, ingresa y es procesado como dialéctica entre placer y displacer.
¿Qué es el afecto? Para nuestra autora es la cualificación de las cantidades en la dinámica placer-displacer que se instituye desde el momento mismo del nacimiento.

Varias implicancias respecto de esta definición:

- El infans se sumerge, inevitablemente, en un ámbito que lo preexiste y que penetra en él a través de una oferta de estímulos que no puede ignorar.
- Sin embargo, el recién nacido no recibe de modo pasivo estos estímulos. Transforma las cantidades en cualidad a través de su procesamiento en términos de placer-displacer. O sea, en términos de afecto.
- La información que recibe es de carácter libidinal, y está fuertemente entramada con el deseo y la investidura de la que el niño es receptor desde el anidamiento que le ofrecen las figuras primordiales.
- El proceso originario se encarga, a través de esa primera producción que es el pictograma, de metabolizar la dinámica placer-displacer que se va generando en el entramado intersubjetivo.
- Por ende el placer-displacer es la cualificación del encuentro en términos afectivos. Un afecto que es a la vez representación; siendo la experiencia de placer condición necesaria para la investidura de la representación.

Como se ve, ya desde el nacimiento la dimensión del afecto es fundante en la economía psíquica: para que haya actividad de representación se requiere de un placer
mínimo necesario que posibilite la investidura de la misma.
Desde la perspectiva de Aulagnier, por ende, la dimensión económica junto con la representacional, conforman el entramado fundante de la complejización psíquica.
Cabe agregar que desde esta perspectiva la dialéctica pulsional entre Eros y Tánatos se inaugura en estrecha relación con el afecto: pulsión de vida como tendencia a la investidura y deseo de deseo, en tensión conflictiva con la pulsión de muerte, la que habrá de expresarse como desinvestidura y deseo de no deseo articulados al displacer. Todo ello íntimamente entrelazado con las tramas intersubjetivas.


Afecto e intersubjetividad
Si la cualificación y metabolización afectivo-representacional acontece en el seno de los encuentros con los otros, se hace necesario avanzar en la comprensión de los entramados intersubjetivos. Esto es lo que hace Aulagnier, proponiendo un abordaje multiplicador en el que interroga qué ocurre del lado de las figuras primordiales.
Placer – displacer se refiere a la metabolización del encuentro. O sea, a la dimensión afectiva presente en el mismo. Es claro que esto no remite al plano empírico, sino a las dimensiones pulsionales, inconscientes, narcisistas y edípicas que se ponen en juego en los entramados intersubjetivos. Por ejemplo, si pensáramos en la vivencia de satisfacción, es esencial que la misma no se reduzca a calmar la necesidad sino que aporte placer a ambos participantes, dado que los sentidos informan acerca del mensaje afectivo más allá de lo concreto.
Como es evidente, aquí la noción de encuentro remite a un tejido intersubjetivo en el que convergen las modalidades deseantes y el placer que se juegan del lado de la madre y del padre. La significación que la llegada al mundo de un hijo posee para sus progenitores, y que implica un trabajo psíquico intenso por parte de éstos, es de crucial importancia ya desde los comienzos.
El deseo y el discurso de la madre y del padre, las tramas narcisistas y edípicas de ambos y sus entretejidos vinculares constituyen vértices que Aulagnier toma en consideración para sus conceptualizaciones. Cabe agregar que la autora ubica el deseo del padre tanto como el materno como fundante en la construcción subjetiva.
Si bien hemos abordado la temática del afecto en la génesis del psiquismo, la importancia de la dimensión afectiva se mantiene para la autora a lo largo de la vida, en un interjuego constante con el mundo representacional y las redes vinculares. No olvidemos que el proceso originario, con su modalidad de metabolización pictográfica, es decir, en términos de placer-displacer, constituye un fondo representativo eficaz durante toda la vida, en interacción con los procesos primario y secundario, de mayor complejización psíquica.
Aulagnier trabaja con la noción de un psiquismo abierto, y de una subjetividad que metaboliza la vida en forma permanente, simbolizando la historia e instituyendo el porvenir. Lo instituido y lo instituyente en tensión conflictiva, pugnando entre la repetición y la creación.

La designación del afecto: el sentimiento
Aulagnier denomina sentimiento a la designación del afecto, tarea que incumbe al Yo y que retraduce la cualidad afectiva en términos accesibles al lenguaje. Pero esta designación es en rigor una interpretación, dado que liga una vivencia incognoscible en sí a un acto de lenguaje que jamás habrá de reflejar una coincidencia exacta con el afecto. Aún más: el significante nombrará al afecto en términos de lo que el discurso cultural identifica como tal. Con lo cual, el sentimiento implicará una adecuación necesaria a los códigos intersubjetivos y culturales compartidos.

La emoción
El término emoción, que no posee un lugar específico en la terminología analítica, designa la parte visible de ese iceberg que es el afecto, a través de las manifestaciones subjetivas de los movimientos de investidura y desinvestidura, que surgen en estrecha relación con lo sensorial. Se trata, entonces, de signos corporales que ponen en resonancia al cuerpo y al afecto.

Afecto y encuentro analítico
Piera Aulagnier no vacila en sostener que el encuentro analítico incluye una dimensión afectiva del lado del analista. Confundir la abstinencia con una suerte de neutralidad desafectivizada sería proponer un encuentro analítico de tipo operatorio al estilo de un como si. La noción de escucha invistiente que propone enfatiza la importancia de la investidura de la palabra del paciente como zócalo imprescindible para cualquier despliegue ulterior y nos conduce a un tema crucial: la incidencia del valor del placer durante el proceso terapéutico.

Si la experiencia del placer es condición inaugural necesaria para la complejización psíquica, también el encuentro analítico debe contar con una prima de placer como soporte del trabajo psíquico que se realiza. Así es que la función y la cualidad del placer en el seno de la relación transferencial, la posibilidad por parte del analista de investir el proceso analítico en cada escenario clínico, resultan esenciales para que el campo interpretativo no acontezca en un desierto de palabras despojadas de valor afectivo.
La cura, entendida por esta autora como simbolización historizante, requiere entonces de la presencia de un analista que, operando en abstinencia, se encuentre fuertemente comprometido con el proceso singular subjetivante de cada encuentro terapéutico. Nuevamente la importancia del encuentro: esta vez entre paciente y analista. Encuentro en el cual la investidura de la palabra del paciente, del pensamiento y la simbolización de la historia singular es crucial para el proceso analítico.

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