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Paz y Ciencia

miércoles, 28 de enero de 2015

Jung y Tolkien



RASTREANDO EL ARQUETIPO DE LA SOMBRA EN LA OBRA DE
J.R.R. TOLKIEN

INTRODUCCIÓN

Ana María Vargas Betancur/Raúl Ortega

Hemos de considerar al cine como uno de los medios actuales de transmisión de las mismas enseñanzas que hasta hace no mucho tiempo, quizás sólo dos o tres generaciones atrás, estaban reservadas desde tiempo inmemorial al clásico cuento. Heredero directo de la igualmente ancestral tradición teatral, ha copado no sólo el entorno que le es propio de la historia contada en escenarios costosos, por un elenco de actores profesional, con vocación de realizar el trabajo para un abundante público y respaldado por una elaborada producción, sino, también, aquel recinto más íntimo, recogido y familiar, de la leyenda contada y oída alrededor de la hoguera en las sobremesas de invierno, o leída en un viejo tomo regalado por el abuelo bajo una luz tenue antes de dormir.
La no poco pesada labor de cuenta cuentos, antes incluida como trabajo no redituado entre las actividades cotidianas de los ancianos del clan, ahora es profesión lucrativa de directores y guionistas, y el a veces también duro esfuerzo imaginativo que siempre el oyente o lector tuvo que ejercer para otorgar dimensión corpórea a las sugerentes palabras, es ahora recreado y regalado por la técnica y sus efectos especiales.
El resultado es la renovación y actualización de la popularidad del valor (moralizante, vivificante y sanador) de la leyenda, el mito, y también del aparentemente pueril cuento, que es el mito que se cuenta sólo a los niños en las épocas en que la sociedad adulta ha perdido en lo sobrenatural la fe.
Por qué empezamos hablando de cine en un artículo que quiere partir del universo simbólico de Tolkien, y no de literatura, es sencillo, aunque parezca una aberración cultural. Porque es el cine el que ha reactualizado la popularidad de los contenidos que expresa su obra, extendiendo su influencia mucho más allá que todas las sucesivas ediciones de El Señor de los Anillos en estas últimas cinco décadas, y convocando pues, de lo cual se hace eco este ensayo, la preocupación perentoria por los significados escondidos detrás de toda esta influencia masiva actual.
Queriendo ser fiel a la estructura original de la obra literaria, la versión cinematográfica conforma una trilogía, lo que la hace intimar aún más en parentesco con aquel otro relato ya absolutamente clásico, ubicado en el mismo espectro artístico y fenomenológico, que es Star Wars. La trilogía, que podemos decir es uno de los modos favoritos del gran relato mítico, desde tiempos de la tragedia griega. Y si ésta desde hace un siglo se ha erigido como paradigma en muchos de sus motivos como gráfico exponente de contenidos capitales para la psicología del inconsciente, también lo son, sin duda, estas otras producciones sólo aparentemente modernas, quizás tenidas por el gran público como más ingenuas y superficiales. Como creo demostraremos, sin embargo, tan clásicas y eternas en puntos cruciales también.
Es menester avisar que no pretendemos en esta publicación abarcar más hermenéutica que la relativa a ciertas cuestiones con el problema de la sombra, y que partiremos de esta precisa cuestión reflejada en el relato tolkiano como primera referencia para, seguidamente, extendernos en amplificaciones y asociaciones más allá, especialmente en la segunda parte.
Nuestro principal interés será el arquetipo en sí y, no tanto, la interpretación exhaustiva de las obras tomadas como referentes en la elaboración de este artículo. El universo simbólico de El Señor de los Anillos es tan abigarrado como la vida misma, lo que requeriría en justicia un par de voluminosas trilogías, o más, para empezar a ser analizado en su totalidad.

PARTE PRIMERA

Ana María Vargas Betancur C: 42791491

John Ronald Reuel Tolkien nace el 3 de enero de 1892 en Bloemfontein en el estado libre de Orange ( Sudáfrica), muere en Oxford en 1973; vivió la mayor parte de su vida en Inglaterra desempeñándose como profesor de lenguas antiguas y filólogo, es considerado uno de los grandes de la literatura fantástica, un mago en el arte de jugar con lo mítico y lo extraordinario imaginando un lenguaje y un mapa propios, a la par con una variedad de personajes y situaciones que no diluyen la hilaridad en el sentido que atraviesa toda su obra: la sempiterna lucha entre la luz y la oscuridad. Resalta en su trabajo la trilogía del señor de los anillos, publicada en 1954, que es precedida en la cronología histórica de la tierra media[1] por la novela el hobbit, publicada en 1937. En esta última comenzará la aventura de rastrear el arquetipo de la sombra durante un breve lapso del tiempo tolkiano, desde la llegada del anillo único a la comarca hasta su destrucción en Orodruin, el monte del destino. La historia misma será la impulsora del recorrido que aquí se propone y aquel que lleva al protagonista a cumplir su destino será también quien ilustre el de este trabajo: Gollum. Antes se hace necesario precisar el origen de la gesta y con él al renombrado Sauron, el señor oscuro de Mordor, que al “tomar forma” invade y destruye a su paso dando a lugar a terribles batallas.
Tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo
Siete para los señores enanos en casas de piedra
nueve para los hombres mortales condenados a morir
uno para el señor oscuro, sobre el trono oscuro
en la tierra de Mordor donde se extienden las sombras.
Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos,
Un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
En la tierra de Mordor donde se extienden las sombras.
J. R. Tolkien, EL Señor de los Anillos.
La historia del anillo es un buen trecho del mundo tolkiano. Los anillos de poder fueron forjados en tiempos muy remotos gracias a la magia de seres inmortales; su objetivo original era “ Crear, curar y construir” ( Tolkien, 1954, Tomo I, pg 363) pero la malicia de Sauron logra atar el poder de todos ellos en el único, el anillo de poder forjado en las sombras de Mordor, a través de este poderoso conjuro inscrito en el anillo mismo: un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.
El anillo, símbolo del destino, de lo que comienza y acaba, de la muerte y renacimiento de lo existente, de la totalidad ( Cirlot, 1986, 69), condena a los poderes benéficos a ser seducidos y atados al sino continuo, circular, de coexistir, de estar atados, con lo oscuro que trae destrucción y caos. El único corrompe lo que toca, solo sirve para destruir y hacer el mal pues esa es su naturaleza y ese su fin. Los tres anillos de los elfos tiene cada uno una gema que los distingue, mientras el único es liso, metálico; las gemas simbolizan, según Cirlot, la sabiduría y el metal remite a la “ astronomía subterránea”, a lo oscuro. De esta manera es evidente la contraposición entre el anillo y sus antecesores élficos: mientras el primero manifiesta su razón oscura, los otros implican la claridad y la belleza.
Es Isildur, descendiente de reyes antiguos y poderosos, el primero en ser tocado y destruido por el poder oscuro del anillo; él, en compañía de elfos y enanos, combate en la primera gran batalla contra Sauron, quien luego de forjar el único ha extendido sus alas de tinieblas sobre gran parte de los territorios conocidos, y ha corrompido a los nueve reyes poseedores de los nueve anillos de los hombres, quienes ahora como espectros vivientes le sirven. El anillo es conocido entre los descendientes de Isildur, los valerosos y nobles hombres de Gondor, como “ el daño de Isildur”; en medio de la batalla, ya casi sin esperanzas y en un último esfuerzo, este rey corta de la mano del señor oscuro el dedo donde lo ostenta. Tras un grito de agonía que hiela la sangre y paraliza a los combatientes Sauron se desmorona, pierde su forma, y se refugia informe en el fondo de la tierra de Mordor, a mascullar su regreso.
Fueron Gil-Galad, rey de los elfos, y Elendil, quienes derrotaron a Saurón, aunque murieron; el hijo de Elendil, Isildur, cortó el anillo de la mano de Sauron y se quedó con él. Sauron fue vencido. Hasta que la sombra tomó nueva forma en el bosque negro ( Tolkien, 1954, tomo I)
El señor oscuro se torna un peligro cuando “toma forma”, cuando encarna, cuando se hace visible, cuando se presenta ante la consciencia. En estas condiciones es invasivo, pretende esclavizar a los hombres y a todos los pueblos libres de la tierra; es representante del principio oscuro, caótico, que comparte con los elfos el don de la inmortalidad. Estos últimos son seres de delicada belleza, constructores, magos buenos que conocen el lenguaje de los animales y los bosques, amigos de los hombres que llevan la nobleza y la verdad en su corazón. Ellos manifiestan el principio que compensa lo que Sauron indica; lo que construye y cura comparte la misma naturaleza inmortal con lo que destruye. Estamos aquí ante lo inconsciente colectivo, ante dos tipos de seres que expresan dos de sus características fundamentales: lo paradójico[2] y lo atemporal[3] ; pero también ante lo que implica el encuentro con lo desconocido, el viaje mas allá de las fronteras familiares de la consciencia: encuentro con lo maravilloso, - como el bosque de rivendel o Las tierras de Galadriel, la reina elfa, donde todo es música, paz y belleza -, y con lo horroroso, la ciénaga de los muertos que seducen a los vivos a acompañarlos en sus tumbas acuáticas, o el bosque negro donde habitan arañas gigantes y grotescas.
Mientras Sauron permanece en la oscuridad, no se hace visible, la tierra media prospera aunque de cuando en vez trolls y orcos hagan de las suyas. Mientras la sombra permanezca oculta a la consciencia no genera crisis extensa para el sujeto o la cultura, aunque eventualmente se manifieste en sueños, comportamientos sociales, deseos particulares, pensamientos y sentimientos que por momentos desestabilicen; el caos comienza cuando lo oculto, lo arrojado, informe, a las cavernas de lo inconsciente “ encarna”, toma cuerpo, invade a la consciencia oscureciendo permanentemente su frágil destello. Sauron pretende esclavizar, exterminar, a los pueblos libres, a la cultura de los hombres. Él representa entonces la sombra colectiva, aquello que va en contravía de lo que la cultura promulga y que implica por tanto su destrucción; que toma fuerza, toma forma, a través de la proyección: la forma propia que no es reconocida pero si atribuida a los otros.
Ahora bien, sabemos ya que existe también una sombra colectiva, es decir, que intensos contenidos emocionales, y afectivos reprimidos por la cultura son proyectados sobre determinados individuos de ésta, sino también sobre pueblos, razas y países enteros... (Vélez, 1999, 147)
Si bien el señor oscuro puede considerarse como la sombra colectiva, plantea la destrucción de la cultura, el arquetipo toca también lo particular, lo individual a través de una sombra personal, que en Tolkien toma forma como Gollum, segundo portador del anillo.
Isildur se niega a destruir el anillo ante el pedido de Elrond, el rey elfo que lo ha secundado en la batalla, cae bajo su poder y se corrompe de ambición y codicia; la muerte le alcanza en manos de los orcos y pierde el anillo al nadar bajo las aguas del Anduin, el río grande, cuando intentaba huir. Orcos, Trolls y Wargos, son seres de naturaleza maléfica al servicio del señor de la oscuridad; sus leales guerreros que habitan en cuevas oscuras y solo salen en las noches a sembrar muerte y dolor en cuanto encuentran a su paso. Estos, junto con los nueve espectros, no dan casi tregua a los héroes de la gesta; aparecen sorpresivamente obstaculizando el camino de los viajeros nocturnos que se guían por la frágil luz de sus faroles, sus antorchas o la luna. Espectros y trasgos[4] son los mensajeros de la muerte, de la oscuridad; son dignos representantes de la sombra[5] , que llegan sin previo aviso y se imponen sin compasión destruyendo el frágil equilibrio de la conciencia.
Tras la muerte de Isildur el anillo desaparece de la faz de la tierra; ha caido en las profundidades del rio grande, el Anduin, y nadie conoce su paradero. Es después de mucho tiempo que surge de las profundidades del agua, encontrado casualmente por dos hobbits que solían nadar y pescar en las orillas. Los hobbits son gentes de mediana estatura, más pequeños que los enanos, gente sencilla, campestre, amante del buen vino, la buena comida y la hierba para pipa; nada saben de las maldades del mundo de los hombres y los elfos – de hecho rehusan la amistad con los extraños – y, como dice el mismo Tolkien:
Hay poca o ninguna magia en ellos, excepto esa común y cotidiana que los ayuda a desaparecer en silencio y rápidamente, cuando gente grande y estúpida, como vosotros o yo, se acerca sin mirar por donde va, con un ruido de elefantes que puede oírse a una milla de distancia ( Tolkien, 1937, 12)
Existen tres tipos de Hobbit: los que viven en cuevas, cómodas y bien amobladas, en los valles, en casas de madera, y los que prefieren las orillas de los ríos. Sméagol, es uno de estos últimos; siendo el día de su cumpleaños, se encuentra jugando en el río con uno de sus primos cuando este pisa algo en el fondo que le llama la atención: es un anillo dorado que reluce a la luz del sol. Sméagol exige a su primo que le regale este hermoso objeto como presente de cumpleaños, el anillo ejerce su poder, el primo se niega y Sméagol lo arremete con furia hasta matarlo; de esta manera el único encuentra un nuevo portador, que huye de su pueblo y de su gente para no volver jamás. Lo que no sabe es que tampoco volverá a ser el mismo.
A partir de ese momento este sencillo hobbit vaga, al amparo de la noche, por montañas, valles y desolados desiertos huyendo de su pecado; con el tiempo su aspecto se torna agrio y malhadado. Cansado de andar decide refugiarse en las profundas cuevas de Moria, utilizando eventualmente el anillo al que le descubre un poder especial: mientras lo use es invisible para los otros. La invisibilidad, la pérdida de la percepción de la forma, indica la naturaleza informe de lo oscuro, opuesto a la forma discriminada que permite lo luminoso, la consciencia.
Gollum Vive en las orillas de un lago subterráneo y aprende a comer crudos los peces ciegos que en él habitan, además de variadas especies; de vez en cuando asciende a las cuevas de arriba y, utilizando el anillo, roba comida a los orcos llegando incluso a atrapar y matar a varios de los más pequeños para convertirlos en parte de su dieta. Así nace Gollum, hobbit deforme, irreconocible como tal, de manos y pies planos, de tanto vivir en el agua, y de ojos amarillentos y grandes, de tanto habitar en la oscuridad. (Tolkien, 1930, 81- 82)
Su deformidad, o su nueva forma, es fruto fundamentalmente del prolongado contacto con el anillo. Gollum se ha “ oscurecido”, el único se ha posesionado de él, solo vive en torno a su “tesoro”, a su regalo de cumpleaños. Del hobbit bonachón no queda más que una voz; en este ser hablan dos, en él coexisten Sméagol y Gollum:
...No, él es nuestro amigo mi tesoro, el hobbit es nuestro amigo... no, no es tu amigo te ha traicionado, te ha atado con sogas que queman... pero nos ha salvado, si nos ha salvado, el amo Bolsón es bueno con nosotros mi tesoro... te lo ha robado, él te lo ha robado y ahora lo lleva a Mordor, va hacia él y lo perderemos para siempre... (Tolkien, 1954, tomo II)
El poder de la oscuridad ha alcanzado a Sméagol, Gollum es ahora uno más de las huestes de Sauron, pero algo del viejo hobbit aún se evidencia. La consciencia lanza en lo oscuro de la psique todo aquello que no entra en lo aceptado y reconocido como bueno por el individuo y la cultura: la sombra personal.
La sombra, como la palabra misma lo indica, conforma en parte el lado oscuro que es proyectado por nuestro ego; constituye, de esta manera, el yo enajenado, el hermano oscuro del alma, la bestia interior, el doble, el gemelo desconocido... ( Vélez, 1999, 142)
Gollum es el hermano gemelo de Sméagol; ambos comparten un mismo cuerpo aunque el primero haya adquirido con el tiempo la voz cantante.[6] El arquetipo de la sombra configura la existencia de un “ saco “ individual, de un talego donde escondemos, de nosotros mismos, todo aquello que nos resulta pueril e inaceptable, aunque en sí mismo no lo sea. El señor oscuro ha tocado al alegre hobbit y le ha dado paso al despliegue de eso de sí mismo que no sabía, que no quería saber:
La sombra es, entonces, aquello que no deseamos ser, pero que, sin embargo, nos asalta con sus contenidos y con el terror de encontrarnos al “otro” en un camino en el que pensábamos que únicamente nos hallábamos nosotros ( Vélez, 1999, 143)
Eso mismo creía Bilbo Bolsón, hobbit amigo de las cómodas cuevas, cuando huía de los orcos de Moria, y escondiéndose a ciegas por los túneles, creyéndose solo y a salvo de la ferocidad de los trasgos, pisa un objeto metálico en el piso: es el anillo, que Gollum ha perdido en una de sus rondas. Un poco mas adelante es sorprendido, asaltado, por el siseo de este que sin saber aún de su pérdida habla con su “otro” en el centro del lago. Como ya había comido este ser no devora a Bilbo, pero le propone un juego de acertijos a cambio de conducirlo a la salida de la montaña de Moria. Bilbo, buen hobbit de La Comarca, ha iniciado de manera intempestiva esta aventura que lo tiene ahora al lado de semejante criatura. Como a todo héroe, esta gesta se le ha impuesto: “una ligereza, revela un mundo insospechado y el individuo queda expuesto a una relación con poderes que no se entienden correctamente”[7] . No fue una alegre elección, sino más bien una simpática invasión de mago y enanos que lo ha empujado, en contra de su voluntad, a ser ahora el “saqueador” entre un grupo de trece que quieren recuperar el tesoro robado y oculto en las cuevas de Moria bajo el vientre del dragón Smaug.
Hasta el final de sus días Bilbo no alcanzó a recordar cómo se encontró fuera, sin sombrero, bastón, o dinero, o cualquiera de las cosas que acostumbraba llevar cuando salía, dejando el segundo desayuno a medio terminar, sin casi lavarse la cara, y poniendo las llaves en manos de Gandalf, corriendo callejón abajo tanto como se lo permitían los pies peludos, dejando atrás el Gran Molino, cruzando el río, y continuando así durante una milla o más. Resoplando llegó a Delagua, cuando empezaban a sonar las once, ¡ y descubrió que se había venido sin pañuelo! ( Tolkien, 1930, 40)
Así, en medio de esta aventura, el anillo encuentra un nuevo portador. Los acertijos se le han acabado a Bilbo, nada se le ocurre y es su turno; sabe que tiene que ganar o si no podría ser la cena de Gollum.
Bilbo se pellizcaba y se palmoteaba; aferró la espada con una mano y tanteo el bolsillo con la otra, Allí encontró el anillo que había recogido en el tunel, y que había olvidado.
¿Qué tengo en el bolsillo?- dijo en voz alta. Hablaba consigo mismo pero Gollum creyó que era un acertijo y se sintió terriblemente desconcertado. (Tolkien, 1930, 88)
Gollum no lo adivina así que Bilbo gana y exige que le cumpla la palabra de llevarlo fuera de las cuevas. Aquel le pide que lo espere un momento mientras va por algo para acompañarlo: piensa tomar el anillo y matarlo mientras es invisible, instante que el hobbit aprovecha para huir. Un terrible grito le llega desde atrás, Gollum ha descubierto que ha perdido el anillo que solía guardar en el islote donde habita en medio del lago; sale en persecución del ladrón, era eso lo que tenía en el bolsillo, y Bilbo en la carrera cae y se mete por accidente el anillo en su dedo; la criatura pasa por encima de él sin verlo y Bolsón se da cuenta que este es mágico, que lo hace invisible, así que sigue a su perseguidor sin ser visto hasta la salida de las cuevas donde él cree que se ha dirigido el timador.
Tenía que apuñalar a la asquerosa criatura, matarla. Quería matarlo a él. No, no sería una lucha limpia. Él era invisible ahora. Gollum no tenía espada. No había amenazado matarlo o no lo había intentado aún. Y era un ser miserable, solitario, perdido. Una súbita comprensión, una piedad mezclada con horror asomó en el corazón de Bilbo: un destello de interminables días iguales, sin luz ni esperanza de algo mejor, dura piedra, frío pescado, pasos furtivos y susurros. Todos estos pensamientos se le cruzaron como un relámpago. Se estremeció. Y entonces, de pronto, en otro relámpago, como animado por una energía y una resolución nuevas, saltó hacia delante. (Tolkien, 1930, 97)
Y así huye de las cuevas brincando por encima de Gollum, que lo siente pero no lo ve, y se queda llorando desesperado sabiendo que su anillo, su tesoro, lo ha perdido para siempre. Esta súbita comprensión del hobbit le ha salvado la vida pero él no lo sabe. La aventura de Bilbo terminará con la destrucción del dragón Smaug y la recuperación del tesoro que había acumulado robando y asesinando a hombres y enanos. El dragón, figura mítica de todos los tiempos, recuerda que la sombra tiene en su interior “ tesoros ocultos”, pero que no es el simple hecho de tomarlos: habrá que vérselas con el dragón y salir ileso; bilbo hará uso de su capacidad en los acertijos para evitar ser destruido por el dragón. Al igual que Gollum, el dragón gusta de los acertijos, de lo paradójico que indica una respuesta desconocida. A diferencia de Smeagol, Smaug es un ser antiquísimo, hijo de una estirpe altiva y poderosa, astuto y con una voz que hipnotiza, inmoviliza, para luego atacar. Es el guardián de los tesoros que habitan en la oscuridad, en las cuevas profundas de la psique. Bilbo volverá a la comarca con su parte del tesoro y con la eterna amistad de elfos y enanos, los representantes del principio bienhechor de lo inconsciente.
Mucho tiempo después será Frodo Bolsón, sobrino bienamado de Bilbo, a quién Sméagol guíe hacia Mordor, al monte del destino donde el anillo fue forjado, para tirarlo al fuego de la montaña y destruirlo. Si Gollum es la sombra que cada uno lleva dentro de sí, sin saberlo, sin quererlo saber, Sméagol, y en general cada hobbit, es la persona.
(La persona) es la fachada, en tanto significa la identificación con un papel que encuentra su consonancia con lo que toda colectividad exige en sus formas externas. Es, pues, el yo que se presenta al mundo externo, de acuerdo con las normas de la apariencia y de los roles que en la sociedad o la cultura se piden para poder pertenecer y permanecer en ella. ( Vélez, 1999, 137)
Los hobbits son un pueblo tradicional, no gustan de los elfos, magos y enanos, que a sus ojos son excéntricos y de poco fiar; Bilbo, tras esta aventura, retornará a su tierra, La Comarca, para encontrarse con las miradas desconfiadas de su gente, que no volverá a verlo como antes, pues cuenta con “amistades extrañas”, y nadie se explica para que un hobbit traspone los límites de su hogar... nada bueno habrá de ser. Por esto, hasta cierto punto, también Bilbo y Frodo encarnan La Persona; ambos se encuentran en sus respectivos viajes con Gollum, ese “otro hobbit” que ya no lo es, pero que despierta en ellos lástima, una súbita comprensión, que les impide dañarlo. Él es su hermano gemelo, en tanto fue hobbit, su doble oscuro, en tanto es ahora Gollum. “ Algún papel tiene en esta historia” dice el mago Gandalf a Frodo cuando este reniega de la criatura, criticando el hecho de que su tío no lo hubiese matado cuando pudo. Solo hasta el final, en Orodruin, se sabrá cual es este papel, y la importancia del mismo para que la misión de destruir al único fuera cumplida. Estos Hobbits son también la encarnación del héroe, que ha de traspasar las Fronteras conocidas para encontrarse con lo ignoto y lo extraño, desde elfos hasta orcos, y cumplir así con su destino. Destino que espera a todo aquel que “ corra el riesgo de encontrarse consigo mismo”
Durante muchos años guarda Bilbo, celosamente, el anillo. Solo Gandalf sabe que lo posee. Tras muchas pesquisas el mago ha venido a visitar a su amigo Bolsón, tiene una duda sombría: es posible que el anillo que ha encontrado en las cuevas de Moria sea el único, aquel que el señor oscuro, que ha comenzado a tomar forma, busca desesperadamente enviando a sus nueve espectros por toda la tierra media.
La montaña de fuego se ve nuevamente relucir en Mordor, los espectros han sido enviados de nuevo sobre la tierra media; el señor oscuro esta tomando forma una vez mas y solo necesita de su anillo para dominarla por completo (Tolkien, 1954, tomo I)
Así comienza el señor de los anillos. Ahora será Frodo el portador, su tío ha envejecido, el portar el anillo le ha dado una longeva vida, pero también una herida imborrable. Bajo el consejo de Gandalf, Bilbo emigra para radicarse definitivamente en Rivendel, la tierra de Elrond el rey elfo; pero antes ha de dejar el anillo a su sobrino Frodo; Gandalf lo convence de que asi sea, pues algo habra de hacerse para que Sauron no lo encuentre, y ya a sus años no podría defenderlo de los espectros que lo buscan. Frodo, acompañado de su fiel jardinero Sam, y de sus primos Meriadoc y Peregrin, es ahora quien emprende la aventura. También para él, como lo fue para su tío, es este un viaje inesperado; una noche, algún tiempo después de la partida de Bilbo, Gandalf llega a su cueva, le demuestra, y se demuestra, que aquel regalo de su tío es el único: al tirarlo al fuego este ni siquiera se calienta, pero deja ver el conjuro que ha permanecido sin ser visto en su pulida superficie: Uno para encontrarlos a todos...
Es necesario emprender el viaje inmediatamente hacia las tierras de Elrond, donde se celebrara concilio para decidir la suerte del anillo. Muchas aventuras pasa Frodo, tristes y alegres, acompañado en un principio por la comunidad de los nueve, dos hombres, un enano, tres hobbits, un elfo y un mago. Pero luego, tras un ataque sorpresivo de los orcos, la comunidad se disuelve; mientras unos participan en la guerra de Rohan y de Gondor para darle tiempo al hobbit de cumplir su cometido desviando la atención de Sauron, Frodo, acompañado únicamente por su fiel Sam, emprenderá la última y más peligrosa parte del viaje: la tierra de Mordor.
Sam y Frodo se dan cuenta tras unos pocos días de viaje que alguien los sigue, es Gollum. Tras la perdida del anillo ha salido a buscarlo, ha sido apresado por los orcos que lo han llevado a Mordor por orden del señor oscuro; alli ha sido torturado y ha dicho todo lo que sabe sobre el anillo: el apellido Bolsón y La Comarca es ahora conocida por Sauron que envía a sus nueve espectros, – es por eso que Frodo tuvo que salir tan velozmente de su tierra, haciéndose llamar por un tiempo el señor Sotomonte -.
Gollum sabe, percibe, la presencia de su tesoro, y eso lo ha llevado a seguir a Frodo y a Sam, sin ser visto, para matarlos y recuperar lo que le han robado[8]. Pero lo hobbits, al darse cuenta de su compañía, fingen dormir una noche, y en el momento en que Gollum se acerca lo apresan. También Frodo al verlo siente una compasión profunda que le impide matarlo, a pesar de los pedidos de Sam. Gollum promete guiar a los hobbits si lo liberan, y así fue. La bondad de Frodo logra que impere Sméagol, pero solo por un tiempo. Así como la sombra que proyectan nuestros cuerpos ante la luz, también Gollum se asemeja a una sombra que no desampara al “ amo Frodo”; este ha reconocido en aquel el hobbit que algún día fue. La sombra ha de ser reconocida para ser integrada, para que su parte destructiva no nos destruya; Gollum, reconocido por Frodo, ahora le sirve.
Sin embargo tras el encuentro con Faramir y sus hombres, que apresan a Gollum sin que Frodo pueda evitarlo, Sméagol pierde el poder sobre la criatura, que ahora maquina una forma de apoderarse del único.
Ella, ella lo hará, y cuando lo haga iremos por mi preciosso, ella se hará cargo... ( Tolkien, 1954, tomo II)
Ella Laraña, la gorda y babosa, la araña gigante que habita en el interior de las montañas que rodean a Mordor, las cuevas hacia donde los dirige Gollum, que si bien son la única entrada donde los Orcos y Trolls no los verían, esta bien custodiada por Ella... Nuestros héroes han de atravesar las oscuras cuevas, caerán en las telarañas ocultas, pero el valor y la lealtad de Sam salvará la situación.
Laraña, esa madre que destruye a sus hijos, que atrapa y devora, es otra representante de la sombra; más antigua que Orcos y Trolls, temida incluso por ellos, representa lo más instintivo que anida en el lado oscuro, una de sus formas más primigenias. El instinto humano ha sido relegado por la cultura, reprimido por ella, forma parte ahora de la sombra, de lo negado por el ego; de aquí que emerja de su cueva con la fuerza de devorar, aniquilar, a la razón, de “borrar” a la conciencia, dada la ley de la compensación:
Lo que en todo esto nos enseña la Sombra, en el sentido en que nos lo enseña el mecanismo de compensación psíquica, es que mientras más una cultura potencie y fomente exclusivamente las valores del triunfo, la luminosidad, la riqueza y la racionalidad, fortalece, en la misma medida, la debilidad interior, que es el resultado del no reconocimiento de aquellos elementos que se encuentran también en nosotros ( Vélez, 1999, 149)
Nuestros héroes hobbits ni siquiera sospechaban de la existencia de Laraña, no sabían que aquellas cuevas eran su hogar, no la reconocían siquiera en la extraña sustancia pegajosa ni en los hilos gigantes que en forma de red cubrían algunas entradas laterales del túnel. Gollum los ha traicionado. Frodo ha reconocido en la sombra su conexión con la persona pero no a la sombra misma que se ha hecho sentir ahora en una de las más primitivas y mortíferas de sus formas.
Seguirán Sam y Frodo el final de su trayecto creyéndose solos, pero Gollum, que se ha dado cuenta de que se han salvado, los sigue sin ser visto; la sombra nunca abandona. Al llegar a la cima misma del Orodruin, la montaña de fuego, al momento de lanzar el anillo a las profundidades del volcán, Frodo duda; el anillo se aferra a él, no lo lanzará: es suyo, solo suyo. Pero Gollum, desesperado al ver que su tesoro será destruido, se lanza sobre el hobbit ferozmente para arrebatárselo. Frodo se lo coloca buscando desaparecer y huir, Gollum en ese mismo instante lanza un mordisco sobre el dedo que lo porta. El anillo queda nuevamente en poder de Gollum, frodo ha perdido el anillo y su dedo, y aquel que brinca de alegría en las orillas del cráter sosteniendo el anillo en sus manos, pierde el equilibrio y cae con él a las profundidades ígneas... ( Tolkien, 1954, tomo III, Cáp. 9)
La duda de Frodo es fruto del poder del anillo, de lo oscuro que ofrece al hombre el poder. Sin Gollum el anillo no hubiera sido destruido en el monte del destino. El destino, lo inexorable, lleva consigo la acción de la sombra en cada ser y cada cultura. Frodo ha quedado con una herida imborrable; la pérdida de su dedo es sólo el sello de la aventura que perdurará en su corazón. Tanto él como Bilbo, como los portadores de los tres anillos élficos, se encontrarán al final en los muelles para embarcarse sin retorno hacia los puertos grises más allá del mar; las heridas causadas en la gesta no se curarán pero se hará soportable la existencia en aquellas tierras lejanas hacia donde la mayoría de los elfos han partido, pues es de allí de donde ellos proceden. El tiempo de elfos, enanos y magos, de lo mágico, ha pasado: ha llegado el tiempo de los hombres en la tierra media ( Tolkien, 1954, Tomo III, Cáp. 10.
Lo mágico y atemporal retorna a su origen, a lo inconsciente, es el tiempo de la conciencia y la razón, de los hombres y su cultura; con ello parte también todo lo que la sombra ha tocado, todo aquel que la ha reconocido. Atravesaran el mar, las “ grandes aguas”, para continuar existiendo lejos de la tierra media, reino ahora de los mortales, en un reino diferente, origen y destino de los elfos inmortales. Para los hobbits es el exilio que resulta del viaje que propició el encuentro con lo profundo; ya nunca el sujeto es el mismo, ni vivirá igual, tras la aventura. Lo que siempre fue reconocido como hogar, no servirá a la existencia; ya no habrá un hogar posible para quien ha hollado los caminos de lo inconsciente. Se sabe y se siente parte también de lo atemporal que lo ha tocado, y sin tiempo el espacio no es más que una forma pasajera, es errancia en continuo movimiento. Es saber que toda forma y lugar no es más que “maya”, pura ilusión.
La obra tolkiana, la imaginación tolkiana, es la evidencia del contacto de todo creador con lo profundo de su psique; profundidad que comparte con la especie pero que es vista y vivida bajo el lente personal. Acercarse a ella, y más aún analizarla, me ha llevado a preguntarme por mi propia sombra y por la que creo de quienes me rodean. Pero este es solo un aspecto de este mundo fantástico, es mucho aún lo que en él puede develarse desde la apuesta junguiana y desde lo propia. En él se conjugan las representaciones arquetípicas más diversas, que se enlazan con los temas míticos de todos los pueblos.

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