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Paz y Ciencia

jueves, 22 de noviembre de 2012

Entre Meditación y Psicoterapia: Rimponché

El abandono del mal, El cultivo del bien, La purificación de la mente, esta es la enseñanza de los budas. [...] Este proceso está tan profundamente arraigado que no concebimos otra posibilidad; la mente, encerrada en esta forma de ver e interpretar la experiencia, no puede operar de otro modo y no aparece la posibilidad de cuestionarlo. La experiencia encauzada en este patrón permite que surja el samsara, la realidad creada por la mente sujeta al klesha. Esta realidad no puede tocar el presente directamente: la mente retiene recuerdos, imágenes y pensamientos relacionados con el pasado y los proyecta al presente; interpretando el presente a la luz del pasado, evoca emociones que, una por una, reflejan la mente de vuelta, generando, más distorsiones y conduciendo con seguridad a dolorosos estados de conciencia. Oscurecida por los kleshas y sometida al karma, la mente refleja todos los posibles ámbitos de la experiencia: los placeres en aumento de los dioses; la tenaz ambición y cólera de los semidioses; el embotamiento y rigidez animales; el anhelo de los fantasmas hambrientos; el abrasador tormento o la inmovilidad helada de los infiernos caliente y frío; y el confuso pero receptivo ámbito del ser humano, donde uno puede despertar al pensamiento de la iluminación. Vemos estos patrones desarrollándose cotidianamente en nuestras vidas y sabemos con qué rapidez la experiencia puede pasar de un ámbito al siguiente. A pesar de nuestros esfuerzos, no podemos mantener la felicidad por mucho tiempo e incluso un solo pensamiento puede estropear nuestras mayores alegrías. Este conocimiento permite que surja un atributo discretamente guardado que orienta la mente hacia las posibilidades negativas de la experiencia. La mente, que se nutre de problemas, permanece constantemente en alerta ante posibles fuentes de preocupación, por lo que tiene dificultades para desarrollar sus capacidades para la maravilla y el deleite. Cuando consideramos la mente como el arquitecto de nuestra realidad, la fuente de nuestras mayores alegrías y nuestros más profundos pesares, percibimos nuestras posibilidades para liberarla de problemas y estimularla para que refleje más belleza y felicidad en nuestras vidas. La meditación basada en este compromiso se convierte en una forma amable de curación propia que relaja la atención de la mente en los pensamientos y permite que descanse tranquila en el centro de nuestro ser. Se tarda solo pocos minutos en orientar el cuerpo, la mente y los sentidos a través de prácticas de Kum Nye, yoga, tai chi y otros tipos de ejercicios de movimientos lentos y sencillos. Incluso si se dedica un tiempo de quince minutos a media hora a esta práctica sentados varias veces al día, se puede relajar el cuerpo y la mente y al mismo tiempo los recuerdos, las tensiones, los pensamientos y los bloqueos ocultos se desvanecen poco a poco. La mente se vuelve prístina y clara, más acogedora y complaciente. Comienzan a surgir sentimientos de paz y de amor que animan al espíritu y calientan el corazón. Estos sentimientos pueden ser trasladados a la vida cotidianay evocados en los momentos más difíciles, suavizando las reacciones emocionales y ralentizando el impulso del karma. Si se practica todos los días, este tipo de relajación profunda empieza a fluir en la meditación de manera natural. Cuando la mente descansa en esta sensación de tranquilidad, el foco de la concentración se mueve hacia la experiencia misma; la meditación se vuelve viva y clara, una parte esencial de nuestro ser. Los pensamientos y las imágenes disminuyen, la tensión que aparece a la hora de obedecer a los impulsos de la mente también se alivia y se hace posible comenzar a percibir una inteligencia y agudeza que van más allá de la mente ordinaria. Entonces la meditación se convierte en sanadora de la mente y sus beneficios empiezan a manifestarse más claramente en la vida cotidiana. Los pensamientos y las emociones nocivas se presentan con menos frecuencia y desaparecen con mayor rapidez; la experiencia se vuelve más tranquila y alegre. La mente se hace más feliz y más abierta, capaz de reflejar los aspectos positivos de la experiencia. Ya que las emociones dolorosas pierden su influencia, un nuevo conocimiento empieza a manifestarse: un conocimiento que puede generar un nuevo periodo y engendrar una nueva realidad. Tarthang Tulku, mayo de 1997.

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