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Paz y Ciencia

sábado, 27 de octubre de 2012

Virginia Woolf: Locura y Creatividad



Quentin Bell: "la imaginación de Virginia Woolf estaba provista de un acelerador, pero no tenía freno".
Leonard Woolf: "En la fase maníaca, estaba extremadamente excitada, su mente volaba, hablaba con volubilidad y, en la cumbre del ataque, incoherentemente; tenía visiones y oía voces; por ejemplo, me contó que en su segundo ataque oyó a los pájaros del jardín que estaban al otro lado de la ventana hablarle en griego; era violenta con las enfermeras".



LA CREATIVIDAD Y LA LOCURA: VIRGINIA WOOLF

[...] Virginia Woolf padeció a lo largo de su vida una grave enfermedad mental. Para empezar, la enfermedad mental se había manifestado en miembros de su familia materna y paterna, y su padre padeció depresión. Siendo ya adolescente, ella había estado incapactada por sus fuertes crisis; estos episodios fueron recurrentes a lo largo de su vida; los especialistas médicos coincidieron en el diagnóstico. Woolf hablaba y escribía abiertamente sobre la escritura era una forma de mantener -y comprobar- su corura y sobre las experiencias de creerse fuera de su propia mente. Desde una temprana edad le preocupaba la idea del suicidio y de hecho intentó quitarse la vida siendo todavía niña; en retrospectiva, parecía destinada a suicidarse, muy probablemente ahogándose.

Es claro que un toque de enfermedad mental no garantiza la creatividad, pero se han acumulado suficientes pruebas de que existe una mayor proporción de enfermedades bipolares entre los familiares de escritores que entre el resto de la población.

En pasajes como el siguiente podemos ver su estado mental alerta, aunque agitado:
...y ahora toda esta gente (ella había vuelto al pase Principal)... las piletas de piedra, las flores dispuestas metódicamente, los ancianos y ancianas, inválidos la mayoría de ellos, en tumbonas: todo parecía tan extraño después de Edimburgo. Y Maise Johnson cuando se unió a esa compañía de gente que se arrastraba suavemente, con aire vago, acariciados por la brisa -ardillas encaramadas acicalándose, gorriones en búsqueda de migajas, perros ocupados en pelearse, ocupados entre sí, mientras que el aire caliente y suave les bañaba y se añadía a la mirada fija y cerrada a la sorpresa con la que recibían la vida de forma caprichosa y blanda-, Maise Johnson sintió que decididamente debía gritar ¡oh! [Woolf, 1925].


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