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Paz y Ciencia

jueves, 25 de octubre de 2012

El Mito de la Psicoterapia


 
"Si no contamos, en rigor epistemológico, con una ciencia del alma (o psique), ¿cómo pueden darse y recibirse como científicos los diagnósticos y tratamientos terapéuticos en torno a esas vaguedades metafóricas llamadas "enfermedades del alma"


Thomas Szasz amplía e intensifica sus denuncias contra las curas magnéticas de Mesmer, los métodos represicos de Heinroth entre otros y, sobre todo sobre las teorizaciones psicoanalíticas de Freud.

Al mismo tiempo muestra una curiosa simpatía por las "desviaciones" de Jung, por su misticismo y su manera, en definitiva de ver el mundo y su aspecto más humanista.

Sin negar cierta eficacia a los tratamientos psicoterapéuticos, Szasz arremete, incluso en lenguaje virulento, primero en contra de los procedimientos represivos y, segundo en contra de las pretensiones "científicas" de cualquier método psicoterapéutico.

El punto de vista de Szasz cercano a Jung y a tantos de nosotros, es que una psicología el alma, una psicoterapia del alma es difícil poderla someter a los estudios de eficacia, circunstancia que pase con cualquier terapia que no sea previsible y directiva.

Thomas Szasz asocia el psicoterapeuta con el chamán, y lo hace con todo el cariño y el respeto. Todos los profesionales que trabajan en ese ámbito tienen un propósito: "curar el alma" y todos ellos utilizan el mismo recurso esencial: el contacto personalizado y la sugestión verbal; en suma, retórica y no técnica, arte y no ciencia.


En la mitología griega, Casandra (“la que enreda a los hombres”) era hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya. Fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios.

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