Hace poco más de una semana, escribí una reseña sobre la obra de Miguel Ferrández Payo. Un gran hombre, buen clínico y estudioso, por tanto cómplice de la inmersión en los libros y una curiosidad intensa. Aquí, un artículo del propio autor donde presenta su obra. Obra en la que analiza el trabajo de Castilla y de lo que de Castilla hay en su obra: "La Depresión en Castilla del Pino". No es un título casual. Disfruten de la lectura. Pongo una nota poética antes y después de su trabajo.
http://youtu.be/5ekQaOgL43g Mario Benedetti -No te Rindas-
Rodrigo Córdoba Sanz
La depresion en Castilla del Pino
[Miguel Ferrández Payo, LA DEPRESIÓN EN CASTILLA DEL PINO: aportaciones
y ecos autobiográficos, Madrid: Cultivalibros 2012: Serie Autor n.º 158]
Siguiendo la amable
invitación del Dr. Lacruz, buscaré describir la génesis y temática del libro
que acabo de publicar acerca de Castilla del Pino (1922-2009). Nacido en San
Roque (Cádiz) se formó al lado de López Ibor, detentador, desde el ala
donjuanista del régimen, del aura avanzada de la psiquiatría en relación a
Vallejo Nágera, antiguo jefe de los servicios psiquiátricos de la zona nacional
franquista. Sintiéndose preterido en su promoción a cátedras se enfrentó con su
maestro y a resultas fue ignorado partir de 1960 por la psiquiatría oficial, ya
a su mando. No se amilanó y desde la dirección de un modesto dispensario de
Córdoba siguió intentándolo infructuosamente. Bajo la expectación generada y a
hombros de la izquierda consiguió con su primer libro Un estudio sobre la depresión (1966) trasladar a un público
progresista y culturalmente avanzado de nuestro país el mensaje de que los
mecanismos psicológicos implicados en la depresión podían ser comprensibles
fuera del sustrato neuroquímico subyacente que enfocó hacia la culpa aportando
profusión de interesantes casos clínicos. Personalmente lo leí en el 2º curso
de Medicina, definió mi vocación y me guié por sus orientaciones referenciales
que criticaban una psiquiatría anclada en el diagnóstico que calificaba de
vieja pero que no desdeñaba en favor de otra nueva apoyada en la dinámica de
las relaciones interpersonales y sustentada en la fenomenología existencial y
el psicoanálisis al que achacaba descuidar la realidad situacional del
paciente. Otros compañeros –desde nuestra ciudad el Dr. Lacruz– marcharon a
trabajar altruistamente en su dispensario en pos de recibir su generosa
enseñanza, para entonces impartida desde el marco universitario.
Próximos al medio
siglo de la rutilante aparición estelar del primer libro del destacado
psiquiatra andaluz, enseñanza escrita a través de sucesivas reediciones para
tantos psiquiatras hispanohablantes, presento el mío. En él efectúo una
revisión crítica de su posición frente a la depresión centrada en su primer
libro monográfico. En una primera parte la expongo y en una segunda la discuto
con todo el respeto que me merece su desmedida amplitud de conocimientos pero
con el arrojo del que también cree haber profundizado en su dinámica. Encuentro
que el autor presenta un modelo médico psicodinámico coherente y una vez
extraídas unas conclusiones pasó a discutirlo para acabar proponiendo un
conjunto de sus aportaciones al citado trastorno. Finalmente, ya en el epílogo,
concuerdo con la importancia central asignada al factor culpa pero discrepo con
que sea consecuencia de la libre transgresión del proyecto existencial sino en
línea con Abraham y Jacobson, indicadora de una agresividad proyectada que
habría obstruido la consumación de un proceso de duelo.
En los inicios de su
fecunda vejez, reconocido Castilla del Pino como catedrático honorífico e
intelectual sujeto a distinciones, en ciernes su admisión en la Real Academia
Española, decidió que debía ofrecer testimonio de una infancia provista de
vívidos sucesos antes y al comienzo de la guerra civil que le marcaron
indeleblemente, de sus andanzas en la postguerra, su llegada a Madrid y el
estudio de una carrera de medicina vocacionalmente elegida y su definitiva
partida para desempeñarse en Córdoba, teñida de amargura y con sabor a
destierro. Pretérito imperfecto,
galardonada con el premio Comillas (1996) fue calificada por el escritor Muñoz
Molina uno de las mejores libros de recuerdos aparecidos en mucho tiempo en
España. Tiempo después Casa del Olivo
(2004) respondía al sentimiento escrupuloso de dar obligada cuenta en un
segundo tomo de memorias de una vida familiar impregnada de hechos dolorosos:
cinco de sus 7 hijos murieron en situaciones que trascendieron a una
desconcertada opinión pública.
Pretendiendo
explicarme tan penoso desenlace vital intento adentrarme en su interesante
personalidad, contradictoria como todas, ciñéndome al análisis exhaustivo de su
autobiografía y sin el recurso a fuentes ajenas, desde una perspectiva de
independencia de criterio facilitada por la lejanía y el desconocimiento
directo del personaje y su entorno. Al igual que en la parte dedicada a la
depresión, busco fidelizar su pensamiento y recuerdos por medio de la
literalidad de su transcripción.
Al comienzo intento
reconstruir cronológicamente su sendero vital a fin de facilitar al lector el
acceso al sujeto autobiografíado que siempre busca contemplarse a sí mismo pero
humanamente, de forma consciente o no, también ocultarse. Complemento la visión
con la que ofreció en conversaciones, como las muy sugestivas con Caballé así
como con sus dos novelas que me parecen responden a una necesidad compulsiva de
confesión, fabulada. Conecto posibles culpa y depresión, sobrevenidas por
posibles errores propios en su relación con López Ibor, con la dedicación al
estudio teórico de la psicodinámica de las mismas. Todas sus cualidades de
capacidad de estudio y concentración se enfocaron a conseguir un fin, la
ansiada cátedra de la que sentía merecedor y al parecer lo demostró en público
en diversas ocasiones con creces. Asombrosamente, sin descuido en su dedicación
al tratamiento de una multitud ingente de pacientes, la lectura científica, la
redacción de numerosas publicaciones, la formación de discípulos, los intereses
artísticos, etc. deduzco que, a pesar de no haberse amilanado ante el
ostracismo que se le impuso, la cátedra honorífica y su bella teorización
acerca del triunfo y del fracaso, se sintió más cerca del segundo que del
primero. Aduzco que su recalcitrante interés teórico tardío acerca de los
sentimientos, como en huída del privilegio que concedió al lenguaje pudo
haberse debido a una difícultad para domeñarlos sin racionalizarlos o
intelectualizarlos, especialmente una recóndita soberbia que le hizo sufrir y
contra lo cual hubo de luchar denodadamente desde su periodo escolar que pudo
acabar en empecinamiento en alcanzar una meta coludida por el sistema imperante
del momento con la consiguiente pérdida de objetivo (objeto) de deseo seguida
de frustración.
Miguel Ferrández. Psiquiatra
12 de Septiembre de 2012
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