

En el psicoanálisis vincular tratamos de entender las perspectivas de una familia, su modo de relacionarse entre sí, su modo de concebir la relación con el medio, las leyes internas, los códigos, las pautas comunicacionales, las fantasías compartidas que impulsan el modelo de familia.
Me resultan evocativos para comprender lo que ocurre en esta clínica algunos trabajos clásicos como los de Lidz, Wynne, Laing, etc.
Recordemos por ejemplo que Lidz (1957) planteaba sobre como se transmitía y se instituía la irracionalidad que “la delimitación que hacen los padres del medio y su percepción de los hechos destinada a satisfacer sus necesidades, traen como resultado una atmósfera familiar enrarecida a la que los niños deben adecuarse para satisfacer esa necesidad dominante, o bien sentirse rechazados. A menudo los niños tienen que renunciar por completo a sus propias necesidades para apoyar las defensas del progenitor que necesitan. Viven en una suerte de lecho de Procusto en el que los hechos se distorsionan para adecuarlos al molde. El mundo que el niño debería llegar a percibir o sentir queda negado. Sus conceptualizaciones del medio no sirven para proporcionar comprensión y dominio de los hechos, los sentimientos o las personas, ni están de acuerdo con lo que experimentan los miembros de otras familias. Los hechos se alteran de continuo para adecuarlos a necesidades que están emocionalmente determinadas. La aceptación de experiencias mutuamente contradictorias exige un pensamiento paralógico; el medio los adiestra en la irracionalidad”.
En esa línea, para explicar estos fenómenos, también valoro lo dicho por Lyman Wynne (1957) cuando afirmaba que “en la pseudomutualidad la participación emocional apunta más a mantener el sentido del cumplimiento de las expectativas recíprocas que a percibir acertadamente las expectativas cambiantes... La pseudomutualidad implica un dilema característico: la divergencia se percibe como un factor de desquiciamiento de la relación, por lo cual es necesaria evitarla pero, si se la evita, la relación no puede crecer. Dice más adelante en este mismo artículo que “dentro de las familias que más tarde desarrollan episodios esquizofrénicos agudos, las relaciones que se reconocen abiertamente como aceptables exhiben una cualidad de pseudo-mutualidad intensa y perdurable”.
También me resulta ilustrativo para comprender esta clínica lo escrito por Laing (1964) con su memorable libro “Locura, cordura y familia”, en donde investigó la inteligibilidad de la esquizofrenia en el contexto de las relaciones familiares, y la nueva vuelta con su idea sobre la "mistificación" (1965), reelaborando la noción de Karl Marx.
Resaltaría que todos estos modelos, aluden a la creación de la imposibilidad de concebir la ajenidad en el seno de la familia.
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