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Paz y Ciencia

domingo, 11 de abril de 2010

La pérdida

Cuando la muerte acecha una congoja indescriptible se apodera de los seres más cercanos, la familia niega la posibilidad de lo inevitable, las preguntas sobre la salud del afectado se suceden y la vida cobra un tinte apesadumbrado, nostálgico donde se empieza a elaborar el duelo. El duelo es el proceso que atraviesa la persona y que marca un antes y un después, tiempos de la vida y la muerte. Se suceden los recuerdos, un día un anciano cuya mujer está en la cama bajo la sombra de la muerte me decía que había limpiado ya la bata de su mujer para guardarla. Se guarda la ropa, se derraman las lágrimas y la tensión, la confusión y la incertidumbre pasan a generar un nudo difícil de diluir. Quien lo ha vivido sabe lo doloroso que es el proceso, con la muerte parte de los recuerdos, las experiencias, las vivencias y todo lo ligado a esa persona queda en un cajón oscuro, existe una pequeña muerte en cada uno de los allegados.
Las muertes de personas cercanas, como una madre o una abuela pueden marcar especialmente y pueden pasar años hasta que se resuelve el problema. Mientras tanto lo que podemos hacer para lamer esas heridas es proporcionar amor, un amor que se ha encogido por la muerte y recordar que esas personas han tenido una vida próspera, en tiempos más o menos difíciles y que han sido capaces de criar a una familia y a veces hasta a los nietos también.
Las personas tratan de preguntar pero el recuerdo de lo inevitable no hace sino hurgar más en la herida lacerante, un buen bocadillo de calamares, como me dijo este anciano vitalista puede ser un buen lenitivo para el dolor de la pérdida. Cada cual busca en sus recursos para llevar de una forma digna el dolor.

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