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Paz y Ciencia

viernes, 25 de septiembre de 2009

Seguir sin ti

¿Y de que trata tu próximo artículo? -me preguntó finalmente, tratando que me involucrara en la charla sin excusas.
- De la culpa -le respondí, porque obviamente no podía pensar en otra cosa.
-¿Qué tipo de culpa?
-Cualquier culpa. Todas las culpas.
-Podría ser, pero en realidad, como te imaginarás me interesa más la culpa como origen de nuestro dolor que la culpa como consecuencia de nuestras acciones.
-Claro... ¿Y dónde crees que empieza esa culpa originaria?
-Yo soy de las que creen que las semillas de la culpa llegan a nosotros en la niñez, y son sembradas en nuestra alma junto a la más temprana educación -comencé a explicar con avidez- porque como ya debes saber, la culpa nunca es innata. La culpa siempre es producto del aprendizaje. Cuando nuestros padres aun con las mejores intenciones, no nos validan tal como somos y pretenden torcer nuestra conducta a lo que corresponde, incorporamos la idea de que está mal ser como somos y comenzamos a embarcarnos en ser otros, esto es, a acercarnos a aquel que nuestros padres dicen que debemos ser.
p. 108-109

Los efectos y recovecos de la culpa son interminables.
La voz introyectada del más severo de nuestros padres o del más temido de nuestros maestros parece estar allí cada vez que nos apartamos del modelo, para murmurarnos al oído sus acusaciones. Bastaría con convertirnos en observadores de nosotros mismos para notar la manera en que, directo o indirectamente nos enjuiciamos. Actuamos como si no quisiéramos desprendernos de esas limitaciones heredadas. Como si nos sintiéramos más tranquilos cargando con esas tablas del bien y del mal que nos parecen más solidas que nuestra percepción de la realidad. Quizá ingenuamente hemos decidido confiar en nuestros educadores y pensamos que todo será mejor si obedecemos los mandatos, si todos hacemos sólo lo debido, si nos guiamos por el código Hammurabi más que por el de nuestro cuerpo o nuestro corazón...
p.112
Editorial Integral DEL NUEVO EXTREMO

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