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Paz y Ciencia

domingo, 10 de noviembre de 2013

Los niveles espirituales vinculares

 
"La mirada tiene su propio vocabulario, un lenguaje sin palabras, pero que casi todos somos capaces de comprender"

Los tres niveles de profundidad y compromiso en una relación:

En el primero, el de las relaciones cotidianas, el de los vínculos nada especiales, el de "los mejores quinientos amigos del club", el de aquellos que verdaderamente nos importan poco o menos, la veracidad o no de lo que decimos y contamos, de lo que hablamos y de lo que callamos, es de nuestra exclusiva elección.
Si la relación se hace especial, si la unión entre nosotros se vuelve más comprometida, si nuestro vínculo se profundiza todos iremos viendo como la mentira deja de ser una elección posible. A estas relaciones las llamamos de intimidad, y las buenas parejas son, en todo caso, el mejor de los ejemplos.
Hay un tercer vínculo, el de los amigos del alma. Un lugar muy poco concurrido reservado a aquellos a los que no solo puedo mentir, sino que, además, no deseo ocultar nada. Frente a ellos, mi vida carece de secretos y no hay nada que sea tan doloroso o desagradable como para empujarme a mentir o a ocultar, porque si lo hiciera, aunque sea como excepción, mi vínculo cambiaría de plano.

Jorge Bucay

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oye, lo del Bucay es penoso, ¿qué dice?, no le entiendo nada, es algo ininteligible. Y lo de la frase de los hijos y del planeta... Es lo mismo. Es la propiedad conmutativa de las palabras y de las frases. Es lo mismo, idéntico, igual, exacto o lo mismo decir "el planeta de los hijos" que los "los hijos del planeta". El planeta es el mismo siempre: la Tierra. Los hijos son los mismos siempre: los tuyos y los míos. Por tanto, es todo igual, es un sofisma. Es en el fondo y en la superficie jugar con las palabras por jugar, sin decir nada nuevo. Son sofistas los que hacen eso y además son críos de teta porque están jugando con las palabras, y los que juegan son niños de parvulario, no seres adultos, como tú, que trabajan, que ya no "juegan". ¿Lo captas? En fin, Rodrigo. Que cuando yo comunique al mundo en mi canto décimo la enfermedad cerebral que causa todo ese bagaje de trastornos... ¿Qué pasará? Yo no lo sé. ¿Tú? Vete preparando, psicólogo, y búscate otro curro. Te lo aconsejo, please. Si no te he provocado bastante como para llamarme, es que no sé qué más hacer. Bueno, sí lo sé. Pero te lo diré por teléfono. Please de nuevo y buenas noches durmiente psicólogo o cargador de móviles en acción o móvil olvidado o móvil roto o línea sin saldo o yo qué sé. Arrivederci. Procura soñar un sueño interpretable por tu maestro irrelevante que fumaba puros, un tal froid, ¡vaya tela, tío! Un sujeto impresentable y medio mundo haciéndole caso. En días o minutos o segundos el mundo entero me hará caso a mí y acertará. Siento todo esto mucho, mi pesadez y mi lenguaje fantástico, pero te ha tocado la primitiva, es decir, la suerte de conocerme y prepararte para el desempleo. Lo siento mucho, pero hay lo que hay, Rodrigo. Vuelvo a sentirlo en el alma... En el alma, no, que no existe. En mi cerebro. Ahora sí. ¿Enfermedad cerebral? ¿Qué será será, cantaba Doris Day? Con mi más acentuada cordialidad.