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Paz y Ciencia

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Melanie Klein: Sobre el Sentimiento de Soledad

 

Instagram: @psicoletrazaragoza

Melanie Klein.

Para poder comprender cómo aparece el sentimiento de soledad, debemos retroceder hasta la temprana infancia y rastrear la influencia de dicho período en las etapas posteriores de la vida .El yo existe y actúa desde el momento del nacimiento.
Al principio acusa una considerable falta de cohesión y está dominado por mecanismos de escisión. El peligro de ser destruido por el instinto de muerte dirigido contra el si-mismo contribuye a la disociación de los impulsos en buenos y malos y, en virtud de la proyección de dichos impulsos en el objeto primario, también se disocia a éste en uno bueno y otro malo.
En consecuencia, en las etapas más tempranas la parte buena del yo y el objeto bueno están en cierta medida, protegidos, ya que se evita que la agresión se dirija contra ellos. Estos son los procesos específicos de escisión que, constituyen la base de una seguridad relativa en el bebé muy pequeño, hasta donde es factible lograr seguridad en dicho período; mientras que otros procesos de escisión como los que conducen a la fragmentación son nocivos para el yo y su fortaleza.
Juntamente con la apremiante necesidad de disociar, existe desde el comienzo de la vida una tendencia a la integración, la cual va creciendo a medida que el yo se desarrolla .Este proceso de integración está basado en la introyección del objeto bueno, que inicialmente es un objeto parcial: el pecho de la madre, si bien otros aspectos de ésta también entran a formar parte de la relación más temprana. Si el objeto bueno se establece con relativa firmeza, se convierte en el núcleo central del yo en desarrollo.
Una relación temprana satisfactoria con la madre implica un estrecho contacto entre el inconsciente de la madre y el del niño; esto constituye el principio fundamental de la más plena experiencia de ser comprendido y está esencialmente vinculado a la etapa preverbal. Por gratificador que sea, en el curso de la vida futura, comunicar los propios pensamientos y sentimientos a alguien con quien se congenia, subsiste el anhelo insatisfecho de una comprensión sin palabras, en última instancia, de algo similar a la primitiva relación que se tenía con la madre
Dicho anhelo contribuye al sentimiento de soledad y deriva de la vivencia depresiva de haber sufrido una pérdida irreparable. Incluso en el mejor de los casos, la relación placentera con la madre y con el pecho de ésta siempre se verá perturbada, ya que inevitablemente surgirá la ansiedad persecutoria.
La ansiedad persecutoria está en pleno apogeo durante los tres primeros meses de vida, o sea, el período de la posición esquizo-paranoide; aparece desde el comienzo de la vida como resultado del conflicto entre los instintos de vida y de muerte, al que se suma también la experiencia del nacimiento. Toda vez que surgen violentos impulsos destructivos, la madre y el pecho de ésta se viven en virtud de la proyección como persecutorios, y por lo tanto el bebé experimenta inevitablemente cierta inseguridad siendo esta inseguridad paranoide una de las causas esenciales de la soledad.
Cuando se alcanza la posición depresiva -por lo común al promediar la primera mitad del primer año de vida-, el yo se encuentra ya más integrado, lo cual se manifiesta en una mayor sensación de totalidad, con lo que el bebé está en mejores condiciones para relacionarse con la madre, y más adelante con otra gente, como una persona total. De este modo la ansiedad paranoide, como elemento constitutivo de la soledad, va siendo reemplazada cada vez más por la ansiedad depresiva. Pero el verdadero proceso de integración acarrea a su vez nuevos problemas y me propongo analizar aquí algunos de ellos y su relación con la soledad.
Uno de los factores que estimulan la integración es que los procesos de escisión, por cuyo intermedio el yo temprano intenta contrarrestar la inseguridad, tienen una eficacia al yo al tratar de contemporizar con los impulsos destructivos Esta tendencia contribuye a la necesidad de integración ya que, de poder alcanzarla, la integración tendría el efecto de mitigar el odio por medio del amor, reduciendo así la violencia de los impulsos destructivos. El yo sentiría entonces una mayor seguridad, no sólo con respecto a su propia supervivencia, sino también a la de su objeto bueno. Esta es una de las razones por las que la falta de integración resulta tan extremadamente penosa.
Sin embargo, cuesta mucho aceptar la integración. La unión de los impulsos destructivos y amorosos y de los aspectos buenos y malos del objeto, despierta el temor de que los sentimientos destructivos puedan sofocar los sentimientos amorosos y amenazar al objeto bueno. Así, existe un conflicto entre la búsqueda de la integración como protección contra los impulsos destructivos, y el miedo a la integración por la posibilidad de que los impulsos destructivos amenacen al objeto bueno y a las partes buenas del sí-mismo.
He escuchado a algunos pacientes expresar lo doloroso de la integración en términos de sentirse solos y abandonados, de encontrarse absolutamente a solas frente a lo que para ellos era una parte mala del sí-mismo. Y el proceso se vuelve doblemente penoso cuando un superyó cruel ha causado una muy fuerte represión de los impulsos destructivos y pretende mantenerla. La integración se realiza sólo en forma muy gradual, y es factible que la seguridad que proporciona se vea perturbada en momentos de fuerte presión interna y externa; y esto conserva su validez durante toda la vida. Nunca se llega a una integridad total y permanente, ya que siempre persiste cierta polaridad entre los instintos de vida y de muerte, la cual sigue siendo la causa más profunda de conflicto.
Puesto que nunca se logra una integración total, tampoco es posible comprender y aceptar plenamente las propias emociones, fantasías y ansiedades, y esto subsiste como un factor importante en la soledad. El anhelo de comprenderse a sí mismo se encuentra también ligado a la necesidad de ser comprendido por el objeto bueno internalizado. Encontramos una expresión de tal anhelo en la fantasía universal de tener un hermano gemelo, fantasía sobre la que Bion llamó la atención en un trabajo inédito.
Según la hipótesis de Bion, esta figura gemela representa a las partes no comprendidas y escindidas y apartadas que el individuo anhela recuperar, con la esperanza de alcanzar totalidad y una comprensión plena; ocasionalmente, dichas partes se viven como partes ideales. En otros casos el hermano gemelo representa también un objeto interno totalmente confiable de hecho, idealizado.
Existe además otra relación entre la soledad y el problema de la integración, que es importante considerar en este momento: generalmente se supone que la soledad puede nacer de la convicción de que no se pertenece a ninguna persona o grupo; esta convicción tiene, en realidad un significado mucho más profundo. Por mucho que progrese la integración, ésta no logra eliminar la sensación de que no se dispone de ciertos componentes del sí-mismo porque están escindidos y apartados y es imposible recuperarlos.
Como veremos más adelante en forma más detallada, algunas de estas partes escindidas y apartadas han sido proyectadas en otras personas, lo cual contribuye a crear la sensación de que no se está en posesión total del propio sí-mismo, que uno no se pertenece por completo a sí mismo ni, por lo tanto tampoco a nadie más. Además, se tiene la vivencia de que también las partes ausentes se sienten solas. Ya he señalado que ni siquiera las personas sanas logran superar por completo las ansiedades paranoides y depresivas, las cuales constituyen la base de cierto grado de soledad.
Existen considerables diferencias individuales en la manera como se experimenta la soledad. Cuando la ansiedad persecutoria es relativamente intensa, aunque siempre dentro de los límites de la normalidad, es probable que la relación con el objeto bueno interno se vea perturbado, y se lesione la confianza en la parte buena del sí-mismo. En consecuencia, existe una mayor proyección de sentimientos y suspicacias paranoides en los demás, con el consiguiente sentimiento de soledad.
En la verdadera esquizofrenia estos factores están necesariamente presentes, pero en forma muy exacerbada; la falta de integración que, hasta el momento, hemos estado examinando en el campo de la normalidad, aparece ahora en su forma patológica. Indudablemente, todas las, características de la posición esquizo-paranoide aparecen aquí en grado superlativo. Antes de entrar a ocuparnos de la soledad en el esquizofrénico es importante considerar con mayores detalles algunos de los procesos de la posición esquizo-paranoide, en particular la escisión y la identificación proyectiva. La identificación proyectiva está basada en la escisión del yo y en la proyección de partes del sí-mismo en otras personas, primariamente la madre y el pecho de ésta y deriva de los impulsos orales, anales y uretrales del individuo.
En ese mecanismo algunas partes del sí-mismo se expelen omnipotentemente por medio de las sustancias corporales y se proyectan dentro de la madre a fin de controlarla y tomar posesión de ella. De este modo, no se vive a la madre como un individuo separado sino como un aspecto del sí-mismo. Si estos excrementos son expelidos con odio, entonces se vive a la madre como peligrosa y hostil. Pero lo que se escinde y aparta, y se proyecta, no son sólo las partes malas del sí-mismo sino también las buenas. Por lo común, como ya hemos visto, a medida que el yo se desarrolla la escisión y la proyección disminuyen y el yo alcanza una mayor integración. Con todo, si el yo es muy débil -lo cual constituye, a mi juicio, un rasgo congénito- y si han existido problemas en el nacimiento y a comienzos de la vida, entonces la capacidad de integrar -de juntar las partes escindidas y apartadas del yo- será también débil, existiendo además una mayor tendencia a disociar a fin de evitar la ansiedad que despiertan los impulsos destructivos dirigidos contra el sí-mismo y el mundo externo.
Esta incapacidad para tolerar las ansiedades encierra, en consecuencia, una importancia trascendental, ya que no sólo incrementa la necesidad de escindir excesivamente al yo y al objeto, lo cual puede llevar a un estado de fragmentación sino que impide también la elaboración de las ansiedades tempranas.
En el esquizofrénico observamos el efecto de estos procesos no resueltos: él tiene la vivencia de que está irremediablemente reducido a fragmentos, y de que nunca estará en posesión de su sí-mismo. El hecho de encontrarse tan fragmentado le impide internalizar suficientemente a su objeto primario (la madre) como objeto bueno y, por ende, contar con el fundamento necesario para lograr estabilidad; no puede confiar en un objeto bueno interno ni externo, como tampoco puede confiar en su propio si-mismo. Este factor está vinculado a la soledad, ya que intensifica la vivencia del esquizofrénico de que se ha quedado solo, por así decirlo, con su infortunio. Esta sensación de verse rodeado de un mundo hostil, característica del aspecto paranoide de la esquizofrenia [...]

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