Seis paradas en el Laberinto de la Felicidad

Seis paradas en el Laberinto de la Felicidad

“Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad.»

Pearl S. Buck

A principios del siglo XX, un antropólogo del Gobierno colonial belga se topó en el corazón de la selva congoleña con un grupo de pigmeos. Cuentan que aquellos hombres, prácticamente desnudos y desposeídos de casi todo, le parecieron tan risueños que no pudo resistirse a preguntarles si se sentían felices. Para su sorpresa, los pigmeos no supieron qué contestar. No entendían la pregunta. Los términos feliz y felicidad no estaban en su vocabulario por la sencilla razón de que no los necesitaban. Y es que el uso y la democratización del concepto “felicidad” es relativamente reciente. A mediados y finales del siglo XVIII, con la Ilustración y la Revolución Francesa y la americana, es cuando se considera la felicidad como un derecho de los ciudadanos, un bien al que aspirar legítimamente. Desde entonces, la idea de la felicidad se ha ido modificando hasta convertirse hoy en un codiciado objeto de deseo.

Pero, ¿en qué consiste la felicidad hoy, en pleno siglo XXI? Si atendemos a la gran variedad de libros y estudios que se están publicando actualmente sobre el tema, no cabe duda de que la felicidad vuelve a estar de moda. Psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos, biólogos y muchos otros especialistas de diferentes disciplinas abordan hoy, con renovada curiosidad, su estudio.

Quizás, los pigmeos con los que se topó el antropólogo colonial belga en el siglo pasado no sabían lo que era la felicidad, pero eran bien felices, y hoy tenemos aparentemente muchas cosas que nos deberían procurar una felicidad que no es tanta como cabría esperar. ¿Será que la misma obligación de ser felices genera infelicidad? Este es un enigma que solo se responde hablando con muchas personas, de diferentes países y bajo diferentes prismas. Si el ejercicio se lleva a cabo, nos damos cuenta de que la felicidad se construye no a través de las cosas, sino en otras dimensiones más sutiles, menos tangibles. Adentrémonos entonces en las cuestiones que relacionan la felicidad con la construcción de una Buena Vida, y veamos cuáles son aquellos elementos de la felicidad que propician el que ésta nos bendiga con su presencia.

 

PRIMERA PARADA:
AMOR, TERNURA Y AFECTO

“La felicidad es hacer felices a los demás.”

François LeLord

A finales de los años sesenta, Palito Ortega entró en las listas de éxitos musicales con una canción pegadiza cuyo estribillo rezaba: “La felicidad, ja, ja, ja, ja, me la dio tu amor, jo, jo, jo, jo”. Hoy, casi cuarenta años después, la ciencia y los estudios sociológicos le dan la razón al estribillo de Palito. Según la neurobiología y los estudios de opinión, la materia prima esencial de la felicidad es el amor. Nadie es más feliz que el que ama y a su vez se siente correspondido. La ternura, el afecto y las caricias son la primera parada obligada en el camino hacia el centro del Laberinto de la Felicidad.

El amor y la intimidad que de él se deriva constituyen la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. En ese proceso, la persona que ama posibilita al amado a que manifieste sus potencias. Es a través de esa toma de consciencia de lo que podemos llegar a ser gracias al reconocimiento y al apoyo de quien nos ama, que se activa un mecanismo, una especie de despertador interno, que fortalece nuestro potencial hasta convertirlo en realidad. Allí, en el proceso de desarrollo personal que nace del amor, se vive una experiencia mucho más intensa que el placer: la felicidad.

 

SEGUNDA PARADA:
CONSCIENCIA

“La felicidad consiste en valorar lo que tienes.”

Carlos Nessi

Otra característica común de las personas que se declaran felices es su capacidad para valorar y disfrutar de lo que tienen; la consciencia del valor de aquello que tenemos y que nos da la vida y de las pequeñas grandes alegrías de ésta. Y no nos referimos a la posesión de bienes materiales, que más que felicidad procuran confort, bienestar o placer. Al contrario, la felicidad parece emerger de la toma de consciencia de aquello que es obvio y que, precisamente por ello, obviamos: un buen estado de salud, la compañía de nuestros afectos, el contacto con la naturaleza, una buena conversación, tener el privilegio de trabajar en algo que nos gusta.

Lo obvio procede del verbo obviar, cuyo participio es obviado. Obviamos lo obvio. Un ejemplo simple sería decir que sin un aire respirable moriríamos o enfermaríamos. Pero quizás solo daremos valor al hecho de tener un aire respirable el día que tengamos que pagar para respirar; cuando los estados deban financiar sus políticas medioambientales a través de un impuesto que grave nuestro “consumo” de aire como ciudadanos. Porque es obvio que si no respiramos, morimos, pero normalmente no nos damos cuenta de ello. Quizás el día que tomemos valor de esa obviedad obviada no esté tan lejos; cuando los estados del mundo tengan que financiar políticas medioambientales que depuren las ingentes cantidades no solo de dióxido de carbono sino de otros agentes contaminantes que vertimos continuamente a nuestra atmósfera.

Volviendo a la consciencia como factor clave para la felicidad, merece la pena abrir los ojos, aquí y ahora, para darnos cuenta de todo cuanto nos rodea y por lo que podemos sentirnos felices y agradecidos: desde el latido de nuestro corazón, la salud de nuestro cuerpo, la buena música de fondo que nos acompaña, la existencia de un ser querido o el buen vaso de agua que sacia nuestra sed. Cuestiones cotidianas cargadas de valor.

Merece la pena darnos cuenta de ello y procurar cuidar esas pequeñas grandes cuestiones. Porque, sin duda, los conceptos consciencia, amor y felicidad van juntos. Ya lo decía el sabio alquimista medieval Paracelso: “Quien conoce, ama. Y quien ama, es feliz”.

 

TERCERA PARADA:
VOLUNTAD DE SENTIDO

“Quien tiene un porqué vivir, encontrará siempre un cómo.”

Viktor Frankl

Hay otro elemento común entre aquellas personas que se declaran felices: la voluntad de sentido; el ejercicio voluntario y consciente de dar un significado positivo y constructivo a lo vivido, sea cual sea el signo de la experiencia registrado. Luego, desde el ejercicio de tal voluntad de sentido no es tan importante aquello que nos sucede como el significado que le damos a lo sucedido. Dicho de otro modo: toda experiencia negativa que hemos padecido en el pasado puede ser el elemento alquímico de la felicidad en el futuro. Los ejemplos son múltiples y abordan todas las dimensiones de la vida: «Si no hubiera conocido a esa pareja que me hizo la vida imposible, no podría valorar a la que tengo ahora»; «Si no hubiera tenido aquel jefe tan lamentable, que me mostró lo que nunca se debe hacer, no sabría valorar hoy el hecho de tener un buen jefe como el que ahora tengo»; «Si no hubiera sufrido tal enfermedad, no habría tomado consciencia de cómo desarrollar unos nuevos hábitos de cuidado de mi cuerpo»… La persona feliz intenta extraer la parte positiva de todo lo vivido. No desde la ingenuidad, ni desde la estupidez, tampoco desde la sumisión, sino desde el coraje, la fuerza interior y la entrega a la propia vida. En este sentido, Albert Camus aseguraba que “la propia lucha para alcanzar la cima basta para llegar al corazón de un hombre”. Y concluía: “Sísifo debió de ser feliz”.

 

CUARTA PARADA:
EL LUJO DE LO ESENCIAL

“Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra.”

Anthony de Mello

Nacemos ingenuos y felices, y la paradoja es que vamos dejando de serlo a medida que buscamos la felicidad en los objetos, en la materia. También en muchos casos y a medida que crecemos y envejecemos, la inteligencia nos lleva al escepticismo. Pero el escepticismo no es una buena base sobre la que edificar la felicidad, más bien es una parada necesaria en el camino de la sabiduría, nunca la estación final. La misma inteligencia que nos llevó a él debe devolvernos a la ingenuidad perdida no como un medio para alcanzar la felicidad, sino como un fin. Y es en esa ingenuidad donde, de repente, emerge la humildad y la gratitud, ingredientes imprescindibles en el viaje hacia el centro del Laberinto de la Felicidad y para la construcción de una Buena Vida. Desde ellas valoramos lo esencial, lo simple, lo auténtico, lo honesto: la amistad, la belleza natural, el arte que nace de la entrega, la presencia de nuestros afectos, el valor de la vida, lo sagrado que reside en la piel de aquellos a quienes amamos, el lujo de lo esencial.

 

QUINTA PARADA: SERVIR Y DARNOS A LOS DEMÁS

“Si queremos un mundo de paz y de justicia debemos poner la inteligencia al servicio del amor.”

Antoine de Saint-Exupéry

Llegados a este punto, aparece la pregunta inevitable: ¿Cómo podemos ser felices si vivimos en un mundo donde la justicia, la solidaridad, la paz o los derechos humanos son aún una utopía en muchas partes de nuestro planeta? Quizás en esa tristeza inevitable que nace al leer el periódico cada día está el acicate hacia la creación de la felicidad, pero no la propia, sino en la del ser humano que sufre. Si no hay tristeza no puede haber compasión ni rebelión, y si no hay compasión ni rebelión, no puede haber verdadero impulso hacia la transformación. La compasión, la entrega al otro, el servir a una causa mayor que uno mismo, es fuente de felicidad, aunque solo sea desde el egoísmo inteligente que hace que, al entregarnos, consigamos olvidarnos de nuestros propios problemas.

Por difícil que sea su situación, las personas que construyen su felicidad en el servicio al otro no ven la existencia como un coto cerrado, sino como un universo de posibilidades en el que todo está por hacer. En ese reto por cumplir; en la utopía que lograr; allí está también la felicidad.

 

SEXTA PARADA: LA ALEGRÍA

Finalmente, si todo lo anterior nos resulta demasiado complejo, siempre podemos llegar a la felicidad de la mano de la alegría. Como los pigmeos que citábamos al principio, mucho tenemos que aprender de los humanos que, desde su desnudez, nunca tuvieron necesidad de romperse la cabeza intentando comprender «qué es la felicidad». Ellos, simplemente, experimentan la alegría. Ésta es más directa, más simple, más fácil, más inocente y más tangible que la felicidad.

La alegría nos espera en las pequeñas cosas de la vida para susurrarnos al oído que a través de ella podemos ser felices. Y es que es realmente difícil ser felices si buscamos incesante y angustiadamente en qué consiste la felicidad. Porque ésta no es un lugar al que llegar, es más bien una manera de andar. No es un destino, es un síntoma que aparece al caminar. Y mientras hay quienes se dedican a perseguir la felicidad, otros la crean amando, sirviendo, desarrollando su conciencia, procurando cuidar lo esencial o brindando pellizcos de alegría a quienes les rodean.