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Paz y Ciencia

lunes, 22 de noviembre de 2021

El Anticristo

 



El Anticristo es un libro cargado de misterios o, si se prefiere decir así, con este texto se produce una inflexión definitiva en la derrota nietzscheana, tal vez su último quiebro intelectual

Las múltiples facetas desde las que nos desafía el enigma Nietzsche se acrecientan conforme se acerca el final. Durante los últimos meses parecen multiplicarse vertiginosamente: su pensamiento es un continuo quiebro, y su vida también. Todo está lleno de signos, signos que se hacen guiños unos a otros. En este sentido, los días finales son enteramente un enigma, un enigma del que nuestro conocimiento de la locura no puede dar explicación. Y ni siquiera su silencio o su muerte acallarán esta proliferación. Su posteridad, es bien sabido, está hecha de terribles malentendidos, cosas que todavía están por acabar de explicar..

A menudo se ha llamado con el nombre de Turín el cristal de ese enigma. Y lo cierto es que, frecuentemente, parece como si el propio Nietzsche condujera de antemano esta interpretación. Así, recuérdese cuando escribe: “Hasta el 20 de septiembre no dejé Sils-Maria, retenido por unas inundaciones, siendo al final el único huésped de ese lugar maravilloso, al que mi agradecimiento quiere otorgar el regalo de un nombre inmortal. Tras un viaje lleno de incidencias, en que incluso mi vida corrió peligro en el inundado Como, a donde no arrivé hasta muy entrada la noche, llegué en la tarde del día 21 a Turín, mi lugar probado, mi residencia a partir de entonces. Tomé de nuevo la misma habitación que había ocupado durante la primavera, via Carlo Alberto 6, III, frente al imponente palazzo Carignano, en el que nació Vittorio Emanuele, con vistas a la piazza Carlo Alberto y, por encima de ella, a las colinas. Sin titubear y sin dejarme distraer un sólo instante, me lancé de nuevo al trabajo: quedaba por concluir tan sólo el último cuarto de la obra. El 30 de septiembre, gran victoria, conclusión de la ‘Transvaloración’; ociosidad de un dios por las orillas del Po. Todavía ese mismo día escribí el “prólogo” de Crepúsculo de los ídolos, la corrección de cuyas galeradas había constituído mi recreación en septiembre. -No he vivido jamás un otoño semejante, ni tampoco he considerado nunca que algo así fuera posible en la tierra,- un Claude Lorrain pensado hasta el infinito, cada día de una perfección idéntica e irrefrenable”.

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