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Paz y Ciencia

jueves, 18 de febrero de 2021

TLP: Testimonio

 

Enrique, enfermo de TLP: "Me siento como la cucaracha de Kafka"


  • El primer brote psicótico fue a los 15, sueña con que cae desde un balcón, ama a Wagner y sufre Trastorno Límite de la Personalidad. Acompañamos una jornada a Enrique Fernández
  • "De repente, empecé a percibir que todos nos miraban, que iban a matarnos a mis padres y a mí", dice. "Veía por el retrovisor al conductor llevándose el dedo al cuello"
  • Estudió Psicología para tratar de entender su enfermedad. "Yo no he viajado, pero lo he aprendido todo quedándome. 53 años. Aquí en esta mierda lo he aprendido todo".
  • Si de alguien dijéramos que es licenciado en Psicología, que conoce al detalle la obra de Carl Jung, que domina la astronáutica o que es un experto en Wagner, entonces no nos importaría tener su cerebro.

    Si de alguien dijéramos que refiere abusos sexuales de niño, que ha tenido brotes psicóticos que le hacen ver cosas terribles, que se ha imaginado casas en llamas que no ardían o que se puede tirar horas llorando, entonces no querríamos estar ni un minuto ahí dentro.

    Estar ahí dentro es sentir mucho frío y mucho calor. Subir un pico lleno de aristas y bajarlo. No saber por dónde tirar. Hacerse daño andando. Dar con él en una mirada y perderlo echando la vista atrás.

  • Lo hicimos un día entero. Por Madrid. A medida que avanzábamos, estaba más oscuro, pero se veía más claro. Como pone en esas viejas señales de carretera comidas por la maleza, justo al llegar a un lugar inhóspito y poco transitado, allí podría estar escrito: «Bienvenidos al Trastorno Límite de Personalidad».

    -Estoy pasándolo mal hoy con vosotros -nos dice Enrique.

    -Vaya.

    -Sí, pero no pasa nada. Siempre lo paso mal.

    Enrique Fernández García (Madrid, 1965) también tuvo momentos biográficos hermosos, también disfrutó estudiando algunas asignaturas, también tuvo sus amores (Raquel y Mónica), también viajó a la Luna cuando fue al congreso de astronautas, también se pide (y se come) un cocido completo y también sueña.

    Los sueños. Cuando era niño no los apuntaba, pero ahora a los 53 años los anota compulsivamente. Está en la cama durmiendo, le viene uno, se despierta, coge el bolígrafo, lo anota con minuciosidad, sigue intentando dormir. Una letra menuda y unos renglones rectos. Ya va por el séptimo cuaderno donde los escribe todos.

    Un sueño en el que aparece un pájaro amarillo rodeado de humo.

    Un sueño en el que llega a su casa y no existe el edificio, sólo un hueco vacío.

    Un sueño en el que va con una cruz de donde brota mucho verde.

  • Un sueño en el que se tira a su propia fosa.

    Un sueño en el que se arroja por el balcón y -dice- se libera.

    Nos lo dice un poco antes de que venga el metro. Son las 12.14 horas de un martes de enero y estamos esperando en el andén de Avenida de América.

    «Hay veces en que me invade el deseo de irme, he heredado mucha mierda, una mochila de cosas indigeribles, no lo soporto más... Siento mucho dolor porque no aguanto tanta soledad. Te llama la muerte. Porque es como un descanso... Una parte de mí desea la muerte y otra parte está aterrada porque la deseo».

    Ya viene.

    Suena un chirrido metálico.

    Entramos.


  • Todos tenemos un lugar que es mejor no tocar. En mi caso, la parte traumatizada lo ocupó todo...

  • Si se lo presentamos nosotros, podemos escribir que es una persona diagnosticada con Trastorno Límite de la Personalidad, que lleva en terapia casi 25 años, que tiene un grado de incapacidad del 68% debido a su enfermedad, que tiene una pensión de 380 euros, que es el mayor de tres hermanos y que es hijo de un tipógrafo del extinto diario Ya (fallecido) y de una madre dedicada al servicio doméstico (con la que vive).

    Si se presenta él, va a utilizar una imagen muy gráfica: «Me siento como la cucaracha de Kafka. A veces creo que me ahogo patas arriba... No soy un astronauta, ahora soy un psiconauta. Yo no he viajado, pero lo he aprendido todo quedándome. Quedándome en la mierda. 53 años. Aquí en esta mierda lo he aprendido todo. Todo».

    Como pasa en los planos del metro, las vidas se explican mejor por orden lineal. La de Enrique comienza en el barrio de Lavapiés y en un colegio del que solía ausentarse. «Era muy callejero, me gustaba quedarme entre los coches y no entraba a la escuela. Prefería los descampados. Romper ladrillos por ahí en las obras. Me iba porque tenía miedo».

    La línea recta de Enrique iría saltando sin más desde sus días escolares a su iniciación en el kárate, de ahí a su FP de Electricidad, de ahí a otro trasbordo seguro. Si no fuera porque, antes, casi al principio, ocurrió algo que lo trastocó todo: «Entonces, un día, un amigo de mi padre abusó de mí».

  • «Hay muchas cosas traumáticas que no las recuerdo con claridad. Se llama disociación, pensamientos que te invaden, no son recuerdos integrados y normales. Como un espejo roto. Así lo veo yo», asegura. «Todos tenemos un lugar que es mejor no tocar. En mi caso, la parte traumatizada lo ocupó todo... El que coge el sida es por un contacto físico, esto es igual: yo fui infectado psíquicamente, luego vino un periodo de latencia y al final todo explotó».

    Explosión inicial. Julio de 1981. La familia está en Bruselas (Bélgica) para ver a un tío materno. Van en un autobús. Enrique tiene 15 años. «De repente empecé a percibir que todo el mundo nos miraba, que iban a matarnos a mis padres y a mí. Veía por el retrovisor la cara del conductor, llevándose un dedo al cuello [hace el gesto de cortárselo]. Ni dije nada». Se llama brote psicótico.

    Explosión segunda. Han pasado dos años. Un día un amigo le enseña un reportaje de Interviú en el que aparecen unas fotos de un depósito de cadáveres. «Cuando vi aquello, no sé qué me pasó, pero se desencadenó algo: comenzó la sensación de ahogo, como si me fuera a morir... Hoy mismo, llevo días obsesionado con esta mancha de la frente [la señala]: pienso que es cáncer». Se llama paranoia.

  • Tercera explosión. Cumplidos los 18, dice categórico, comienza el infierno. «Me aislaba mucho. Estaba siempre en los cines porno o en la puta calle. Ya no me duchaba ni me afeitaba ni nada. Iba lleno de granos. Empecé con el alcohol, pero me disociaba entero y lo acabé dejando. ¿Sabes? Disociación... en la Edad Media... era considerada posesión». La primera vez que fue al psiquiatra fue en 1983. Se llama Trastorno Límite de la Personalidad.

    (...)

    Pasadas las deflagraciones, Enrique es ese paisaje que cada día trata de levantarse entre el humo. Es amable, generoso, paciente, educado, culto, sincero y, también, un enfermo empoderado que invierte casi todos sus ingresos en terapia para tratar de mejorar.

    Para saber más sobre sí mismo, se puso a estudiar Psicología durante nueve años. Porque estaba cansado de algunas cuestiones: «Un enfermo del corazón no tiene que explicar por qué no se cura, no tiene que dar explicaciones. Yo sí. '¿Por qué no te curas?', me dicen».

    Si cada individuo sano es un mundo, cada persona con enfermedad mental suma cinco planetas distintos. Y los pacientes con Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), 10 galaxias.

    Nos habla obsesivamente de la complicada relación con su madre. De la soledad. De la fijación con la muerte. De la incomprensión de todos. De las «etiquetas diagnósticas». Y en el papel que trae anotado con letra pequeña y renglones derechos leemos: «Lo peor no es la enfermedad, lo peor es que la familia sólo vea eso». «Ostracismo». «24 años de intentar digerir tanto trauma». «Soy culpable».

  • Fernando Sánchez es psicólogo de la Asociación Madrileña de Ayuda e Investigación del TLP y trata a Enrique desde hace seis años. «El 4% de los enfermos de la salud mental tienen TLP, que suele estar asociado a más patologías. En su caso, estuvo mucho tiempo diagnosticado con trastorno de identidad disociativo [tener muchas personalidades dentro desconectadas entre sí] y luego fue tratado como esquizotípico [en el ámbito de la psicosis]. Imagina un huevo que tiene la yema de un patito. Los TLP se han quedado en el huevo, no son yema, pero tampoco patito».


  • Un enfermo del corazón no tiene que explicar por qué no se cura, no tiene que dar explicaciones. Yo sí. 'Por qué no te curas?', me dicen...

  • Cuesta entrar en Enrique, qué le vamos a contar a su psicólogo.

    Lo mismo que cuesta entrar a su habitación.

    O en un día suyo.

    La habitación es un bazar desmadejado donde sólo entra él. Nos habla en voz baja y, «shhhhh», pide que hagamos lo mismo. Una enciclopedia del Universo. Un mural pintado por él. Una foto de su gata Platona. Las obras completas de Freud. Sendos bustos de Beethoven y Wagner. Una suerte de collage que no entendemos.

    Un día suyo comienza a las siete de la mañana. Se levanta, se pone a leer, se va a una cafetería, acude a la asociación, camina, come a las dos, se echa la siesta dos horas: «Hay muchas cosas que procesar. Estoy digiriendo las manzanas podridas, es como si regurgitara una manzana podrida que comí con siete años y todavía no digerí: llevan ahí 50 años como quistes; mi estómago psíquico digiere lo que puede».

    Después de la siesta, vuelve a la asociación. O regresa a la lectura. O se va a comprar chirimoyas...

    -¿Y qué más?

    -Hago el gilipollas... Ahora me estoy dando cuenta al contarlo. No hago nada. Sólo el gilipollas. Además de comprar chirimoyas, hago el gilipollas.

  • Enrique Fernández García sigue buscando. Todos los días lo hace. Aquellos descampados de la infancia donde no había nadie. A Quique. El final del dolor. La calma interior. La belleza siempre. La verdad. A sí mismo.

    -¿Qué vas a hacer ahora cuando te dejemos?

    -Tomarme un Valium para descansar.

    Íbamos a terminar apuntando que al final invitó a su hermano a ver la ópera El oro del Rin, de Wagner. Que hubo un rato en que se le iluminó la cara cuando reconoció la cámara del fotógrafo José Aymá: una Hasselblad como la que se utilizó en las misiones espaciales de los sesenta. Que aquel día nos dijo con la boca llena: «Éste es el mejor pudin que me he comido en la vida». Y que, después, sonrió y era lo más parecido a alguien razonablemente satisfecho y en paz.


  • A las tres de la madrugada estaba insomne y desayunando. Llevo desde las seis de la mañana en la calle...

  • Pero han pasado varias semanas y Enrique nos envía decenas y decenas de mensajes. Decenas y decenas.

    Rescatamos tres.

    El primero es de un hombre culto.

    «Soy el nibelungo solitario en mi cueva Nibelheim».

    El segundo es de un hombre perdido.

    «Voy a desconectar, tengo mucho dolor y mucha sangre emocional. A las tres de la madrugada estaba insomne desayunando. Llevo desde las seis de la mañana en la calle».

  • El tercero es de un hombre asustado.

    «Sé qué no lo entiendes, pero a mí me habría zSA gustado no haber pasado de los dos años y haber muerto en el pozo oscuro en el que caí, al igual que le ha pasado al niño Julen».

  • Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. Experto en Trastorno Límite de la Personalidad.    rcordobasanz@gmail.com.                              Página Web: www.rcordobasanz.es

  • Fuente: ElMundo.es


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