PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

lunes, 8 de febrero de 2021

Claudio Naranjo: Presente entre nosotr@s

 


CLAUDIO NARANJO. LAS ÚLTIMAS PALABRAS DEL SABIO (artículo publicado en la revista Cáñamo. Septiembre 2019)

Por Héctor Márquez

"¿Estamos? –Pregunta con un hilillo de voz. Será la última palabra que diga el sabio a un auditorio público. –Creo que tu voz lo dice todo –le responde su cuidadora con humor, amorosamente, mientras sujeta la silla de ruedas donde se lo llevará para siempre del foco mediático, dejándonos en la sala de prensa a una treintena de personas sobrecogidas, la mayoría periodistas. Va vestido de naranja y sostiene un precioso bastón con forma de liana que le hizo un artesano junto a la catedral de Friburgo. Un bastón que se compró en recuerdo de otro que regaló a su maestro Muktananda porque le recordaba a Shiva y que se encontró como palo retorcido en una cueva de la India. “Pero no tiene que ver con la ayahuasca, aunque tenga forma de serpiente; lo tengo porque lo necesito”, aclaró momentos antes, quién sabe si evitando que mañana nos dé por comprarnos bastones con forma de liana como signo de pertenencia a la secta claudiana. 

Lo que es arriba es abajo

La luz de la tarde filtrada por un visillo verde otorga a la salita una apariencia irreal, lynchiana. Pienso en David Lynch, que también recorre el mundo divulgando los beneficios de la meditación en la educación de los niños y el crecimiento personal de los seres humanos y sabe de espíritus, tulpas y eternos retornos. Hay un fervor de ceremonia en esta rueda de prensa. Detrás de la cabeza despeinada y temblorosa del anciano, al que su madre reveló ya de adulto que era descendiente del rey David y del mismo Moisés, el nombre del hotel donde estamos se ve al revés, como reflejado en un espejo: Double Tree. Doble árbol. Lo que es arriba, es abajo. La copa es raíz. El eterno retorno. Suena un aplauso emocionado con cadencia de mantra y caricia agradecida mientras el sabio Naranjo, hoy vestido de naranja se marcha en una silla de ruedas. Ha dedicado a la comunidad de la ayahuasca sus últimas energías públicas.

Ya lo había avisado tres horas antes en el escenario de su conferencia en el Palau de Congresos de Girona, en el que fue el acto más emocionante de la World Aya Conference: “No pensaba venir aquí; se me está acabando la cuerda y se me apaga un órgano nuevo cada poco. Son las cosas que vienen con el Parkinson. La vida parece decirme ‘ya, para’. Pero me insistieron tanto que terminé viniendo con la sensación de que quizá será esta mi última conferencia. Los hindúes tienen una época de la vida para aprender, otra para servir y una más para prepararse para morir. Dicen las culturas orientales que el día de la muerte es el más importante de la vida: una puerta que hay que saber pasar”.

A su lado, el investigador y farmacólogo, José Carlos Bouso, director científico de Iceers, estaba sobrecogido. Días después Bouso me confesaría que fue un momento “escalofriante”: “Estaba en una colchoneta temblando, con su parkinson galopante. Y le dije, ‘mira, Claudio, en el estado en el que estás no es necesario que salgas. Todo el mundo lo va a entender. Te vuelves a tu casa’. Era imposible que una persona en su estado pudiera siquiera tenerse en pie. Pero me dijo: ‘no, no te preocupes. Quiero hacerlo’. Me cogió del brazo, entramos en el escenario y me encuentro a mil personas de pie aplaudiendo. Lo que hizo, lo que dijo y cómo lo dijo y la respuesta del público fueron asombrosos”.

Treinta y cinco días más tarde de aquella apoteosis ayahuasquera, Claudio Naranjo Cohen expiraba a los 86 años junto a su equipo más íntimo de colaboradores y familiares en su casa de Berkeley (California). Tenía intención de regresar de nuevo a Barcelona. Pero ya no dio para más. Su Fundación, que avisó de su muerte con un sencillo y escueto comunicado, anunció que murió en la madrugada del jueves al viernes 12 de julio. Pero no dio muchos más detalles. Como buen budista, su cuerpo debía ser velado y limpiado durante siete días antes de proceder a la cremación definitiva. Todo bajo la supervisión de su viejo amigo y maestro, el lama tibetano Tarthang Tulku Rinpoche, apenas dos años más joven que el chileno. El proceso dura 49 días, que es el tiempo, llamado bardo, que el alma tarda en hacer su viaje para cumplir su ciclo o continuar reencarnándose.

Mientras edito estas líneas –18 de julio– centenares de meditaciones en honor de Naranjo se producen en todo el mundo. Las decenas de centros donde se imparte la formación del SAT que él mismo fundó en los años ochenta se han sumado a la propuesta. Cuando ustedes lean esto ya solo quedarán de Naranjo sus decenas de libros y artículos, sus cientos de conferencias que circulan por Youtube y el recuerdo de miles y miles de personas en todo el mundo que se han visto iluminadas o ayudadas por sus procesos terapéuticos, sus ideas o su imponente y amorosa presencia.

En los medios de comunicación más tradicionales de España no ha habido apenas eco de su muerte, algo insólito si tenemos en cuenta que fue en Barcelona donde se constituyó oficialmente hace doce años la Fundación Claudio Naranjo, y en Almería, hace décadas, donde se empezó a construir una de las herramientas de terapia práctica más sólidas que él ha legado a este mundo: el SAT, acrónimo de Seekers After Truth, Buscadores de la Verdad, y palabra que en sánscrito significa deidad o única realidad. Un programa de crecimiento y autoconocimiento personal basado en prácticas de la terapia Gestalt, la aplicación de las enseñanzas caracterológicas del Eneagrama, sus propios aprendizajes espirituales chamánicos, orientales y psicodélicos y el uso de herramientas como la meditación o la música. El diario El País, donde cuatro días antes de su muerte se hacía un gran reportaje sobre sus tesis sobre el cambio educacional necesario para transformar el mundo, unas tesis que le hicieron en 2015 ser candidato al premio Nobel de la Paz, no puso una simple nota necrológica. “No se preocupó mucho de mantener una línea de comunicación mediática”, reconoce su biógrafo español, el psicólogo y periodista Javier Esteban. Naranjo ya estaba en otra. Probablemente, en no despistarse durante esa milésima de segundo que le permitiría tener conciencia plena del tránsito. Cumplió su vida con creces, es cierto. Pero costará asumir que más allá de Naranjo haya pocos abuelos con tanta sabiduría y hondura. Hoy por hoy, no encuentra sucesor en el horizonte .

Mamá, Brahms y la teta musical

Nació Claudio con ese nombre de emperador romano, porque su madre, una hermosa y rica chilena amante de las artes y la vida social, tenía alojado en el momento de su nacimiento en su casa de Valparaíso a uno de los pianistas más grandes del siglo xx, Claudio Arrau. Naranjo, hijo único, solitario, a quien sus padres internaron desde muy niño en el mejor colegio de la ciudad  chilena para poderse dedicar, uno a sus negocios y conquistas y otra a su labor de dilentantismo y mecenazgo, heredó de su nombre la pasión por la música. Junto a la carrera de medicina, con especialidad en psiquiatría, Naranjo tenía también las carreras de piano y composición. Pero nunca se dedicó a componer porque sintió que no tenía la brillantez suficiente. Esa sensación de no ser nunca lo suficientemente bueno para lograr la complicidad de su padre o el amor de su madre le llevaron, paradójicamente, a la búsqueda de la excelencia. Y esa búsqueda constante de herramientas espirituales y terapéuticas para entender sus heridas lo convirtieron en un excepcional identificador y sanador de las heridas ajenas.

Como otros grandes buscadores, pioneros y referentes de la cultura psicodélica, Naranjo amaba la música con devoción: “La música es fundamentalmente terapéutica porque es vehículo de amor. Cuando escuchamos música, amamos un poco más que en el silencio. El sonido tiene una dimensión potencialmente sagrada, a través suyo podemos acercarnos a ciertas dimensiones de lo sagrado. La vista y los conceptos no llegan tan lejos. Una cuerda que vibra es un número que canta”, contó a propósito de uno de sus libros, La música interior, donde revelaba sus cualidades de terapeuta musical que tanto celebraron las personas que acudieron a sus sesiones con el Daime en Brasil o en otras tomas guiadas de psicodélicos. Porque Naranjo es, por mucho que su experiencia le haya llevado a aconsejar con vehemencia el uso esporádico, controlado y guiado de las experiencias psicodélicas, uno de los guías más certeros en los viajes del alma humana y experto conocedor del mundo arquetípico de las visiones.

“Mi primera experiencia psicodélica fue en los EE UU, con psilocibina, muy contemplativa”, confiesa. “Me quedé mirando una flor de pensamiento. En la segunda, donde ya tomé la dosis adecuada, recuerdo la escucha de la música que me venía como de una teta gigante por la que recibía el Ser y me llegaba en forma de sonido con una plenitud que nunca había conocido antes ni conocí después en todas mis experiencias psicodélicas”. En el libro Claudio Naranjo. La vida y sus enseñanzas (ed. Kairós. 2015) el chileno abre su corazón a su biógrafo Javier Esteban y le hablará, entre otras cosas, de cómo en su vejez le siguen fascinando los pechos de las mujeres. “La libido se ha transformado en una cosa mucho más infantil. Me doy el gusto de tocarle los pechos a las mujeres. Un gusto que se ha vuelto mucho más inocente. Como que a un viejo se le conceden ciertos caprichos”, confesaba a Esteban.

Todo rodeado de música. De su santísima Trinidad musical, la triple B: Bach, Beethoven y Brahms. Sobre todo, este último a quien consideraba “el espíritu santo y la culminación de los tres, el reflejo del amor. La presencia amorosa de la madre” Ay, la madre. Doña Julia Cohen. Siempre detrás de todo. La mujer que tenía miedo de que su hijo tomase drogas. La mujer a quien Claudio buscó y guardó rencor por falta de abrazo. La mujer por la que se sintió castrado y por la que comenzó a hurgar en su herida hasta trascenderse. Aun así, en la primera ingesta de psilocibina organizada en Berkeley por Frank Barron, fue ella la que hizo de camella para su hijo, después de pasar una tarde noche en un apartamento entre tipos como Tim Leary y otros psiconautas universitarios de la contracultura de los sesenta, acariciando a un colocado Dizzy Gillespie en el regazo y comprobando que eso de los honguitos y el LSD no era tan terrible.

Liberad a la serpiente

–Supongo que habrá gente aquí que está familiarizada con mis estudios durante los años 60 con la ayahuasca. Hemos vuelto a Girona. Al congreso de ayahuasca. Piensen que cuando la vida se repasa da saltos caprichosos, como esas películas que comienzan con un cadáver ahogado en una piscina que cuenta su historia. La voz de Naranjo suena pequeñita y el golpeteo de su mano indomeñable pone ritmo chamánico a sus susurros. Un silencio devocional le escucha. Sus ideas fluyen como fluyen los icaros de las viejas chamanas, inspiradas por no se sabe qué fuente. Van directas a la conciencia y al corazón. Una joven pareja italiana se abraza delante de mí con esa ternura compartida que gastan los enamorados cuando su cantante favorito interpreta la canción con la que bailaron por vez primera. Habla de la serpiente y el pecado.

–Uno de mis primeros estudios consistió en darle a probar a personas que no habían tenido ningún contacto con las culturas indígenas unas obleas de harmalina [alcaloide principal de la liana de la ayahuasca]. Quería saber si todas esas visiones de serpientes, jaguares y animales míticos típicas de las culturas amazónicas eran solo influencia del contexto cultural. Pero resultó que al darle la dosis de algo que no sabían lo que era a personas que no tenían ningún conocimiento indígena, empezaron a ver aves de rapiña, serpientes y se relataban en las visiones de ayahuasca.

Terminé convencido de que esto era lo que Jung llamaba el mundo arquetípico. Y que todas esas visiones de serpientes no eran sino versiones diferentes del arquetipo del dragón. El dragón tiene esa naturaleza ambivalente. En su versión oscura representa el mal, en su versión luminosa es aliado de la luz y el conocimiento. El dragón es custodio del misterio y de la vida.

Naranjo, que publicó a partir de 2013 los dos libros donde recuperaba para todo el mundo sus estudios y trabajos con psicodélicos en terapia durante los años sesenta, llama a la liberación de la intuición, a liberar la serpiente: “Las visiones del dragón, la serpiente y otros animales en la ayahuasca no solo representan la animalidad contenida y reprimida; lo importante es el cambio de actitud ante el animal. Hay que descriminalizar el instinto animal y dejarse engullir por la serpiente. De esa manera te transformas en ella y en Dios mismo. Si nosotros rechazamos nuestro animal interior, nuestra vida instintiva, estamos cometiendo un profundo acto de  jaguares de la misma manera en que desamor hacia nosotros mismos. Solo con el autoconocimiento se conoce la medida del autorrechazo y desde ahí se puede reparar con la terapia. Todo descansa en esa idea católica de que amarse a uno mismo es egoísmo: un punto ciego en la historia cultural que la ayahuasca viene a reparar.

Por eso la gran devoción que suele sobrevenir tras las tomas de ayahuasca. Ese amor a uno mismo yo lo llamo la raíz del árbol. Con amor a uno mismo viene la devoción, el amor a la naturaleza y hasta el amor al prójimo. Porque es imposible amar a lo otro y a los demás si se sigue en el pecado original de sentirse malo y culpable”. Dos horas más tarde, le preguntaré por la esperanza de poder refundar los mitos originales, liberados ya de las dicotomías cristianas. Me dice: “Yo he visto una imagen egipcia de dos figuras, hombre y mujer, delante de una serpiente erguida que les está ofreciendo una manzana, pero con la actitud de ofrecer un gran regalo y no de una tentación peligrosa. Es como la continuidad del diálogo entre la Naturaleza y la mente humana. La bendición de la serpiente. Después le dieron la vuelta a ese mito los que inventaron que detrás de ese regalo estaba la voluntad de Dios. Pero era obviamente un Dios muy celoso, que no quiere que la gente haga lo que le dé la gana. En algún momento establecimos este ritmo de gobierno a través del mando que está basado en que haya suficiente temor y suficiente lealtad al Dios del deber por encima del Dios interior de cada uno, el Dios de la naturaleza espontánea y misteriosa”. El Dios del deber, el Dios del patriarcado, que es la raíz de todos los males, como dejó escrito Naranjo.

Contar a Naranjo

Contar a Naranjo es difícil porque no cabe en una simple casilla. Psicoterapeuta, activista social para el cambio del sistema educativo mundial, músico, filósofo, maestro, inventor de herramientas invisibles, psiquiatra, escritor, meditador, buscador, persona demasiado profunda para los seguidores del new age –los que lo abanderan por su capacidad para producir frases antológicas para la era del pensamiento twitter–, persona demasiado dispersa para los modelos académicos a pesar de su brillante expediente y desempeño. Excelso orador. Ser magnético y contradictorio, de una vastísima erudición que fluye con naturalidad. Discípulo de maestros orientales, seguidor de figuras singulares en la psicoterapia y el ocultismo contemporáneos como Fritz Perls, Óscar Ichazo o Gurdjieff. Experto y practicante de técnicas y sustancias para acceder a los estados alterados y superiores de conciencia. Místico, maestro a ratos y chamán natural.

Cuando en el año 2013 el psicólogo y periodista Javier Esteban se encontró con la posibilidad de describir a Naranjo haciendo un documental y una serie de entrevistas a través del tiempo sabía que estaba ante un reto estimulante y complicado. Aunque el propio Naranjo ha editado este mismo año el primer volumen de sus memorias Ascenso y descenso de la montaña sagrada, las conversaciones entre el maestro chileno y Esteban que conforman el libro La vida y sus enseñanzas son quizá la mejor manera de descubrir las máscaras del héroe y la persona que está detrás de sus máscaras. “Mi relación con Claudio fue siempre incierta pero fructífera. Yo buscaba –sin saberlo– una relación transferencial con un maestro y él había experimentado todo lo que me había interesado a lo largo de mi camino: meditación, sustancias y psicoterapia. Al mismo tiempo, él buscaba ser escuchado, y fue escuchado por un hombre que estaba fuera de su organización. Quedo con la sensación de no haber sabido aprender más… quizá por mis propios límites”, recuerda este experto en interpretación de sueños. La muerte del único hijo de Claudio, Matías, en un accidente de coche en 1970 mientras Naranjo iba al funeral de su maestro Fritz Perls, transformó su vida completamente. Pasó por una revelación e iluminación y por la
larga noche oscura del alma. Esteban tendría la edad de Matías.

¿Cuál es la trascendencia real de la obra de Claudio Naranjo y cuál será la supervivencia de sus enseñanzas?, pregunto a Esteban, sabiendo que, en sus últimos años, Naranjo se ha paseado casi como una rockstar por escenarios y congresos y donde la respuesta de los jóvenes era de un amor y una cercanía asombrosas.Hasta su país, Chile, del que hasta hace poco lamentaba su olvido, le invitó los dos últimos años como estrella absoluta del Congreso de Futuro, junto a las mentes más brillantes e innovadoras del Planeta. Todo eso está en las redes. “Creo que es pronto para valorar la trascendencia de su obra”, dice Esteban, “pero su valor reside en ser capaz de establecer un puente entre terapia y espiritualidad, de un modo práctico, enfocado a una escuela gestáltica llena de herramientas. Este movimiento psicoespiritual es lo mejor que queda de la contracultura, que es la verdadera cultura. La supervivencia de estas enseñanzas estará en función de lo que hagan sus discípulos y de la capacidad organizativa de su fundación, más que del legado escrito o ideológico, extenso y rico, pero al servicio de la práctica. Claudio ha abierto muchos caminos que otros debemos continuar. Ha sido un catalizador y una persona de servicio”, concluye.

Un tigre con gafas y la muerte en el cogote

Sí, Naranjo ha tomado ayahuasca. Y mezcalina. Y LSD. Y honguitos. Y en una época fumó mucha maría. También ha meditado sin parar, se ha exiliado al desierto y hecho danzas giróvagas de los sufíes. Nada le es ajeno. Pero su receta es clara: “Creo que los psicodélicos deberían usarse mucho menos de lo que se usan porque el efecto sería mucho más profundo si se insertaran en un camino. Necesitamos un entrenamiento psicodélico para aprender a contemplar y personas expertas que guíen este camino”.

En Girona me cuenta lo que vio la primera vez que tomó ayahuasca. Lo hizo solito, en la cocina de su casa, sin ritual ni nada. “Lo que vi fue un tigre de dibujos animados. Enseguida entendí que así era entonces mi conexión con mi animal interior: un tigre de papel sin sustancia. Con las siguientes tomas eso cambió y fui aprendiendo. Entendí que ya pertenecía a la Red la Vida. Fui liberándome. Yo tenía una personalidad muy castrada. Era un niño muy bueno y mediocre”.

No gustándole la superchería vacua, también rechaza el exceso de cientificismo que está rodeando a la psicodelia. “La Ciencia es perfecta para resolver enigmas y para hacer funcionar la máquina de pensar”, dice. “Pero el ser humano busca una verdad más profunda que ha existido desde el principio del pensamiento humano. El cerebro racional y la aplicación científica no sirven para resolver lo inefable. No se puede meter uno el cielo en la cabeza, sino que hay que meter la cabeza en el cielo. La verdad psicodélica tiene el rango de la verdad mistérica. Y como los enigmas son de un orden menor a los Misterios, la Ciencia no está capacitada para abordar ni resolver los Misterios de la existencia”.

Le preguntamos si la crítica de las comunidades espirituales antidrogas a los psicodélicos como vía fácil de acceso al mundo espiritual es sólida. Como suele hacer siempre, Naranjo muestra el reverso del argumento: “No es nada fácil una experiencia psicodélica porque mientras estás bajo los efectos vas dándote cuenta de que estos se pasan rápidamente. Lo difícil es integrar estas experiencias en tu vida.

Por eso creo que han de hacerse en un camino de integración adecuado. El problema de los psicodélicos es que mucha gente de occidente quiere ir exclusivamente al grano, a la experiencia. Y sin un maestro o un contexto integrador, simplemente no se le saca el partido máximo. Los pueblos indígenas o culturas muy antiguas, como los hindúes, saben sacarle mucho más partido a las plantas que toman. Ellos usan mucho el cannabis para ahondar en sus experiencias de sexo tántrico. Tenemos un potencial y sabemos y no sabemos a la vez a qué estamos encaminados. Yo creo que el espíritu de búsqueda es lo más precioso y la cultura lo sofoca. Los grupos ayahuasqueros quieren vender grupos ayahuasqueros quieren vender sus fórmulas, otras religiones también.

Todas estas cosas son andamios, pero lo que más lejos nos lleva es algo inexplicable, una Sed Metafísica; se llame como se llame lo llevamos en nosotros, aunque nuestra civilización nos ha enseñado a no tenerlo en cuenta. En nuestra cultura a los buscadores se le llama jóvenes inquietos, pero no se les aprecia mucho, quieren que se metan en el rebaño”, al fin, vuelvo al principio. Al gran viaje, al bardo.

–Hoy durante la conferencia dijo que iba a ser su última aparición pública. Había un aroma a despedida en sus palabras. Usted que ha vivido tantas veces la muerte del Yo en vida, ¿cree que está preparado para el viaje definitivo?

–Todavía no logré la liberación definitiva. Se me vuelve el Yo a poner encima (sonríe).

–¿Se rebela siempre el cuerpo ante la posibilidad de morir?

–Dicen que existe eso de morir antes de morir. Dijo un místico medieval que, si uno no muere antes de morir, después de morir se pudre. Pero yo a tanto no he llegado todavía.

–¿Tiene usted la sensación de que hay ciertas cosas fundamentales que no ha dicho y debería haber dicho?

–Bueno uno ha dicho muchas tonterías (risas). Con los años te vuelves más indulgente contigo. Hay que aprender a estar en paz con uno mismo. El karma es infinito y uno podría estar reprochándose toda la eternidad por todas las cosas que hizo y no debería haber hecho o aquéllas que dejó sin hacer. Por lo menos yo siento que aproveché bien mi vida e hice lo que pude. No me reprocho mi vida. Lo que no basta para concluir que esté preparado para el test de la muerte. Ese momento dura muy poquito.

Y es el más importante de la vida, el último: la conciencia queda desnuda, cae el cuerpo, caen los recuerdos y las sensaciones y queda la conciencia pura. Y si uno no la
reconoce en ese momento porque estaba distraído tiene que repetir el ciclo. Así que no dejo de sentirme inquieto de no saber si voy a pasar la prueba.

Hay un silencio verde en la habitación. El árbol se refleja en sí mismo. –¿Estamos?"

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza Tfno.: +34 653 379 269 Página Web: www.rcordobasanz es



No hay comentarios: