PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

viernes, 11 de abril de 2014

Daniel Ripesi: El Gesto Espontáneo




Sobre el gesto espontáneo 
Por Daniel Ripesi

Pintura: El planetario en amarillos-- Ariel Mlynarzewicz

Los diversos analistas que dejaron su marca en la teoría psicoanalítica comenzaron por forjar algo así como un mito de los orígenes. Cada uno de ellos construyó la conjetura que juzgó más convincente para caracterizar el fundamento y el origen de toda subjetividad. Así, con Freud se podrá decir que “en el principio fue la pérdida de los objetos primordiales”; exilio y nostalgia, desarraigo y desamparo son –para él-  el punto de partida de cada ser humano. Con Lacan -en una versión más cercana a la sentencia bíblica que a la tragedia griega-, se puede enunciar que “en el principio era el verbo”; es decir el Logos que anticipa y determina a cada individuo, en fin, la conocida anterioridad del orden simbólico. En Melanie Klein hay una invocación al dominio inquietante de las tinieblas, el imperio tenebroso de un caos mortífero que todo lo invade y todo lo impregna, con ella podríamos decir que “en el principio era el sadismo(1)”. En Winnicott, lisa y llanamente, “en el principioel infans no existe(2) (”; lo reemplaza también un caos, pero en su caso, un caos regulado por un impulso de vida, por cierta anarquía vital de movimientos motores y sensoriales puros a los que una madre sostiene y da forma(3)Esos movimientos no-integrados del bebé son lo que Winnicott llama “gesto espontáneo”, de modo que corrigiendo un poco las cosas, con él será más preciso decir que: “...en el principio era el gesto espontáneo (y una madre dispuesta a recibirlo)”.
La raíz más arcaica de la subjetividad –en el pensamiento winnicottiano- la constituye un gesto que “encuentra” al mundo. Para ser más exactos deberíamos decir que el gesto “se prolonga en el mundo”. Porque el mundo y el gesto no se recortan en principio como momentos o sustancias distintas y separadas, el mundo no se da como “efecto” del gesto, ni éste como “causa” de aquel, hay entre ellos consustancialidad, continuidad sin rupturas, no se confirma entre ellos –en un mítico primer contacto- un antes y un después.  El mundo es la consumación del gesto, su “realización” si se quiere, pero no su resultado o consecuencia. Y el gesto es espontáneo porque no conlleva intención: no “busca” al mundo, “choca” –dice Winnicott- con él. Es un gesto inocente, como lo sería el primer llanto de un bebé al que sólo moviliza un malestar orgánico, una elevación insoportable de la tensión interna que aún no ha sido ligada por el aparato psíquico, sin duda un “segundo” llanto ya no será enteramente ingenuo, ya busca algo, ya intenta eludir algo.
Pero mantengámonos en el primero de los gestos humanos, en ese gesto espontáneo que parece ser –en un mismo movimiento- el primer acto de una aceptación y de un rechazo absolutos del mundo. Aceptación “pura” porque recibe al mundo sin tapujos ni premeditación. El gesto no toma prevenciones, pero por efecto de esa desprevención asimila al mundo a una masa indiferenciada, sin jerarquías ni relieves. Nada se evita ni se anhela especialmente. El mundo es una masa indiferenciada, y –para empezar- indiferenciada del propio gesto. Hay una capilaridad fluida gesto-mundo que no ofrece resistencias: ¿dónde termina el gesto y dónde empieza el mundo? La pregunta no se formula. Pero, por otro lado –y al mismo tiempo-, el gesto supone un rechazo absoluto del mundo puesto que el mundo es demasiado heterogéneo a la sensibilidad del gesto; desborda su capacidad receptiva, resulta inasimilable. Es la madre quien pone máximo esfuerzo en armonizar el contacto gesto-mundo, poniendo cuidado en restringir excesos y estimular exploraciones. La madre –dice Winnicott- presenta el mundo al bebé “en pequeñas dosis”.
Para simplificar Winnicott sitúa las circunstancias que inauguran la experiencia subjetiva de empezar a ser y habitar un lugar en el mundo en lo que llama una “primer mamada hipotética”. En esa simplificación el primer fragmento del mundo que la madre presenta al infans es su propio pecho. Nos comenta entonces que dado el mítico primer gesto espontáneo del infans, la madre “pone el pecho en el momento y lugar en que el bebé puede crearlo”. La madre –completa Winnicott- permite así que el bebé viva una breve experiencia de omnipotencia: “crear lo dado”. Crear lo dado supone una paradoja(4), es la paradoja que da fundamento al funcionamiento psíquico.
“Crear lo dado” es un acto –entonces- que oscila entre la máxima aceptación y el más radical de los rechazos; el objeto que presenta la madre se asimila al gesto espontáneo que también lo resiste. Entre lo propio indiferenciado y lo ajeno y extraño, el pecho empieza a inscribir ínfimas pero insidiosas dudas: ¿es mío o ajeno? ¿Es producto de mi creación o me fue dado por otro? ¿Es un hecho objetivo o subjetivo? De todos modos la madre se esmera en que el pecho esté en continuidad existencial con el gesto del bebé, promoviendo esa capilaridad gesto-mundo de la que un poco más arriba hablábamos. Para un “observador externo” –de la experiencia de amamantamiento- dos cosas coinciden (la teta con la intención del niño), pero desde la perspectiva del niño nada hay “fuera de su gesto” como realidad existente (aunque es cierto que la experiencia del encuentro con “algo” confirmará la realidad del gesto y del mundo a un mismo tiempo). Lo que simplemente sucede es que se establece un contacto entre dos cosas. La experiencia para el infans es más la de un “contacto” que la de una “coincidencia”.  “No hay material mnémico” –comenta Winnicott- que oriente la búsqueda del infans ni con la cual comparar lo encontrado…
Sin embargo, el gesto que en un principio irrumpe espontáneo, y cuyo paradigma sería el primer grito del bebé en desamparo, grito que desgarra al silencio (un silencio que en rigor se descubre sin que el grito pudiera anticiparlo y que asimila para fecundar sus inflexiones y sonoridades varias) ese gesto en principio espontáneo, construye un sentido que lo atrapa y normativiza. La madre responde, sale a su encuentro y también se “deja atrapar” por el gesto-grito del niño. La madre se hace prolongación de un grito y a la larga lo modela y organiza con él una experiencia, la experiencia de un primer y elemental diálogo. El gesto se sitúa así “entre” dos y pierde su inocencia inicial, se hace acto y asume una suerte de potencia segunda: invoca y abre una distancia con los demás. En el grito “segundo” el bebé ya empieza a reconocer la madre de quien depende y la madre reconoce la necesidad imperiosa de un “alguien” que se afirma tras el llanto. Ese grito ordena la escena y asegura lugares subjetivos a ocupar.
El grito segundo, ese acto movilizado por cierta consciencia que el bebé adquiere de su propio desamparo, es ya un gesto organizado, integrado en una experiencia significante: un poco busca y un poco (en lo que le queda de “espontáneo”) explora. Pero los gestos del bebé se van empeñando cada vez más en “encontrar” que en “descubrir”, en estabilizar las alternativas de su experiencia con el otro, va coagulando un determinado punto de vista respecto de la madre, consolida una perspectiva que figura en ella un territorio (geográfico y anímico) familiar y previsible. El bebé forja así un punto de acción subjetiva desde donde poder controlar sus movimientos. Se afirma para él la permanencia de un mundo y la estabilidad de un yo. Ambas certidumbres tienden a encerrar en un juego esquemático eljugar abierto del gesto. El margen de azar que animó al gesto espontáneo deviene “regla” y afirma procedimientos que se enderezan a objetivos.
En el gesto espontáneo el azar sostiene al movimiento (del jugar), en el acto consumado que ya ha organizado más o menos sus intenciones, el azar debe ser controlado (el juego)(5). Para Deleuze, por ejemplo, los que saben jugar(6) pueden afirmar y ramificar al azar, en lugar de dividirlo para dominarlo, para apostar, para ganar. Este juego que solo está en el pensamiento, y que no tiene otro resultado que la obra de arte, es también lo que hace que el pensamiento y el arte sean reales y transformen la realidad, la moralidad y la economía del mundo.
En el contacto con el mundo, “abrir el juego” con nuevos gestos espontáneos es perderse a uno mismo como unidad en el jugar y admitir una pérdida de todo intento de control y dominio sobre el mundo. Entonces el juego se abre un poco permitiendo confrontar una verdad desconocida en uno mismo y en el mundo y vuelve a cerrarse poco a poco. El gesto, que acontece como singularidad se hace pronto procedimiento ordinario. Planteamos aquí la singularidad tal como lo propone Deleuze, como puntos de fusión, de condensación,  de ebullición, etc.; puntos de lágrimas y de alegría, de enfermedad y de salud, de esperanza y de nostalgia, puntos llamados sensibles. Tales singularidades no se confunden con la personalidad de quien se expresa en un discurso, ni con la individualidad de un estado de cosas designado por una proposición, ni con la generalidad o universalidad de un concepto… (…) …la singularidad es esencialmente pre individual, no personal, a-conceptual (…) El punto singular se opone a lo ordinario.
El gesto espontáneo es el margen de subjetividad que Winnicott reserva al movimiento no significante de un individuo. Algo que no se deja atrapar aún enteramente por la estructura organizada de un sentido, ya esté éste marcado por un anhelo, un temor, alguna nostalgia. El gesto espontáneo conmueve el juego significante establecido: con él el sujeto no medita al mundo, no afina una posición ni define mejor a los objetos, con el gesto espontáneo el sujeto “desaprende”, pone en cuestión al esquema de representaciones mentales y a la lógica que las asocia para “pensar y ordenar” al mundo.
Recordemos que Winnicott confronta con el pensamiento kleiniano según el cual el bebé hace pensable al mundo (sin pérdida alguna de significación) a partir de representaciones psíquicas que operan siempre en términos binarios: “bueno”-“malo”; “adentro”-“afuera”; terrorífico”-“ideal”, y –en el extremo, cuando la actividad psíquica se complejiza en la posición depresiva- según el par “realidad”-“fantasía. En cambio, para Winnicott, la realidad solo adquiere sentido para el bebé en el marco de una paradoja y la paradoja supone un movimiento psíquico que no opera con una lógica binaria. Frente al par de oposición “interno”-“externo” en los que M. Klein sitúa los lugares en que se desarrollan las diversas experiencias de un sujeto, Winnicott dice: “Yo afirmo que así como hace falta esta doble exposición, también es necesaria una triple, la tercera parte de la vida de un ser humano, una parte de la cual no podemos hacer caso omiso, es una tercera zona del experienciar a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior…”
Lo psíquico en Melanie Klein trabaja desde el mismo nacimiento del bebé por inscripción de dos significantes: “bueno-malo”. Estos dos objetos se alternan en el espacio psíquico, siempre saturándolo con sus presencias que apaciguan o inquietan al bebé según sus experiencias de gratificación o frustración oral.
La oscilación presencia-ausencia del objeto, entonces, da valoración a los objetos en tanto gratifiquen o frustren. Pero -en el pensamiento de M. Klein- la sola ausencia (frustración) del objeto lo instituye como “malo”, independientemente de que después se presente como objeto gratificante (el objeto gratificante no es la presencia de un objeto que antes estuvo ausente –frustrando-, y que “tardó demasiado en llegar”… En el esquema kleiniano, el objeto “bueno” y el “malo” son dos objetos diferentes y que llevan vidas paralelas e independientes. El objeto bueno es distinto del objeto malo)  De modo que el eventual movimiento presencia-ausencia de un solo objeto se cristaliza en dos presencias que se alternan en el aparato psíquico.
En la “posición esquizo-paranoide” la no-presencia del pecho se positiviza en la prevalencia insoportable para el bebé de un “no-pecho” presente y hostil. Este no-pecho es “leído” e inscripto psíquicamente como “pecho-malo”, es decir que  el no-pecho termina siendo un hecho positivo, un pecho frustranteºmaloºpersecutorioºvengativo, etc. Metonimia significante que empieza a abarcar diversos objetos de carácter persecutorio, poniendo en marcha un primer patrón de simbolización del mundo. Cuanto más se distribuye la ansiedad persecutoria, más amplio el mundo y menos arrasador es para el sujeto el desarrollo de angustia.
Por carácter metonímico, todo aquello que sea sentido como gratificante es puesto en equivalencia y se hace idéntico en su calidad de “bueno”, lo mismo con todo aquello que se torna frustrante, generando, en este caso, un universo de lo “malo”. Dentro del universo de lo malo no hay diferencias significativas que especifiquen cierto grado de maldad, tampoco un objeto podría tornarse bueno en forma diferente de otro, que también resulte bueno. La diferencia que divide los dos grupos homogeiniza las diferencias particulares de los objetos en beneficio de dos amplias abstracciones.
El “apres coup” kleiniano, cuando la disociación del objeto en bueno y malo disminuye -dando lugar a la relación con un objeto “total” (en la segunda posición que ella describe como “depresiva”)-, es descubrir retroactivamente que se ha odiado y atacado al objeto que también era, “en otros momentos” –descubrimiento tardío y penoso para el infans- “bueno”. Pero he aquí que, aún con la complejidad metabólica que inaugura la posición depresiva desde el punto de vista de la capacidad simbólica del aparato psíquico del bebé (al poder asumir la ambivalencia), se instaura una nueva dualidad de representaciones psíquicas para poder pensar la realidad (que ahora está poblada de objetos “totales”): el doble polo conflictivo pasa a ser ahora “fantasía”-“realidad”.
Esta nueva dualidad permite al bebé ir corrigiendo sus temores -por el daño fantaseado a la madre a partir del propio sadismo que escarbó sus experiencias de frustración-. Se contrasta la fantasía de una madre dañada con el comportamiento de la madre real (a la que –a pesar de los ataques fantaseados- se ve retornar una y otra vez a pesar de los impulsos sádicos que despierta la inevitable frustración al que ella lo somete en cada alimentación.)
En otro lugar expresaba que:
Es posible que el pensamiento winnicottiano, basado en la articulación de diversas paradojas, sea un intento de romper con una comprensión de los hechos basado en la hipótesis ingenua de “representación”. Los pilares epistemológicos del edificio teórico del psicoanálisis se basan, efectivamente, en las nociones de “representación” y “afecto”, pero en Winnicott la subjetividad se funda en la posibilidad de vivir la experiencia de una paradoja esencial: “crear lo dado” (que es una experiencia de continuidad que no supone la concordancia -aún con eventuales desfazajes- de una representación con una cosa)(7).
Pero, como de todos modos la paradoja es frágil y esas “dos cosas que se ponen en contacto” nunca lo hacen del todo, la representación se constituye como una hipótesis subjetiva destinada a medir lo imposible: la falla de esa experiencia (y hacen de el no-contacto una no-coincidencia). La representación no es el correlato de nada positivamente dado, es una construcción subjetiva “a posteriori” que necesita una ilusión previa que la habilite: la ilusión de “que dos cosas coinciden”. Se trata de un mítico gesto espontáneo del infans en continuidad -sin interrupción en tiempo y espacio- de la presencia de la madre recibiendo ese gesto.
La falla de la experiencia es una discontinuidad en los cuidados maternos que se inscribe en el aparato psíquico del bebé como “diferencia”(8), aunque –en rigor- es la evidencia de una no-unión. La dialéctica unido-separado (si las experiencias de maternaje han sido medianamente buenas) se reemplaza por un intento –por parte del bebé- de hacer pensable las diferencias generadas entre su gesto espontáneo y el mundo que este gesto encuentra y crea al mismo tiempo (¿es el objeto subjetivo-objetivo? ¿propio-ajeno? ¿familiar-extraño?).  
El objeto transicional permite una experiencia con el mundo que atenúa la necesidad de pensar con representaciones (que establecen un modo de vincularse a los objetos según una lógica comparativa  basada en los dualismos mencionados).
Ahora agrego que:
Los de M. Klein y el de Winnicott, serían dos modos de entender cómo lo psíquico inscribe lo “diferente”. Con Klein, el mundo se ordena según un patrón básico que hace de toda diferencia una oposición. El supuesto bagaje innato “pulsión de vida”-“pulsión de muerte” se proyecta provocando una lectura bipolar de la realidad. En Winnicott la experiencia de una diferencia en el contacto con el mundo es un dato segundo, la diferencia se inscribe –para empezar- en una paradoja, es decir, la diferencia es y nutre un “modo de ver al mundo” (que, de todos modos, se comparte con otros). Este “modo de ver” establece una perspectiva que no se suma a otras (para aportar un consenso objetivo de la realidad) no pueden sumarse las diversas perspectivas porque cada perspectiva es –también- la creación de un mundo único y absolutamente personal.
Para decirlo de otro modo, el mundo no es la sumatoria de diversas perspectivas posibles que buscan dar con un mundo objetivo sino un entrecruzamiento de diferentes perspectivas, entrecruzamiento que necesariamente supone un “mundo común” en donde apoyar esas miradas. Aunque nadie dudaría respecto de que un mundo pre-existe al gesto para el bebé es su gesto el que inventa al mundo. Cada gesto, de cada individuo, crea al mundo: lo que hace vacilar la propia mirada es esa diversidad de miradas no la presunción de una “única” mirada que podría discriminar lo “objetivo” de lo “subjetivo”. La cultura es –para Winnicott- la superposición de las diversas ilusiones y no el sometimiento a una realidad absoluta (que a menudo es el intento de someter a los demás a la ilusión de uno solo).
Agreguemos para concluir que el margen habitual de no-contacto que hay en cada encuentro con los otros, con el mundo, con uno mismo, afirma un estado esencial de soledad en todo ser humano. Si la madre ha permitido una experiencia aceptable de encuentro con el pecho, si perdura una breve experiencia de omnipotencia de continuidad existencial con los objetos, esa soledad es tolerada y permite la construcción de diversos objetos transicionales. Finalmente, el universo de representaciones que afirman para el sujeto una estructura de significación para dialogar con el mundo tiende a negar o bien, en el mejor de los casos, a trabajar aceptando el estado de soledad que hay en la base existencial de cada ser humano.   
Gesto Espontáneo -Daniel Ripesi-
(1) Se ha observado también que su mito concidía con la convicción cristiana del pecado original.
(2)Frase que Winnicott –para gran escándalo de éstos- le espetó al grupo de analistas kleinianos en 1941.
(3) Sólo a partir de ese sostén materno algo podrá llamarse “infans”
(4)Es una paradoja porque si algo está dado no es necesario crearlo y si es necesario crearlo es porque no está dado, lo que Winnicott plantea que la realidad está dada y necesita además –al mismo tiempo- que un sujeto pueda crearla, por lo menos para que tenga algún sentido para ese mismo sujeto.
(5) Winnicott distingue el juego como producto de una experiencia y el jugar como el movimiento mismo de la experiencia, el “durante” y no el producto final de un encuentro.
(6)Winnicott diría los que “pueden” jugar, ya que no es una capacidad que dependa de atributos intelectuales.
(7) Aún cuando confunda bastante expresiones winnicottianas como “objeto subjetivo” y “objeto objetivamente percibido”.
(8)Freud lo trabaja como diferencia entre el placer buscado y el efectivamente obtenido.

No hay comentarios: