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Paz y Ciencia

jueves, 10 de abril de 2014

Comunicaciones Lacan y Winnicott



"Hasta el diagnóstico es ciencia, luego es arte" Miguel de Unamuno

 
Semblanza de un encuentro entre el rostro de Winnicott y el espejo de Lacan
 Por Ariel Pernicone
  
 
Todos sabemos que aquel analista que pretenda recorrer los avatares de la estructuración de la subjetividad, y en particular cuando del abordaje clínico de niños con severos trastornos se trate, deberá pasar ineludiblemente por un minucioso trabajo de lectura de dos escritos clave en la fundación del discurso del psicoanálisis, tal como lo conocemos hoy.
El primero, referido al estadio del espejo, en su función de formación del yo. El segundo, aborda la importancia del rostro materno en las experiencias más tempranas, en su papel de precursor de lo especular.
Vaya este recorrido, apenas unas simples pinceladas escritas, dedicadas a sus autores, por su encuentro, su historia, su transmisión, el cruce entre sus obras, y por haber dejado su marca indeleble con una enseñanza, de la que somos aún deudores.

“Dos cartas / dos maestros” (Pequeño pasaje biográfico): Corría el año 1960, dos cartas dan testimonio del breve pero muy cordial encuentro entre los dos grandes hombres, sin duda dos de los más importantes pensadores que han contribuido con sus respectivas obras a la construcción de la doctrina y el discurso del psicoanálisis después de Freud.
Una de las cartas, la del psicoanalista inglés, escrita el 11 de febrero, recordaba con afecto esa cena íntima que los reunió en Francia. La otra, la del psicoanalista francés, respondiéndole tardíamente, seis meses después, exactamente el 5 de agosto, se iniciaba con el necesario pedido de disculpas por la demora en contestarle, alegando haberle podido finalmente escribir , tras tomar unos días de vacaciones, dentro de su vertiginoso esquema de estudio, enseñanza y trabajo al que estaba habituado desde hacía años.

Evidentemente ambos tenían un gran respeto mutuo por la obra del otro, y por eso, no se ahorrarían amabilidades al escribirse.
Las dos misivas, nos dan algunas tenues pistas de lo que ocurriera entre ellos en aquel encuentro, que estuvo rodeado de un clima de sincera amistad y acercamiento mutuo.
Donald, evocaría en su carta, con cierta preocupación y afecto, aquel pequeño accidente en la cocina, cuando a Laurence Bataille, la hija de la esposa de Jacques se le rompiera la botella de vino esa noche en la que cenaron. La contestación amable de Jacques, respondiéndole y comentándole además con inquietud, pero también con orgullo, lo ocurrido con ella posteriormente, cuando fuera detenida por razones políticas.

No faltaron tampoco menciones a sus respectivos escritos. El agradecimiento del inglés, por la publicación traducida en el quinto volumen de La Psychanalyse de uno de sus trabajos dilectos donde había teorizado sobre los objetos transicionales, texto que se convertiría en un clásico. De paso, y con su sutileza británica habitual, le aclararía al francés que su apellido se escribía con “doble t” al final, y no con una sola, como lo habían publicado en Francia. El bochorno de Jacques por el error, haciendo recaer sobre todo su grupo y sobre sí mismo también la responsabilidad de lo sucedido, y rogando que no se ofendiera por esto. Tras esta mención, su comentario, informándole acerca de sus “intentos de plantear las bases de una Ética del psicoanálisis” en el seminario al que le había consagrado un año entero por esa época.

Luego un agudo y sustancial contrapunto sobre el escrito del psicoanalista francés, con relación a la teoría del simbolismo de Ernst Jones (“A la memoria de Ernst Jones: sobre su teoría del simbolismo”), en el que el inglés confesaría con frontal honestidad, no haber podido asimilar plenamente su significado, mientras que el francés intentaría aclarárselo, de manera esforzada y sumamente detallada, en su respuesta tardía.
Por último, un amable intercambio, sobre una posible invitación y concurrencia de Jacques a dar una conferencia en la Sociedad Psicoanalítica de Inglaterra, retrasada por algunos conflictos internos, pero ahora pronto a concretarse. Cálida y política búsqueda de acercamiento entre ellos.

Dos cartas cursadas entre los dos maestros… breve metáfora del puente que ambos intentaron tender fugazmente entre sus obras. Pintura curiosa del diálogo probablemente mínimo pero no menor. El uno, Jacques Lacan, quien no escatimaría en ciertos momentos hacer alguna mención elogiosa en sus seminarios al referirse a los conceptos teóricos centrales del respetado pediatra y psicoanalista inglés. El otro, Donald Woods Winnicott, quien por su parte, le rendiría homenaje, unos pocos años después de esa cena que motivara las dos cartas, reconociendo la influencia que tuvo sobre él la lectura del texto “El estadio del espejo” de Lacan.

Un puente entre dos textos:
 [El rostro de Winnicott] La mención directa de Winnicott fue publicada en unos de los más bellos y originales trabajos que entregara su pluma al psicoanálisis, que lleva por título “Papel del espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño” (cap. 9 del libro Realidad y juego) y está referido a la importancia del rostro materno en el vinculo temprano y en la constitución del psiquismo.
En su párrafo inicial Winnicott escribiría textualmente:
“En el desarrollo emocional individual el precursor del espejo es el rostro de la madre. Me referiré al aspecto normal de esto, así como a su psicopatología. No cabe duda de que el trabajo de Jacques Lacan ‘Le Stade du Miroir’ (1949) influyó sobre mi. Lacan se refiere al uso del espejo en el desarrollo del yo de cada individuo. Pero no piensa en él en términos del rostro de la madre, como yo deseo hacerlo aquí.”

Será al teorizar justamente acerca de los procesos más precoces del vínculo fusional entre la madre y el bebé, momento de la constitución de los basamentos del psiquismo, cuando Winnicott nos advertirá acerca del lugar valioso que ocupa “el rostro materno” y su relación a lo especular. Con su fina percepción clínica, avalada por una extensa práctica como pediatra, y analista, allí por el año1967, época de la escritura de su texto, Winnicott describirá un detalle de su observación que es de una simpleza fáctica tan cotidiana que cada uno de nosotros podría corroborarla en la experiencia propia, con solo detenernos a presenciar cualquier bebé normal y su madre, en el acto del amamantamiento durante los primeros meses de vida.

La observación es muy sencilla y extremadamente común. Winnicott dirá: “cuando el niño se encuentra ante el pecho materno, y está sostenido por su madre, en ese vínculo afectivo estrecho, es muy posible que no lo mire mientras lo succiona y se alimenta. Por el contrario, el rasgo más característico lo constituye el hecho de que el niño dirija su mirada hacia el rostro materno”.
Es sobre este rasgo absolutamente comprobable, que Winnicott avanzará planteándose una pregunta aguda y simple a la vez: “Pero ¿qué ve ese bebé recién advenido al mundo cuando mira el rostro materno?” Responderá: “Lo que ve el niño en esta etapa al mirar al rostro materno es ‘a sí mismo’ ”. Es decir, la madre es su espejo. “La madre refleja lo que él es, y le devuelve lo que él da”.
Con el complejísimo agregado de que, en esos tiempos primarios, el niño no la reconoce aún como otro, sino como formando un todo con él. El rostro materno entonces impondrá de forma contundente su marca en la existencia del ser humano.
Reflejar al niño con su rostro será pues, en estos momentos de dependencia absoluta, sin duda, una de las funciones capitales de la madre.

En este punto Winnicott nos advertirá del riesgo que representa para el desarrollo del niño, toparse con un rostro inmóvil, como el que podría presentar una madre depresiva, reconcentrada en su propia tristeza, “un rostro así, no es un espejo, o lo será de manera extremadamente perturbadora para el niño. El pequeño ser en gestación, mira un rostro inmóvil y no se verá a sí mismo, debiendo instaurar prematuramente una serie de procesos defensivos que podrán devenir posteriormente en severas patologías”.
Según Winnicott, en el proceso normal, en cambio, el rostro materno que devuelve al niño su reflejo podrá hacerle sentir algo que podría ser enunciado aproximadamente de la siguiente forma: “Cuando miro, se me ve, entonces existo”.

Historia del espejo de Lacan. Winnicott pudo tender así un puente con el escrito de Lacan, al reconocerlo como antecedencia y punto de partida de su escrito, logrando establecer cierto lazo entre los dos trabajos.
El escrito de Lacan, que parte de la experiencia misma del encuentro del infans con el espejo y en la apoyatura del sostenimiento simbólico del Otro, representará para el sujeto, una encrucijada estructural, una operación psíquica que implica una identificación, anticipación imaginaria de una totalidad, que será constituyente de la formación del yo. El desarrollo de la tesis sobre el estadio del espejo en Lacan tiene su historia, y es interesante mencionarla mínimamente a modo de señalar el contexto de su surgimiento, para realizar un mejor trabajo de lectura del mismo. A partir de 1936 Lacan se interesará en la cuestión del estadio del espejo tomando referencias de los trabajos de Henri Wallon, y las enseñanzas de Alexandre Koyève y Alexandre Koyré.

Lacan presentaría sus ideas por primera vez a la comunidad analítica internacional, en el 14º Congreso Psicoanalítico Internacional de Marienbad, el día 3 de agosto, a las 15. 40 Hs., durante la segunda sesión científica. Para su sorpresa, apenas transcurridos diez minutos de iniciada su alocución, Ernst Jones, le rogó interrumpir su exposición en medio de una frase aún no concluida de su trabajo. Tras la humillación y furia sufrida, Lacan no entregaría su escrito para ser agregado a las actas del Congreso, motivo por el cual esa versión primera del estadio del espejo no fue conservada allí, perdiéndose esa conferencia histórica.
De todos modos, estos primeros esbozos de su tesis que expusiera con el título: “El estadio del espejo. Teoría de un momento estructurante y genético de la constitución de la realidad, concebido en relación con la experiencia y la doctrina psicoanalítica” fueron preservados gracias a las abundantes y textuales notas tomadas por Francoise Doltó, en una presentación previa que realizaría Lacan cuando dio a conocer sus ideas el día 16 de junio de ese año, en la Sociedad Psicoanalítica de París. Como sabemos, Lacan aportaría permanentes referencias y diversas revisiones posteriores a su tesis primera y fundacional.
Para mencionar tan solo alguna puntuación somera diremos que en lo esencial ese trabajo primero fue dado a conocer en 1938 en su artículo “La familia”, aparecido en la Encyclopédie Française, pero en lo sustancial su trabajo fue reescrito y presentado el 17 de julio de 1949, para el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis en Zurich, hasta que por último, 30 años después de esa primera conferencia interrumpida de 1936, quedara definitivamente publicado su escrito, tal como ha llegado a nosotros en Escritos 1 en 1966, constituyéndose indefectiblemente en uno de los textos nodales e ineludibles de la doctrina para todo analista que desee comprender una de las claves decisivas de la formación del yo.

La clínica y sus azares. El “azar” de la clínica ha querido que en el transcurso de estos días, mientras estaba dedicado a escribir este artículo, un niño de apenas 5 años, con severas fallas en la estructuración de su subjetividad , que concurre a mi consultorio desde hace un tiempo, se parara frente al espejo sostenido por mi escucha, mirara directo a mi rostro, sin evitar la mirada como hasta ahora lo había hecho, sonriera al menos un instante afectuosamente y pronunciara algunas palabras aunque fueran balbuceantes, por primera vez casi inteligibles, dentro de su jerga poco comprensible… Constato entonces clínicamente en acto, quizás por enésima ocasión, a lo largo de estos años de escuchar niños, la importancia de ese interjuego tan auspicioso y sorprendente que se da entre el rostro, la mirada, el espejo y la palabra cuando de su función en el advenimiento de la formación del yo se trata.

Es inevitable en este contexto, pensar cuánto valor hemos inexorablemente de reconocer para la labor analítica y para tantos sujetos con perturbaciones graves, que demandan y anhelan nuestra ayuda, la deuda por haber recibido este aporte genial de autores como Freud, Winnicott y Lacan, que han podido gestar escritos como los antes referidos, y que han dedicado enteramente sus vidas a pensar las cuestiones atinentes a los avatares de las constitución de la subjetividad.
Pienso entonces, al conocer un poco más acerca de sus vidas, sus biografías, su enseñanza y el contexto histórico tan esforzado en el que han tenido que crear su doctrina y su tarea fundante del discurso del psicoanálisis, cuanto más comprometidos éticamente estamos cada uno de nosotros, a realizar un serio trabajo de lectura de estos textos, para intentar ajustar cada vez, lo mejor posible, aquellas intervenciones que se esperan de nosotros, analistas, en un terreno clínico tan complejo, sensible y aún en muchos aspectos enigmático, de nuestra práctica.

Bibliografía:
Jacques Lacan. “El estadio del espejo como formador de la función del yo (“je”), tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. en Escritos 1. Siglo XXI editores.
D. W. Winnicott. Realidad y Juego. Gedisa.
D. W. Winnicott. El gesto espontáneo. Cartas escogidas de Winnicott. (Carta del 11/2/60 dirigida a Lacan). Paidós.
Jacques Lacan. Intervenciones y textos 1 (Carta del 5/8/60 dirigida a Winnicott). Manantial.

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