Hoy, sin embargo les voy a trasladar el fragmento de una conversación de un opúsculo compartido entre Frankl y Lapide, un psicoterapeuta (logoterapeuta) y un religioso que luchó y también estuvo en un campo de concentración. Grabaron una larga y rica conversación y se ha recogido el trabajo bajo el título: "Búsqueda de Dios y Sentido de la Vida", Frankl advierte acerca del enfoque psicológico de la teología: "Pues tanto la producción artística de uno como el encuentro religioso de la otra se encuentran fuera del plano psiquiátrico". (Frankl, 1946).
En el tópico de la conversación podíamos decir que se encuentra un elemento común, la búsqueda de sentido, en encontrar sentido a la experiencia y proyectar un futuro, se habla de la fe, la esperanza y de valores que en una psicoterapia se pueden contemplar, también son reflexiones que alcanzan a cualquier mortal pensante. De Frankl podemos decir muchas cosas pero una de ellas la resume Carl Rogers quien dijo que su contribución era básica y esencial para la ciencia de la psicoterapia. En este opúsculo Frankl se desmarca de sus influyentes Freud y Alfred Adler, él procuró guiarse en la técnica y teoría por la experiencia de la vida y desde luego que no considera la religión como una neurosis obsesiva ni nada semejante, para él tiene valor en la medida en que eso ayude al hombre a encontrar un rumbo en la vida, un sentido a la existencia. Entre sus lecturas favoritas estaba Kierkegaard, hombre religioso y melancólico que escribió "El concepto de la angustia". Tal vez desde su posición de filósofo y teólogo hizo sentirse cerca de él a Frankl, también hay que destacar la erudición de Frankl.
El fragmento del opúsculo es una pequeña muestra de cómo comparten y profundizan en temas complejos y profundos un psicoterapeuta y un teólogo:
FRANKL: Acaba usted de expresar en estas bellas palabras algo que vengo intentando mostrar una y otra vez. En los últimos meses, o años, apenas hay conferencia en la que, por insinuación de mi mujer, no traiga a colación una comparación con respecto a la autorrealización o la autotrascendencia: a nosotros nos pasa algo semejante a lo que sucede con el ojo. La capacidad del ojo para percibir el mundo circundante coincide paradójicamente con su incapacidad para percibirse a sí mismo. ¿Cuándo -si prescindimos del espejo- se ve mi ojo a sí mismo? ¿Cuándo percibe algo de sí mismo? Si tengo una catarata veo una nube; si tengo un glaucoma, mis ojos ven en forma de colores de arcoiris en torno a luces por la elevada presión del globo ocular. El ojo sano no ve nada de sí mismo. Y si llegara a percibir algo de sí mismo, eso indica que está afectada su propia función.
Lo mismo ocurre con el hombre. Es él mismo, se realiza, es plenamente hombre en la precisa medida en que no apunta a sí mismo o la propia realización, no se entrega a su felicidad o placer, sino a algo distinto, olvidándose de sí a la manera en que el ojo hace caso omiso de sí mismo, como usted muy bien ha dicho. Eso se observa también en la patología sexual: en la medida en que el varón quiere demostrar su potencia sin pensar en la compañera, o ella intenta demostrar su capacidad de orgasmo pensando sólo en sí misma y no en el compañero, en esa medida se vuelve ella frígida y él impotente. Es un hecho clínico cotidiano. Hasta con esa clase de cosas está relacionada la autotrascendencia.
Hablaba usted de ateísmo. Debo añadir una cuarta cuestión que puede mover a un ateo, o que él no acepta en la fe; se trata de un aspecto moral: el ateo no puede tolerar que se espere ir al cielo por tener un comportamiento bueno y honrado. El ateo preferiría que se fuera honesto por uno mismo, por el bien de otro o por la bondad intrínseca de la cosa, y no para ir al cielo. Como podía leerse en un anuncio publicitario: "hacer el bien es rentable, compre sin demora un billete de esta o aquella lotería y gane". Le repugna, en una palabra, que se especule sobre lo que sucederá luego, pues eso ya no tiene que ver con la propia moral. Creo que también eso juega un papel.
Usted también habla de la "antropodicea" después de Auscwitz, en el contexto de la teodicea. Lo que no puedo tolerar en la literatura teológica es que se le hagan prescripciones a Dios, que venga un teólogo y diga que Dios en modo alguno podría hacer esto o lo otro, pues no sería propio de su naturaleza divina, etcétera. Personalmente lo considero un escándalo. Y la teodicea entera es simplemente una cosa equivocada cuando se dice que, para que lo bueno aparezca como bueno se necesita, por contraste, la presencia de lo malo. Y no me refiero ahora a la libertad del hombre, sino que hablo de la libertad de Dios, que de algún modo se está eliminando constantemente. También eso lo considero equivocado. Me limito a decir una cosa: si Dios hubiera querido, habría podido crear un mundo en el que no hubiera hecho falta el contraste de lo bueno y lo malo. En cierta ocasión vino mi hija de seis años al cuarto de baño y dijo mientras yo me estaba afeitando: "papá, ¿por qué estamos siempre diciendo el buen Dios". "Muy sencillo", le respondí, "hace un par de semanas tuviste un sarampión y el buen Dios ha hecho que te curaras". "Sí", me replicó, "pero primero me dio sarampión. Esto es un regressus ad infinitum.
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