Quiero decir algo inmediatamente para contrarrestar la posible impresión de que, a mi modo de ver, la salud es suficiente. No nos ocupamos solamente de la madurez individual y de que los individuos estén libres de trastornos mentales y psiconeurosis; lo que nos preocupa es la riqueza del individuo, no en el sentido económico, sino en lo que se refiere a su realidad psíquica interior. A decir verdad, con frecuencia perdonamos la mala salud mental o algún rasgo de inmadurez en un hombre o en una mujer por tratarse de una persona dotada de una personalidad tan rica que la sociedad puede beneficiarse mucho de la excepcional aportación de la que dicha persona es capaz. Me atrevo a decir que la aportación de Shakespeare fue tan grande que no nos importaría demasiado averiguar que era inmaduro, homosexual o antisocial en algún sentido localizado. Este principio podemos aplicarlo ampliamente y no hará falta que me extienda sobre él... Me sentiré satisfecho si he logrado que quede bien claro que apuntamos a proveer algo más que las condiciones saludables que produzcan salud. La riqueza de calidad, con preferencia a la salud, es lo que ocupa el peldaño más alto del progreso humano.
El concepto de individuo sano (1967), Winnicott comenta: Quizá en cierta época los psicoanalistas tendían a relacionar la salud con la ausencia de trastornos psiconeuróticos, pero en la actualidad no es así. Ahora necesitamos criterios más sutiles. Sin embargo, no es preciso desechar lo anterior cuando la relacionamos –como lo hacemos hoy– con la libertad dentro de la personalidad, la capacidad de experimentar confianza y fe, la formalidad y la constancia objetal, la liberación del autoengaño, y también con algo que no tiene que ver con la pobreza sino con la riqueza como cualidad de la realidad psíquica personal
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