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Paz y Ciencia

miércoles, 27 de octubre de 2010

Experiencias de Psicoterapia de Grupo en un campo de concentración


[...] La tarea más urgente era prevenir contra el choque de ingreso. Tuve éxito en esto hasta cierto punto con la ayuda de un equipo de psiquiatras y de trabajadores sociales, formado por personal entrenado de todas partes de Europa Central, puestos a mi disposición. Se me asignó también una joven rabí, Miss Jonas -en cuanto sé, la única o por lo menos la primera mujer rabino del mundo (discípula del Dr. Leo Baeck). Encontró también su fin en Auschwitz. Hablaba magníficamente y tan pronto nos llegaba la noticia de un nuevo transporte recién llegado, nos acercábamos -nos  llamábamos la tropa de choque- a las frías galerías o a los oscuros compartimentos de los barracones de Theresienstad, donde ancianas y débiles figuras de infortunados cubrian el suelo, y allí improvisábamos charlas que pretendían recobrar a aquellas gentes.
Todavía recuerdo cómo se agachaban y escuchaban devotamente a la rabí; y, entre aquellas gentes, recuerdo a una mujer anciana, con una trompetilla para oír en su mano y el semblante iluminado.
Teníamos que concentrarnos en particular en los casos especialmente peligrosos, los epilépticos, psicópatas, los "asociales" y, sobre todo, en la gente mayor y en los enfermos. En esos casos era necesario tomar medidas especiales y hacer arreglos especiales. Había que repeler el vacío mental de aquellas gentes. Un vacío que se ejemplifica en las palabras de una mujer mayor que, al preguntársele qué había hecho durante todo el tiempo, contestó: "Por la noche duermo y durante el día me aflijo". Para dar sólo un ejemplo: una de mis ayudantes era filóloga, anglista, y a ella tocaba distraer a la gente mayor intelectual de aquella situación interna y externa tan miserable, manteniendo conversaciones en una lengua extranjera.

Se organizó también una sala de pacientes psicoterapéuticos externos. Particularmente extraordinarios fueron los esfuerzos de un psiquiatra de Berlín, llamado doctor Wolf, que utilizaba el "entrenamiento autógeno" de J.H. Schulz en el tratamiento de sus pacientes. Murió también en el campo, de tuberculosis pulmonar. Registraba sus propias observaciones con un sistema estenográfico, que se había construido en los estadios terminales de su sufrimiento. Por desgracia el que guardaba estos registros también murió. Yo mismo intenté varias veces un medio similar para distanciarme convenientemente de tanto sufrimiento como nos rodeaba, específicamente por el recurso de procurar objetivarlo. Recuerdo que una mañana salí del campo, incapaz ya de soportar por más tiempo el hambre, el frío y el dolor en los pies, hinchados por edema, congelados y supurantes y metidos en unos zapatos destrozados. Mi situación me parecía estaba más allá del mínimo confort y de la mínima esperanza. Entonces me imaginé a mí mismo de pie frente a un atril en una grande, hermosa, cálida y luminosa sala de conferencias y ante una atenta audiencia. Iba a comenzar una conferencia titulada "Experiencias de psicoterapia de grupo en un campo de concentración", y hablaba precisamente de todas aquellas cosas por las que justamente estaba entonces pasando.
Créanme, en ese momento no podía esperar en modo alguno que llegara un día que realmente pudiera dar esa conferencia.

Documento leído en el Segundo Conrgreso Internacional de Psicoterapia, Leiden, Holanda, 8 de septiembre de 1951. Capítulo VIII de "Psicoterapia y Existencialismo". Herder.

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