Durante las décadas de 1950 y 1960, el filósofo y escritor británico Alan Watts comenzó a popularizar la filosofía oriental en Occidente, ofreciendo una perspectiva completamente diferente de la totalidad interior en la era de la ansiedad y lo que realmente significa vivir una vida con propósito. Gran parte de la adopción actual de prácticas como el yoga y la meditación se la debemos a la influencia de Watts. En The Book On the Taboo Against Knowing Who You Are (El Libro del Tabú), originalmente publicado en 1966 y sobre la base de su imprescindible obra anterior, Watts argumenta con igual convicción y compasión que "la sensación prevaleciente de ser un ego separado encerrado en un saco de piel es una alucinación que no concuerda ni con la ciencia occidental ni con la filosofía-religiones experimentales de Oriente", explorando la causa y la cura de esa ilusión de una manera que parte de una profunda inquietud al enfrentar nuestro condicionamiento cultural hacia una profunda sensación de ligereza mientras nos rendimos al misterio reconfortante y a la interconexión del universo. Concebido como un paquete de consejos esenciales que un padre podría transmitir a su hijo en el umbral de su edad adulta como iniciación al misterio central de la vida, este manual existencial está enraizado en lo que Watts llama "una fertilización cruzada de la ciencia occidental con una intuición oriental".
Aunque estrictamente no religioso, el libro explora muchas de las investigaciones básicas que las religiones históricamente han intentado abordar ― los problemas de la vida y el amor, la muerte y la aflicción, el universo y nuestro lugar en él, lo que significa tener un "yo" en el centro de nuestra experiencia, y cuál podría ser el significado de la existencia. De hecho, Watts comienza poniendo en duda lo bien equipadas que pueden estar las religiones tradicionales para responder esas preguntas:
Las religiones corrientes ―la Cristiana, la Judía, la Hindú, el Islam o el Budismo― se parecen en su forma actual a minas exhaustas: son difíciles de ahondar. Con alguna rara excepción, sus ideas sobre el hombre y el mundo, sus ritos e imágenes, así como la vida que nos recomiendan, no encajan en el universo tal como lo conocemos hoy en día, ni con un mundo humano que está cambiando tan velozmente que mucho de lo que se aprende en la escuela está obsoleto el día de la graduación.
Watts considera a la singular ansiedad de la era, quizás incluso más resonante hoy en día, medio siglo y un aumento maníaco de ritmo más tarde:
Pues existe la creciente sensación de que nuestra vida es tan significativa como el correteo de un ratón en su trampa: los organismos vivientes, incluyendo a las personas, son simples tubos a los que se introducen cosas por un extremo para que ellos lo despidan por el otro. Lo cual los mantiene ocupados pero a la larga los desgasta.
Él considera que la filosofía podría aliviar esta preocupación central contribuyendo con una hermosa adición a las definiciones de lo que es la filosofía y al reconocer el papel esencial de la duda en la experiencia humana:
Numerosos problemas filosóficos son esquivados haciéndole creer a uno que preguntas como: "¿Por qué este universo?" son una especie de neurosis intelectual, un abuso verbal mediante el cual la pregunta "suena" sensata pero es en realidad tan absurda como preguntar "¿Dónde está el Universo?" cuando las únicas cosas que están en algún lado lo están dentro del Universo. La tarea de la Filosofía es curar a la gente de esas tonterías... Pero, a pesar de todo, el asombro no es una enfermedad. El asombro, y su expresión en las artes y la poesía, figura entre esas cosas importantes que parecen distinguir a los hombres de otros animales y a los hombres inteligentes y sensibles, en particular, de los deficientes mentales.
En el corazón de la condición humana, argumenta Watts, hay una ilusión central que alimenta nuestro sentido de soledad profundamente arraigado mientras más nos adherimos al mito del ego único, reflejado en el lenguaje más básico que usamos para darle sentido al mundo:
Sufrimos una alucinación, una sensación falsa y distorsionada de nuestra propia existencia como organismos vivientes. La mayoría de nosotros tiene la idea de que "Yo mismo" es un centro separado de sensación y acción, que vive dentro del cuerpo físico y está limitado por él; este centro "enfrenta" un mundo "exterior" de gentes y cosas, toma contacto por medio de sus sentidos con un universo ajeno y extraño. Algunas frases de uso diario reflejan esta ilusión: "Vine a este mundo...". "Debes enfrentar la realidad". "La conquista de la naturaleza".
Esta impresión de no ser más que visitantes solitarios y bastante fugaces, en el universo, está en lisa y llana contradicción con todo lo que las ciencias saben sobre el hombre y otros organismos vivientes. Nosotros no "venimos a" este mundo; más bien surgimos de él, como las hojas a un árbol. Así como el océano genera olas, el universo produce gente. Cada individuo es una expresión de todo el reino natural, una acción única del universo total. Pocas veces, o nunca, los seres humanos pueden experimentar concretamente este hecho. Aun aquellos que teóricamente lo dan por cierto suelen ser incapaces de sentirlo "sensorialmente", y continúan actuando como "egos", aislados en sus bolsas de piel.
Las religiones, señala Watts, trabajan para reforzar en lugar de liberarnos de este sentimiento de separación, porque en su corazón subyace una intolerancia básica a la incertidumbre ― el estado mismo que es fundamental para nuestra felicidad, como lo ha indicado la psicología moderna, y crucial para el proceso creativo, como Keats ha expresado elocuentemente. Watts escribe:
Las religiones producen divisiones y reyertas. Son, ellas también, una forma de esa ilusoria "separatividad" porque proceden a separar justos y pecadores, creyentes y herejes, propios y extraños... Toda creencia es fervorosa esperanza, y por lo tanto un disfraz para la duda y la incertidumbre.
En consideración a lo que Alan Lightman repetiría más de medio siglo después en su notable meditación sobre la ciencia y lo que realmente significa la fe, Watts agrega:
El compromiso irrevocable con cualquier religión no es sólo un suicidio intelectual: también un signo de profunda falta de fe, pues cierra la mente a cualquier nuevo enfoque sobre el mundo. La Fe es, por sobre todo, apertura ― un acto de confianza hacia lo desconocido.
[...]
Ningún Dios tendría tan poca consideración, destruyendo la mente humana, convirtiéndola en algo tan rígido e inadaptable como para que un solo libro, la Biblia, respondiera a todas sus preguntas. Pues la gracia de las palabras ―y por lo tanto de un libro― reside en que señalan más allá de sí mismas, hacia un mundo de vida y experiencia que no consiste en meras palabras, ni siquiera en ideas. Del mismo modo que el dinero no es verdadera riqueza consumible, los libros no son vida. Idolatrar escrituras es como ingerir billetes de banco.
En su lugar, Watts propone que necesitamos "un nuevo dominio, no solo de ideas, sino de experiencia y percepción", algo que sirva como "un punto de partida, no un punto de referencia perpetuo" y no ofrece una nueva Biblia sino una nueva forma de entender la experiencia humana, "un nuevo sentido de lo que es ser un «yo»". Al reconocer y vivir plenamente ese sentido, argumenta, se desenmascara el mayor tabú de la cultura humana:
No necesitamos una nueva religión, ni una nueva Biblia. Lo que precisamos es una nueva experiencia, una nueva sensación de lo que es «yo». La percepción ―es decir, la visión profunda y secreta― de esta vida descubre que nuestra normal sensación de uno-mismo es una trampa o, en el mejor de los casos, un papel temporario que estamos jugando, o que hemos sido persuadidos de jugar, con nuestro tácito consentimiento, del mismo modo que toda persona hipnotizada está, básicamente, deseando que la hipnoticen. El tabú más firmemente establecido de todos los que conocemos es ese que le impide a Ud. saber quién o qué es, detrás de la máscara de su ego aparentemente separado, aislado e independiente.
Y sin embargo, argumenta, la sensación de "yo" y la ilusión de su separación del resto del universo es tan penetrante y está tan profundamente arraigada en la infraestructura de nuestro lenguaje, nuestras instituciones y convenciones culturales que somos incapaces de "experimentar nuestro sí-mismo más que como algo superficial en el esquema del universo" El antídoto radica en reconocer no solo que pertenecemos a y con el resto del universo, sino que, en primer lugar, no hay "resto" ― somos el universo.
Aun así, Watts advierte que esto no debe confundirse con la idea de desprendimiento promovida por muchas religiones e ideologías, "que es el esfuerzo por identificarse con los otros y sus necesidades, estando aún bajo la fuerte ilusión de no ser más que un ego en una envoltura de piel":
Tal "desprendimiento" es más bien un egoísmo altamente refinado, comparable con aquel grupo que juega al juego de "somos-más-tolerantes-que-ustedes".
Haciéndose eco del consejo que da C.S. Lewis a los niños acerca del deber y el amor, Watts escribe:
El amor genuino proviene del conocimiento, no del sentido del deber o de la culpa. [...]
Todo nuestro conocimiento del mundo es, en cierto sentido, autoconocimiento. Porque el conocimiento es una traducción de eventos externos al interior de los procesos corporales, y especialmente a estados del sistema nervioso y el cerebro: conocemos el mundo en términos del cuerpo y de acuerdo con su estructura.
Una cosa que refuerza nuestra sensación aislada del yo, argumenta Watts, es nuestro cableado biológico para errar siempre en cada lado de la ilusión figura-fondo, siendo solo capaces de ver la mitad del todo y permanecer ciegos al resto. Él ilustra esto con una bella analogía:
Todos nuestros cinco sentidos son formas diferentes de un sentido básico, digamos el tacto. La vista es tacto de alta sensibilidad. Los ojos tocan, o sienten, ondas luminosas, y de ese modo nos permiten tocar cosas que están fuera del alcance de nuestras manos. Del mismo modo, los oídos tocan ondas sonoras en el aire, y la nariz pequeñas partículas de polvo y gas. Pero los complejos circuitos nerviosos que constituyen estos sentidos están compuestos de neuronas que son capaces de registrar solamente dos estados: «on» y «off». Para el cerebro central, la neurona individual señala sí o no, eso es todo. Pero, como ocurre con las computadoras que emplean aritmética binaria, cuyas cifras únicas son 0 y 1, estos simples elementos pueden ser ordenados según las más complejas y maravillosas estructuras.
En este sentido, nuestro sistema nervioso y las computadoras 0-1 se parecen mucho a todo lo demás, pues el mundo físico es básicamente vibración. Podemos concebir esta vibración en términos de ondas o partículas, o tal vez ondículas, pero nunca encontraremos la cresta de una ola sin el consiguiente valle, o una partícula sin un intervalo, o espacio, entre sí misma y las demás. En otras palabras, no existe algo así como una media ola, o una partícula por sí sola, sin espacio alrededor. No hay on sin off, no hay arriba sin abajo.
[...]
Mientras los ojos y oídos registran y responden realmente a ambos picos de estas vibraciones, la mente, esto es, nuestra atención consciente, nota sólo el pico superior. El oscuro, silencioso, o intervalo off, es ignorado. Resulta casi un principio general que la conciencia ignora los intervalos, pero sin embargo no puede notar ningún pulso de energía sin ellos. Si usted pone la mano en la rodilla de una chica atractiva y simplemente la deja ahí, ella tal vez no lo note. Pero si usted insiste en darle golpecitos en la rodilla, ella sabrá que usted está muy en la cosa, e interesadísimo. Pero ella percibe y, con un poco de suerte, valora más el on que el off. A pesar de lo cual, las únicas cosas que (creemos) existen son siempre on-off. No existen, separados, el pico positivo o el negativo.
De hecho, él argumenta que el condicionamiento general de la consciencia es ignorar los intervalos. (Hemos visto la manifestación cotidiana de esto en la fascinante exploración de Alexandra Horowitz de lo que no vemos.) Registramos el sonido pero no el silencio que lo rodea. Pensamos en el espacio como la nada en la que cuelgan ciertas cosas: objetos, cuerpos planetarios, nuestros propios cuerpos. Y aun así:
Los sólidos y los espacios van juntos y son tan inseparables como los adentros y los afueras. El espacio es una relación entre los cuerpos, y sin él no puede haber energía ni movimiento.
Lo que alimenta aún más esta confianza miope en los intervalos es la forma en que nuestra atención ―que acertadamente llamamos "un discriminador intencional y descarado"― funciona dividiendo el mundo en partes procesables, luego uniéndolas en un collage pixelado de fracciones que entonces aceptamos como una representación realista del todo que estaba allí en primer lugar:
La atención es una percepción restringida, un modo de mirar la vida trozo a trozo, usando la memoria para unir los trozos, como cuando examinamos un cuarto oscuro con una linterna de foco muy pequeño. La percepción así limitada tiene la ventaja de ser aguda y brillante, pero debe enfocar una zona del mundo después de otra, y una forma después de la otra. Cuando no hay formas, sino sólo espacio o superficies uniformes, de algún modo se aburre y busca nuevas formas. La atención es, por lo tanto, algo así como el mecanismo perfilador del radar o la televisión… Pero un proceso que perfila el mundo pedazo a pedazo pronto persuade a su usuario de que el mundo es una gran colección de pedazos, y a estos él llama cosas o eventos. A menudo decimos que uno sólo puede pensar en una cosa a la vez. La verdad es que, mirando el mundo por pedazos, nos convencemos a nosotros mismos de que consiste en cosas separadas, y por lo tanto nos creamos el problema de averiguar cómo esas cosas están conectadas, y cómo se "causan" y "efectúan" unas a otras. El problema no habría surgido si hubiéramos advertido que solamente nuestra forma de mirar el mundo lo había desmenuzado en pedacitos: cosas, eventos, causas y efectos.
La naturaleza y la educación conspiran en la arquitectura de esta ilusión de separación, la cual, según argumenta Watts, comienza en la infancia cuando nuestros padres, maestros y toda nuestra cultura "nos ayudan a ser falsificaciones genuinas, que es lo que precisamente significa «ser una persona real»". Él ofrece una etimología fascinante del concepto en el cual anclamos el ego separado:
La persona, del latín Persōna, era originalmente esa máscara de boca megafónica que usaban los actores en los teatros al aire libre de la antigua Grecia y Roma, la máscara a través (per) de la cual fluía el sonido (sonus).
De hecho, esta bisección es tal vez más poderosa y dolorosa no en nuestro sentido de separación del universo, sino en nuestro sentido de estar divididos dentro de nosotros mismos ― un sentimiento particularmente pronunciado entre personas creativas, una especie de relación "diamagnética" entre persona y personaje. Mientras que la metáfora frecuentemente citada del conductor y el elefante podría explicar el procesamiento dual del cerebro, también es una dicotomía peligrosa que solo perpetúa nuestra sensación de estar separados de y dentro de nosotros mismos. Watts escribe:
El mecanismo de alimentación autoconsciente del cortex nos facilita la alucinación de que somos dos almas en un solo cuerpo, el alma racional y el animal, un jinete y un caballo, un buen sujeto con buenos instintos y mejores sentimientos y un canalla con sensualidad rapaz y pasiones indebidas. He aquí esas hipocresías maravillosamente entretejidas de la culpa y la penitencia, las temerosas crueldades del castigo, el auto-tormento que proviene de tomar partido por el alma buena, contra la mala. Cuanto más se alía consigo misma, más revela el alma buena su inseparable sombra, y cuanto más se despoja de su sombra, más se convierte en ella.
Así es que por miles de años la historia humana ha sido un conflicto magníficamente fútil, un bello panorama de triunfos y tragedias basados en el rotundo tabú que prohíbe admitir que el negro implica al blanco.
Volviendo a nuestra incapacidad de entender los intervalos como el tejido básico del mundo e integrar el primer plano con el fondo, el contenido con el contexto, Watts considera cómo el mismo lenguaje con el que nombramos las cosas y eventos ―nuestro sistema de notación para lo que nuestra atención percibe- refleja este sesgo básico en torno a la separación:
Hoy, los científicos están más y más atentos al fenómeno de que lo que son las cosas, y lo que están haciendo, depende de dónde y cuándo lo están haciendo. Si, entonces, la definición de una cosa o evento puede incluir una descripción de su ambiente, advertimos que cualquier cosa dada co-implica un ambiente dado, tan íntima e inseparablemente que es más que difícil trazar un límite claro entre la cosa y su entorno.
[...]
Las religiones, señala Watts, trabajan para reforzar en lugar de liberarnos de este sentimiento de separación, porque en su corazón subyace una intolerancia básica a la incertidumbre ― el estado mismo que es fundamental para nuestra felicidad, como lo ha indicado la psicología moderna, y crucial para el proceso creativo, como Keats ha expresado elocuentemente. Watts escribe:
Las religiones producen divisiones y reyertas. Son, ellas también, una forma de esa ilusoria "separatividad" porque proceden a separar justos y pecadores, creyentes y herejes, propios y extraños... Toda creencia es fervorosa esperanza, y por lo tanto un disfraz para la duda y la incertidumbre.
En consideración a lo que Alan Lightman repetiría más de medio siglo después en su notable meditación sobre la ciencia y lo que realmente significa la fe, Watts agrega:
El compromiso irrevocable con cualquier religión no es sólo un suicidio intelectual: también un signo de profunda falta de fe, pues cierra la mente a cualquier nuevo enfoque sobre el mundo. La Fe es, por sobre todo, apertura ― un acto de confianza hacia lo desconocido.
[...]
Ningún Dios tendría tan poca consideración, destruyendo la mente humana, convirtiéndola en algo tan rígido e inadaptable como para que un solo libro, la Biblia, respondiera a todas sus preguntas. Pues la gracia de las palabras ―y por lo tanto de un libro― reside en que señalan más allá de sí mismas, hacia un mundo de vida y experiencia que no consiste en meras palabras, ni siquiera en ideas. Del mismo modo que el dinero no es verdadera riqueza consumible, los libros no son vida. Idolatrar escrituras es como ingerir billetes de banco.
En su lugar, Watts propone que necesitamos "un nuevo dominio, no solo de ideas, sino de experiencia y percepción", algo que sirva como "un punto de partida, no un punto de referencia perpetuo" y no ofrece una nueva Biblia sino una nueva forma de entender la experiencia humana, "un nuevo sentido de lo que es ser un «yo»". Al reconocer y vivir plenamente ese sentido, argumenta, se desenmascara el mayor tabú de la cultura humana:
No necesitamos una nueva religión, ni una nueva Biblia. Lo que precisamos es una nueva experiencia, una nueva sensación de lo que es «yo». La percepción ―es decir, la visión profunda y secreta― de esta vida descubre que nuestra normal sensación de uno-mismo es una trampa o, en el mejor de los casos, un papel temporario que estamos jugando, o que hemos sido persuadidos de jugar, con nuestro tácito consentimiento, del mismo modo que toda persona hipnotizada está, básicamente, deseando que la hipnoticen. El tabú más firmemente establecido de todos los que conocemos es ese que le impide a Ud. saber quién o qué es, detrás de la máscara de su ego aparentemente separado, aislado e independiente.
Y sin embargo, argumenta, la sensación de "yo" y la ilusión de su separación del resto del universo es tan penetrante y está tan profundamente arraigada en la infraestructura de nuestro lenguaje, nuestras instituciones y convenciones culturales que somos incapaces de "experimentar nuestro sí-mismo más que como algo superficial en el esquema del universo" El antídoto radica en reconocer no solo que pertenecemos a y con el resto del universo, sino que, en primer lugar, no hay "resto" ― somos el universo.
Aun así, Watts advierte que esto no debe confundirse con la idea de desprendimiento promovida por muchas religiones e ideologías, "que es el esfuerzo por identificarse con los otros y sus necesidades, estando aún bajo la fuerte ilusión de no ser más que un ego en una envoltura de piel":
Tal "desprendimiento" es más bien un egoísmo altamente refinado, comparable con aquel grupo que juega al juego de "somos-más-tolerantes-que-ustedes".
Haciéndose eco del consejo que da C.S. Lewis a los niños acerca del deber y el amor, Watts escribe:
El amor genuino proviene del conocimiento, no del sentido del deber o de la culpa. [...]
Todo nuestro conocimiento del mundo es, en cierto sentido, autoconocimiento. Porque el conocimiento es una traducción de eventos externos al interior de los procesos corporales, y especialmente a estados del sistema nervioso y el cerebro: conocemos el mundo en términos del cuerpo y de acuerdo con su estructura.
Una cosa que refuerza nuestra sensación aislada del yo, argumenta Watts, es nuestro cableado biológico para errar siempre en cada lado de la ilusión figura-fondo, siendo solo capaces de ver la mitad del todo y permanecer ciegos al resto. Él ilustra esto con una bella analogía:
Todos nuestros cinco sentidos son formas diferentes de un sentido básico, digamos el tacto. La vista es tacto de alta sensibilidad. Los ojos tocan, o sienten, ondas luminosas, y de ese modo nos permiten tocar cosas que están fuera del alcance de nuestras manos. Del mismo modo, los oídos tocan ondas sonoras en el aire, y la nariz pequeñas partículas de polvo y gas. Pero los complejos circuitos nerviosos que constituyen estos sentidos están compuestos de neuronas que son capaces de registrar solamente dos estados: «on» y «off». Para el cerebro central, la neurona individual señala sí o no, eso es todo. Pero, como ocurre con las computadoras que emplean aritmética binaria, cuyas cifras únicas son 0 y 1, estos simples elementos pueden ser ordenados según las más complejas y maravillosas estructuras.
En este sentido, nuestro sistema nervioso y las computadoras 0-1 se parecen mucho a todo lo demás, pues el mundo físico es básicamente vibración. Podemos concebir esta vibración en términos de ondas o partículas, o tal vez ondículas, pero nunca encontraremos la cresta de una ola sin el consiguiente valle, o una partícula sin un intervalo, o espacio, entre sí misma y las demás. En otras palabras, no existe algo así como una media ola, o una partícula por sí sola, sin espacio alrededor. No hay on sin off, no hay arriba sin abajo.
[...]
Mientras los ojos y oídos registran y responden realmente a ambos picos de estas vibraciones, la mente, esto es, nuestra atención consciente, nota sólo el pico superior. El oscuro, silencioso, o intervalo off, es ignorado. Resulta casi un principio general que la conciencia ignora los intervalos, pero sin embargo no puede notar ningún pulso de energía sin ellos. Si usted pone la mano en la rodilla de una chica atractiva y simplemente la deja ahí, ella tal vez no lo note. Pero si usted insiste en darle golpecitos en la rodilla, ella sabrá que usted está muy en la cosa, e interesadísimo. Pero ella percibe y, con un poco de suerte, valora más el on que el off. A pesar de lo cual, las únicas cosas que (creemos) existen son siempre on-off. No existen, separados, el pico positivo o el negativo.
De hecho, él argumenta que el condicionamiento general de la consciencia es ignorar los intervalos. (Hemos visto la manifestación cotidiana de esto en la fascinante exploración de Alexandra Horowitz de lo que no vemos.) Registramos el sonido pero no el silencio que lo rodea. Pensamos en el espacio como la nada en la que cuelgan ciertas cosas: objetos, cuerpos planetarios, nuestros propios cuerpos. Y aun así:
Los sólidos y los espacios van juntos y son tan inseparables como los adentros y los afueras. El espacio es una relación entre los cuerpos, y sin él no puede haber energía ni movimiento.
Lo que alimenta aún más esta confianza miope en los intervalos es la forma en que nuestra atención ―que acertadamente llamamos "un discriminador intencional y descarado"― funciona dividiendo el mundo en partes procesables, luego uniéndolas en un collage pixelado de fracciones que entonces aceptamos como una representación realista del todo que estaba allí en primer lugar:
La atención es una percepción restringida, un modo de mirar la vida trozo a trozo, usando la memoria para unir los trozos, como cuando examinamos un cuarto oscuro con una linterna de foco muy pequeño. La percepción así limitada tiene la ventaja de ser aguda y brillante, pero debe enfocar una zona del mundo después de otra, y una forma después de la otra. Cuando no hay formas, sino sólo espacio o superficies uniformes, de algún modo se aburre y busca nuevas formas. La atención es, por lo tanto, algo así como el mecanismo perfilador del radar o la televisión… Pero un proceso que perfila el mundo pedazo a pedazo pronto persuade a su usuario de que el mundo es una gran colección de pedazos, y a estos él llama cosas o eventos. A menudo decimos que uno sólo puede pensar en una cosa a la vez. La verdad es que, mirando el mundo por pedazos, nos convencemos a nosotros mismos de que consiste en cosas separadas, y por lo tanto nos creamos el problema de averiguar cómo esas cosas están conectadas, y cómo se "causan" y "efectúan" unas a otras. El problema no habría surgido si hubiéramos advertido que solamente nuestra forma de mirar el mundo lo había desmenuzado en pedacitos: cosas, eventos, causas y efectos.
La naturaleza y la educación conspiran en la arquitectura de esta ilusión de separación, la cual, según argumenta Watts, comienza en la infancia cuando nuestros padres, maestros y toda nuestra cultura "nos ayudan a ser falsificaciones genuinas, que es lo que precisamente significa «ser una persona real»". Él ofrece una etimología fascinante del concepto en el cual anclamos el ego separado:
La persona, del latín Persōna, era originalmente esa máscara de boca megafónica que usaban los actores en los teatros al aire libre de la antigua Grecia y Roma, la máscara a través (per) de la cual fluía el sonido (sonus).
De hecho, esta bisección es tal vez más poderosa y dolorosa no en nuestro sentido de separación del universo, sino en nuestro sentido de estar divididos dentro de nosotros mismos ― un sentimiento particularmente pronunciado entre personas creativas, una especie de relación "diamagnética" entre persona y personaje. Mientras que la metáfora frecuentemente citada del conductor y el elefante podría explicar el procesamiento dual del cerebro, también es una dicotomía peligrosa que solo perpetúa nuestra sensación de estar separados de y dentro de nosotros mismos. Watts escribe:
El mecanismo de alimentación autoconsciente del cortex nos facilita la alucinación de que somos dos almas en un solo cuerpo, el alma racional y el animal, un jinete y un caballo, un buen sujeto con buenos instintos y mejores sentimientos y un canalla con sensualidad rapaz y pasiones indebidas. He aquí esas hipocresías maravillosamente entretejidas de la culpa y la penitencia, las temerosas crueldades del castigo, el auto-tormento que proviene de tomar partido por el alma buena, contra la mala. Cuanto más se alía consigo misma, más revela el alma buena su inseparable sombra, y cuanto más se despoja de su sombra, más se convierte en ella.
Así es que por miles de años la historia humana ha sido un conflicto magníficamente fútil, un bello panorama de triunfos y tragedias basados en el rotundo tabú que prohíbe admitir que el negro implica al blanco.
Rodrigo Córdoba Sanz.
Psicólogo N° Col.: A-1324 Psicoterapeuta
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