No hay un libro como El gen egoísta de Richard Dawkins". Estas palabras de Itay Yanai y Martin Lercher sintetizan a la perfección el legado de un libro que, tras 40 años en las librerías sigue figurando en las listas de más vendidos. Algo impresionante si tenemos en cuenta que es un libro que habla, esencialmente, sobre genes y evolución.
O quizás sea por eso. En las primeras líneas de 'El gen egoísta', Dawkins contaba que si un alienígena llegara a la tierra y quisiera juzgar la madurez intelectual de la civilización, le bastaría solo una pregunta: "¿Han descubierto ya la evolución?". Lo que no contaba Dawkins (aunque lo sabía) es que con la evolución no basta. Hizo falta alguna cosa más, entre ellas una mosca de ojos blancos, un genio matemático y un libro. Este libro.
Un día de 1910, Thomas H. Morgan estaba revisando moscas de la fruta. Llevaba dos años estudiando minuciosamente el desarrollo embrionario de la Drosophila melanogaster, así que en cierta forma era un día más. Pero no. Aquella mosca tenía los ojos blancos. Puede parecer una trivialidad, pero la Drosophila melanogaster silvestre tiene los ojos rojos. Era un mutante y no un mutante cualquiera: el mutante que abrió la puerta a la mayor revolución de la biología del siglo XX.
Diez años antes, en 1900 Carl Correns, Erich von Tschermak y Hugo De Vries, de forma independiente y sin conocer la obra de Mendel, redescubrieron las leyes de la genética. Aunque la genética había surgido 45 años antes con los famosos guisantes mendelianos, sus ideas habían sido poco difundidas y, cuando se difundían, mal interpretadas.
Con el siglo, la genética comenzó a ganar adeptos pero también numerosos enemigos. No se acababa de dar explicación convincente a la explicación de cómo una procedimiento tan cualitativo podía originar lo que mostraba la evidencia, que las variaciones eran continuas. La cosa estaba clara: los defensores del mendelismo (aún muy rudimentario) tenían un puñado de casos muy claros, pero no podían explicar todo lo demás. Y todo lo demás, hablando de biología es casi todo.
Morgan descubrió que la mutación se comportaba como un carácter recesivo y que, además, solo aparecía en machos - es decir tenía algo que ver con el sexo de los animales. Durante años analizaron minuciosamente los mecanismos de la herencia mendeliana y su trabajo se considera el núcleo de la genética clásica. Aunque le valió el Nobel en 1933, sus hallazgos fueron tan importantes como insuficientes.
Un genio matemático
Para eso tuvo que aparecer Ronald Fisher, «el biólogo más grande desde Darwin» según Dawkins y, sin lugar a dudas, uno de los cinco científicos más importantes del siglo XX. Fisher, utilizando modelos matemáticos, demostró cómo la variación continua podía originarse con la intervención de una gran cantidad de material genético discreto. Había nacido la síntesis neodarwinista, la integración de la teoría de la evolución de Darwin y la genética de Mendel.
De eso, de explicar esa teoría con profundidad y audacia va 'El gen egoísta'. La misma teoría que explicó Darwin, la misma que explicó Fisher. En el prefacio a la edición de 1989, Dawkins reconocía que en realidad lo que proponía no dejaba de ser una nueva perspectiva (centrada en el gen) de la misma teoría de la evolución.
Algo más que un simple libro.
Bueno, quizá decir esto es no hacerle justicia al trabajo de Hawkins. Para entender el proyecto del libro, debemos acercarnos a aquellos días cuando Dawkins aún no era Dawkins y el mundo se encaminaba apresuradamente a una nueva época.
Según su propia versión, el libro comenzó a escribirse en 1972 ("cuando los cortes de corriente resultantes de los conflictos en la industria interrumpían las investigaciones en el laboratorio"). Habían pasado unos cinco años desde que acabara la tesis y, tras unos años en el extranjero (dos de ellos dando clase en Berkely) llevaba poco más de uno de vuelta a Oxford y a su querido New College.
Es decir, Dawkins no era Dawkins aún. Hasta 1976, su trabajo académico aunque no era malo (dos papers en Nature y uno en Science) no dejaba de ser el de una de esas jóvenes promesas científicas que salen en las listas de "30 de menos de 30".
Se puede decir, sin caer en la exageración, que en realidad fue "El gen egoísta" el que hizo a Richard Dawkins y no al revés. Como en el caso de Niall Ferguson (o quizá un poco menos) el intelectual público devoró al científico. Y sea lo que sea, aquellos que tenía en mente el joven Dawkins cuando escribió el libro en un "arrebato de excitación", se volvió rápidamente obsoleto.
Esto nos ayuda a entender lo que quizá sea la clave más importante del libro. Que bajo una idea aparentemente sencilla: "los genes buscan la inmortalidad, los individuos, las familias y las especies somos simples vehículos en esa empeño". Se esconde mucho más que una recapitulación de los 110 años de biología evolutiva previa. 'El gen egoísta' es un 'argumento apasionado' a favor de la selección natural. La primera vez que se explicaba la evolución de una forma vibrante, atractiva e incluso bella. La demostración más clara de la famosa frase de Theodosius Dobzhansky, "nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución".
Y el éxito fue atronador. Aún hoy lo sigue siendo. No obstante, o precisamente por ello, fue muy criticado. Hubo discusiones sobre si, efectivamente, la evolución actuaba solo sobre los genes o no; sobre si 'egoísta' era un buen término o daba sensación de una 'intencionalidad' que no podían tener esos trozos de material genético; y, sobre todo, sobre si el libro era una caballo de Troya de ideas morales y políticas que querían vestirse de ciencia. Pero sea como sea, el libro sobrevivió, casi indemne, a estos cuarenta años.
Cuarenta años después.
La obra de Dawkins contribuyó a que la idea de gen se convirtiera dominante en la biología de los noventa y seguramente, el Proyecto Genoma Humano aún no hubiera llegado a término si 'El Gen Egoísta' no hubiera impactado en la mente de todos los jóvenes biólogos del mundo.
No obstante, nuestro conocimiento de la biología ha avanzado mucho desde 1976. Sigue siendo un tema importante de debate a qué nivel o niveles opera la selección natural. Y nuestro conocimiento de la biotecnología dio, rápidamente, pasos de gigante. Un año después, Sanger (uno de los poquísimos científicos con dos Nobel en su haber) secuenció un genoma por primera vez. En 1984, se descubrió como identificar a alguien con el ADN. Diez años después, en el 94, se descubrieron algunas de las mayores causas genéticas del cáncer de mama (los genes de BRCA1 y BRCA2). En el 96, por fin, nació Dolly; en el 2003, desciframos el genoma humano. Y hace un par de años descubrimos como modificarlo usando su propio potencial, el CRISPR.
"El gen egoísta" ha sido uno de los libros más criticados y malentendidos de la historia. Incluso por los propios biólogos. Al fin y al cabo, en aquellas décadas el foco posmoderno había iluminado las entrañas de la ciencia y su papel como legitimadora de ideologías. Especialmente célebre fue su oposición a Stephen Jay Gould, una controversia que marcó parte del desarrollo de la biología. Y que, mucho menos acentuada, lo sigue haciendo.
Evolución, biología, literatura, críticas, pasión, impugnaciones, política, ciencia... Esto han sido los 40 años de "El gen egoísta" y lo seguirán siendo. Porque como decía el famoso genetista británico Adam Rutherford, que fue editor de Nature durante una década escribió "mientras estudiemos la vida, lo leeremos".
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